Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 90 (2023), pp. 163-174

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico) http://dx.doi.org/10.6018/daimon.560931

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El estudio de la polarización política como terapia académica*

The study of political polarization as academic therapy

PEDRO JESÚS PÉREZ ZAFRILLA**

Resumen. Los estudios sobre polarización política revelan que la polarización es mayor entre las personas con mayor nivel de estudios, mientras que las personas con menos estudios son más tolerantes. Estos resultados perturbadores me llevan a realizar en este trabajo una terapia académica sobre dos ideas centrales en la reflexión académica: la idea de la educación como forjadora de una ciudadanía crítica y tolerante, así como la idea del sujeto racional y autoconsciente. Finalmente, aplicaré la terapia académica también sobre las metodologías de trabajo en la Universidad. Esta terapia académica contribuirá a fomentar la tolerancia en la academia.

Palabras clave: Polarización política, educación, tolerancia, estatus, terapia.

Abstract. Studies on political polarization reveal that polarization is greater among people with a higher level of education, while people with less education are more tolerant. These disturbing results lead me to undertake an academic therapy in this work on two central ideas in academic reflection: the idea of education as a forger of a critical and tolerant citizenship, as well as the idea of the rational and self-aware subject. Finally, I will also apply academic therapy to work methodologies at the University. This academic therapy will help foster tolerance in the Academia.

Keywords: Political polarization, education, tolerance, status, therapy.


Recibido: 15/03/2023. Aceptado: 04/06/2023.

* Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo “Ética cordial y Democracia ante los retos de la Inteligencia Artificial” PID2019-109078RB-C22 financiado por MCIN/ AEI /10.13039/501100011033 y en las actividades del grupo de investigación de excelencia PROMETEO CIPROM/2021/072, financiado por la Conselleria d’Innovació, Universitats, Ciència i Societat Digital de la Generalitat Valenciana.

** Profesor Titular de Filosofía Moral en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Valencia. Correo electrónico: p.jesus.perez@uv.es. Mi trabajo actual se centra en la neuropolítica, el tribalismo político, la polarización política y la distorsión del debate público en el mundo digital. Publicaciones recientes: “La paradoja aristotélica: cómo los discursos expresivos animalizan el debate público”, Isegoría, 67:e03, https://doi.org/10.3989/isegoria.2022.67.03; “El tribalismo digital, entre la furia y la farsa: pinchemos la burbuja de la polarización artificial en internet”, Opinião Pública, 28 (1), 2022, 33-61.

Introducción

La polarización política es un fenómeno de gran actualidad. Ahora bien, profundizar en el estudio de la polarización política tiene una vertiente que resulta perturbadora: la polarización política guarda una relación directamente proporcional con el nivel educativo de los sujetos (Abramowitz 2010, 23). Es decir, los sujetos con un mayor nivel de estudios mantienen posiciones más polarizadas y son menos tolerantes con el diferente. En cambio, los sujetos con menos estudios son más moderados y están menos ideologizados.

Este es un dato inquietante que merece ser analizado. Por un lado, esta evidencia nos obliga a reconsiderar algunas de las convicciones más firmes asentadas en la academia, como es la idea de que la formación académica cultiva en la persona el pensamiento crítico y la tolerancia. Pero también, resulta necesario averiguar las causas de esa conexión entre formación académica y polarización. Para comprender qué lleva a las personas más instruidas a tener actitudes más polarizadas y cómo este hecho socava algunas de las ideas más extendidas en la academia, considero que el método más adecuado para proceder es acometer una terapia académica.

La terapia académica (no confundir con la ya asentada terapia filosófica) procede por analogía en el ámbito académico a las formas de terapia psicoanalítica y de terapia cognitiva en el nivel clínico. De la terapia freudiana (Freud 1989) la terapia académica adopta la estrategia de indagación en los elementos subyacentes que son ignorados (o, al menos, no considerados en su verdadera dimensión) y que emergen inadvertidamente en la vida cotidiana. Por otro lado, de la terapia cognitiva (Ellis 1980) adopta el método de cuestionamiento de ciertas ideas centrales asumidas por los sujetos para, a través de un análisis crítico, proceder a su revisión.

Empleo el método de la terapia académica por tres motivos: El primero es que esta indagación permitirá a la institución universitaria ser consciente de ciertas ideas erróneas en las que asienta su labor tradicionalmente. Segundo, porque la terapia académica arroja luz sobre un impulso latente en la conducta humana que ha sido opacado en la tradición filosófica: el afán de estatus. Finalmente, esa terapia académica ayudará a aceptar los hechos perturbadores que la propia reflexión académica, de forma inesperada, hace aflorar, como es el caso de esta conexión entre polarización política y nivel de estudios.

En primer lugar, explicaré, a modo de introducción, en qué consiste la polarización política. A continuación, emprenderé una terapia académica relativa a dos ideas fundamentales que la relación entre polarización política y nivel de estudios pone en cuestión: la idea de la educación como forjadora de una ciudadanía crítica y tolerante y la idea de sujeto racional y autoconsciente. A partir de los elementos aflorados mediante la terapia académica se articulará una hipótesis explicativa de la mayor polarización de las personas más instruidas. Para concluir, esta terapia académica se aplicará a las metodologías de trabajo en la Universidad.

1. Polarización política

En ciencia política la polarización política se entiende como la división de la sociedad en dos grupos ideológicos contrapuestos. Así, una sociedad está más polarizada cuando una mayoría de sujetos se identifica más fuertemente con las posiciones de uno de los grupos frente a las posiciones del otro grupo. En cambio, la polarización es menor cuando no son mayoría los sujetos que se identifican fuertemente con las posiciones de uno de los bloques frente al adversario (Pérez Zafrilla 2020).

De esta forma, la polarización parte de una adhesión acrítica a un partido. Los sujetos compran el paquete ideológico de los partidos, renunciando a formarse un juicio propio sobre los diferentes asuntos. Pero una sociedad en la que los sujetos hacen primar su identidad política sobre su propia autonomía en el juicio es una sociedad en la que el diálogo con el diferente se hace imposible, al verlo como un enemigo. Esto deja el terreno abonado para que proliferen las burbujas informativas, lo que pone en riesgo la propia democracia (Herreras 2021, 124).

Por ese motivo, la polarización se convierte hoy en un tema de máxima actualidad al que resulta necesario hacer frente. Uno de los ámbitos desde el que podría afrontarse la polarización es el educativo. Sin embargo, como mostraré a continuación, el ámbito académico no parece ser un espacio en el que esta labor se esté acometiendo con éxito.

2. Tópicos para una terapia académica

2.1. La formación académica como cultivadora de tolerancia

El estudio de la polarización política ha evidenciado un primer fenómeno inquietante: resulta que los sujetos con estudios universitarios se identifican más con las posiciones de un partido y manifiestan un mayor rechazo hacia los oponentes ideológicos. En cambio, los sujetos con estudios básicos o medios son más tolerantes con el diferente y manifiestan una menor identificación ideológica con las posiciones de un partido (Pew Research Center 2016, 7).

Esta relación entre polarización política y nivel de estudios representa, sin duda, un hecho perturbador que socava las convicciones asumidas en la academia sobre la educación como un proceso que fomenta en las personas la autonomía y la civilidad. Efectivamente, a lo largo de la historia, desde la paideia de los griegos hasta las reformas pedagógicas actuales, pasando por la Ilustración y la propia idea alemana de Bildung, una tesis asumida es que la educación representa un proceso necesario para que el niño adquiera no solo los conocimientos sino también las virtudes necesarias para desarrollar una vida autónoma. La educación se ha considerado siempre como un proceso que proporciona al alumnado una mayor capacidad cognitiva y crítica, así como unas actitudes dirigidas a la apertura de mente, la humildad epistémica y el respeto al diferente. Así también, la carencia de educación se asocia a la ignorancia, la sumisión a autoridades heterónomas, la cerrazón y la intolerancia. A este respecto, la excepción la representa Schopenhauer. Él defiende que el intelecto constituye un elemento de jerarquía y distinción, que aísla a los individuos de sus disímiles en capacidad cognitiva. Así, la elevación en el nivel cognitivo, en lugar de permitir una mejor comprensión del diferente, crea una barrera entre las personas más instruidas y aquellas con menor nivel de estudios. Es la bondad del corazón, y no la mayor habilidad cognitiva, la que permite a la persona identificarse con el diferente. Pero será solo posible una unión moral, nunca intelectual (Schopenhauer 2003, 147). En este sentido, parece que los estudios sobre polarización política dan la razón a Schopenhauer.

Una salida escapista a esta evidencia aportada por el estudio de la polarización sería interpretar los datos como una correlación casual fruto de la metodología empleada en las encuestas que miden la polarización. Sin embargo, esta es una salida escapista, propia del paciente de la terapia cognitiva que se mantiene aferrado a creencias centrales asumidas que distorsionan su conocimiento de la realidad. Por ese motivo, creo necesario someter a terapia académica esta relación asentada en la academia entre educación, civilidad y tolerancia. Esta creencia central en la academia puede ser sometida a terapia académica partiendo de estudios realizados en la ciencia política y la sociología. Estos explican por qué las personas con mayor nivel académico están más polarizadas.

Desde la sociología política se subraya, por un lado, que los sujetos con mayor nivel educativo poseen una mayor sofisticación ideológica (Abramowitz 2010, 23). Es decir, su mayor entrenamiento cognitivo les hace tener un mayor nivel de abstracción. Los individuos con estudios superiores pueden comprender mejor los argumentarios que apoyan las posiciones sobre los diferentes temas. Esto permite a los sujetos identificarse más estrechamente con los posicionamientos ideológicos de los partidos sobre los distintos asuntos y contraargumentar a favor de su partido al recibir evidencias que refutan sus posiciones. En cambio, los sujetos con menor nivel educativo, al tener un menor entrenamiento cognitivo, realizan un acercamiento a la política más liviano. Pueden tener una fuerte identificación emocional con un partido, pero al tener una menor sofisticación ideológica, carecen de las herramientas que les permitan enfrascarse en la batalla política.

Por otro lado, Jason Brennan (2018, 92) incide en la relación entre nivel educativo, y consumo de información política. El consumo de información política es mayor entre las personas con estudios universitarios que entre gente de menor nivel académico. La clave reside, como señala Brennan, en que el consumo de información política representa un factor de socialización entre la gente con estudios superiores. Es decir, las personas con estudios superiores se relacionan con gente similar, y un tema de conversación habitual ente la gente con estudios superiores es la actualidad política. Estar al día de la actualidad política es necesario para socializar en ámbitos como el académico. Pensemos también cómo un tema habitual de conversación entre la gente con estudios superiores son las series de las plataformas de streaming. En cambio, entre la gente con baja cualificación académica priman otros temas de conversación, como puede ser el fútbol o los realities. Esta es una tesis que desde la academia se puede interpretar como prejuiciosa o clasista, pero lo realmente clasista y prejuicioso es no ser consciente de esta diferencia de consumo televisivo. Porque es un prejuicio academicista pensar que todo el mundo se interesa por la política o que está al día de la actualidad política.

En realidad, la élite académica e intelectual vive en una burbuja informativa ajena a la realidad de una parte de la población. Para comprobarlo basta acudir a los datos recogidos por Brennan en su libro Contra la democracia relativos al nivel de información política de la ciudadanía. Entre amplias capas de la población el conocimiento de la política es escaso, aunque luego acudan a votar en las elecciones. Por ese motivo, su consumo de información política también es escaso, ya que conversar sobre política no es un factor de socialización en su entorno. Esa gente se interesa más por otro tipo de contenidos que son los que representan un elemento de socialización en su ámbito.

Esta tesis se ve corroborada también por otros datos relativos al consumo de información política online:

Por un lado, podemos citar un interesante trabajo basado en el estudio del historial de búsqueda de usuarios de la red: de los 1,2 millones de historiales de búsqueda analizados, sólo 173.450 (14% del total) leyeron al menos 10 noticias de política, y sólo 50.383 (4% del total) habían leído dos artículos de opinión a lo largo de los tres meses del estudio (Flaxman, Goel y Rao 2016, 301).

Segundo, un reciente estudio del Pew Research Center sobre el consumo de información política en Twitter revela, por un lado, que esta red social es la que más se dedica a la política: 1/3 de los tuits que se publican abordan contenido político. Pero, sobre todo, el estudio arroja que el 70% de los tuits sobre política los publican o retuitean graduados universitarios (Pew Research Center 2022, 16). Es decir, el consumo de información política en Twitter se produce en gran medida entre universitarios. Por el contrario, la gente sin estudios universitarios sigue en Twitter mayoritariamente contenidos no políticos.

En esta misma línea, resulta también curioso que los youtubers o influencers más famosos a nivel mundial no hablan precisamente de política, sino de videojuegos, moda o viajes (Siurana, 2021). Estos datos nos dan una idea de cuánta gente realmente usa internet para informarse de política. Por ese motivo es un error pensar que todo el mundo se interesa por la política.

2.2. El sujeto racional y autoconsciente

Por su parte, la psicología evolucionista explica esa relación entre polarización política y nivel educativo a partir de una hipótesis señalada por autores como Haidt (2019, 122) o Mercier y Sperber (2017, 257): la búsqueda de estatus como origen del razonamiento. Esta es una hipótesis sugerente que pone en cuestión otra idea ampliamente asumida en la academia: la del ser humano como sujeto racional y autoconsciente.

Son muchos los pensadores que han defendido que el ser humano está sometido al influjo de pasiones o impulsos irracionales que invaden y someten inadvertidamente la consciencia individual. Ejemplos paradigmáticos son Maquiavelo, Hume, Spinoza, Nietzsche, Schopenhauer y Freud. Sin embargo, en filosofía ha predominado la idea del ser humano como sujeto racional, asentado en un yo autoconsciente. La facultad de la razón, desarrollada en sus diversas formas, desde el lógos griego hasta la razón cartesiana o la kantiana, será la característica que diferencie cualitativamente al hombre del resto de animales. De ahí que los autores que acentúen la dimensión inconsciente en el hombre frente al yo autoconsciente sean vistos tradicionalmente como “la cara B” de la filosofía. Algunos de ellos son incluso denominados despectivamente como “filósofos de la sospecha”.

Pero será con el desarrollo de las neurociencias en las últimas décadas cuando recobren impulso el inconsciente y las emociones. Así, las teorías del procesamiento dual explican la cognición como fruto de dos procesos, uno intuitivo o inconsciente (sistema 1), y otro cognitivo o consciente (sistema 2). Es más, el problema hoy día es comprender cómo funcionan realmente los procesos cognitivos conocidos como sistema 2, dado el fenómeno de los sesgos cognitivos (Mercier y Sperber 2017, 182). Es precisamente este elemento de los sesgos cognitivos el que hace necesario someter a una terapia académica la idea del yo racional y autoconsciente. Para ello me apoyaré en algunas evidencias presentadas desde la psicología que arrojan resultados inquietantes:

Hasta los años noventa del siglo pasado la psicología consideraba que la razón tiene como función propia mejorar la cognición individual, esto es, permitir al individuo conocer la realidad. En este punto la psicología no se apartaba de la visión aristotélica del hombre como animal con lógos que tiene una tendencia natural al conocimiento de la realidad (Aristóteles, 2000, 980b25). La teoría darwiniana de la evolución no cambiará este enfoque en gran medida, solo que desde entonces la razón es considerada una facultad surgida evolutivamente. Pero su función seguirá siendo la misma: mejorar la cognición individual para favorecer la supervivencia (Mercier y Sperber 2017, 179). Por ese motivo, los sesgos cognitivos serán vistos como deficiencias de la razón al realizar la función que le es propia.

Sin embargo, Haidt, con su propuesta del intuicionismo social y Hugo Mercier y Dan Sperber, con su teoría interaccionista, darán una explicación revolucionaria a los sesgos cognitivos, como el de confirmación, el de razonamiento motivado o el de endogrupo/exogrupo. Para estos autores, estos sesgos no son errores de programación de nuestra mente en su intento de conocer la realidad, sino respuestas desarrolladas evolutivamente para garantizar la supervivencia de los sujetos en el entorno social. Si la razón hubiera surgido para conocer la realidad, estaría sesgada a favor de la búsqueda de contraargumentos, para que así el juicio fuera lo más objetivo posible. Pero sucede lo contrario: el razonamiento está sesgado hacia una evaluación favorable de las evidencias que apoyan el punto de vista del sujeto, frente a las evidencias que hay en contra. Por ese motivo, mantienen estos autores que el razonamiento no surgió para conocer la realidad, sino para mantener la supervivencia dentro de un grupo buscando razones y evaluando las evidencias de un modo favorable al sujeto (Haidt 2019, 139; Mercier y Sperber 2017, 331). Porque evolutivamente tener un juicio objetivo puede resultar desastroso socialmente, tanto para el propio individuo como para su grupo.

Ahora bien, esta relectura de los sesgos cognitivos en clave evolutiva y grupalista socava la idea asumida en filosofía sobre el ser humano como sujeto autoconsciente y racional. Más concretamente, las propuestas de Haidt y Mercier y Sperber, en la línea de otros desarrollos de la psicología evolucionista (Malo 2021, 169), sacan a la luz un rasgo de la naturaleza humana prácticamente ignorado en filosofía: la propensión de los individuos a buscar y mantener un estatus en el grupo. Este elemento lo podemos rastrear en la historia de la filosofía en el deseo de gloria señalado por Hobbes en el Leviatán (Hobbes 2014, 102) y, de una forma especial en Rousseau, cuando, en el Discurso sobre los orígenes y fundamentos de la desigualdad entre los hombres, señala cómo en el estado de naturaleza los individuos monitorizaban el estatus propio y el ajeno en sus primeras celebraciones comunitarias (Rousseau 2000, 283-284). Sin embargo, el paradigma moderno del reconocimiento de la igual dignidad, en sus diversas formas (Taylor, Ricoeur, Honneth) opacará el elemento de la búsqueda de estatus como un impulso presente en la naturaleza humana. No obstante, en sociología sí se atiende a este elemento. Veblen desarrolla magistralmente esta idea en referencia al consumo en Teoría de la clase ociosa. Allí incluso dice que la propensión a la emulación “constituye un rasgo omnipenetrante de la naturaleza humana” (Veblen 1963, 114).

Este elemento del estatus aparece de forma clara en el experimento de conformidad de Asch. En él la percepción de una opinión mayoritaria (aunque falsa) y el miedo a quedar aislados del grupo, llevan a un 36% de los sujetos a manifestar una opinión contraria a su propia percepción de la realidad (Asch 1956, 10). De ahí que, según la interpretación común, estos sujetos subordinen su juicio objetivo al sentimiento de aceptación por parte del grupo (Ross, Bierbrauer y Hoffman 1982, 64).

Sin embargo, a mi parecer el escenario creado por Asch no presenta meramente a un sujeto racional acogotado por una opinión externa que inhibe cualquier oposición. Más bien ese experimento revela que los sujetos tienen una identidad más compleja que la supuesta por gran parte de la tradición filosófica. Los individuos tienen una identidad social y una necesidad de estima y reconocimiento por parte de los demás. El individuo no es meramente un yo racional que conoce la realidad. Es también un ser social que procura mantener un estatus dentro de su grupo. Por eso el individuo evalúa las consecuencias sociales que tendrá su expresión pública. Porque, como defienden Haidt, Mercier y Sperber, el razonamiento evolucionó en una dimensión social como forma de garantizar la supervivencia individual (y el estatus) dentro del grupo. En este sentido, es el estatus social que el sujeto desea mantener el que le lleva a expresar el juicio tribal que garantiza su estatus frente al juicio racional de objetividad fáctica.

Por supuesto, la idea de que el hombre es un ser social que forja su identidad por el reconocimiento de los demás ya está anticipada por Aristóteles o Hegel. Del mismo modo, la dimensión emocional de la razón la encontramos en la razón cordial de Cortina (2007, 161). Pero el matiz que abren Haidt, Mercier y Sperber con la dimensión social del razonamiento y la búsqueda de estatus es importante. Así como la razón cordial reconoce situaciones de injusticia (Cortina 2007, 192), la psicología evolucionista defiende que en el hombre existe un sentido latente que rastrea contextos en los que el propio estatus se ve amenazado y, en esas ocasiones, ese impulso emerge para llevar al sujeto a decir o hacer cosas que mantengan su estatus. Así, el impulso por el estatus arroja una nueva luz sobre fenómenos como la aporofobia (Pérez Zafrilla en prensa). En determinados contextos, la conducta aporófoba viene dada por un rechazo a aquello que pueda incomodar, amenazar o perturbar el estatus de las personas. Por ejemplo, en el caso de la persona que habla a sus amigos sobre su hija médica, pero calla sobre su hijo camarero, se evidencia cómo la persona reconoce un contexto en el que su estatus está siendo monitorizado. Justamente porque la persona sabe que revelar que su hijo es pobre es algo que rebajará su estatus, la persona calla sobre su hijo camarero y sólo habla sobre su hija médica, como forma de mantener el estatus ante sus amistades.

Así pues, esta hipótesis de la búsqueda de estatus de Haidt, Mercier y Sperber como origen del razonamiento representa una terapia académica que pone en cuestión la idea de sujeto racional y autoconsciente, asumida en gran medida por la academia. La terapia académica hace aflorar la búsqueda de estatus como un motor latente de la conducta personal, ya que mantener el estatus era un requisito necesario para mantener la supervivencia en los grupos a lo largo de la evolución.

Ahora bien, ¿y qué relación guarda esta búsqueda de estatus con la conexión entre polarización política y el nivel educativo de los sujetos? Pues que el nivel educativo de los sujetos, en lugar de constituir un elemento indicativo de racionalidad, autonomía individual, objetividad y mesura en el juicio, representa un acelerador de la búsqueda de estatus. Las personas con mayor estatus socioeconómico y de mayor nivel de estudios están más preocupadas por su estatus que las personas con menor nivel socioeconómico. Porque, como señala Henderson (2021), las personas de mayor nivel socioeconómico son las que más tienen que perder con la pérdida de estatus dentro del grupo. Esta situación hace que las personas de mayor nivel educativo, como decía en la sección anterior, empleen sus mayores habilidades cognitivas para encontrar argumentos que refuercen su posición y refuten la del adversario. Esto explica que las personas de mayor nivel académico (y con mayor estatus) evalúen las evidencias de una forma más sesgada que las que tienen menos estudios y un estatus más bajo. Porque un mayor estatus que mantener gracias al mayor nivel educativo hace que las personas se empleen con mayor vehemencia en la defensa de sus posiciones como forma de mantener su estatus en su grupo. En cambio, reconocer que el adversario tiene razón en un punto o admitir un error en el propio planteamiento conllevará el rechazo del propio grupo y, por ende, una pérdida de estatus, como el planteamiento de Haidt, Sperber y Mercier pone de manifiesto. Por todo ello, las personas de mayor nivel de estudios emplean sus habilidades cognitivas para polarizar (esto es, reforzar) su posición, en lugar de para abrirse a la comprensión del otro y admitir los propios errores. Esta es una táctica dirigida a mantener el estatus.

De la terapia académica realizada a estas ideas fuertemente asentadas en la tradición filosófica emerge la búsqueda de estatus como un elemento presente en la naturaleza humana que estaba en gran medida olvidado por las diferentes corrientes filosóficas. Otro aspecto que revela la terapia académica, como se refleja en el experimento de Asch, es que, en ocasiones, en el contexto social surge un conflicto entre la búsqueda de la verdad y el afán de estatus. Este es un conflicto que, por desgracia, se produce también en la academia, y a él dedicaré la última sección.

3. La investigación científica, a terapia

La academia tiene como uno de sus objetivos el conocimiento de la realidad, o, dicho de otro modo, la búsqueda de la verdad. Pero esa búsqueda no se produce de una forma objetiva. Los científicos, en su búsqueda de la verdad, también tienen sesgos. Buena muestra de ello da Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas. Los científicos (y por extensión los académicos) buscan la verdad desde la asunción de un paradigma teórico. Así, cuando surge un paradigma nuevo que pone sobre la mesa objeciones difíciles de rebatir, los científicos, lejos de actuar humildemente y reconocer su error, actúan desde el sesgo de confirmación restando validez a las objeciones presentadas, y desde el sesgo de razonamiento motivado, buscando nuevas teorías que refuten las objeciones y confirmen el propio paradigma ahora cuestionado por otros (Kuhn 2001, 53).

Sin embargo, la ciencia se caracteriza por tres elementos, apuntados por Haidt y Lukianoff, que le permiten emplear los sesgos cognitivos a su favor. El primero es el hecho de que los científicos, mediante la discusión y la falsación de teorías, pueden anularse mutuamente sus sesgos. El segundo elemento es que, para que pueda producirse esa anulación mutua de los sesgos cognitivos en el mundo académico, es condición necesaria que exista un ambiente en el que reine la libertad investigadora y el pluralismo de puntos de vista. El tercer elemento es que, en la ciencia, la búsqueda de la verdad y el estatus, lejos de estar separados, van de la mano. En la ciencia, el estatus lo da precisamente la búsqueda de la verdad: aquella teoría que es contrastada con evidencias y explica mejor la realidad gana en verdad, pero también en estatus, al desplazar a la teoría perdedora (Haidt y Lukianoff 2019, 174).

Por ese motivo, precisamente, el problema surge cuando alguno de estos pilares de la investigación científica falla. Cuando el ecosistema dentro de un ámbito no es plural, sino que prima la homogeneidad de perspectivas, se quiebra también la unión de búsqueda de la verdad y el estatus. En ese contexto, la búsqueda de la verdad se lleva a cabo desde el sesgo compartido de confirmación dentro de una determinada perspectiva, que se refuerza más y más, produciéndose la conocida polarización de grupo de Sunstein (2002, 179). Esta falta de pluralidad no pasa de ser una circunstancia azarosa que merma el progreso de la investigación si en el ámbito académico todos se guían por la búsqueda de la verdad. Si todos los científicos están convencidos de un paradigma, ese paradigma seguirá reforzándose en la academia mientras no surja una idea alternativa.

El problema surge cuando en ese ámbito homogéneo el estatus se asocia precisamente a la defensa del paradigma dominante. Cuando los miembros de un ámbito saben que su estatus depende de defender el paradigma reinante, se produce la quiebra de la relación entre estatus y búsqueda de la verdad. Esto se manifiesta de determinadas formas: se prima la investigación sobre temas que refuerzan el paradigma dominante y se relegan otros temas que puedan llevar a cuestionar el paradigma; sólo se contemplan hipótesis explicativas acordes a los esquemas del paradigma dominante, desechando otras alternativas; se destacan los resultados coincidentes con el paradigma y se oscurecen otros que lo puedan cuestionar; se enmarcan los hechos de un modo acorde a ese paradigma para así lograr su publicación en revistas más prestigiosas, sabedores de que los evaluadores y editores apoyan el paradigma dominante y rechazarán más fácilmente los estudios que rebatan ese paradigma… Todo ello hace que los resultados de las investigaciones realizadas y publicadas refuercen el paradigma dominante (Clark y Winegard 2020, 18).1

El punto clave está en que en todos estos comportamientos late la escisión entre búsqueda de estatus y búsqueda de la verdad. Los académicos, como personas de alto nivel educativo, son conocedores de que, en un ecosistema homogéneo, su estatus como investigadores depende de la defensa del paradigma imperante y que apartarse del mismo les hará caer en desgracia (Malo 2021, 318). El estatus se adquiere defendiendo el paradigma dominante, ya que es el método más fácil para ser citado, y las citas son hoy el valor que marca el estatus en la academia, a un doble nivel: por un lado, porque el hecho de ser citado se considera un factor objetivo de la obtención de estatus. Esta medición del estatus por las citas asimila la academia a las redes sociales con los likes (Siurana 2021, 228). Pero existe una diferencia: de forma paradójica las citas negativas (las críticas) cuentan también como likes. Por otro lado, las citas se emplean para determinar el índice de impacto de las revistas de prestigio, entendiendo que las citas son un criterio objetivo de calidad de esas publicaciones, cuestión esta también discutible (Feenstra y Pallarés-Domínguez 2021). En todo caso, publicar en revistas posicionadas en un cuartil elevado (medido por el número de citas) es el factor principal que se sigue para la asignación de acreditaciones y de sexenios de investigación, siendo la obtención de acreditaciones y sexenios elementos imprescindibles para progresar en la carrera académica y, con ello, para la obtención de estatus dentro de la Universidad. De esta forma, para ser citado y obtener el estatus académico derivado de las citas (acreditaciones, sexenios), el elemento necesario es publicar en revistas de prestigio en las que, evidentemente, será más fácil publicar si se siguen unos parámetros establecidos por ese paradigma hegemónico y que todos los investigadores conocen. Por ese motivo, la academia es un ámbito en el que es fácil que, como en el experimento de Asch, el mantenimiento del estatus se anteponga en ocasiones a la búsqueda de la verdad, corrompiéndose así la institución académica. Porque en el contexto actual anteponer la verdad al estatus tiene consecuencias nefastas. Buena prueba de ello son los casos de linchamientos y cancelaciones a profesores en las universidades, sobre todo americanas (Haidt y Lukianoff 2019, 165). Esta realidad representa una verdad dolorosa que es necesario reconocer y asumir como terapia en el mundo académico.

4. Conclusión:

La terapia académica realizada en las páginas precedentes ha sacado a la luz realidades que contradicen algunas de las ideas más firmes asentadas en la academia. El elemento principal es la búsqueda de estatus como un motor latente del razonamiento y la acción de los sujetos, especialmente entre aquellos de mayor estatus socioeconómico. Este fenómeno explica por qué un mayor nivel educativo se correlaciona con una menor tolerancia ideológica. Pero también permite comprender cómo los sesgos presentes en la cognición humana socavan, al menos en parte, la idea de sujeto racional.

Reconocer y asumir estas realidades en el mundo académico representa una terapia necesaria. Solo así será posible encontrar vías para que las mayores habilidades cognitivas desarrolladas en los sujetos y los valores difundidos en la educación, como la tolerancia, la crítica y la apertura de mente a nuevas perspectivas, ayuden a los sujetos instruidos a ser realmente más tolerantes y humildes.

Referencias

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1 En esta línea, un reciente estudio que analiza artículos de diversas disciplinas muestra que no hay una relación entre artículos más citados y replicabilidad del experimento (Serra-García y Gneezy, 2021). Es decir, los estudios más citados son precisamente los que no se replican. En cambio, los trabajos que se replican apenas son citados. Esto muestra que un sesgo presente en la academia es que se citan aquellos artículos que refuerzan el paradigma, por el hecho de que lo refuerzan, aunque no sean replicables, ya que ello permitirá que al autor del nuevo trabajo se le citará también. En cambio, los artículos que pueden ser replicados, si contradicen el paradigma, son condenados al olvido. Esta situación da lugar a sesgos académicos como el sesgo de publicación o el de citación (publicar o citar sólo estudios que confirman el paradigma), o el de subutilización de evidencias (desechar evidencias que contradicen el paradigma) (Leng y Leng, 2020).