Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 89 (2023), pp. 221-234

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Mariano (2021). Filosofía de la mente. Madrid: Ediciones Complutense. 287 pp.

Tanto aquéllos que se inician ahora en la filosofía de la mente como aquéllos que deseen echar un vistazo de conjunto a la disciplina están de enhorabuena con la incorporación de la Filosofía de la mente de Mariano Rodríguez González al catálogo de los textos con este perfil en nuestra lengua. Disponíamos ya de traducciones de manuales como los de Bechtel (1991), Churchland (1992) o Crane (2008). Entre los nuestros, Carlos Moya (2004), David Pineda (2012), Pascual Martínez-Freire (1995) y José Hierro-Pescador (2005) habían publicado también importantes obras de carácter sinóptico e introductorio. Los cuatro habían presentado ejemplarmente a la filosofía de la mente, a la vez, como empresa de análisis conceptual y como parte integrante de las ciencias cognitivas, si bien la balanza se inclinaba en los textos de Moya y Pineda hacia el primero de esos planos mientras en los de Martínez-Freire y Hierro-Pescador lo hacía hacia el segundo. Sin desatender la relevancia del trabajo filosófico relativo a los fundamentos de las disciplinas científicas encargadas del estudio de la mente, el cerebro y la conducta (p. 25), el texto que nos ocupa se ubica en una posición intermedia –más que justificada en las fuentes–, en la que la reflexión de corte ontológico aparece como hilo conductor del desarrollo de la filosofía de la mente.

Esta Filosofía de la mente nos ofrece pues una introducción a la disciplina ensayada desde su núcleo vertebrador: el problema de la relación psicofísica o problema mente-cuerpo. Existen, desde luego, otros extremos en la agenda de la disciplina, pero el de articular una «ontología regional» (p. 19) capaz de acomodar la relación entre los fenómenos mentales –en general– y el cuerpo sigue constituyendo su centro de gravedad.

El grueso de este manual se dedica así a un detallado recorrido por las soluciones propuestas hasta la fecha para el tradicional problema mente-cuerpo. El problema del contenido –relativo a las condiciones en virtud de las cuales determinados conjuntos de fenómenos logran referirse a otros o ser acerca de ellos– es asimismo objeto de un tratamiento cuidado, aunque más resoluto. Intercaladas en el itinerario a través de los dos problemas anteriores encontramos también numerosas consideraciones en torno al vínculo entre mente y acción, que tan pormenorizadamente ha venido estudiando el ya citado Carlos Moya. Por su parte, el abordaje del problema de la conciencia –atinente al tipo de relaciones habidas entre el mundo físico y los estados fenoménicamente conscientes– se reserva para una ulterior publicación independiente.

Como no podía ser hoy de otro modo, el telón de fondo de la exposición de las señaladas soluciones al problema mente-cuerpo es el del proyecto naturalista, enfrentado a la tarea de conceptualizar lo mental como un conjunto de fenómenos equiparables al resto de los fenómenos naturales, pero también a la de elucidar las implicaciones de esa incardinación de lo mental en el seno de un mundo asumido, por principio, como explicable dentro del ámbito propio de las ciencias naturales.

El recorrido comienza, como es habitual, poniendo el foco en el dualismo cartesiano, con el que se plantea por primera vez, en toda su rotundidad, el problema ontológico del que sigue ocupándose la filosofía de la mente. Más allá de la desahuciada ontología del dualismo de sustancias –y de hecho con total independencia de la misma–, lo que queda al cabo del planteamiento cartesiano, «lo que queda de desafiante para nosotros» (p. 28), es el carácter perentorio de las intuiciones cartesianas sobre la especificidad epistémica de lo mental: dar cabida a la autoridad de la primera persona y la inmediatez con que los fenómenos mentales le son dados al sujeto sigue constituyendo una de las principales dificultades que cualquier ontología de lo mental debe afrontar –y también un decisivo criterio de adecuación.

La estructura de la exposición de la propuesta cartesiana da la medida de lo que encontrará el lector en las sucesivas secciones: a la presentación de los argumentos originales, recogidos de una atenta lectura de las fuentes, se suma un examen de réplicas y contrarréplicas que desemboca en una valoración final del legado de cada opción teórica a la disciplina.

El apartado dedicado al dualismo se completa con un autor tan influyente en la filosofía de la segunda mitad del siglo XX como habitualmente desatendido en la literatura sobre filosofía de la mente: Popper, cuyo dualismo interaccionista pretendió extraer de la biología evolucionista argumentos contra las ontologías materialistas de lo mental.

La lista de las soluciones clásicas al problema mente-cuerpo se cierra con un repaso que va del conductismo y las teorías de la identidad al funcionalismo y el eliminativismo. Destaca en esta sección el modo en que el minucioso apartado dedicado a Wittgenstein culmina en un recurso al trilema de Bieri destinado a hacer patente que el problema mente-cuerpo, «lejos de ser un pseudoproblema, se nos plantea inevitablemente como un problema perfectamente real» (p. 54). Debe resaltarse asimismo el modo en que, sobre el trasfondo de la contraposición sellarsiana entre la imagen científica y la manifiesta, el apartado dedicado al materialismo eliminativo se remata con una cita de On Certainty que viene a reforzar la idea de que cualquier revolución conceptual en las neurociencias deberá ser compatible con nuestra imagen manifiesta, y en ningún caso pretender suplantarla o desafiarla, «a no ser que nos pueda proporcionar un marco alternativo», cosa poco menos que impensable a causa de la inconmensurabilidad entre descripción y valoración (p. 70).

En concordancia con su influencia, el funcionalismo es la opción teórica analizada de forma más extensa y detallada en esta sección. A la exposición del funcionalismo analítico y el computacional se añade la ponderación de las limitaciones del programa funcionalista, encabezadas por su incapacidad para hacerse cargo de los aspectos no cognitivos de lo mental, y muy particularmente del problema de la conciencia.

El capítulo dedicado a las soluciones al problema mente-cuerpo pasa también revista a las más destacadas entre las propuestas alternativas a las soluciones clásicas: el naturalismo biológico, el monismo anómalo, el emergentismo y el escepticismo. Las fronteras entre las tres primeras posturas se perfilan difusas, y es que los recursos conceptuales y entramados teóricos de las diversas encarnaciones del materialismo no reductivo tienen más puntos en común que rasgos diferenciales. Esos puntos de convergencia pueden recogerse en la elocuente reformulación davidsoniana de la esencia del problema mente-cuerpo, que invita a ubicar a la base misma de la filosofía de la mente la necesidad de reconocer y dar cuenta del abismo que media entre los niveles personal y subpersonal de descripción de los fenómenos mentales (p. 98).

Constituye, a nuestro juicio, un significativo acierto la identificación de la primera entre las numerosas (cf. Arias Domínguez, 2021) flaquezas del naturalismo biológico: en lugar de ofrecer, como pretende, una solución al problema mente-cuerpo, cuanto pone a nuestro alcance es una serie de analogías que nada dicen acerca de las vías por las cuales debiera discurrir la indagación teórica y empírica de cara a atenuar nuestra perplejidad ante el enigma psicofísico. Igualmente acertada es en este punto la pasarela escogida, a través de Hume y Kant, hacia el escepticismo misteriano de McGinn.

La crítica de Jaegwon Kim a la posibilidad de un materialismo no reductivo abre el camino hacia un capítulo que traza una original trayectoria a través de las principales reelaboraciones críticas del problema mente-cuerpo. El capítulo se abre con un prolijo y aprobatorio sondeo de las derivas de la filosofía de la mente de Putnam en el contexto de su giro pragmatista. Como es sabido, desde el punto de vista que adoptara tras su abandono del realismo, todas las posturas vigentes en la discusión contemporánea en filosofía de la mente, incluyendo las que se presumen antirreduccionistas, no constituirían sino diversas encarnaciones de un reduccionismo desorientado, cortado por el patrón de una mala interpretación de la naturaleza y el alcance de las ciencias naturales. Sigue a la exposición de la reelaboración de Putnam la del enactivismo, igualmente concienzuda, pero no ya aprobatoria: mientras las suspicacias de Putnam ante la noción tradicional de representación no amenazarían con desinflar el objeto de la psicología, los enactivistas nos deberían, por su parte, una explicación de aquello que estarían invitándonos a poner en su lugar.

Tomando decididamente partido, Mariano Rodríguez se abre paso en este punto –a través del análisis de las implicaciones de la inteligencia artificial para la filosofía de la mente– hacia la propuesta que, «sin casi dudarlo» (p. 274), apuesta, habría servido para resolver definitivamente el problema filosófico del vínculo psicofísico: la de Daniel Dennett. Dos matices importantes. En primer lugar, las cursivas: el problema científico seguiría, claro, abierto. El filosófico habría sido resuelto toda vez que ahora sabríamos ya cómo pensar adecuadamente en él y podríamos así comenzar a distinguir las preguntas pertinentes de las irrelevantes de cara a avanzar hacia las respuestas (p. 169). En segundo lugar, el nombre propio: al de Dennett se suma el de Nietzsche, un filósofo poco habitual en la literatura estándar sobre filosofía de la mente, pero cuya relevancia para la disciplina ha estudiado en detalle nuestro autor (cf. Rodríguez González, 2012; 2018).

La apuesta es, desde luego, arriesgada, y son muchos los que atribuirían ese riesgo al eliminacionismo dennettiano: antes que resolver el problema, dirían, cuanto hace Dennett es descartarlo. Con todo, bien cabe que no sea de este lugar común que dimanen los más sustantivos entre los riesgos asumidos con esta apuesta, y es que quizá tenga la solución dennettiana un flanco si cabe más débil en su dependencia respecto de una concepción de la evolución del lenguaje, como mínimo, discutible. Improvisar conjeturas acerca de la evolución del lenguaje es, como señala Noam Chomsky, muy fácil y, a la vez, muy difícil: lo primero porque uno puede especular libremente en la línea que le resulte más conveniente, y lo segundo porque lo poco que sabemos de la biología del lenguaje proporciona asideros demasiado endebles como para evaluar con alguna garantía esas conjeturas (Chomsky & Bricmont, 2020: 122). El problema de la especulación dennettiana, cabría argüir, estriba justamente en su complicado ajuste con lo poco que sabemos acerca de la biología del lenguaje (cf., v. g., Berwick & Chomsky, 2016). No serán pocos los tentados a aducir, adicionalmente, que, desde el punto de vista filogenético, demorar la solución al problema mente-cuerpo hasta la emergencia del lenguaje humano es demorarla demasiado. Sea como fuere, la defensa que hace Mariano Rodríguez de su apuesta ofrece, ante todo, una extraordinaria introducción a la filosofía de la mente de Dennett.

Una vez explorado el campo completo de las soluciones al problema mente-cuerpo, la «inmejorable» (p. 245) antología de Thomas Metzinger Grundkurs Philosophie des Geistes nos abre el camino hacia las diferentes dimensiones del problema de la naturalización de la intencionalidad, incluyendo la que lo vincula con el problema de la acción (p. 216). La ruta seguida aquí nos lleva, con un ojo permanentemente puesto en las condiciones de validez del realismo intencional implícito en nuestro discurso cotidiano, de las dudas de Stich acerca de la posibilidad misma de la empresa de naturalización del contenido al cuestionamiento fodoriano de la semántica del rol funcional, y de ahí a la semántica informacional de Dretske y la teleosemántica de Millikan, pasando por la discusión en torno al contenido no conceptual, las imágenes mentales, el realismo neurobiológico de los vehículos representacionales, el externalismo semántico o la mente extendida.

Sobran, a la luz de esta rica síntesis, los motivos para recomendar la lectura de esta Filosofía de la mente; pero no sólo a esa luz: podemos añadir, al menos, otras dos. En primer lugar, la que ilumina esa trabazón sincrónica y esa coherencia diacrónica habitualmente veladas por la creciente autonomía y tecnificación de cada uno de los debates abiertos en el área. En segundo lugar, la que arroja el bien documentado equilibrio con que estas páginas nos aproximan a la tensión entre los éxitos cosechados y los desafíos que ha de enfrentar aún el programa naturalista –que, huelga anotar, subyace a cada uno de aquellos debates.

Referencias

Arias Domínguez, A. (2021). La filosofía de la mente de John Searle: Introducción y discusión. Madrid: Guillermo Escolar.

Bechtel, W. (1991). Filosofía de la mente: Una panorámica para la ciencia cognitiva. Madrid: Tecnos.

Berwick, R. C. & Chomsky, N. (2016). ¿Por qué solo nosotros? Evolución y lenguaje. Barcelona: Kairós.

Chomsky, N. & Bricmont, J. (2020). Razón contra poder: La apuesta de Pascal. Madrid: Hermida.

Churchland, P. M. (1992). Materia y conciencia: Introducción contemporánea a la filosofía de la mente. Barcelona: Gedisa.

Crane, T. (2008). La mente mecánica: Introducción filosófica a mentes, máquinas y representación mental. México: FCE.

Hierro-Pescador, J. (2005). Filosofía de la mente y de la ciencia cognitiva. Madrid: Akal.

Martínez-Freire, P. (1995). La nueva filosofía de la mente. Barcelona: Gedisa

Moya, C. J. (2004). Filosofía de la mente. Valencia: PUV.

Pineda, D. (2012). La mente humana: Introducción a la filosofía de la psicología. Madrid: Cátedra.

Rodríguez González, M. (2012). Nietzsche como última palabra: Estudios de filosofía de la mente. Saarbrücken: EAE.

Rodríguez González, M. (2018). Más allá del rebaño: Nietzsche, filósofo de la mente. Madrid: Avarigani.

Asier Arias Domínguez
Universidad Complutense de Madrid