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CALL FOR PAPERS

REG vol. 2 (4) mayo-junio 2023

“Las fisuras de la democracia”

 

Desde la primera Gran Recesión del siglo XXI la política de la democracia en la mayor parte de los países que se rigen por dicha forma de gobierno ha estado sometida a severas presiones. Paradójicamente, al mismo tiempo que una ola de democratización se ha extendido globalmente desde la década de 1970 -en aquel momento posiblemente no existían más 35 países que pudiesen ser denominados democráticos, casi medio siglo después más de un centenar se rige por los designios de la democracia liberal-, el descontento y la rabia social no han dejado de crecer. Los partidos políticos que han ocupado el poder desde la segunda posguerra mundial se han visto amenazados ante la extraordinaria proliferación de nuevas -o reforzadas- posiciones políticas que dicen responder a los intereses de una ciudadanía cada vez más alejada del campo de juego de la política tradicional. 

El fuego cruzado lanzado desde el establishment comenzó a emplear artillería dialéctica del pasado: fascismo, comunismo, o populismo, se usan como etiquetas para desautorizar sin necesidad de ofrecer argumentos a la oposición política. Incluso una parte nada desdeñable de analistas y académicos se refieren al ascenso de los partidos de extrema derecha con el término fascismo o neofascismo. En Las nuevas caras de la derecha (2021) el historiador Enzo Traverso persuade a sus lectores del uso arbitrario y por tanto sin solidez historiográfica del término fascista. Aunque el fascismo tradicional de los años treinta pueda compartir algunos rasgos con la fisonomía ideológica de los partidos calificados como “extremistas" del siglo XXI, su simple homologación demuestra una clara insuficiencia de conocimiento histórico. “El fascismo clásico nació en un continente devastado por la guerra total y se desarrolló en una atmósfera de guerras civiles, dentro de Estados profundamente inestables y con mecanismos institucionales paralizados por agudos conflictos políticos”. La fuerza de su radicalismo provenía de su oposición al bolchevismo que le imprimió un aspecto “revolucionario”. Con admirable claridad lo expresó Hobsbawm al referirse a los conflictos sociales vinculados a la explosión de nuevas ideologías nacionalistas en las postrimerías del siglo pasado: “En el mejor de los casos, se trata de gritos de dolor y llamadas de socorro; y en el peor, de ciegas protestas, particularmente de aquellos sin esperanza. No ofrecen ninguna solución política o de ningún otro tipo porque no piensan en términos de soluciones. Mi conclusión es una advertencia contra el anacronismo: no confundamos a los neonazis de la Alemania actual ni tan siquiera con los nacionalsocialistas originales. Se trata de movimientos diferentes”.

En contra del anacronismo se pronunció también en 1976 Giorgio Amendola -miembro del Partido Comunista italiano desde la década de entreguerras y uno de los líderes de la Resistencia en Roma cuando afirmó que términos como “conservador, reaccionario, autoritario o fascista corresponden a varias formaciones políticas, a distintas realidades”.

Amendola que había visto al fascismo de frente no aprobaba “ciertas equiparaciones genéricas y superficiales”, y concluía: “Hay que acostumbrar a las generaciones jóvenes al arte de la distinción”. Y es que como decía Hobsbawm, con mucha frecuencia las palabras hablan más fuerte que los documentos.

En este monográfico de la REG nos interrogamos por qué el pathos de la retórica política recurre al anacronismo como arma de defensa persuasiva. Una respuesta tentativa sobre el problema sugiere que el statu quo no desea plantear abiertamente los graves problemas a los que se enfrenta la democracia liberal desde 1970. Desde aquel momento, la brecha que separa la toma de decisiones políticas del común de la ciudadanía no ha dejado de dilatarse hasta tal punto que como escribió Peter Mair de forma casi lapidaria en su obra póstuma en Ruling de Void (2013) “la era de la democracia de partidos ha concluido”. El neoliberalismo, como ideología hegemónica, ha contribuido enormemente a transformar –con la connivencia de las autoridades públicas, especialmente las instituciones universitarias– el valor político de la esfera pública en un mundano valor de cambio. La democracia de consumo ha transformado a la ciudadanía en una clientela que consume servicios públicos gestionados al estilo de la gerencia empresarial donde los partidos políticos compiten por el poder exhibiendo una decadencia intelectual sin precedentes. Como ha señalado Emilio Gentile el “peligro real hoy no es el fascismo, sino la escisión entre el método y el ideal democrático”. Dicho de otro modo, “el peligro real no son los fascistas, reales o presuntos, sino los demócratas sin ideal democrático”. La democracia ha quedado cautiva por la hegemonía neoliberal y su deprecio hacia cualquier política que se aproxime a la feliz expresión de Abraham Lincoln: “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Cualquier política que pretenda restaurar la relación capital-trabajo de la era socialdemócrata de posguerra, es decir, lo que se denominaba “economía mixta” a través del control de mando político del sector financiero y bancario, los recursos energéticos y todos los destinados al bien común, es descalificada sin objeciones como “revolucionaria”, “comunista” o “populista”.

En suma, y citando a Marco D´eramo, ahora la democracia trata el pueblo como un niño tutelado: “a su poder escapa prácticamente toda la política económica del gobierno, la política fiscal, la comercial o la de previsión social”. La oposición política ha sido socavada y el “extremo centro”, por usar la acertada expresión de Tariq Ali, es decir, el bipartidismo plutocrático y los retoños de la “tercera vía”, ha dejado a la ciudadanía política desnuda ante las fuerzas económicas de la globalización y su superestructura neoliberal. Por supuesto, la política calificada de “extrema derecha” no supone una alternativa al establishment sino una continuidad de los regímenes neoliberales y una exacerbación de la xenofobia, el racismo y otras patologías del registro de la locura humana. Sin embargo, creemos que sin la correcta interpretación de las causas subyacentes que amenazan con hacer estallar los sistemas democráticos no haremos más que expresar rabia en negro sobre blanco frente al desconcierto, y lo que es más acusado, al evitar analizar rigurosamente el problema atajándolo por la vía del anacronismo, las tensiones sociales no harán más que seguir creciendo, lo mismo que la temperatura global del planeta.

Referencias

Traverso, Enzo (2021), Las nuevas caras de la derecha. ¿Por qué funcionan las propuestas vacías y el discurso enfurecido de los antisistema y cuál es su potencial político?, Capital Intelectual Ed., Madrid.

Hobsbawm, Eric (1994), “Identidad”, Revista Internacional de Filosofía Política, 3, pp. 5-17.

Gentile, Emilio (2019) ¿Quién es fascista?, Alianza Ed., Madrid.

Mair, Peter (2013), Ruling the Void. The Hollowing of Western Democracy, Verso, London and New York.

D’Eramo, Marco (2013), “El populismo y la nueva oligarquía”, NLR, 82, pp. 7-40.

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