Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 94 (2025), pp. 197-201

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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BARDET, M. (2021). Perder la cara. Buenos Aires: Cactus.

Perder la cara conforma la investigación que Marie Bardet ha llevado adelante en los últimos diez años y en la que vincula de un modo peculiar filosofía con danza contemporánea y prácticas somáticas. Consta de unas palabras preliminares y de cuatro capítulos entre los cuales Bardet intercala apartados que articulan el texto. Cada una de estas partes se titula y se desarrolla de acuerdo con la exploración que la autora hace del lenguaje para dar lugar a una filosofía que no sólo se halla más en sus problemas y preguntas que en sus respuestas y en su historia sino que incorpora «materias extranjeras» (p.10) al ámbito de la filosofía. Así, en las palabras preliminares Bardet explicita desde dónde ha forjado esta investigación, incluyendo prácticas artísticas, activismo queer y feminismo. En directa discusión con las oposiciones dualistas que se fundan en la dicotomía mente-cuerpo aún operante, la propuesta de Bardet para todo su libro tiene dos dimensiones desarrolladas simultáneamente: por un lado, captar la experiencia de prácticas gestuales que desmantelan la hegemonía del mirar y de lo visual en nuestros cuerpos y en nuestras relaciones con y en el mundo. Y, por otro lado, tomar y dar consistencia a varios aspectos de las prácticas somáticas y danzadas.

Antes del capítulo uno nos encontramos con un «Intervalo» titulado «Perder la cara: rajándose». Bardet amplía aquí el espectro de dualismos que se fundamentan en el de mente-cuerpo y de los cuales propone rajarse: activo-pasivo, winner-loser y masculinidad-feminidad hegemónicas. Con respecto al término rajar, indica sus sentidos: abrir y hender pero también, según el uso argentino, fugarse o salir corriendo. Complementa su propuesta tomando a Deleuze y Guattari como referencias e indicando que la «línea de fuga» (p.16) conlleva un desplazamiento: la repercusión o marca que queda sobre aquello que se raja. Desde aquí y subrayando la intención de no hacer del cuerpo un objeto definido y una substancia, la autora invita a trazar un pensamiento a partir de gestos que en la escritura del libro se traducen en verbos en gerundio: pensando, sopesando, tocando, etcétera. Presenta entonces al cuerpo como un nombre sin substancia que emerge a través de esa serie de verbos y busca de esta manera deshacerlo en cuanto sustantivo definido. Explica a su vez que al utilizar el término pe(n)sando intenta hacer una operación que desestabilice la concepción substancialista de cuerpo y se caracterice por habitar problemas.

El capítulo uno se titula «In-materialidades co-extendiéndose». Bardet despliega aquí su crítica al dualismo cartesiano entre mente y cuerpo, notando una persistencia de la oposición y jerarquización del pensamiento puramente intelectual por sobre el cuerpo. Discute lo que subyace a la distinción entre mente y cuerpo, a saber, la concatenación de tres operaciones distintas: diferenciar, oponer como determinar una confrontación punto por punto, y jerarquizar como valorizar elementos desde la comparación. Frente a esto Bardet sugiere atender a la brecha entre las numerosas diferencias y la oposición que define y jerarquiza a una sustancia pensante (inmaterial, inextensa, indivisible) por sobre una sustancia extensa (material, no pensante, divisible). Para ello acude a la correspondencia entre Descartes y Elisabeth de Bohemia, en la cual las preguntas de esta última sobre el contacto entre alma y cuerpo conducen a que aquél reconozca una especie de co-extensión de ambos. El tacto se presenta entonces como un gesto que cuestiona al dualismo pero, además, que incide en la concepción de materialidad y por ende del cuerpo, su sensibilidad y los modos de conocer. Remitiendo también a experiencias interoceptivas, propioceptivas y cenestésicas Bardet señala una corporeidad que desborda las representaciones de un cuerpo como objeto encerrado en la piel entendida, a la vez, como límite claro y distinto. Finaliza el primer capítulo preguntándose cómo la extensión paradojalmente inextensa tuerce la concepción de materialidad. Al respecto retoma El peso de un pensamiento, donde Nancy remite a la etimología pesante del pensar y recuerda el sopesar como una raíz de pensar: en tanto el gesto de sopesar funda el pensar se aleja de una concepción del pensar como inteligibilidad pura de una mente inextensa desvinculada de los pesos de las cosas extensas. Por ello Bardet considera al sopesar como una declinación de la expansión del tocar.

Es en «Interludio. Perder la cara: trazando» donde Bardet pone de relieve el sentido del título del libro desde la discusión específica que lo anima: la crítica al oculocentrismo como modelo hegemónico de la mirada. Este modelo conforma corporeidades en tanto determina las relaciones con el espacio, el movimiento y las demás entidades humanas y no humanas. Asimismo, el oculocentrismo se funda en modos de conocimiento claros y distintos, es decir, en una lógica binaria que opone la nitidez precisa y lo borroso absoluto. Se concibe como el único modelo legitimado que, además, distribuye lo que puede y debe ser visible y pensable. Desde aquí Bardet pregunta qué permiten generar algunas prácticas que se alejan de esa hegemonía visual no tanto para invertir los valores y reivindicar una invisibilidad sino para desarmar dicha lógica binaria. Al respecto, la autora encuentra en el gesto de trazar una clave para abordar esta cuestión.

En el capítulo dos, titulado «Mirando tocando, tocando mirando», Bardet amplía la crítica al oculocentrismo. Indica que se trata de una perspectiva que, basándose en la separación de los distintos sentidos, establece la primacía de la vista por sobre los demás sentidos y, a la vez, determina la hegemonía de cierta manera de ver: focal, frontal y central. La autora propone rajarse de este oculocentrismo no con el fin de anular la visión o invertir los valores sino de instaurar otros modos de mirada a través de la vinculación entre sentidos y especialmente entre el tacto y la vista. Para ello se concentra en experiencias propiciadas por las prácticas somáticas, puntualmente en las de tangibilizar y desfrontalizar los ojos. Bardet vincula el entrenamiento de estas prácticas al desplazamiento —presentado por Isabelle Launay, Laeticia Doat y Marie Glon en Histoires de gestes— que consiste en dejar el término cuerpo y pensar en términos de gesto. Así propone considerar al mirar como gesto, es decir, como salida del dualismo cartesiano desde la alianza entre la vista y los otros sentidos. Según Bardet, siguiendo a Hubert Godard, el lazo entre vista y tacto deviene percepción amodal, es decir, la percepción como entramado de diferentes modos sensoriales. Desde aquí la autora se interesa por relatos que permitan trazar diferentes modalidades menores. Recupera entonces el relato de Steve Paxton respecto de la práctica de improvisación de contacto [Contact Improvisation] y subraya la alianza que allí se trama entre tacto y vista cuando se afirma la experiencia de la piel como superficie visual. El contacto deja entonces de ser exclusivamente el tacto de la piel e involucra el sentido propioceptivo. Así la autora propone volver a pensar una visualidad háptica que genere imágenes ni claras ni distintas sino emergentes, múltiples y cambiantes. Atendiendo a que otra modalidad de visualidad implica otros modos de conocimiento, Bardet pregunta y explora cómo las prácticas somáticas y de danza abonan el terreno conceptual para elaborar una crítica materialista y feminista que dé lugar a las corporalidades y se aleje del adiestramiento disciplinario, de la precarización de la fuerza de trabajo o de estudio universitario y, a la vez, de las lógicas que hacen de los cuerpos y las tierras un objeto extenso y neutro para su apropiación y para el extractivismo.

Hacia la mitad del libro encontramos un «Intermezzo» titulado «Perder la cara: sopesando en los bordes». En esta parte Bardet reconstruye una exploración puntual de los ojos, en la cual cerrarlos no suprime completamente la visión sino que varía la intensidad de luz que llega cuando atraviesa los tejidos de la superficie ocular. Desde aquí propone sopesar los elementos, las «apenas imágenes» (p.117), que entran en relación con el propio campo visual háptico. De este modo el límite emerge como umbral que da lugar a lo apenas visible sin que ello suponga abolir toda frontera y diferencia.

El capítulo tres lleva por título «Entre intensidades y variabilidad: unos apenas gestos». Bardet lo inicia vinculando dos oposiciones somáticas, epistemológicas y políticas: entre mirada y tacto, y entre distancia y proximidad. Estas oposiciones ubican, por un lado, al cuerpo como sustancia extensa y no pensante, al tacto, a la proximidad y a las voces no autorizadas. Por otro lado, al espíritu como sustancia pensante y no extensa, a la mirada, a la distancia y a las voces autorizadas para tomar la palabra. Según este orden occidental, moderno y colonial, los sujetos legitimados a producir conocimiento son los que saben mirar de lejos, pensar de modo claro y distinto. Se naturaliza así que siempre tocamos de cerca y miramos de lejos, algo no necesariamente evidente, pero también que mirar muy de cerca implica el riesgo de ser tocada por el objeto de estudio.

En discusión con esas oposiciones, Bardet plantea que para salir del oculocentrismo es preciso apuntar contra la concepción de tiempo lineal y de espacio como soporte neutro de medición y oposición. Para ello recurre a filosofía de la individuación de Simondon y plantea una espacialidad que concibe al límite como umbral de una relación constituyente. Este límite no determina un interior y un exterior sino más bien el lugar —en sentido topológico— de la relación. El tacto se entiende entonces como relación y la piel como membrana relacional. Sin deshacer toda interioridad y exterioridad, la piel se presenta como sedimentos acumulados de relaciones pasadas y en curso que se dan al mismo tiempo. Bardet identifica exploraciones de esta concepción topológica y recorrido intensivo de la piel en, por caso, la «atención a través del movimiento» del método Feldenkrais (p.144). Tales exploraciones dan lugar a la diferenciación y amplificación del registro sensorial en el sentido de intensificar la variabilidad del movimiento. De este modo se agudiza la diferenciación de las mínimas transformaciones y los «apenas gestos» —título de un film de Fernand Deligny.

A continuación, en «Intersticio. Perder la cara: cayéndose irguiéndose», Bardet se pregunta por la posibilidad del tocar como un con-tacto que no sea necesariamente próximo ni propio. La autora nos invita a pensar una ontología háptica de la materia que se desvincule de las oposiciones extenso-inextenso y cercano-lejano. El modo que propone para salirnos de estas oposiciones es explorando la des-orientación, puntualmente, la pérdida de simetría en la intensificación de relaciones de fuerza como la de sosteniendo-soltando, lo que da lugar a lo paradójico de elevarse cayendo. Es decir, plantea investigar los umbrales ubicados entre los polos opuestos, por caso, las tonalidades entre fuerza y vulnerabilidad. Desde aquí señala críticamente las oposiciones mencionadas y las coordenadas lineales, rectas y homogéneas que se corresponden con la oposición binaria que determina los afectos y subjetivaciones hegemónicas.

El capítulo cuatro, titulado «Perder la cara. Des-orientarse pe(n)sando» analiza el gesto perceptivo visual en cuanto ligado a la postura, es decir, al equilibro como constante tensión-relajación. Según Bardet, nuestras maneras de ver son también modos de des-orientarnos pe(n)sando y así redistribuir de otra forma la verticalidad, la estabilidad y la subjetivación. Para desplegar este planteo se detiene en el descentrar, vuelve sobre la filosofía de la individuación de Simondon y señala que percibir es encontrarse en una relación entre relaciones más que un punto de vista desde una interioridad y sobre una exterioridad presupuestas. Así, esta concepción de percepción sale de las oposiciones tradicionales y genera un descentramiento, es decir, otros diversos modos de des-orientarse —por ejemplo, el estar de pie en prácticas de danza y prácticas somáticas como una oscilación permanente. Si en buena medida el relato exitista del eje vertical constituye los discursos normativos de subjetivación, la pregunta es por las posibles repercusiones que aquí tiene esta eco-somática no dualista. Por otra parte, Bardet se detiene en la práctica de des-articular como ámbito donde se percibe el movimiento y argumenta que en el transcurso de la efectuación del mismo se esbozan otros movimientos potenciales que son percibidos sólo al efectuar el movimiento, de modo que el gesto se comprende como encuentro entre lo que se percibe y lo que se traza. Asimismo, la autora se detiene en el dorsalizar, para lo cual refiere al concepto de «adorsamiento [adossement]» de Godard (p.211). Desde aquí propone sentir y aprender por la espalda notando que lo trasero (metonimia para el culo) pasa también por los costados. No se trataría, señala, de hacer del culo la contra-cara sino de recorrer trayectos que exceden la bidimensionalidad. Además, la experiencia de dorsalizar y de perder la frontalidad oculocentrada ofrece una alternativa al imperativo de transparencia y visibilidad que opera, por caso, a través de las redes sociales. En base a este planteo Bardet propone habitar cierta opacidad, no como renuncia a la visibilidad sino como denuncia de la falsa disyuntiva entre gran exposición transparente y total opacidad.

El libro finaliza, paradójicamente, con una breve «Apertura» que se titula «Perder la cara: escribiendo desde el culo». Bardet relata aquí algunas experiencias propias e imágenes que desbordan el binarismo sexual y las vincula a su interés por el atrás, la espalda, el sur y, en general, las fisuras en el registro oculocentrado moderno. Considerando además referencias a Preciado y a clases de twerk, Bardet procura no tanto hacer una apología del culo como efectuar una operación ecosomática de des-orientación sexual y textual que desarme las oposiciones de la moral subjetiva neoliberal.

Perder la cara concreta, en efecto, la intención de captar y dar consistencia a experiencias en las que se trazan alternativas a la simple comprensión oposicional binaria y al oculocentrismo. Esta concreción no se corresponde cabalmente —ni pretende hacerlo— con el estilo argumental de los textos académicos sino que consiste en una escritura filosófica conmovida por aquellas «materias extranjeras». En este sentido, si el despliegue sugerente del libro se realiza a través de problematizaciones y constantes preguntas pero, además, proponiendo detenimientos en los umbrales entre capítulos, entonces indudablemente su lectura nos convoque también a la formulación de preguntas y a ciertos desplazamientos en el modo de hacerlo.

Ludmila Hlebovich

(Universidad Nacional de La Plata
– Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)