Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 92 (2024), pp. 205-207

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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GARCÍA MARQUÉS, A. (2019). Pensando el sujeto: Aristóteles y Quine. Madrid: Dykinson, 262 pp.

En esta obra, el catedrático Alfonso García Marqués elabora una teoría del sujeto partiendo de una peculiar lectura de la metafísica aristotélica en diálogo con las críticas del filósofo norteamericano Willard van Orman Quine al sujeto. Como él mismo señala al comienzo del libro (pp. 22-23), la cuestión del sujeto, es decir, de cuáles son las unidades del mundo de las que hablamos y predicamos, ha sido ampliamente estudiada a lo largo de la historia de la filosofía y aún hoy en día posee gran actualidad. Basta con pensar en los debates éticos sobre a qué sujetos debemos conceder derechos o en quien reside la soberanía (el gobernante, el pueblo, la mayoría de los ciudadanos…). Sin embargo, la perspectiva de este libro no es ética ni política, sino metafísica.

Bajo la concepción de García Marqués, la metafísica no se entiende como una pura ontología ni como una mera teoría del conocimiento. En efecto, tan imposible resulta una investigación sobre la realidad que prescinda de nuestro modo de conocerla (o, dicho en términos kantianos, del alcance y límites de nuestras facultades cognitivas) como una indagación sobre nuestro conocimiento al margen de la realidad. Por el contrario, la metafísica que subyace a esta obra es una propuesta que combina ambos aspectos: es una investigación acerca de lo que hay (ontología) y acerca de cómo pensamos y conocemos lo que hay (gnoseología). Esta tesis se basa en su peculiar lectura de la metafísica aristotélica, pues en los estudios aristotélicos sobre el ente, lo uno, o la propia sustancia (el principal tema de este libro) se dan ambos aspectos. Como él mismo lo expresa, estos dos aspectos “no son, en rigor, dos partes de la misma ciencia, sino dos aspectos de ella inseparablemente unidos” (p. 36). En este sentido, el libro es enriquecido con múltiples discusiones filológicas sobre el significado de los términos aristotélicos (“οὐσία” o “τὸ τί ἦν εἶναι”) o con los más prestigiosos intérpretes de Aristóteles (como Enrico Berti, Giovanni Reale y Fernando Inciarte).

Sin embargo, conviene aclarar que García Marqués no se limita a repetir doctrinas aristotélicas de sobra conocidas. Por el contrario, su libro realiza una relectura de la filosofía aristotélica para intentar resolver cuestiones de máxima importancia en nuestra época (como es la del sujeto). De hecho, al comienzo del libro su propio autor señala que la filosofía aristotélica ha sido malentendida en muchos aspectos, como la tesis de que la sustancia aristotélica es el sýnolon (p. 20) o la escasa atención que se ha prestado al principio de contradicción y a su importancia en la metafísica aristotélica (p. 26).

Junto a Aristóteles, García Marqués expone las teorías metafísicas del sujeto más extendidas dentro de la filosofía analítica. Principalmente se centra en los planteamientos de Quine, pues siguiendo a algunos intérpretes suyos como Josep Blasco (pp. 16-19), concibe a su filosofía como un intento de elaborar una “filosofía primera” a través de la lógica fregeana y de la filosofía del lenguaje contemporánea. En este sentido, aunque sus planteamientos nieguen cualquier clase de conocimiento conceptual o eidético, e incluso rechace cualquier forma de esencialismo, sus tesis desembocan en una ontología fenomenista. O como se la denomina en este libro, procesual (pp. 214-219). Junto a Quine, García Marqués enriquece el libro con múltiples aportaciones de otros filósofos analíticos que han indagado esta cuestión, como Gottlob Frege, Peter Strawson, Anthony Quinton, Saul Kripke o Peter Geach. La cuestión reside en si (frente a la propuesta aristotélica) estos planteamientos representan una alternativa más lógica y coherente con nuestro modo de hablar y conocer.

Bajo este enfoque, el capítulo 1 está dedicado a exponer los supuestos lógicos y semánticos de Aristóteles y la filosofía analítica. García Marqués comienza exponiendo la cuestión de los principios (p. 31), la importancia del principio de contradicción para la metafísica aristotélica (pp. 36-45) y para la cuestión del sujeto (pp. 88-89) y la distinción entre “identidad” (praedicare unum) y “predicación” (praedicare de uno). Esta exposición se va enriqueciendo con una distinción de los distintos planos en los que se da la predicación (semántico, gramatical, lógico…) y un diálogo entre la teoría clásica aristotélica y la teoría fregeana (pp. 54-58). Junto a estas distinciones, se presentan el conductismo semántico de Quine (pp. 67-78) y su concepción puramente extensional de la lógica (pp. 89-99). El objetivo de este primer capítulo es presentar los supuestos lógicos y semánticos de ambos autores de cara a la investigación posterior. En él ya se desarrollan las consecuencias que tiene la defensa aristotélica del principio de contradicción para la teoría del significado y para su concepción del sujeto o οὐσία (pp. 107-114) y las dificultades a las que conducen el conductismo semántico o la propia concepción extensional de la lógica (pp. 102-107).

Los dos siguientes capítulos se dividen atendiendo a su concepción de la metafísica como un saber gnoseológico y ontológico. En el segundo capítulo se lleva a cabo lo que Aristóteles denomina λογικῶς σκοπεῖν, es decir, una indagación sobre “las características conceptuales de la ousia” (p. 116). No se trata de indagar qué es la οὐσία in re, sino cómo conocemos la οὐσία y qué características debe tener. Una vez resuelta esta cuestión, en el tercer capítulo el autor realizará la investigación in re (φυσικῶς σκοπεῖν), es decir, indagará qué realidades del mundo responden a dicho concepto.

En esta línea, el segundo capítulo se centra en la discusión contemporánea sobre la esencia, tanto en las críticas de Quine a esta tesis (basadas en sus presupuestos lógico-semánticos y en su crítica a la lógica modal) como en el concepto aristotélico de esencia. En este sentido, García Marqués recoge no solo la discusión contemporánea de ámbito analítico sobre el “esencialismo aristotélico”, sino también las aportaciones de varios especialistas (Jaime Nubiola, Alejandro Llano, Fernando Inciarte…) que han establecido que, en realidad, esta postura no se corresponde con los planteamientos del estagirita (pp. 119-120).

Por último, en el tercer capítulo se lleva a cabo la φυσικῶς σκοπεῖν, es decir, la indagación sobre qué partes de la realidad pueden ser consideradas como “sujetos” (u “objetos” en la filosofía analítica). García Marqués comienza con los tres posibles candidatos a la οὐσία real según Aristóteles: la materia, la forma o el compuesto de ambas (p. 178). A su vez, a lo largo del capítulo se va dilucidando cuál de estas posturas es la más cercana a la caracterización conceptual ofrecida en el capítulo anterior junto con un diálogo con algunas teorías empiristas contemporáneas (principalmente la de Anthony Quinton). En lo que respecta a Quine, se expone su crítica del sujeto a través de varias tesis suyas (el compromiso ontológico, la inescrutabilidad de la referencia y la indeterminación de la traducción) y se reconstruye su propuesta de un sujeto real. Como en los anteriores, este capítulo va clarificando los conceptos de ambos autores y exponiendo de un modo claro y riguroso las dificultades que van surgiendo a ambos.

Por todo lo expuesto, no cabe duda de que la obra de García Marqués es una de las mayores contribuciones al campo de la metafísica que hemos tenido en los últimos años. Su modo sistemático y riguroso de abordar las cuestiones atendiendo a la claridad conceptual y al rigor histórico muestran una gran erudición y un gran conocimiento de la cuestión que va desarrollando a lo largo de la obra. Conceptualmente, usa los términos con mucha precisión y acompaña las reflexiones de profundos análisis filológicos que permiten comprender mejor las tesis de los diversos autores que va tratando (Aristóteles, Quine y los demás que va mencionando). Históricamente, aborda la cuestión atendiendo a su estado actual por parte de la filosofía analítica, pero al mismo tiempo trae al presente a un filósofo que, como va mostrando a lo largo de su obra, tiene mucho que aportar aun en la actualidad.

En consecuencia, se debe reconocer al autor el mérito de haber expuesto su pensamiento según una clara y orgánica estructura que permite al lector seguir el hilo de la argumentación con claridad y orden. No se trata de un libro donde prime una retórica confusa, sino que se mantiene fiel a una concepción de la filosofía como un saber riguroso. Prueba de ello es su propia lectura de los textos aristotélicos, pues no se limita a repetir confusamente términos aristotélicos, sino que se esfuerza por exponerlos con un lenguaje lo más preciso y claro posible y más cercano a la sensibilidad contemporánea. Por tanto, la cuestión no reside en simplemente recuperar a un autor que pudiera parecer desfasado, sino en realizar una reconstrucción de sus propuestas atendiendo no al peso de la tradición o la autoridad, sino a la coherencia lógica del mismo. Como él mismo dice: “La investigación sobre un autor alejado de nosotros en el tiempo no siempre es filología o arqueología. […] ¿Por qué no escuchar las razones de los que nos han precedido en las búsquedas de respuestas, al menos con la misma atención con que oímos a nuestros contemporáneos?” (p. 245).

Francisco Haro Almansa

(Universidad de Málaga)