Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 96 (2025), pp. 53-64

ISSN: 1989-4651 (electrónico) http://dx.doi.org/10.6018/daimon.548501

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¡Asume tu destino! Acerca del compromiso
político de Heidegger

Assume your Destiny! On Heidegger’s political commitment

JUAN JOSÉ GARRIDO PERIÑÁN*


Recibido: 17/11/2022. Aceptado: 16/02/2023.

* Profesor Ayudante Doctor en la Universidad de Sevilla, Facultad de Filosofía, adscrito al Departamento de Estética e Historia de la Filosofía (Área: Filosofía). Líneas de investigación: fenomenología existencial, ontología y psicoanálisis. El último trabajo publicado: “On Heidegger and Ortega y Gasset: The Spanish Being and its Tragic Condition of Existence”. Horizon: Studies in Phenomenology 11(2), 2022, pp. 625-640.

Resumen: Esta meditación pretende explorar los motivos filosóficos que espolearon la decisión política de Heidegger. Con el objeto de argumentar y explicitar tales motivos, en primer lugar, se expone un recorrido biográfico del pensador alemán, para, en un segundo lugar, una vez asentada la situación del asunto, determinar este compromiso desde la óptica inaugural de la historicidad como momento álgido de asunción de posibilidades heredadas. El error y la toma de responsabilidad ante la tarea de la recepción de las posibilidades pasadas implica, según Heidegger, las dinámicas de lo histórico, de lo legado. Abdicar, huir o repetir lo pasado es el error ante lo sido.

Palabras clave: Nazismo, historicidad, error, responsabilidad, política.

Abstract: This meditation aims to explore the philosophical motives that spurred Heidegger’s political decision. In order to argue and explain these motives, firstly, a biographical overview of the German thinker is presented, and secondly, once the situation of the matter has been established, this commitment is determined from the inaugural point of view of historicity as the high point of the assumption of inherited possibilities. Error and the taking of responsibility for the task of the reception of past possibilities implies, according to Heidegger, the dynamics of the historical, of the inherited. Abdicating, fleeing or repeating the past is the error in the face of what has been.

Keywords: Nazism, historicity, error, accountability, politics

1. Introducción

Con la realización de esta meditación, a modo de artículo de investigación, no pretendo exculpar la labor política y sinuosa de un pensador, ni sostener hueras apologías que, a larga distancia del filosofar, son más próximas de un prosélito que de un filósofo; en cambio, pretendo explorar, argumentar y sostener un pensamiento, una mera idea, de apariencia tan frágil y simple, que sería imposible que ayudara a la comprensión de por qué Heidegger, desde su vicisitud histórica y biográfica, se adhirió al Nacional-Socialismo, sobre todo cuando, desde hace prácticamente 30 años, tenemos lo que se ha venido a llamar “el caso Heidegger”1, por el que se han escrito y publicado miles de páginas. Y lo que, en primer lugar, cabría decir es algo muy sencillo, lacerantemente obvio: Heidegger se adhirió al partido nazi porque se sintió llamado a intervenir en política, por más complicado que fuera para él, desde las vicisitudes de su tiempo. Este ser llamado por la política no es algo extemporáneo a nuestra época, pues muchos de nuestros políticos de hoy justifican su participación en la res publica al sentirse llamados por la responsabilidad en aras de la propia nación. A este respecto, sin caer en anacronismos, resulta factible afirmar que la experiencia genética heideggeriana, de adhesión política, constituye una experiencia conocida y susceptible de ser vivida por cada uno de nosotros. Cuando Heidegger se adhiere al partido nacionalsocialista,2 el nazismo es un movimiento efervescente, novedoso, germinal, en ebullición, su influencia en la vida pública permitió un desarrollo económico social de Alemania nada despreciable3. Revisar la historia es una tentativa harto difícil, muy frágil, por cuanto siempre se presta fácilmente a la manipulación ideológica, al intercambio del deber-ser por lo que realmente “fue”. Sería importante recalcar, al menos desde el inicio, que cuando Heidegger se une al partido nazi, este partido es considerado la esperanza de Alemania, y no solo en el interior de Alemania4. Como se ha podido comprobar en innumerables ocasiones, dentro de la historia de la vida humana, los acontecimientos que nos circundan siempre parecen aventajados con respecto al modo en que el propio ser humano se apropia de ellos, los estudia y comprende. El nazismo no será un caso insólito, porque no tardará en convertirse en unos de los periodos más cruentos e infames de la historia de la humanidad.

Ahora toca explorar qué sucedió en la vida de Heidegger a fin de explicar su adhesión.

2. ¿De dónde viene Heidegger?

Heidegger nunca fue de izquierdas ni un firme defensor de ideas progresistas; Heidegger no era liberal ni comunista, no habiendo, dentro de su luenga obra, afirmaciones que, de un modo explícito, sirvieran de justificación ideológica a favor de teorías emancipadoras. Esto no implica que, desde el compromiso por pensar la vida humana y el acontecimiento del ser, en el pensamiento de Heidegger un exégeta no pueda extraer proposiciones teóricas que defiendan y sustenten perspectivas progresistas y de emancipación.5 Esta tarea, que no es decadente ni errada, va más allá de Heidegger, quizá porque sus principales ejecutores entiendan rectamente que la labor exegética, muchas veces patológicamente apegada al decir pasado, siempre le ha de faltar la promesa de un poner en juego aquello que quedó impensado por este u otro pensador. Desde luego, si tomamos como ejemplo al propio Heidegger, en sus conocidas tareas interpretativas, por lo demás, a veces muy criticadas, resultará factible afirmar que el exégeta no se puede contentar con replicar a Aristóteles, con un mero incardinarse en la tradición de los estudios aristotélicos. Al filósofo que filosofa no le puede bastar interpretar piadosamente un texto, debe proponer, asumir riegos hermenéuticos y, en último término, dar a luz una tesis, un pensamiento, una idea. Esta es la labor del pensador, pero el pensador no piensa desde un vacío, necesita de lo legado, la tradición que lo arropa, siendo menester, pues, antes bien, conocer esta misma tradición. En este caso, la vida de Heidegger se abre en una pequeña localidad en el centro sur de Alemania. Esta localidad es Meßkirch, enclavada alrededor de un castillo, Schloß,6y por grandes zonas de bosque. Desde el castillo, dos iglesias lo rodean, y en una de ellas trabajaba el padre de Martin, que estaba al cuidado de la iglesia y se encargaba de respetar el toque de esquirlas.

Desde una pobreza bastante notoria, al joven Martin Heidegger, aun en su efervescente inteligencia, se le veían cortados bastantes caminos, su porvenir se antojaba limitado y romo, pues, todavía más en su tiempo, la educación era un bien costoso que cada familia germana debía asumir. Si una familia era pobre, entonces, solo quedaban dos vías: o trabajar en lo que trabajaba tu padre, o ser becado por una institución. A Martin lo beca una institución católica cuyos valores vitales no pueden ser los del progresismo7. Los primeros artículos, publicados en un periódico local8, atraviesan temáticas que se concentran en la defensa de los valores tradicionales, de la tradición como un valor positivo y del conservadurismo como su más virtuosa acción. Pero, como digo, el que piensa de verdad no puede ser absolutamente fiel a la letra, y muy pronto Martin Heidegger, auxiliado todavía en ese rancio conservadurismo, empezó a matizar y a intentar hacer suyas ciertas proposiciones teológicas que, para su entorno, eran vividas como dogmas. El espolear ciertos dogmas lo llevó casi naturalmente a sostener posturas teológicas fundadas en la “teoría decisionista”9. La concepción basada en el poder de la decisión intentaba hacer responsable al ser humano ante la gran tarea de tener que decidir ante las acciones que nos caracterizan y definen, dentro de un horizonte en el que descollaban el bien, el mal, el pecado o la culpa. Decidir, cuando se tienen claros los horizontes en los que gravita nuestra existencia, es una tarea bastante sencilla, ora porque me sostengo en mandamientos y preceptos dados por Dios y mi acción, aun teniendo que luchar con la concupiscencia, siempre encuentra un asidero en la fe, en Dios, ora porque, abdicando ante la tarea de pensar en demasía, hago lo que me dicen que debo hacer, me transfiero al das Man y la decisión es ya siempre anticipada por un pasado. Este no fue el caso de Martin Heidegger, desde muy temprano se vio llamado a explorar los confines de la decisión en la vida humana y a asumir bastantes crisis existenciales de gran calado y repercusión10. Sería preciso imaginar a un inmaduro joven, criado en una localidad angosta y endogámica, luego educado entre sacerdotes, para colegir siquiera someramente la gravedad que suponía basar su fe en el poder de la decisión, sobre todo cuando esta misma fe iba cada vez con más fruición menguando, debilitada por los acontecimientos de la propia vida, como pueden ser la irrupción del deseo sexual, o ciertas lecturas que socavan la autoridad de la institución católica, como es el caso de Lutero11. Cuando la capacidad de decidir queda huérfana con respecto a horizontes concomitantes y vinculantes con respecto a la acción, entonces, la decisión se torna dramática, trágica, al carecer de referentes en los que incardinar tal acción. Creo que es esto lo que entrevieron ciertos autores existencialistas: muerto Dios, se eliminan las restricciones morales, basadas en cierta servidumbre, pero también se cancelan los horizontes que hacían que la acción humana encontrara sentido, perdón, libertad y progreso.

Después de este periodo de juventud prematura, basada en el carácter trágico de la decisión, Heidegger no tuvo más que romper con el catolicismo, renunciar a aquellos que le brindaron una oportunidad de estudio y a los que siempre tuvo que tributar cierta deuda12. Lo que pasó después es de sobra conocido: entró en la Universidad de Friburgo, estudió física y matemáticas, luego cambio éstas por la filosofía y entró en contacto con el catedrático de entonces, alumno de Brentano, Edmund Husserl. En la vida académica, Heidegger iba camino, casi indefectiblemente, de convertirse en un fenomenólogo católico, pero muy pronto, en los años 20/21, ya se dio cuenta de esta imposibilidad. Un fenomenólogo católico era para él un oxímoron, como decir un “hierro de madera”. Su proyecto de fenomenología-hermenéutica, de vida fáctica o de fenomenología de la facticidad, siendo complejo y vasto, puede ser agrupado desde la unidad interpretativa que se basa en la tesis de la necesidad de la decisión. La hermenéutica, en este sentido, venía a jugar un papel imprescindible, ya que lograr su buen hacer conllevaba inexorablemente colocar al Dasein en la correcta situación de partida en la comprensión (de su existencia), que Heidegger denominó con el nombre técnico de “situación hermenéutica” (Heidegger 1988; Garrido-Periñán, 2021, 161-173).

Es menester ahora centrarse en otro dato biográfico: la aceptación del rectorado, hecho que acontece en el año 193313. Esta aceptación, como se sabe, está llena de matices y titubeos en los que Heidegger aparece como alguien no movido, prima facie, por la sed de poder; tampoco, de manera oficial, por entonces, pertenecía al Partido Nazi —a pesar de que ya mostraba cercanía ideológica—, por lo que su elección a Rector fue un trámite casi unánime y sin actitudes beligerantes entre la comunidad académica14. Tal comunidad, ya modelada al gusto del partido nacionalsocialista, de seguro no esperaba encontrar en Heidegger un Rector inquieto y bastante propositivo, espoleado por el compromiso de transformar la Universidad en cuanto centro neurálgico de la vida política, responsable no solo de la formación de ciudadanos, sino de determinar el horizonte primordial que debiera conducir al éxito político. El que pareciera apocado y callado, habitante de gruesos libros esotéricos y de difícil intelección, muy pronto se posicionó como un activista de la vida política, intentando organizar “Campamentos de la ciencia” [Wissenschaftslager], aprovechando el emplazamiento casi bucólico de la pequeña cabaña que su esposa hiciera en Todtnauberg15, o participando en eventos multitudinarios organizados por el partido nazi16. Y es en esta situación en la que la visión política heideggeriana empieza a descollar con respecto a la dogmática del Partido. Las participaciones públicas de Heidegger siempre muestran una preocupación emergente por la situación y el rol que la Universidad debe jugar en la creación del futuro de la nación alemana. Para ello, en calidad de Rector de la Universidad de Friburgo, una de las más importantes de Alemania incluso hoy, Heidegger exigía reformas que, si bien encontraban cierto eco en la ideología nazi, por su carácter estrictamente doctrinario, se veían abocadas a aparecer a la luz pública como estrambóticas ocurrencias de una persona que vive en un mundo irreal. La reforma heidegeriana —sin entrar en profundidad— se podría resumir en la activación de un viejo principio ya realizado otrora por Platón: lograr mediante la educación una metanoia en la vida humana. Lo que Heidegger quería, grosso modo, era transformar el carácter de la juventud alemana mediante el ejercicio de las ciencias, tomadas éstas en un sentido amplio, como aprendizajes holísticos que no solo servían a la enseñanza de saberes teóricos y técnicos, como los que se realizan en las ingenieras, sino también al modo en que el ser humano se comporta en su existir, mediante el forjamiento de caracteres, actitudes y aptitudes. Por eso, entre otras cosas, Heidegger se mostraba conforme al Führerprinzip [principio de caudillaje] o al refuerzo de la cultura alemana como legado principal de la nación [Kampfbung für Deutschland], pero nunca se mostró —al menos desde la documentación hecha pública de su luenga obra— prosélito a ideas que, por entonces tenían mucha fuerza vinculante, como el principio de “Sangre y Suelo” [Blut und Boden], o de “Higiene racial” [Rassehygienische], entre otros17. La consecuencia de esta fricción ideológica será la renuncia de Heidegger al rectorado en febrero de 1934, y el sabotaje, como cuenta De Towarnicki (1999, 32)18 de uno de sus seminarios por exaltados nazis. Cuando en un régimen de alta intensidad autoritaria como el nazi, representado el poder soberano de la nación en la figura particular y personalista de un Führer, la convivencia con otros modos de organización de la vida política, lanzada por otros agentes que no son el Führer, no pueden más que chocar y verse condenados a un cruento enfrentamiento, donde perecerá el agente más débil. Este débil agente será Heidegger, y su reforma estrambótica de la Universidad, cómplice de una ideología nacionalsocialista rebelde, no adecuada a la dogmática promulgada por el Partido, solo existente en su cabeza y en las promesas ahítas de una regeneración de su nación. Hay, por lo demás, documentación bastante fiable que señala la persecución a la que fue sometido Heidegger, una vez abandonado el rectorado, incluso con algún infiltrado y espía entre sus alumnos (De Towarnicki, 1999, 74). Esta persecución, pero ahora del lado del llamado movimiento de “desnazificación”, perduró al serle arrebatada, previo testimonio de su amigo Karl Jaspers, la via docendi. Su inhabilitación, en una Alemania precaria y devastada por la guerra, suponía sin hipérbole una condena a muerte, a muerte de hambre. No fue hasta 1951 la fecha en la que, después de una mediación realizada por Eugen Fink y Max Müller, se le restituyó la potestad de enseñanza, siendo, en consecuencia, habilitado para la función docente universitaria y con derecho a una retribución acorde a su puesto académico, que se desarrolló hasta su jubilación en la Universidad sita en Friburgo.

3. La violencia de la facticidad

Quedó claro que Heidegger, por una decisión todavía indeterminada, se adhirió al Nacional Socialismo, fue Rector durante menos de un año de la Universidad de Friburgo y, luego, conservó su filiación al partido nazi hasta su disolución. Siendo esta la situación contextual más palmaria, pareciera que el veredicto debe coincidir con lo que decía Farías (1987), es decir, que Heidegger siempre fue un furibundo nazi y que su filosofía debe entenderse dentro de las dinámicas de este movimiento. Pero, por más atractivo que resulte condenar a unos de los mayores y más lúcidos filósofos de todos los tiempos como una personal vil e ignominiosa, la verdad de los hechos es mucho más intricada y profunda. Por solo comentar un hecho biográfico que ha servido para que Farías, Faye (2005) o Quesada (2008) orquestaran una empresa de deslegitimación no solo personal sobre el filósofo, sino doctrinal, que afecta integralmente a la plausibilidad de su obra, valga la referencia que muchos de los anti-heideggerianos comparten: Heidegger mantuvo su carné del partido. Si lleva razón De Towarnicki, Heidegger vivió represalias con posterioridad a su renuncia al rectorado, fue investigado por la agencia criminal secreta nazi, con espías travestidos de alumnos. En la correspondencia postal, sobre todo en las últimas publicadas con su hermano Fritz (2018), Heidegger muestra un miedo atroz, una inseguridad marcada por el temor a las represalias que el partido nazi podría ejercer sobre él y su familia. No es fácil presentar una argumentación contraria a las que ejercen los autores antes citados, anti-heideggerianos, a fin de sostener que la decisión de conservar la filiación al partido se hizo en aras de su propia integridad vital, para de este modo evitar daños colaterales que una asociación criminal estaría dispuesta a realizar sin el más mínimo atisbo de duda. Ahora bien, este tipo de argumentación, que por desgracia se columbra con potencia en parte de la exégesis heideggeriana, no servirá de mucho si uno está comprometido con abrir horizontes de preguntas para que aniden en un discurso filosófico y racional en sentido amplio, que abra y desarrolle ideas, pensamientos, conceptos, posiciones existenciales-fenomenológicas que intenten poner en transparencia la propia vida. A uno no puede más que no satisfacerle este tipo de exégesis por burda y banal. Se precisa, pues, determinar qué interpretaciones de cariz filosófico, ajenas al propio testimonio heideggeriano, materializaron el modo en el que se fraguó la decisión política. Por suerte, Heidegger tuvo muchos y lúcidos alumnos, que han sido reconocidos como filósofos importantísimos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, personas que lo conocieron, y que con sus dimes y diretes, se pronunciaron acerca de su compromiso con el nazismo. Las referencias son bastantes amplias, desde la interpretación de Levinas hasta la de Marcuse, pasando por Jonas, Jaspers, Löwith, Patocka, etc. Voy, en cambio, a seleccionar dos interpretaciones realizadas por uno de sus discípulos y por otro que siempre se mantuvo distante, como son correlativamente Herbert Marcuse y Theodor Adorno. Marcuse, pensador comprometido con posiciones progresistas y de izquierda, siempre le demandó al maestro una exculpación, un arrepentimiento. Este arrepentimiento entraba dentro de una lógica de la redención que presuponía un percatarse no de un error, sino de una culpa. ¿Es plausible un arrepentimiento que demanda un perdón si uno no se siente culpable de lo sido?19 Sin duda, como se verá en el siguiente subapartado, Heidegger no pudo aceptar la consigna de la culpa y, en consecuencia, lanzar un perdón, arrepentido, de cara a la opinión pública, hubiera sido reconocerse como culpable, además de solícito de absolución.

Por otro lado, mucho más furibundo, se encuentra Adorno (1964) que determina la tendencia heideggeriana, abierta en Ser y Tiempo, acerca de la propiedad/autenticidad [Eigenlichkeit] dentro de una lógica de la violencia metafísica. Por así decir, la gramática de la autenticidad obliga al existente a asumir valores promovidos por una heroicidad catastrófica, que rebaja la dignidad de la vida a su mínima expresión y que no es más que una fantasía que conllevará destrucción y muerte. Son muchas las razones susceptibles de refutación a una interpretación de este calado, que no tiene en cuenta el encaje metodológico, por fenomenológico, en que se despliegan los existenciarios en Ser y Tiempo, la imposibilidad de anexar la “propiedad/autenticidad” de la existencia con un horizonte valorativo, de ejecución moral, o su derivación en una suerte, siguiendo a Freud, de contentación con una psicología de las masas que se expresaran unilateralmente como culto al líder. Este tipo de interpretaciones, una vez realizada una lectura rigurosa de Ser y Tiempo, deben resultar insostenibles, simplemente por banales. Ahora bien, Adorno sí que acierta, bajo mi visión, en un asunto: Heidegger no soslaya la violencia como un fenómeno raigal en la vida humana. El acto de presentación del ser, el venir a presencia de los entes, se lo tomó como un imperar que, en Ser y Tiempo, encuentra su canalización más propia en términos tales como “estado de arrojado” [Geworffenheit]. “facticidad” [Faktizität], “ser-para-la-muerte” [sein-zum-Tode], “historicidad” [Geschichtlichkeit], etc. Todos estos términos se condensan en el horizonte de producción de efectos que se imponen y someten la voluntad de la vida humana, determinándola, ejerciendo ciertas influencias imposibles de neutralizar mediante decusos racionales o dialógicos. Lo importante, que se tratará a continuación, estribará en la siguiente tentativa: por más que exista la violencia de la facticidad, y ésta sea un existenciario, el Dasein siempre puede hacer algo con lo que es, su sino ontológico radica en ser futurizo, en abrirse como promesa de una posibilidad de existencia. El Dasein es siempre ya apertura, y no sabe amar lo cerrado.

4. Sobre responsabilidad y culpa

En frente nos encontramos con un hombre de carne y hueso, que fue sido: Heidegger. Este hombre actuó, asumió las consecuencias de sus actos no sin dificultad, y un día, el 26 de mayo de 1976, expiró. Y entre tanto hubo un acontecimiento en su existencia, que, como se vio, sirvió para que algunos que se hacen llamar académicos o interpretes denigraran toda la gesta que supuso su pensamiento, todavía hoy no conocido en su integridad. Hay una decisión, esta decisión fue adherirse al partido nazi. Las condiciones genéticas de la decisión, como se ha dicho, no se ejercen bajo la neutralidad de un estado libre de injerencias, sino que como dice Heidegger en el parágrafo 74 de Ser y Tiempo: «La resolución, en la que el Dasein retorna a sí mismo, abre las posibilidades fácticas del existir propio a partir del legado que ese existir asume en cuanto arrojado» (2006, 397).20 De la misma manera que nadie es dueño sobre su nacimiento, tampoco es dueño de la situación histórica y biográfica que pre-determina nuestras decisiones y acciones. La adscripción de Heidegger al nazismo se hizo porque este movimiento político ejercía cierta influencia en su tiempo y Heidegger se vio llamado a participar. Solo podemos desplegar una serie de posibilidades de existencia si y solo si antes ya hay algo así como una herencia, «una entrega de posibilidades recibidas por tradición» [ein Sichüberliefern überkommener Möglichkeiten in sich]. ¿Tendría sentido una conciencia de culpa sobre la imposibilidad de poder elegir el principio genético de la acción? Podría ser, pero no por ello dejaría de ser una culpa patológica, porque se trataría de arrepentirnos de algo de lo que somos, de arrepentirse de vivir solo porque el vivir mismo es finito, mortal, fugaz, histórico. Ahora bien, si la culpabilidad no se cifra en términos de “mejor hubiera sido no afiliarte al partido, Heidegger”, sino que se intenta ubicar en el dominio de las consecuencias que nuestras acciones tienen, el asunto podría cambiar. Heidegger podría haberse sentido culpable, y así expresarlo, en el sentido de sentirse responsable, por haber participado en un movimiento nefasto, ignominioso, que condujo a la muerte atroz a millones de seres humanos. Sin duda, esto nos gusta, la vida humana se deleita, por lo general, en las calamidades, muchas películas y novelas explotan sin límites este eros por la pena. ¿Se ajustaría esta culpa a los principios ontológicos mediante los cuales Heidegger entiende la historicidad del ser, la relevancia de la existencia y la tarea de la filosofía? Sentirse culpable por haber participado en el movimiento nacionalsocialista, solo por los efectos de sus acciones, hubiera ido una acción tan vil como imposible, una falsa postura que no tiene en cuenta, en primer lugar, el carácter de extranjería por el que se presenta las decisiones y deliberaciones en la vida humana. Si ya nunca podemos convertirnos en arquitectos de nuestras acciones, solo cabe elegir desde lo ya sido, ya dicho, ya establecido por otro, como sabe un buen hermeneuta. Sin embargo, sí que hay un sentido de responsabilidad, aunque no de culpa, con respecto a algo que se ha nombrado aun tácitamente.

Cito a Heidegger:

Cuanto más auténticamente se resuelva el Dasein, es decir, cuanto más inequívocamente se comprenda a sí mismo desde su más propia y eminente posibilidad en el adelantarse hasta la muerte, tanto más certera y menos fortuita será la elección y hallazgo de la posibilidad de su existencia (2006, 397).21

Quizá suene demasiado críptico, pero desde luego el texto de 1927 se anticipa a la catástrofe al dejar claro que, en los asuntos éticos, donde nos jugamos la piel a través de nuestras deliberaciones y decisiones, el juego está, por así decir, ya perdido. Como ya dejó claro Aristóteles, es un asunto harto difícil poder anticiparse a fin de tomar una deliberación que conlleve una correcta decisión. Todos aquí lo sabemos: ¿cómo es posible saber qué implica ser un buen padre o madre, o un buen hijo o hija sin serlo, sin ejercer las posibilidades como tales? ¿Y si no es posible saberlo con anticipación, para garantizar y salvaguardarnos del error anticipadamente,22 entonces no siempre ya estamos condenados a equivocarnos para aprender?, ¿de dónde tomo yo la referencia del bien de la acción si no es del otro que, efectivamente, me correspondería con su aprobación indicándome “Fulano, eres un buen hijo”? No es que las decisiones que espolean nuestras acciones se presenten desde el estado de arrojado, que es lo que manifiesta Heidegger cuando indica eso de “adelantarnos hasta la muerte”, sino que, en las acciones, más en las éticas, el otro ya queda anticipado. El otro no es solo un rostro, como pensaba el teólogo Levinas, sino el arché de mi acción, su principio, su abolengo. Si una de las determinaciones en las que aparece el otro son los padres, uno nunca ya elige a sus padres, sino que más bien es emplazado como efecto de deseo de aquellos. Pero si esto fuera así, entonces, solo tendríamos un patetismo de la acción, una impotencia. Como cuando se dice: “yo no soy responsable de nada. Es el destino”. De suerte que Heidegger no pensara así. Hay, en cambio, un aspecto del que somos responsables. Esta responsabilidad radica en lo que Heidegger denomina: “hallazgo de la posibilidad de la existencia” [Finden der Möglichkeit seiner Existenz] y consiste en la abdicación como respuesta a qué hacer con lo sido y abierto como legado, o sea: no hallar en la existencia un ser posible. Ante una posibilidad pasada, yo puedo dejarla estar, repetirla, emularla. Ahí habré ya fracasado, por cuanto no he seré capaz de ocuparme del hallazgo de la (mi) existencia, que consiste justamente en la transformación de la posibilidad pasada en una posible, una promesa, una posibilidad.

En este sentido del que me he ocupado en la meditación, Heidegger se sintió llamado a participar en la vida política, asumió la herencia de tal posibilidad, intentó transformarla, adaptarla, como se vio, sobre todo, en el contexto universitario como sede de la transformación de los jóvenes alemanes, y no lo consiguió. Después de su rectorado, se quedó dando clases, entre Freiburg y Todtnauberg, asistiendo como uno más, aunque con la lucidez del pensador, ante la catástrofe que se avecinaba. Pretender responsabilizarse y culpabilizarse por lo que uno es radica en un absurdo peligroso y de infaustas consecuencias. La responsabilidad estriba en la dejadez de poder convertir el pasado en futuro, en un quehacer que permita que nos merezcamos ganarnos nuestra historia. Heidegger hubiera sido culpable por no actuar y esconderse en la buena conciencia que profesaban muchos. El pensador no puede agachar la mirada ante lo que “es”. El decir del pensador es el esfuerzo por responder a lo que “es”. Uno de estos esfuerzos lo encontramos en el testimonio vital de la participación política ejercida por Heidegger.

Referencias

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1 Con el “caso Heidegger” se nombra a la serie de publicaciones que vieron la luz a finales de los años ochenta del pasado siglo, publicaciones que se aglutinaban, desde una variedad de perspectivas, en la objeción ante la viabilidad filosófica de la participación política de Heidegger y el nazismo. El significante “caso Heidegger” puede compendiar muchas referencias bibliográficas, cito, en consecuencia, solo una selección: Derrida (1987), Farías (1998), Lyotard (1988) y Wollin (1993).

2 Ver nota 13.

3 El 2 de enero de 1939 la Revista Times dijo de Hitler que era “el dirigente del año”, estrecho colaborador del magnate Henry Ford. Se puede ver en: http://content.time.com/time/magazine/article/0,9171,760539,00.html

[Consultado el día 9 de noviembre de 2022].

4 Así lo dice Safranski (2003, 274) en la conocida biografía intelectual dedicada a Heidegger.

5 Por solo citar una referencia actual del asunto, ver el número especial coordinado por Hercritia dentro de la Revista Pensamiento al margen (2020), intitulado “Heidegger revolucionario crítica al capitalismo, arte y políticas del ser”. De acceso libre en:

https://pensamientoalmargen.com//especial_Heidegger/PaM_HEIDEGGER_REVOLUCIONARIO.pdf

[Consultado el 9 de noviembre de 2022].

6 Aquí su referencia en la web: https://www.schloss-messkirch.de/willkommen [Consultado el 26 de diciembre de 2021]. Decir, además, que ahí se encuentra el Martin Heidegger Archiv y Martin Heidegger Musseum, dirigido por el Dr. Alfred Denker. Existe una delegación de este Archivo en la Universidad de Sevilla, codirigido por el Dr. Alfred Denker y el Prof. José Ordóñez.

7 He investigado los contornos de esta cultura conservadora y anti-progresista que determina parte del pensamiento del joven Heidegger en: Garrido-Periñán, 2017, 533-556.

8 Estos artículos lo encontramos en el diario Heuberger Volksblatt (Heidegger 1911, 1912 y 1913). Muy recomendable, para hacerse una idea general, el estudio de Alfred Denker (2001, 25-28).

9 Acerca del decisionismo teológico que influyó en Heidegger, la obra de Friedrich Gogarten. Su tesis principal podría compendiarse en este lema: “Haz lo que quieras, pero decide por ti mismo y no permitas que nadie te sustraiga ni la decisión ni la responsabilidad concomitante”. Para aclarar este vínculo con la teoría decisionista de Gogarten, recomiendo el artículo de Luis Tamayo (2015, 125-153).

10 Estas crisis están perfectamente documentadas tanto en lengua germana como española. En el ámbito iberoamericano resulta indispensable el libro de Ángel Xolocotzi y Luis Tamayo (2012).

11 Heidegger leyó a Lutero bastante joven, antes de entrar en contacto con Bultmann en Marburgo, en la época en la que fue Profesor Extraordinario en la Universidad de esa bella ciudad. Recomiendo la lectura de Ginzo-Fernández (2009, 7-47).

12 Heidegger siempre fue cercano a círculos religiosos. Véase sus retiradas al Monasterio de Beuron, muy cerca de Meßkirch. Todas las referencias biográficas en torno a Heidegger se las debo al testimonio ofrecido por Alfred Denker.

13 En concreto, el 21 de abril de 1933. Recomiendo la lectura de Xolocotzi (2013), si se quiere leer una crónica minuciosa de los acontecimientos de la vida de Heidegger en ese periodo biográfico. Este eximio cargo académico lo ocupó Heidegger oficialmente hasta el 27 de abril de 1934, aunque dos meses antes ya había entregado a la autoridad competente su renuncia.

14 Eso no implica que la situación universitaria fuera calma, poco antes ya se habían expulsados a 13 profesores por ser judíos.

15 Comparto con el lector una anécdota vital que ocurrió estando a las puertas de la cabaña en Todtnauberg. Como suele ser común, para acceder al recinto, que apenas está cercado por un débil cable, se hace menester la compañía del sobrino, hijo de Hermann, Arnulf Heidegger, actualmente responsable de la publicación de la Gesamtausgabe. En un momento, antes de entrar en la cabaña, le dije: “La cabaña de Heidegger” y él me contestó: “No, la cabaña de Elfride, mi abuela”. Entonces me explicó cómo se había construido la humilde cabaña del pensador.

16 Recuérdese el discurso donde analizó la esencia de la Universidad, el llamado “La autoafirmación de la Universidad alemana” (Heidegger, 2009).

17 Esta última cuestión acerca de la raza es de difícil abordaje, porque, en los últimos años, después de la publicación de los ominosos “Cuadernos Negros”, al parecer, Heidegger hace unas referencias, aunque escuetas en comparación con los miles de páginas publicadas, denigrantes y difamatorias de los judíos (Heidegger, 2014a, 96 y 2014b, 82). Siendo esto cierto, y considerando la infamia de estas opiniones volcadas por Heidegger en sus cuadernos, ello no implica que el recelo heideggeriano a los judíos se deba explicar indefectiblemente por su carácter racial, si por raza se entiende un concepto biológico —como sí hicieron los nazis en su programa político. Como se echa de ver en los llamados “Cuadernos Negros”, Heidegger entiende por “raza” [Rasse] algo que trasciende su origen sanguíneo y genético, y que se engloba como aquello que se agrupa en una cualidad o aptitud, lo que tiene casta [Rassige]. En consecuencia, una raza, en un sentido fundamental, no se estructura en el origen sanguíneo de un grupo humano, o animal, sino en una manera de vivir por las que salen a luz una panoplia de caracteres, comportamientos y actitudes frente a la existencia (Heidegger, 1998, 65). En definitiva, aun considerando erradas las afirmaciones de Heidegger en su descripción banal acerca de los judíos, en tanto que éstos son un pueblo desarraigado, ello no implica que el filósofo alemán compartiera los preceptos raciales alentados desde el Partido Nazi.

18 Estos testimonios se encuentran en la obra referenciada, que constituye un diálogo con un ex-amigo de Heidegger, Jean Beaufret.

19 Por ejemplo, para Freud (1992a y 1992b), en: “Más allá del principio de placer” y en el “Malestar en la cultura”, muestra como la experiencia de culpa, pieza clave para el fomento de la civilización, no adviene por una conciencia de transgresión de lo prohibido, sino por no hacer lo que se desea. En este sentido, si el deseo es algo que nos define y vertebra, ¿acaso es viable ser culpable de lo que somos?

20 Seguiré, en lo general, la excelente traducción realizada por el chileno Rivera. Acompañaré la traducción con el original alemán (1967, 382) y, cuando sea menester, si es que hubiere alguna modificación de mi parte sobre lo traducido por Rivera, se hará mención de ello.

Die Entschlossenheit, in der das Dasein auf sich selbst zurückkommt, erschließt die jeweiligen faktischen Möglichkeiten eigentlichen Existierens aus dem Erbe, das sie als geworfene übernimmt.

21 (1967, 384): Je eigentlicher sich das Dasein entschließt, das heißt unzweideutig aus seiner eigensten, ausgezeichneten Möglichkeit im Vorlaufen in den Tod sich versteht, um so eindeutiger und unzufälliger ist das wählende Finden der Möglichkeit seiner Existenz.

22 Simplemente indico que esta es la intención cartesiana: construir un método para que podamos anticipar el error, y no errar nunca.