Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 87 (2022)

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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DODDS, Klaus (2021). Border Wars. The conflicts that will define our future. Londres: Ebury Press, 275 pp.

 

 

Border Wars es el último libro de Klaus Dodds, profesor de geopolítica en la Universidad de Londres y miembro distinguido de la Academia de Ciencias Sociales de Reino Unido. Célebre por su Geopolitics. A Very Short Introduction (2007), de cuya tercera edición recientemente se ha publicado una traducción al español (Barcelona: Antoni Bosch, 2021), ha elaborado esta vez una extensa y rigurosa guía sobre los conflictos geopolíticos a los que nos tendremos que enfrentar en un futuro no muy lejano.

Dodds vaticina un mundo de insólitas guerras fronterizas. A las disputas territoriales existentes por la demarcación de las fronteras estatales se sumarán los enfrentamientos por el control de los nuevos espacios que están surgiendo como consecuencia de los estragos medioambientales del cambio climático y de las oportunidades de explotación que brinda el desarrollo tecnológico. Los próximos conflictos geopolíticos no se librarán únicamente en las fronteras terrestres, sino que estallarán en lugares remotos azotados por el calentamiento global y ricos en recursos estratégicos, como el Ártico, la Antártida, el fondo marino o incluso el espacio exterior.

A caballo entre el tratado académico y el texto divulgativo, Border Wars es algo así como un manual de geografía política para comprender la naturaleza histórica y político-económica de las guerras fronterizas que vendrán. La obra consta de una introducción y nueve capítulos, así como de un último apartado de lectura adicional. Mientras que el primer capítulo, “Border Matters” (La frontera importa), justifica la relevancia de las fronteras en el mundo actual, los ocho restantes exploran las transformaciones físicas y el tipo de controversias que suscitarán en los próximos años.

Dodds parte de la premisa de que las fronteras son un proceso en continuo cambio. Como estudioso de la teoría crítica de la Geopolítica, asume que no son verdades naturales e inalterables, sino constructos artificiales estrechamente ligados a la historia del Estado nación. Asimismo, defiende que las fronteras no son simples líneas territoriales, sino que cumplen objetivos políticos, económicos y geoestratégicos. Constituyen el símbolo por excelencia de la soberanía nacional y se han convertido en el principal escenario de lo político. Como resultado de este creciente protagonismo, existe toda una industria económica en torno a su fortificación. Además, desde un punto de vista geopolítico, determinan el acceso de un país a la explotación de recursos fundamentales. Por todas estas razones, el estudio de las fronteras se revela fundamental para interpretar los conflictos del futuro.

Según el autor británico, estos serán de tres tipos: 1) disputas por el desplazamiento que vivirán algunas fronteras como consecuencia de cambios físicos en el paisaje; 2) contenciosos territoriales ya existentes; y 3) enfrentamientos por la evolución y sofisticación de las fronteras que permite la innovación tecnológica.

La primera clase de conflicto se desarrollará, sobre todo, en aquellas fronteras que se encuentran en lugares de gran altitud, ya que están más expuestos a las consecuencias del cambio climático. Este provoca alteraciones en el paisaje, como desprendimientos de tierra, derretimiento de glaciares o pérdida de capas de nieve antaño permanentes, que pueden afectar directamente a las referencias geográficas/topográficas de una demarcación fronteriza. Como Dodds explica en el segundo capítulo, “Moving Borders” (Fronteras movedizas), los cambios geográficos ocasionados por el calentamiento global pueden hacer que las fronteras terrestres se desplacen, con el problemático desenlace de que un país ganaría territorio a expensas del que lo perdería. En puntos calientes del planeta, como la frontera indo-pakistaní, este desplazamiento sólo aumentaría las probabilidades de choque armado.

Otras fronteras afectadas por los desastres del cambio climático serán las marinas. Como se desarrolla en el tercer capítulo, “Watery Borders” (Fronteras acuáticas), no sólo aparecerán espacios nuevos por el deshielo de los polos, como está sucediendo en el Océano Ártico, sino que el curso de ríos, acuíferos y lagos que hacen las veces de frontera cambiará, alterando consigo el acceso de comunidades enteras a recursos hídricos. El problema en este caso no es tanto que la frontera se desplace, sino que el marco legal vigente para regular las fronteras fluviales está construido sobre características geológicas inherentemente dinámicas, de tal forma que cuando la geografía cambia, las normas dejan de ser válidas.

Por ejemplo, el criterio para determinar la soberanía sobre un río navegable entre dos o más Estados es tomar como referencia la línea de vaguada, es decir, la parte más profunda del canal del río. Sin embargo, esta línea varía conforme la forma y el curso de la corriente van cambiando. Aunque este tipo de conflictos ya existen en la actualidad, la probabilidad de que se agraven en unos años aumentará exponencialmente con el impacto del cambio climático sobre las fronteras marinas.

A las disputas por las fronteras que se desplazarán y transformarán hay que añadir los enfrentamientos por las que desaparecerán. Como se detalla en el cuarto capítulo, “Vanishing Borders” (Fronteras que se desvanecen), en un mundo sometido a crecientes niveles de calor y humedad, así como al progresivo aumento del nivel del mar, habrá países que directamente desaparecerán. Es el caso de Kiribati, Tuvalu y las islas Maldivas. El desvanecimiento de sus fronteras planteará importantes desafíos, pues, como afirma Dodds: “durante siglos, hemos desarrollado procedimientos, costumbres y normas para un mundo físico con costas, sistemas fluviales e islas identificables” (p. 94). Desde el punto de vista geopolítico, se desatará una lucha por el control de sus mares territoriales y plataformas continentales, mientras que, desde la perspectiva legal, se tendrá que avanzar en la definición de nuevas categorías, como la de refugiado climático, y desarrollar mecanismos para proteger a las comunidades que se quedarán sin patria.

Por otro lado, Dodds dedica parte de su obra a explorar las disputas territoriales existentes en la actualidad, pues también sirven para entender la naturaleza de los conflictos venideros en la medida en que “revelan las grietas y lagunas de la política internacional” (p. 120). Así, el profesor británico dedica el capítulo cinco, “No Man’s Land” (Tierra de nadie), a los territorios de nadie, tanto a los naturales como a los creados por los Estados.

El primer caso se refiere a lugares como la Antártida —a la que últimamente el autor ha dedicado varios artículos—, las aguas internacionales o el fondo marino, donde los países no pueden reclamar derechos de soberanía por tratarse de bienes globales comunes a toda la humanidad. A pesar de ello, los Estados tratan de expandirse territorialmente para controlar los recursos estratégicos que albergan tales sitios. Esto tensiona los tratados existentes, que promueven una gobernanza multilateral y respetuosa con los sistemas naturales que acogen dichos espacios.

El segundo tipo de territorios de nadie problemáticos son aquellos diseñados deliberadamente por los países para eludir el derecho migratorio (y su propio derecho, véase Guantánamo). Suelen crearse en ciudades fronterizas donde el Estado se repliega o se niega a invertir los recursos necesarios para gestionar los volúmenes de personas migrantes que llegan a ellas. Esto ocurre, por ejemplo, en la ciudad tejana de Uvalde, donde las personas migrantes son abandonadas a su suerte en aparcamientos de vehículos cuando los centros de acogida están llenos.

El capítulo seis, “Unrecognised Borders” (Fronteras no reconocidas), por su parte, aborda los contenciosos territoriales existentes por la delimitación y el reconocimiento de fronteras. En este apartado Dodds examina algunos escenarios fronterizos que se antojan en sempiterna disputa, como los de Taiwán, Palestina y el Sahara Occidental. En los tres casos existe un problema de reconocimiento internacional, pues las potencias que reclaman estos territorios presionan al resto de Estados para que no los acepten como tal. En la comunidad internacional, el no reconocimiento de un país legitima la ocupación permanente del mismo por otro, contraviniendo flagrantemente el derecho de descolonización. En este contexto, la guerra fronteriza resulta prácticamente ineludible, pues el conflicto gira en torno a la propia frontera como límite que define y determina la legitimidad de las soberanías, las comunidades políticas y los imaginarios geográficos enfrentados.

Pasado el ecuador del libro, Dodds abandona el estudio de las fronteras terrestres y marítimas para ocuparse del de las digitales. A los conflictos que vendrán por las transformaciones físicas de las fronteras y a las disputas territoriales existentes, hay que sumar los enfrentamientos por el nuevo tipo de fronteras que permitirá el desarrollo tecnológico. La primera de ellas es la frontera inteligente, que da nombre al séptimo capítulo, “Smart Borders” (Fronteras inteligentes). Recibe esta denominación porque utiliza las tecnologías de la información y la comunicación para facilitar, ampliar e intensificar los controles fronterizos, y se encuentra, sobre todo, en los aeropuertos, puertos y puntos de cruce fronterizo autorizados.

La frontera inteligente se diseñó inicialmente para que no volviese a ocurrir un suceso como los atentados terroristas del 11S, pero con la securitización de la política internacional —y, especialmente, de la migratoria— que siguió a este acontecimiento, se ha convertido en un instrumento para vigilar, controlar y filtrar todos los bienes e individuos que cruzan las fronteras. En este sentido, la frontera digital es mucho más amplia que la terrestre o la marítima, pues, como afirma Dodds, “puede seguir un objeto o persona de interés a muchos kilómetros de distancia de cualquier línea formal” (p. 176). Este tipo de frontera no sólo comporta problemas de privacidad, sino también de ciberseguridad. Según nuestro autor, los conflictos del futuro implicarán el jaqueo de las fronteras inteligentes.

La otra clase de frontera que facilitará la innovación tecnológica no se encuentra en la Tierra, sino en el espacio exterior. Haciendo gala de sus vastos conocimientos de la geopolítica de lugares remotos, Dodds dedica el octavo capítulo, “Out of This World” (Fuera de este mundo), al espacio ultraterrestre, uno de los campos menos explorados por las Relaciones Internacionales y la Geografía Política.

En los últimos años, la actividad espacial se ha convertido en un lugar clave para el desarrollo de la vida y la seguridad en la Tierra, de manera que cada vez más actores, tanto estatales como no estatales, competirán por controlarlo. Prueba de ello es la carrera entre Estados Unidos y China por colonizar la Luna y explotar sus recursos, así como la securitización de la órbita terrestre baja. Algunos Estados incluso ya han desarrollado armas espaciales y electrónicas para atacar satélites enemigos y dejarlos inutilizados. Así pues, buena parte de los conflictos venideros estallarán por el control de las órbitas, los minerales y los territorios que brinda el espacio exterior, a pesar de que el Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967 prohíbe expresamente su apropiación por parte de cualquier Estado.

La mención a este acuerdo revela otra futura fuente de discordia en el espacio exterior. Si bien se ha vuelto un medio crecientemente competitivo, congestionado y contestado, el verdadero problema es que el marco legal vigente para regular los asuntos espaciales está desfasado. El mencionado Tratado no contempla, por ejemplo, la participación de actores no estatales, el desarrollo de actividades como la minería lunar o el despliegue de armas espaciales (más allá de las nucleares), entre otros. Los próximos conflictos, por lo tanto, se librarán en torno al modelo de gobernanza del espacio exterior: competición y explotación vs. no apropiación y uso pacífico y compartido del espacio.

Finalmente, Dodds remata su obra con un capítulo dedicado a la frontera en tiempos de coronavirus. En “Viral Borders” (Fronteras virales), el profesor afirma que la pandemia ha reforzado los mecanismos de vigilancia y control de población atribuidos a la frontera inteligente, pues “una emergencia de salud pública ofrece un poderoso incentivo para redoblar la seguridad en las fronteras, el control de la inmigración y la vigilancia nacional” (p. 222).

No obstante, el verdadero interés del capítulo reside en la última reflexión que recoge: “la pandemia ha renovado la preocupación por la capacidad del actual sistema político para responder de forma colectiva y colaborativa” (p. 236). En este sentido, el coronavirus ha puesto de manifiesto las grandes grietas del orden internacional liberal construido tras la Segunda Guerra Mundial, pues las fronteras nacionales no han servido para contener la pandemia; al contrario, han fomentado la desunión, el proteccionismo y la desigualdad.

En otro orden de cosas, el actual orden político basado en Estados soberanos territoriales resulta relativamente inane para enfrentar los principales retos de nuestro tiempo. Si algo enseña Border Wars, es que la base territorial del orden político moderno se está alterando profundamente. La propia geografía está sufriendo mutaciones nada insignificantes como consecuencia del cambio climático y el desarrollo tecnológico, de manera que la frontera ya no está en el “borde”, sino que se está desplazando y expandiendo. No existe, en cambio, una voluntad expresa por parte de los Estados de acoplar la noción de soberanía territorial a esta nueva realidad.

En este sentido, la obra de Dodds invita a reflexionar sobre el orden mundial del futuro. Más allá de las disputas que puedan surgir por las fronteras que se crearán, moverán o desaparecerán, el gran conflicto de los próximos años girará en torno a la propia naturaleza del sistema internacional. Lo que está en juego en las guerras fronterizas venideras es la victoria del multilateralismo sobre el proteccionismo unilateral y miope. Si los Estados no logran superar la trampa territorial en lugares como la Antártida o el espacio ultraterrestre, que requieren de una gobernanza común y pacífica por el bien y la seguridad de la comunidad global, las siguientes décadas estarán gobernadas por la competición y el militarismo, en detrimento de los intereses de la humanidad en su conjunto.

Border Wars es así mucho más que una revisión de los principales conflictos geopolíticos del momento; es una valiosa aportación de la geografía política a los Critical Border Studies. Al entender la frontera como un proceso y emplearla como un método para examinar la naturaleza del futuro orden político (como, de manera independiente y desde otros presupuestos, realizan también autores como Mezzadra y Neilson), Dodds no sólo desvela muchas de las hondas transformaciones que vivirán las fronteras en los próximos años, sino que también expone los ensamblajes de poder y territorio (y sus limitaciones) que producen las fronteras actuales.

Una última consideración. En una obra tan completa y bien documentada como la de Dodds, no podría faltar una reflexión sobre la invasión rusa de Ucrania. Esta no sólo se suma a la larga lista de guerras fronterizas existentes, sino que plantea poderosos interrogantes sobre el porvenir de las fronteras y el orden internacional. Cuando creíamos que la globalización económica disuadiría a cualquier país de emprender una guerra convencional, Moscú ha demostrado que las fronteras y los imaginarios geopolíticos asociados a ellas siguen siendo relevantes para la política exterior de los Estados. Es por esto que Border Wars, además de merecer ser traducido al español, es digno de ser reeditado y preguntarse lo siguiente: ¿todavía es pronto para hablar de conflictos del futuro?

 

 

Ana Raya Collado

Universidad Carlos III de Madrid