Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 94 (2025), pp. 209-212

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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CARRASCO-CONDE, A.; GARRIDO MIÑAMBRES, G.; SÁNCHEZ MADRID, N. (eds.). (2022). La ironía romántica. Un motor estético de emancipación social. Madrid: Siglo XXI.

El contexto neoliberal en el que vivimos sin duda se caracteriza por la inestabilidad, por la inseguridad, y debido a ello son numerosos los análisis que señalan críticamente que la fractura, la confusión y la liquidez se han convertido en categorías centrales del sentido común de nuestra época. Sin embargo, en su impugnación del poder a la vez férreo y difuso que ejerce el neoliberalismo, la teoría crítica no debería permitirse ceder ante la nostalgia de una realidad sin ambigüedades ni contradicción. Probablemente una de las tareas más complejas y urgentes de las políticas y las teorías democráticas hoy sea la de reivindicar un mundo en que podamos recobrar la estabilidad que debe acompañar a las demandas de igualdad y justicia sin por ello renunciar en nuestros análisis a la paradoja, a la incertidumbre y a la polisemia, evitando a su vez que estas nos inmovilicen o nos deslicen hacia el cinismo. Su original contribución a este cometido es a mi entender una de las claves del volumen colectivo La ironía romántica. Un motor estético de la emancipación social, recientemente publicado por Siglo XXI y coordinado por Ana Carrasco-Conde, Germán Garrido Miñambres y Nuria Sánchez Madrid. Las siete contribuciones que configuran el volumen ofrecen un recorrido por los usos, las ambivalencias, los efectos y las críticas de la ironía romántica, un método dialógico y reflexivo marcado en sus diversas modulaciones por la irreverencia, por el desacuerdo y por su potencia crítica para impugnar el orden existente.

La primera parte, titulada Explorando la ironía en Friedrich Schlegel, nos introduce en este concepto que nace en la obra de uno de los exponentes fundamentales del Círculo de Jena, quien hereda del método socrático un arte irónico cargado desde el principio de controversia. El volumen, rico en lecturas contemporáneas de la estética romántica, se abre oportunamente con el trabajo de Germán Garrido Miñambres, que se ocupa de señalar las dificultades de reapropiarse hoy de las ideas del Romanticismo. El autor propone acercarse al movimiento romántico con la distancia hermenéutica con la que el Romanticismo supo aproximarse al pasado. Según Garrido Miñambres, la ironía en Friedrich Schlegel es una profundización en el proyecto crítico de la Modernidad, indisociable de las demandas ilustradas de autonomía del arte y de reflexividad del sujeto. En un contexto neoliberal en el que se funden el arte y el consumo, resulta difícil considerarnos contemporáneos de un movimiento cultural que justamente afirma un espacio autónomo para la experiencia estética. Aunque la ironía romántica puede ser rescatada por su capacidad reflexiva y autocrítica, es preciso adoptar ciertas precauciones a la hora de incorporar a los análisis de la actualidad las categorías de un mundo que se ha perdido.

El trabajo de Rosa Benéitez Andrés también desmonta el tópico que opone el Romanticismo a la Modernidad, al presentar la ironía romántica como un método de raigambre ilustrada que más bien se enfrenta a la apropiación capitalista de las demandas modernas de libertad y autonomía. La ironía de Schlegel es una herramienta crítica que juega con la producción y la destrucción del sentido sin caer en el nihilismo, pues la búsqueda de una verdad común, de un absoluto, se mantiene como horizonte. Ahora bien, esta búsqueda debe ser compatible con la conciencia de que tal horizonte es por definición inalcanzable. El reto, por tanto, es asumir la contradicción, la fragmentación y el equívoco sin abandonar la búsqueda colectiva de la verdad. La categoría con la que la autora explica este método es el exceso: la multiplicación de los sentidos, la abundancia de las interpretaciones, el desorden del fragmento. Es el exceso lo que permite emparentar la ironía romántica con propuestas revolucionarias como las de Franco Berardi, “Bifo”, y el Comité Invisible, que reivindican un tipo de ruptura y de abundancia incompatibles con el modelo fragmentario de la experiencia neoliberal y con el exceso consumista del mercado. A la fragmentación neoliberal no debe oponerse una indeseable vocación de unidad y transparencia, sino un exceso democrático que permita disparar la imaginación que el neoliberalismo aletarga y aniquila.

La abundancia de los sentidos apuntada por Benéitez Andrés tiene que ver con la centralidad del lenguaje como dispositivo histórico capaz de producir efectos disruptivos en el orden de lo real. Este es el punto de partida del ensayo de Nuria Sánchez Madrid, que extrae todo el potencial crítico de la ironía romántica para inscribir las normas sociales en el terreno contingente de la historia. La ironía de Schlegel emplea el discurso como una herramienta histórica que nos vuelca sobre el otro y revela el carácter humano, temporal, provisional, de las costumbres sociales. Sin obviar las limitaciones que tiene el proyecto de Schlegel desde una óptica actual, Sánchez Madrid ofrece una lectura audaz de la ironía romántica desde los marcos interpretativos de la teoría queer y la teoría foucaultiana del discurso. Cuando en su novela Lucinde Schlegel emplea la ironía para desestabilizar los roles sexuales de la relación erótica, se pone de manifiesto el origen discursivo de la normatividad sexual y social, lo que permite señalar a la vez posibles caminos para su subversión. En Schlegel, este cuestionamiento de las normas sexuales supone una llamada a experimentar las infinitas potencialidades de lo humano, es decir, a escapar de la propia subjetividad (en este caso, de la fijeza de la masculinidad y la feminidad) para entrar en el terreno inestable de la alteridad. Esta vulnerabilidad a la impronta del otro, que en definitiva hace de la ironía un modelo de conversación, es lo que según Sánchez Madrid constituye la principal aportación de Schlegel y lo que lo distancia del proyecto kantiano.

La capacidad de la ironía romántica para desestabilizar nuestra mirada sobre la realidad es asimismo el eje de la contribución de Ana Carrasco-Conde, que abre la segunda parte del volumen (Variaciones románticas de la ironía y recepción contemporánea). La autora se pregunta por el modo en que la ironía romántica puede interpelarnos hoy, y lo hace estudiando la aplicación de la teoría de Schlegel en el teatro de Ludwig Tieck. Si ya hemos dicho que la ironía romántica se define por la fragmentación y la disolución, el teatro de Tieck logra poner en escena este nuevo método filosófico, convirtiendo el espacio escénico en un juego de espejos en el que la realidad y los roles sociales se trastocan y el público se ve dislocado respecto de sí mismo. Es esta la función del falso público de El gato con botas. Al confrontar al espectador con su reflejo, el dramaturgo introduce un desdoblamiento que permite un ejercicio de autocrítica por parte del público y que desvela el carácter ficticio y teatral de lo que se tiene por real. La hazaña irónica de la obra de Tieck consiste en generar este extrañamiento que la autora relaciona con lo siniestro en Freud, pues se trata al fin y al cabo de enfrentarse al descubrimiento de lo extraño, de lo oscuro, dentro de uno. Esta sugerente afinidad entre el Romanticismo y el psicoanálisis contribuye a afianzar una de las ideas más atractivas del volumen: la utilidad del pensamiento romántico para escapar de todo modelo recto y unitario de la subjetividad.

Los dos siguientes trabajos exploran la impronta del Romanticismo en el pensamiento de Marx. En “Un cuento franco-alemán. Heine y Marx en 1843”, Clara Ramas San Miguel nos acerca con una evocadora contextualización histórica a un aspecto desatendido en la recepción de la obra de Marx: sus afinidades con los planteamientos del poeta Heinrich Heine. De su colaboración en los Anales Franco-Alemanes en 1843 se extrae que para ambos autores Alemania era una nación tardía y fantasmal que todavía no había sabido concretar en el plano de la historia su vasta empresa filosófica. Tanto para Marx como para Heine, la revolución teórica de la filosofía alemana debía conducir por fin, como en Francia, a una revolución política. Según Heine, en esta empresa el espíritu romántico no podía constituir un referente ni un impulso, pues el Romanticismo es considerado por el poeta un movimiento conservador, anclado en el pasado. Y, sin embargo, el autor emplea como arma literaria un método irónico heredado de Schlegel, una deuda que Heine no reconoce en sus textos pero que funciona, como en el caso de Marx, como motor de su crítica política. Una lectura del Romanticismo como la que encontramos en Heine es precisamente la que ha contribuido a asentar la idea entre los intérpretes de Marx de que la relación del autor con el arte y la poesía fue solo un efímero rasgo de juventud. Cuestionar este lugar común es el objetivo del capítulo de Alberto Santamaría, que, contra toda ortodoxia, rastrea el vínculo entre estética y política en el conjunto de la obra marxiana, también en El Capital. Clara Ramas y Alberto Santamaría atienden a la influencia que ejerce sobre Marx la crítica de Heine a los aspectos más reaccionarios y nostálgicos del movimiento romántico. Ahora bien, la fuerza revolucionaria de los primeros románticos (la crítica al capitalismo, la fuerza transformadora del arte y de la palabra poética, el uso de la ironía como dispositivo crítico) deja su huella no solo en el discurso marxiano, sino en la concepción que el autor tenía de su propia obra como objeto artístico. Estas dos contribuciones tienen el mérito de repensar, con una rigurosa atención a los textos de Marx, el vínculo entre estética y política, un vínculo a veces incómodo para las visiones rígidas de las izquierdas que todavía hoy se afanan en distinguir entre las demandas legítimas, las de clase, y las demandas “meramente culturales” a las que se reprocha caer en una estetización de la política.

El volumen se cierra con el trabajo de Domingo Hernández Sánchez, que devuelve a nuestro contexto actual las polémicas que se han ido desplegando a lo largo del libro en torno a los usos de la ironía. El autor reconstruye las afinidades entre los discursos críticos con la ironía deteniéndose en tres de sus hitos: la crítica de Hegel a Schlegel en el siglo XIX, la crítica de Ortega y Gómez de la Serna a los rasgos irónicos del arte de vanguardia y las críticas actuales a la vacuidad de la ironía en una época tan confusa como la nuestra. Este análisis en tres tiempos arroja como resultado que, en épocas de crisis, los discursos recelosos de la ironía aparecen para alertar de que no conviene ahondar en desdoblamientos en momentos convulsos, pues la ironía puede fácilmente derivar en una posición elitista que nos desliga de la realidad política y social. El autor se toma en serio estas críticas, pero su balance respecto de los posibles usos del discurso irónico hoy es más matizado: es preciso analizar el contexto de su aplicación, calibrar la oportunidad de su uso, atender a los efectos que el discurso irónico puede generar en cada caso concreto.

Como vemos, el propio volumen está atravesado por debates y polémicas que enriquecen esta investigación con una pluralidad de perspectivas coherente con el tema que nos ocupa, pues la ironía romántica se presenta aquí como una herramienta filosófica que por definición no puede pretenderse uniforme ni totalizante. La ironía romántica es un método dialógico y sociable que no por recurrir a la paradoja y a la equivocidad renuncia a la comunicación. Al contrario, quizá asumir la polisemia sea la condición de la escucha y el punto de partida para buscar colectivamente verdades que solo pueden ser provisionales y precarias. En este volumen es notable la apuesta por una cierta impureza del pensamiento, un rasgo que el movimiento romántico comparte con propuestas democráticas contemporáneas y que tiene la virtud de devolvernos una visión ancha de la filosofía, precisamente porque difumina sus límites. La ironía romántica se reivindica en este libro como un ejercicio filosófico que no cede ante la tentación de unidad, de conclusión ni de cierres absolutos y que afirma la permeabilidad entre la estética y la política. En definitiva, se trata de salvaguardar la ambigüedad y la apertura del arte y de la palabra, es decir, su capacidad para librarnos de peligrosas aspiraciones totalizadoras contra las que hoy resulta especialmente urgente articular discursos emancipadores en los que haya espacio para la duda y para la huella de los otros.

Almudena Pastor García (UCM)