Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 95 (2025), pp. 199-204

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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FOUCAULT, M. (2023). Le Discours philosophique. Paris: Seuil/Gallimard

Michel Foucault, libre pensador, filósofo y prolífico escritor, dedicó el mes de julio de 1966 a la redacción de una obra de notable nervio filosófico. En dicha obra, titulada El Discurso filosófico, se centra en diseccionar ese particular «discurso» que es la filosofía y cuya especificidad, complejidad y naturaleza todavía hoy ocupa el pensamiento contemporáneo.

El manuscrito autógrafo de doscientas nueve páginas —numeradas por Foucault hasta la página doscientas una— fue durante mucho tiempo erróneamente considerado un curso que Foucault impartió en la Universidad de Túnez durante los años 1966-1967. No obstante, no es así. Se trata más bien de la primera versión de un ensayo que Foucault redactó después de su obra Las palabras y las cosas, probablemente en Vendeuvre-du-Poitou durante el verano de 1966, antes de su partida a Túnez. Esta hipótesis se ve respaldada por la fecha que menciona en la segunda sección de El Discurso filosófico «hoy, 27 de julio de 1966», por una carta que escribió en julio de 1966 («Tratando de definir lo que un discurso filosófico puede ser hoy»), y por una serie de anotaciones que encontramos en su «Diario Intelectual», que datan del verano de 1966.

Foucault, tras entregar Las palabras y las cosas a su editor en mayo de 1965, comenzó a redactar el manuscrito de El Discurso filosófico. El contexto intelectual de entonces estaba atravesado por cierto fervor controversial a propósito del examen de la arqueología del pensamiento, cuyo resultado señalaba la reciente invención del hombre y clamaba su posible disolución. Precisamente, esta disolución que advirtió Foucault al final de Las palabras y las cosas constituye, a juicio del pensador francés, la condición de posibilidad para el reinicio de la filosofía.

La filosofía, declara Foucault, es un discurso específico y determinado históricamente, que se caracteriza por una serie de funciones particulares que deben ser sometidas al análisis del método arqueológico. Sobre el particular versará, por tanto, la tarea analítica realizada a lo largo de los quince capítulos que hallamos en El Discurso filosófico.

En el primer capítulo, titulado «El diagnóstico», en línea con Nietzsche, Foucault se propone disputar la arraigada alegoría de la profundidad, esa concepción milenaria que ha conferido a la filosofía la misión de desvelar los secretos y sentidos ocultos de la existencia y redimir al ser humano, liberándolo de las garras del mal. De esta manera, al amalgamar la tarea filosófica inicial con una reflexión sobre el lenguaje, Foucault resalta que Nietzsche, en su faceta de filólogo, restituyó a la disciplina su naturaleza arqueológica.

Consecuentemente, Foucault argumenta que la filosofía, en virtud de esta transformación, encuentra una vía para emanciparse tanto de la fenomenología como del estructuralismo, dos corrientes dominantes en la escena intelectual francesa de la época. La filosofía se convierte en una empresa diagnóstica y el filósofo se ve compelido a expresar lo que se presenta ante él, sin retrospectiva ni distancia, en el preciso instante en que se manifiesta. Al afirmar el presente, el filósofo se convierte en el hombre del día y del momento, en un mero observador, más próximo que nadie al flujo constante de la realidad. Después de Nietzsche, el sujeto filosófico ya no se corresponde con la noción tradicional de la «especie hablante», que desde los tiempos de Descartes se suponía como aquel que revelaría un discurso universalmente verdadero. Este sujeto se halla ahora irremediablemente arraigado en el presente y en su contemporaneidad, ya que a través de él se redefine la relación entre el discurso filosófico y el individuo que lo emite.

El discurso filosófico se articula en la actualidad dentro de contextos discursivos que previamente le eran ajenos, aunque aún conserva la posibilidad de llevar a cabo «actos filosóficos», de los cuales el diagnóstico mismo constituye solo un ejemplo paradigmático.

El diagnóstico, según Foucault, representa la tarea de una filosofía empeñada en explorar incansablemente el terreno arqueológico, incluso en medio de la dispersión de estos discursos y en un momento en que prevalece la movilidad y la vacuidad. Esta labor le permite estudiar «el espacio en el que pensamiento se despliega, así como sus condiciones, su modo de constitución» (Foucault, 1996: 581).

En El Discurso filosófico, el diagnóstico posibilita que el método arqueológico traspase un umbral: partiendo desde la superficie misma de los enunciados, la filosofía accede no solo al modo de funcionamiento singular del lenguaje, que define la especificidad de su discurso, sino también a las transformaciones históricas que han influido en dicho lenguaje.

Foucault declara que la labor de la filosofía consiste en realizar un diagnóstico del presente y en explicar de qué manera nuestro tiempo es radicalmente diferente de nuestro pasado (Foucault, 1967: 634). La actividad diagnóstica conlleva la tarea de ex-presar lo que somos en el presente y qué implica, en el contexto actual, comunicar lo que decimos.

Este «hoy», como Foucault también aclara en los tres últimos capítulos del manuscrito (primero, «Ahora», segundo, «El discurso filosófico y el discurso científico» y tercero, «Ficción y filosofía») corresponde al presente de una cultura.

Así pues, por un lado, se lleva a cabo una serie de análisis destinados a explicar la definición y el propósito de esta peculiar relación que la filosofía mantiene con su época. Por otro, se indaga en lo que distingue a la filosofía como un discurso que se supone capaz de expresar su contemporaneidad o actualidad, aspecto que ocupará un lugar central en la investigación de Foucault hasta el final de su trayectoria intelectual.

La concepción de Foucault sobre la relación entre la filosofía y los acontecimientos contemporáneos se basa en su definición de «discurso» como «conjunto de cosas dichas» en un momento específico. En este sentido, el discurso se diferencia tanto del sistema de posibilidades lingüísticas como de las restricciones formales de la lógica. Además, no puede reducirse a un sujeto que «realiza actos de habla», ya que este sujeto se constituye en el propio acto de discurso.

A diferencia de en Las Palabras y las cosas, en El Discurso Filosófico la noción de discurso, en lugar de limitarse a una época específica, abarca tanto las proposiciones ex-presadas como el «sistema inmanente» que rige la selección, circulación y conservación de las proposiciones en cada período. Foucault desarrolla su análisis del discurso filosófico a partir de cómo este actualiza el sistema lingüístico, reconociendo y adaptándose al presente.

Dejando provisionalmente de lado los conocimientos, las instituciones, las prácticas, las condiciones de existencia que son contemporáneos al filósofo, Foucault se embarca en la tarea de definir el concepto de «ahora», que no se presenta como «sincrónico» con el discurso filosófico, sino más bien como «isocrónico». Esto significa que el «ahora» no se alinea en tiempo y espacio con el discurso filosófico, sino que se manifiesta en lo que se repite constantemente en cada instancia en la que se formula un enunciado filosófico. Para determinar la singularidad del discurso filosófico, Foucault se basa en lo que considera una analogía entre este y el lenguaje ordinario. Esta es la piedra angular que le permite dar forma arqueológica a los análisis relativos a la filosofía ya desplegados en Las palabras y las cosas y en sus cursos y obras de los años cincuenta.

Considera que la actualización de cualquier acto de habla no puede explicarse únicamente por la estructura lingüística. Si queremos comprender la forma en que un acto de habla tiene sentido debemos volver-nos hacia lo externo al sistema lingüístico y analizar la dimensión extralingüística de cualquier situación enunciativa. En el funcionamiento del lenguaje ordinario, cada enunciado mantiene una relación indeleble y, sin embargo, muda, inarticulada con su exterioridad. Esta relación constituye el ahora del discurso cotidiano. En los enunciados del lenguaje cotidiano hay todo un conjunto de signos que remiten a ese preciso momento en el que se desarrolla el discurso. Este momento corresponde a la tríada no lingüística del yo-aquí-ahora.

La actualidad del discurso cotidiano es, por tanto, producto de la operación tácita que retoma constantemente este exterior extralingüístico a través de las funciones internas estructurantes del lenguaje, en las que se ha centrado la lingüística desde Jakobson. La sustancial diferencia es que mientras el discurso cotidiano cubre implícitamente la actualidad de su situación enunciativa, el discurso filosófico recupera su actualidad duplicando y clarificando la relación que mantiene con su ahora.

Foucault se propone entonces aclarar la singularidad del discurso filosófico a través de una doble operación. Por una parte, comparándolo negativamente con otros tipos de discurso según sus respectivas relaciones con el sujeto hablante, así como el lugar y el presente desde el que habla; por otra, estableciendo positivamente, a partir de estas diferencias, las funciones discursivas de los enunciados filosóficos. En contraposición al discurso científico, que evita o neutraliza su relación con el presente, el discurso filosófico retoma activamente este momento presente a través de la función de justificación. Esta particularidad hace de la filosofía un discurso que aspira a la verdad, al igual que la ciencia, pero que está intrínsecamente ligado a un presente singular.

La relación de la filosofía con su momento presente no viene generada totalmente por su propio discurso, a diferencia de lo que ocurre en la ficción. Mediante su función de interpretación, el discurso filosófico analiza cómo, partiendo de un origen específico y bajo ciertas condiciones, un significado o una verdad pueden manifestarse en sus enunciados. El lenguaje filosófico ejerciendo su función crítica cuestiona los enunciados cotidianos y encarna una conciencia que, al expresar la transformación de la vida cotidiana, refleja una exigencia práctica o política.

A través de cuatro funciones: justificación, interpretación, crítica y comentario, Foucault destaca la singularidad del discurso filosófico, así como su posición y su funcionamiento específico dentro de la reorganización del régimen general de discursos que tuvo lugar en el siglo XVII.

Foucault rompe con la concepción tradicional de la filosofía como impulso teórico para resolver preguntas previamente establecidas. Alega que, desde Descartes, la discontinuidad en el régimen de discursos en el siglo XVII hizo que la filosofía ya no se refiriera a objetos como Dios, alma y mundo, que antes compartía con la teología y la ciencia. Sin embargo, estos objetos no desaparecen, sino que se vuelven elementos funcionales del discurso filosófico. De tal modo, la radicalización del fin de la metafísica se produce con Kant a finales del siglo XVIII. En la obra de Kant, Dios, alma y mundo se convierten en lo inaccesible al conocimiento. Esto marca una dirección reseñable en la filosofía occidental, ya que la destrucción de la metafísica ya no implica la supresión de la ontología en favor del poder ontológico del lenguaje (metafísica de la representación), sino en una nueva forma de ontología relacionada con una teoría general del objeto y una ontología del fenómeno, que busca comprender la finitud humana al revelar o esconder una ontología dentro del discurso. Este cambio lleva a una ontología externa al discurso que se corresponde con una antropología.

Ahora bien, Foucault no trata, como se manifiesta en los capítulos octavo, «Los dos modelos de discurso», y noveno, «Filosofía, metafísica, ontología», la metafísica de la representación ni la antropología como epistemes en las que se habrían constituido las ciencias humanas. La arqueología del discurso filosófico, más bien, presta atención en cómo este discurso interactúa singularmente con otros, como la ciencia, la ficción, el lenguaje cotidiano y la exégesis religiosa. Se trata de considerar la relación de cada discurso con su presente como base para identificar sus diferencias con respecto a otros discursos.

Si Foucault define la filosofía como «discurso de discursos» en las notas acompañantes, no es para afirmar la primacía del discurso filosófico sobre otros discursos, sino que se debe al proceso de historización arqueológica que inicia del estatuto mismo del discurso filosófico. Con ello pretende analizar las condiciones de posibilidad de la filosofía a partir del diagnóstico de crisis de la filosofía que, según Foucault, comenzó en el siglo XIX y que todavía está presente. Esta perspectiva difiere de la historia de la filosofía convencional que consideraba a la filosofía un dominio previo y autónomo con sus propias leyes, ubicado en un campo prediscursivo. Foucault cree que, si la filosofía existiera previamente a su discurso y ya tuviera sus propias reglas, entonces el cometido de la historia de la filosofía sería meramente restaurar ese núcleo prediscursivo a través de cada discurso filosófico particular (p.151). En este caso, la tarea del historiador de la filosofía sería negativa, centrada en recuperar lo reinante bajo los discursos, decir lo no pensado del pensamiento (p. 152).

En cambio, en la arqueología del discurso filosófico las obras analizadas no recurren a un campo externo. A diferencia de la historia de la ciencia o la literatura, la historia de la filosofía es parte integral de la filosofía. Las tipologías principales en la historia de la filosofía, historia de la filosofía como sistema, experiencia, ideología y desciframiento, también corresponden a modos de operación internos del discurso filosófico en relación consigo mismo. Su enfoque arqueológico introduce una dimensión histórica dentro del propio discurso filosófico, el «intersticio de las obras», lo que transforma el tiempo en un espacio de posibilidades simultáneas, en oposición a una noción de historia fruto de una continuidad de causas y efectos.

Reexaminada por el método arqueológico, la historia de la filosofía constituye un momento funcional dentro del discurso filosófico. Esto se debe a que la filosofía, tal como la conocemos, está en proceso de desaparición. Ya no nos preguntamos en qué condiciones la filosofía puede articular la verdad, sino más bien qué apertura o acontecimiento no nombrado está presente en el discurso filosófico. Foucault explora cómo esta transformación se inicia con Nietzsche, en la medida en que su pensamiento altera las condiciones que permitieron a la filosofía tradicional distanciarse de otros discursos y presentarse como un discurso universalmente verdadero.

La función de interpretación o reflexión que solía distinguir a la filosofía de la ficción ya no es posible. La filosofía, al igual que la ficción, debe inventar su propio ahora cada vez que se expresa. Nietzsche condena todo rastro de metafísica en la filosofía, lo que impide que el discurso filosófico ejerza su función crítica. En lugar de ser un discurso sobre el mundo y una exigencia práctica, la filosofía se fusiona con la vida cotidiana para cuestionarla intensamente en el momento en que el tiempo del mundo se dobla sobre sí mismo. El discurso filosófico marca la diferencia que los eventos actuales siguen inaugurando, y así el diagnóstico se convierte en un acto filosófico en sí mismo.

En el duodécimo capítulo «Pensar después de Nietzsche», Foucault examina los principales esfuerzos postnietzscheanos para afrontar la descomposición del discurso filosófico. Estos intentos se desarrollan en un espacio discursivo donde la filosofía ya no puede ocupar el mismo lugar. A excepción de un caso particular al final del capítulo, las filosofías que Foucault analiza: el positivismo lógico de Russell, la ontología de Heidegger, la descripción de la experiencia y el análisis de las estructuras de Sartre, y de manera más indirecta, la influencia de Jaspers, todas demuestran ser incapaces de lograr la coherencia que pretenden.

Estas filosofías, en su esfuerzo por redefinir los límites del discurso filosófico caen en la misma operación de reducción de la filosofía a uno u otro de los discursos de los que anteriormente se había distinguido.

En el capítulo decimotercero, Foucault destaca que no es suficiente analizar la función estructurante del lenguaje para comprender la mutación actual en nuestro pensamiento y cultura. La clave está en la proliferación indefinida de discursos y conocimientos, donde debemos buscar las nuevas condiciones de posibilidad de la filosofía. En esta orientación hacia la arqueología, la filosofía busca iluminar el orden que organiza una red compleja de relaciones interdiscursivas, que incluyen no solo los actos de habla y las formas de discurso, sino también objetos, materiales, instituciones y sistemas que transforman el discurso en elementos culturales. De ahí la importancia de los archivos, ya que definen las condiciones que permiten la selección, circulación y conservación de discursos en una cultura, otorgándoles una existencia concreta y material.

Foucault redefine la arqueología como una ciencia del archivo o una «disciplina del archivo-discurso» que actúa como un punto de conexión necesario entre disciplinas ya establecidas y el análisis de lo que las hace posibles. Esta arqueología examina tanto el archivo como la forma que rige las leyes de inscripción, conservación y circulación de los discursos, como también los discursos mismos, considerando su posición relativa dentro del espacio del archivo.

Aunque una «etnología general» de nuestra cultura es imposible en este contexto, Foucault argumenta que podemos avanzar mediante ensayos, análisis etnológicos parciales y una comparación interna, pero diacrónica. Esto nos ayudaría a comprender las grandes rupturas en la historia de la cultura, así como los eventos que restauran arqueológicamente la singularidad de nuestra cultura, aislándola de cualquier otra.

La sugerencia foucaultiana apoya que la constitución de un archivo integral podría ayudar a comprender la mutación actual en el discurso-archivo de nuestra cultura. Este archivo integral se refiere al funcionamiento contemporáneo del archivo de la palabra, donde el discurso se independiza de la naturaleza de los actos de habla que lo originaron, y cualquier acto de habla puede provocar cualquier tipo de discurso.

En los capítulos finales, «El archivo», «La historia del archivo-discurso» y «La transformación del ahora», Foucault explicita la diferencia entre su enfoque arqueológico y las ideas de Derrida sobre la relación entre habla y escritura. Foucault arguye que, a través de la historia del archivo del discurso, se demuestra que la palabra, en lugar de la escritura, proporciona las condiciones de posibilidad de los actos de habla. El archivo no se limita a ser un lugar para reconstruir los actos de habla, sino que se abre a una proliferación ilimitada de discursos, pero sin caer en la dispersión errática de la escritura y sus huellas, situando en un espacio histórico que regula cómo se acumulan y utilizan los discursos.

Referencias

Foucault, M. (1967). Qui êtes-vous, professeur Foucault?, dans DE I, 50, 629-648.

Foucault, M. (2023). Le Discours philosophique. Seuil/Gallimard.

Carlota Gómez Herrera
(Universitat de València)