Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 95 (2025), pp. 223-226

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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PÉREZ NAVARRO, P. (2023). Orden y peligro. Por una deslocalización queer.Barcelona: Bellaterra.

Hola, Pau:

Por fin puedo comentarte algo sobre tu libro, cosa que debería haber hecho con más prontitud. Te pido disculpas por la tardanza. Además, creo que lo que escribo es muy breve teniendo en cuenta las 200 páginas de tu libro. Pero es lo que he podido articular con cierta coherencia después de leerlo, no sin cierta dificultad, como te he repetido. Y tengo la impresión de que esa coherencia permitiría añadir más contenidos. Pero esto me retrasaría aun más.

Me reafirmo en lo que te dije hace unos días: lo encuentro muy interesante y, a la vez, difícil. Lo segundo, la dificultad, me la atribuyo a mí, como lector. He perdido memoria y a medida que voy leyendo me voy olvidando de lo que he leído, lo cual dificulta la formación de una visión global. Y esto se agrava porque, también a mí, me resulta muy denso en su contenido. Pero seguro que a otro tipo de lectoras/es más en forma les resultará más accesible. Además, hay aspectos que no sé si los entiendo bien, como el recurso a la emigración para significar la “deslocalización de lo queer”, que figura como subtítulo del libro, lo cual le confiere una relevancia especial. Por cierto, respecto a la emigración me pasa lo mismo que a ti: veo pasar chicos africanos por delante de mi casa del campamento hacia La Laguna, y viceversa, que me deslocalizan a mí imaginariamente hacia su lugar de procedencia, su viaje, su estancia en campamentos precarios, etc. En relación con ello he impartido una conferencia – a la que ha asistido un público más que reducido – titulada “La complejidad migratoria desde una perspectiva ética”. Fue en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna.

Pero atendiendo a lo interesante que me resulta tu libro empiezo por la actualidad de los problemas que aborda, y sigo por su perspectiva global, que va desde EEUU a Hong Kong, pasando por América Latina y Europa. A lo cual hay que añadir el rigor bibliográfico que sustenta todo eso. No soy capaz de imaginar cómo has tenido acceso a una bibliografía tan detallada y de una procedencia tan diversa. Tan “escondida” para un lector no como yo. Supongo que te ha ayudado a ello tu estancia en Brasil, en Portugal, etc. Más Internet.

Hablando de los problemas que abordas y su actualidad: el orden (público) y el peligro que lo amenaza. La dialéctica entre ambos no es nueva basta recordar las luchas y revueltas del movimiento proletario pero sí lo es su versión actual: entre el orden heteropatriarcal, visibilizado por el feminismo devenido excluyente, y el peligro representado por lo excluido, el colectivo LGTBI ¿agrupado bajo el horizonte queer? Sobre todo asociado a las pandemias Covid-19 y VIH, y considerado él mismo una pandemia más a los ojos del orden público. Todo lo cual me lleva a concluir que el orden público, y el peligro que percibe, son una mezcla de moralidad y sanidad y sus contrarios, inmoralidad e insalubridad, cuya clave está en el sexo, el género y la competencia reproductiva, hegemonizada por el binarismo sexogenérico. Lo cual implica, además, al derecho y a la política, predominados ambos por el sistema patriarcal, una de cuyas preocupaciones está en el debate sobre la gestación subrogada, así como sobre la abolición de la prostitución. O el que provocó la ley sobre la transexualidad.

En el sustrato teórico de todo eso encuentro la metáfora, a la que el libro le dedica una pandemia especial, en términos metafóricos, claro: “pandemia de metáforas”. Referida, si no me equivoco, a la metáfora de la guerra utilizada para conferir un significado especial a la pandemia bioquímica, extensible a una pandemia moral, el peligro que amenaza al orden público. En lo cual tienen que ver los dos libritos de Sussan Sontag, La enfermedad y sus metáforas y el El sida y sus metáforas (2003). Lo que visibiliza críticamente la autora es cómo una palabra usada metafóricamente la guerra produce determinados efectos en la percepción sesgada de enfermedades como la tuberculosis y el cáncer. Y cómo esta percepción produce más efectos en la actitud social y médica ante ellas. Lo cual nos lleva a la performatividad de Austin-Derrida-Butler que, más allá de sus diferencias “hacer” algo con intención o sin intención coinciden en que ese hacer sólo es posible con palabras.

Es verdad que Sontag crítica la metaforización de la enfermedad, que ella misma hubo de padecer en la modalidad de cáncer, pero esa crítica no anula los efectos que produce cuando está activada. Entre otros, los dos libros suyos que acabo de mencionar que, por su parte, están “efectuando” sobre este texto mío. Esto me lleva a la metáfora del injerto que Derrida aplica a la escritura y que tú mencionas oportunamente. Y que yo desconocía pese a mis aproximaciones a su escritura, se ve que insuficientes. Esa metáfora te lleva a ti a distinguir entre metáforas botánicas y genéticas (de estas no recuerdo ahora mismo ninguna y no estoy para rebuscar). Y siguiendo con metáforas está la de la “pandemia” que, si no estoy equivocado, tú mismo utilizas para referirte al colectivo LGTBI a ojos del orden público vigente.

La performatividad metafórica se revela, así, como el trasfondo filosófico de la problemática en juego. Porque visibiliza la dimensión pragmática o comunicativa, causal, de las palabras, frente a la lógica y la semántica. La lógica es la clave de la ontología idealista platónica y su descendencia, cuyo criterio es la verdad como coherencia lógica entre las palabras. Y la semántica es el espacio la de la ontología naturalista que va desde el naturalismo metafísico aristotélico hasta el biologismo contemporáneo, que hace suyo el feminismo “carca” (por su proximidad al heterosexismo); y cuyo criterio es la verdad como correspondencia entre las palabras y sus referentes.

Sin embargo, la pragmática dando por supuesto a las dos dimensiones anteriores, pero sólo relativamente es la que moviliza la ética y la política a la hora de hacer cosas con palabras éticas y políticas o de hacer cosas éticas y políticas con palabras de forma relativamente autónoma o independiente. Al margen de cualquier condicionamiento ontológico más o menos fundamentalista, en versión teológica o filosófica, tradicional o clásica. Por ejemplo, el biologismo contemporáneo, al que se recurre para explicar el binarismo heterosexual y su potencial reproductivo, es una opción política y no un imperativo ontológico o epistemológico. La exigencia imperativa del binarismo sexual por parte de cierto feminismo no es epistémica sino política, aunque la segunda se disfrace de la primera. Por lo tanto su lenguaje es pragmático, aunque se disfrace de semántica.

De lo anterior se sigue que el orden público, con sus exigencias éticas y políticas, carece de un sustrato ontológico que lo legitime como fundamento de una normatividad obligatoria universalmente, que justifica el rechazo y, si hace falta, la eliminación violenta y mortífera de las peligrosas y peligrosos que lo cuestionan de un modo u otro. Por eso tú mismo te haces eco de que no existe una versión del orden público originaria y fundamentalista, sino diversas versiones que se van sucediendo en la historia. Lo cual se justifica porque dicho orden es algo que se hace con palabras. Mejor dicho: algo que hace el poder heteropatriarcal con las palabras de las que se declara propietario exclusivo, como ejemplifican los regímenes autoritarios o semiautoritarios que castigan a quienes no repiten sus propias palabras y se atreven a usar libremente las suyas. Por eso me hubiera gustado leer algo más sobre el régimen de la propiedad privada de las palabras que tú aplicas en el caso del “nombre propio”, pero que a mi juicio constituye una de las claves del orden público en cualquiera de sus versiones. Al apropiarse privadamente de las palabras, el orden público se apropia del poder de hacer cosas éticas y políticas e imponérselas a la población. ¿Será el orden público una metáfora del orden de las palabras construido por quienes tienen el poder de hacerlo?

Lo mismo vale para las posiciones que defiendes en tu libro. Tu usas libremente tus propias palabras, pero tampoco puedes fundamentarlas en nada más allá de tus propias exigencias éticas y políticas; que se reinjertan (si me permites esta uso de la metáfora en cuestión) otras manifestaciones con o sin palabras. Como el baile y otros movimientos corporales. Palabras que siempre son las que hacen las cosas que reivindican quienes las pronuncian, o bien constituyen un elemento imprescindible. Creer lo contrario ha sido el error de movimientos que han rechazado alguna de las versión es del orden público, como el marxismo, que recurrió a su propio fundamento el materialismo histórico y economicista; o el feminismo que defiende el biologicismo naturalista o el naturalismo biologicista para salvaguardar la categoría “mujer” frente a otras propuestas, como la vinculada a las reivindicaciones transfeministas.

Por eso mismo, no existen ni la identidad en abstracto ni las identidades concretas de grupos o personas autodelimitadas o autoencerradas en sí mismas y separadas y enfrentadas a las “otras”. Sólo existe apertura e interconexión. De lo primero deriva la exposición y la vulnerabilidad que nos caracteriza, a falta de un fundamento absoluto, religioso, filosófico, o científico que nos de seguridad. Y de la segunda la interdependencia que nos proporciona un mínimo de seguridad ante la primera. Gracias a las palabras que intercambiamos en conversación, diálogo y/o relatos.

Y para terminar, algunas preguntas:

¿es la apertura, la exposición, la vulnerabilidad y la interdependencia, que nos hacen éticamente viables, lo que caracteriza al universo queer? ¿Es esto lo que constituye el mensaje central de Butler? Y, si es así, ¿la deslocalización queer consiste en la proyección sin límites de esta visión de la realidad a otros ámbitos de la vida humana?

Soy consciente de que el “injerto” que me he permitido hacer de tu libro podría ramificarse más, pero creo que con la versión actual es suficiente para darte cuenta de la lectura que está detrás.

Referencias

Sontag, Susan, La enfermedad y sus metáforas", Muchnik, 1996, y El sida y sus metáforas, 1996.

Gabriel Bello Reguera
(Universidad de La Laguna)