Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 92 (2024), pp. 21-35

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico) http://dx.doi.org/10.6018/daimon.503331

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De la Violencia al Amor
O del nudo problemático entre subjetividad, afecto y la constitución de lo político en la obra de Toni Negri

From Violence to Love
On the problematic knot between subjectivity, affect and the political in the work of Toni Negri

VIRGINIA FUSCO*


Recibido: 02/12/2021. Aceptado: 10/02/2022.

* Doctora en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid. Actualmente está disfrutando de una ayuda de recualificación otorgada por el Ministerio de Innovación en Alma Mater Studiorum de Bologna. Su investigación se centra en las corrientes actuales de la filosofía y, en especial, en el postestructuralismo y su relevancia para los estudios de género. Ha sido visiting scholar en el Centre for the Humanities en Utrecht y en el JFK Institute for North American Studies de la Freie Universität de Berlín. Publicaciones a destacar: ‘Comizi d’ amore. L’amore e il femminismo materialista’. RevHisto, No 31 - Año XVI (2/2019), 145-162 y ‘¿Amor como ideología o fuerza psicosocial? Hacia una “lectura negriana” de una pasión política’. Bajo palabra. Revista de filosofía, Nº 31, 2022, 155-176. E-mail: vfusco@hum.uc3m.es

 

 

Resumen. Este artículo realiza un recorrido por algunos textos de Toni Negri con el fin de ofrecer, a pesar de los desplazamientos conceptuales presentes en su obra, una visión de continuidad. Desde Dominio e Sabottaggio hasta los más recientes Imperio, Multitud y Commonwealth se rastrea en su obra un mismo propósito: imaginar una forma organizativa que pueda dar cuenta de las fuerzas del trabajo vivo, así como la definición de una nueva gramática política capaz de hacer frente a los desafíos del mundo contemporáneo. Este recorrido se traza aquí a través del análisis de las nociones de violencia y de amor como hilos conductores que atestiguan el persistente intento negriano de volver una y otra vez a iluminar el nudo problemático entre subjetividades diversas, afectos y la construcción de lo político.

Palabras clave: Toni Negri, Settantasette, Violencia, Amor

Abstract. This article reviews some of Toni Negri’s texts in order to offer, despite the conceptual shifts present in his work, a vision of continuity. From Dominio e Sabottaggio to the more recent Empire, Multitude and Commonwealth, a common purpose can be traced in his work: namely, to imagine an organizational form that can account for the forces of living labor, as well as the definition of a new political grammar capable of facing the challenges of the contemporary world. This path is traced here through the analysis of the notions of violence and love as threads that bear witness to Negri’s persistent attempt to return time and again to illuminate the problematic knot between diverse subjectivities, affects and the construction of the political.

Keywords: Toni Negri, Settantasette, Violence, Love

Introducción

La obra de Toni Negri es amplia y recorre más de cinco décadas de reflexión teórica y de compromiso militante con los movimientos sociales y políticos de nuestro tiempo. No obstante, hasta el comienzo del nuevo milenio su influencia, así como el alcance de su reflexión, se encuentran limitados a los ambientes de la izquierda radical italiana donde conviven diversas perspectivas políticas vinculadas a la tradición marxista y postmarxista. Solo después de la publicación, en colaboración con Michael Hardt, de una trilogía sobre capitalismo global compuesta por Imperio (2002), Multitud (2004) y Commonwealth (2009) sus posiciones teóricas, su compromiso con la trasformación social y su relevancia para pensar nuevas formas de luchas en el contexto contemporáneo se proyectan en el escenario mundo y son discutidas en los círculos académicos transnacionales. Una pluralidad de entrevistas, artículos y libros dan cuenta de un interés creciente por las cuestiones nodales presentadas, así como por las genealogías conceptuales que se rastrean en los ensayos (Callinicos, 2012; Macdonald, 2003 entre otros). Aunque la reflexión crítica se ha concentrado preferentemente en los textos más recientes ―amplificando una supuesta cesura conceptual entre el periodo pre-Imperio y la trilogía― lo cierto es que, en su conjunto, la obra negriana está caracterizada por una clara unidad interna: sus textos quedan atravesados por la reflexión acerca de las relaciones nodales entre capital y clase bajo el dominio del capital y por la capacidad por parte de la clase de antagonizar este dominio. Esta reflexión, que recorre como tema de fondo su obra y que he esbozado aquí en términos preliminares, se expresa de manera emblemática en la escritura negriana a través de la noción de violencia y de la noción de amor. Lo que me propongo es identificar y resaltar, a través del análisis de estas dos nociones, la continuidad de razonamiento en el discurso negriano y su utilidad para pensar nuevas gramáticas políticas en los escenarios contemporáneos.

En primer lugar, como marco de partida, reconstruiré brevemente el contexto político en el que Toni Negri ―intelectual y militante de la izquierda extraparlamentaria― opera. En un segundo momento, presentaré las nociones de violencia y de amor tal y como aparecen en los textos e indicaré sus usos conceptuales y políticos. En la última parte mostraré como la violencia y el amor no son conceptos antitéticos, sino que ambos describen ‘los pliegues afectivos’ de las fuerzas indisciplinables de aquellas subjetividades políticas que pugnan por derrumbar el dominio del capital y afirmar modos de relación creativos y libres de las lógicas del dominio.

1. Il Settantasette italiano o del contexto

Guido Crainz (2003), en un texto ya clásico sobre la historia de la Italia republicana, define los años que van desde el 1975 al 1977 como los años de la catástrofe.

Según el autor, el periodo que muchos militantes de la izquierda extraparlamentaria habían tachado de ser años que reabrían el definitivo ‘asalto al cielo’ −protagonizado por las nutridas filas del proletariado juvenil− tenía por lo contrario que ser entendidos como una época de clausura y quiebra de todas aquellas esperanzas que habían animado las luchas de la clase obrera desde el ya lejano 1969.

Esta perspectiva sobre el fenómeno ‘settantasette’ ―momento álgido de despliegue de participación política de las corrientes insurgentes de la Italia del milagro posbélico― da voz a una perspectiva compartida no solamente por Crainz sino que ilustra también la posición ‘catastrofista’ que la izquierda parlamentaria mantuvo en aquel momento frente a las fuerzas genéricamente denominadas ‘extremistas’ de una izquierda más joven que ya no identificaba en el Partido Comunista Italiano (PCI) las instancias más vanguardistas y revolucionarias del panorama político italiano. En efecto, a las posiciones dominantes entre los miembros del PCI y de los sindicatos confederales se contraponen las visiones de una segunda sociedad —definición acuñada por el crítico Asor Rosa (2002) en su análisis de la fractura existente entre los militantes del PCI y las nuevas fuerzas de la izquierda extraparlamentaria— compuesta por una generación de ‘jóvenes’ hostiles, alejados de los valores y de las prácticas políticas de la izquierda histórica donde todavía se cultivaba la idea de que la revolución era inminente1.

Según Rosa lo que se hacía visible en las plazas durante las manifestaciones en las grandes ciudades obreras en aquellos años era una tensión profunda entre dos agrupaciones. Por un lado, la ‘sociedad civil’: un amplio conglomerado de formaciones sociales y políticas que, para el autor, coinciden sustancialmente con las fuerzas de la democracia en su encarnación italiana. El PCI, las otras formaciones que se habían constituido durante la lucha antifascista y, naturalmente, la clase obrera ―pensada como un conjunto homogéneo de trabajadores de las grandes áreas industriales del norte- constituían el núcleo vital de esta sociedad, baluarte del progreso y del cambio social.

Por el otro lado, una nueva izquierda ―la segunda sociedad― que emblemáticamente se coagulaba en torno al Movimiento y que representaba un conjunto de sujetos que poco o nada tenían en común con los que la ‘ortodoxia’ comunista había históricamente identificado como revolucionarios (Mezzadra, 2014). Jóvenes empleados en pequeñas empresas capilarmente distribuidas en el territorio después de la primera restructuración empresarial, desempleados, estudiantes y un largo etcétera de marginales ‘sin futuro’ que habitaban los grandes barrios-dormitorios de las metrópolis industriales del norte, cuya politización y participación en las luchas de aquellos años ponía en entredicho la tradicional capacidad de movilización y representatividad de la izquierda institucional (Crainz, 2003).

Esta segunda sociedad ―la que animará políticamente la década de los setenta― se constituye progresivamente como el mayor enemigo de la izquierda marxista ortodoxa y el Movimiento, su representación política, se convertirá en el antagonista principal de las fuerzas que tradicionalmente habían encarnado los ideales comunistas (Caranzaro, 1990)2.

Estos jóvenes, descritos en los medios de comunicación como extremistas, violentos, provocadores y terroristas, quedan emblemáticamente representados en una imagen ya icónica tomada en Via De Amicis, en Milan, el 14 de mayo del 1977 en la cual se ve a un joven armado y encapuchado disparar a un agente (Bianchi, 2011).

En los mismos años, frente a las tensiones que dominan el espacio público y a la progresiva consolidación de formaciones armadas (Galli, 2004), se orquesta uno de los juicios más emblemáticos de la historia de la Italia republicana con el propósito de erradicar el fenómeno insurgente y reconducir las luchas entre los cauces de la representación y del juego democrático en las urnas.

El ‘Caso 7 Aprile’ se presenta como un enfrentamiento entre la magistratura y el Estado y el Movimiento —en particular la formación de ‘Autonomia Operaia’; entre la primera y segunda sociedad― en una confrontación definitiva. La imputación a Toni Negri viene a dar cuerpo y rostro al espíritu de la sociedad insurgente y funciona como chivo expiatorio para condenar la trayectoria de una generación entera de teóricos y jóvenes militantes de la izquierda radical (AAVV, 2009). En efecto, el argumento de la acusación es claro: lo que está en juego es la erradicación de la violencia en la escena pública, así como la instauración de un régimen punitivo para todos aquellos que no solo han usado la violencia en las distintas movilizaciones de masas de aquellos años, sino que la han teorizado como instrumento legitímo de lucha política en la Italia postfascista. Negri es retratado como el responsable de la difusión del extremismo político y de prácticas insurreccionales por su reflexión sobre la violencia: violencia armada contra el Estado para la consecución del poder político, tal y como demuestran sus textos que se utilizaron como base argumental para la acusación (Bocca, 1980, Introducción). Toni Negri, desde este momento se convierte en el líder de las Brigadas Rojas, la más conocida de las componentes armadas que había estado operativa desde el 1970 y que había hecho de la propaganda a favor de la lucha armada, así como del homicidio político, su sello.

2. El ‘cattivo maestro’ de la autonomía

Violencia y lucha política

Primero la sentencia y luego el veredicto/Que tontería gritó Alice/Cuando se ha visto dictar una sentencia antes del veredicto/Cállate, gritó el ministro enfadado.

Nanni Balestrini

Como decíamos, la base de la condena de Negri en el ‘Caso 7 Aprile’ en 1979 es su supuesto rol en el desarrollo de una ‘teoría de la violencia’ que había llevado el país al límite de la autodestrucción. Según la acusación, no solamente Negri había formulado las bases teóricas que legitimaron la adhesión de miles de jóvenes a la lucha armada, sino que, con su obrar en calidad de profesor de la Universidad de Padua y su posición de autoridad ―fortalecida por el propio capital simbólico de la institución― había ‘educado’ (de aquí el apodo de ‘cattivo maestro’) a una generación entera en el uso de la violencia como arma política y, por ende, favorecido su adhesión a las formaciones insurreccionales armadas (Balestrini, 1997, 327).

En una video-entrevista realizada en los años inmediatamente posteriores a su condena, Negri aclara de manera incisiva y sin rodeos, su posición acerca de la violencia y desmiente no solo la acusación de ser el referente conceptual de las Brigadas Rojas, cuyas acciones están en el centro del debate político de aquellos años, sino también que su concepción de la violencia como estrategia política de clase sea idéntica a la reivindicada por las formaciones armadas brigadistas (Zavoli, 1989).

En efecto, recuerda que la violencia expresada por las organizaciones terroristas paramilitares tenía como objetivo táctico y estratégico el ‘ataque al corazón del estado’ como práctica insurgente. Para el filosofo véneto carecía de sentido hablar de la violencia del Movimiento y de la violencia de estas organizaciones entendiéndolas como el mismo fenómeno en la medida en la que la violencia del Movimiento acontecía de forma espontánea y había de ser leída como ‘expresión reactiva’ frente a la violencia impuesta al proletariado metropolitano por la propia organización capitalista y de dominación:

La violencia tiene un significado fundamental. Es la contrapartida estatal de la indiferencia del mando y, en todo caso, de su rigidez. Por otro lado, es la cálida proyección del proceso de autovalorización de los trabajadores (Negri, 2006a, 297). [traducción mía]

En eso se diferencia claramente de la violencia que las formaciones armadas expresan en cuanto violencia desplegada por las mismas de manera organizada, hacia objetivos políticos claros y a partir de un diagnóstico (erróneo en este caso) de la situación económica y de las posibilidades de una efectiva revolución social liderada por una minoría política organizada militarmente3. En efecto, para Negri, las Brigadas Rojas pecan no solo de cierta hipermetropía en su ‘visión revolucionaria’, sino que ponen en juego una distinta concepción de la lucha de clase y un énfasis excesivo en la función de sus vanguardias:

No se trata de oponer el terror al terror, y quien se divierte imaginando al proletariado empeñado en construir una bomba atómica de bolsillo es sólo un provocador. Se trata de oponer al terror un trabajo de sabotaje y reapropiación del conocimiento y del poder sobre todo el circuito de la reproducción social (Negri, 2006a, 298) [traducción mía] .

Es relevante subrayar cómo emergen con absoluta claridad en este fragmento dos concepciones antagónicas acerca de ‘lo político’ y, consecuentemente, de la función que los intelectuales militantes desempeñan en cuanto vanguardia de la clase en su generalidad. Tal y como Negri prefiguraba en los años que preceden al el juicio, hay que pensar la violencia no como marca de distinción de los componentes armados sino como violencia difusa que no existe separada de la acción política general de la clase en su proceso de autovalorización o sea ‘la alternativa que, en el campo de la producción y la reproducción, la clase obrera promueve mediante la apropiación del poder y la recuperación de la riqueza contra los mecanismos capitalistas de acumulación y de desarrollo’ (Negri, 2006a, 268).

Esta posición generó, por un lado, una fractura insanable adentro del Movimiento y, por otro, el definitivo alejamiento de Autonomia Operaia ―de la que Negri se hacía portavoz― del marxismo-leninismo que nutría las formaciones armadas (Montefusco, W. y Mimmo Sersante, 2016, 70).

Paradójicamente, si consideramos su carácter anti-terrorista, es sobre estas reflexiones contenidas en Dominio e Sabotaggio donde la acusación encontrará la base para construir el caso y es a su análisis, en diálogo con algún otro texto de aquellos años, al que vamos a dedicar las páginas que siguen.

3. Jano bifronte

O de las dos caras de la violencia

En Dominio e Sabotaggio Negri está, de una manera u otra, concernido por el problema de la construcción de un sujeto político, la clase, que pueda articular formas de lucha adecuadas a los desafíos de las nuevas condiciones de producción/reproducción impuestas por el capitalismo de aquellos años (Negri, 2006a). Es aquí, por lo tanto, donde la reflexión sobre antagonismo y violencia política cobra fuerza.

En este ensayo, Negri articula una perspectiva bifronte sobre la violencia; como el dios itálico Jano, que mira simultáneamente hacia el pasado y hacia el futuro. La violencia expresa dos perspectivas que remiten simultáneamente al pasado como conservación y al futuro como posibilidad creativa nunca plenamente realizada. Una violencia conservadora contrapuesta a una violencia con un fuerte potencial creativo, autopoiética. La violencia conservadora ostenta los rasgos atroces de lo que no muere plenamente, el límite angosto impuesto sobre las nuevas posibilidades que el presente deslumbra. La violencia autopoiética constituye el fundamento de un futuro de libertad e independencia para la clase proletaria en su totalidad. Estos dos rostros de la violencia se encuentran íntimamente vinculados entre sí.

Algunos años después, en su obra Crisi dello Stato-piano, leemos una aclaración fundamental a las nociones previamente dibujadas:

La violencia constituye la normalidad de la relación entre los hombres, y es también la clave del progreso de las fuerzas productivas. Lo que se denuncia aquí, por tanto, no es esta normalidad de la violencia: es el hecho de que en la forma empresarial de dominación capitalista la violencia ha perdido toda razón intrínseca, ‘natural’ (la ‘naturalidad’ es siempre un producto de las fuerzas históricas), y cualquier relación con un proyecto progresista (Negri, 2006b, 84) [traducción mía].

Violencia conservadora versus violencia autopoiética, pero también violencia capitalista versus violencia proletaria. El capitalismo expresa la violencia ‘conservadora’ de un sistema social que alberga dos subjetividades jerárquicamente organizadas y en una relación de interdependencia y dominación. El capital es sujeto y la clase proletaria se constituye como otro en esta relación: subyugada por el trabajo productivo y por su extorsión en el marco de las relaciones capitalistas. Por tanto, el desarrollo humano queda limitado por esta relación dialéctica y de dominación que se da adentro de los angostos espacios de la valorización del capital. El rechazo del trabajo se configura aquí como la única manera de romper con el control del capital y como punto de fuga de su dominio (Hardt, 1994). Esta ruptura es siempre violenta porque pone en juego los intereses del capital y la fuerza creadora de la clase proletaria que resulta políticamente incontenible. El derrumbe del control capitalista y la destrucción de la dialéctica entre el capital y su valorización se realiza según Negri a través de la resistencia (violenta) al trabajo que, liberado de yugo del capital, deviene creatividad pura, terreno que permite el emerger de nuevas identidades sociales y prefigura nuevos escenarios de libertad para los humanos (Moroni, 1997).

Esta acción de autovalorización resulta vinculada a la violencia de manera doble: por un lado, aparece íntimamente ligada a la violencia conservadora del capital como fuerza que resiste esta primera escisión. Por otro, como violencia autopoiética que constituye la base subjetiva para la construcción de un nuevo horizonte de acción y libertad. Este ‘momento autopoiético’ de la clase se expresa de forma violenta como intento de destrucción del Otro, entendido aquí como ‘otro colectivo’ que encarna los múltiples intereses de los grupos hegemónicos:

Nada revela tanto la enorme positividad histórica de la autovaloración de los trabajadores como el sabotaje. Nada más que la actividad continua del francotirador, del saboteador, del ausente, del desviado, del criminal que me toca vivir. Cada vez que me quito el pasamontañas, siento inmediatamente el calor de la comunidad obrera y proletaria. Mi soledad es creativa, mi separación es la única comunidad real que conozco (Negri, 2006a, 275) [traducción mía].

Asimismo, Negri nos recuerda que la autovalorización proletaria tiene una relación de intimidad con el poder enemigo y su destrucción ‘como proyecto de su propia liberación, como lucha efectiva y poderosa por la independencia proletaria’(Negri, 2006a, 276).

Dicho de otra forma, para que este proceso se dé y la libertad del proletariado en su totalidad se realice, es necesario llevar a cabo una lucha violenta que tome como blanco solamente las estructuras de producción/reproducción social de la fuerza de trabajo, sino que alcance también a la subversión de los aspectos propiamente ‘políticos’ sobre los cuales se construyen y legitiman el conjunto de las relaciones sociales. En este entorno conceptual, las luchas de reivindicación propiamente sindical para la mejora de los sueldos y las condiciones de trabajo en la fábrica pasan a incluir un amplio abanico de reivindicaciones que van desde la lucha por la vivienda a la lucha por una educación inclusiva y antiautoritaria. Este nuevo horizonte de conexión entre distintas luchas adentro y fuera de las fábricas se vuelve posible gracias lo que a lo que Negri denomina ‘un desbordamiento de la producción’, resultado de la restructuración impuesta por el capital al fin de dinamitar el alcance de las victorias obreras de la década anterior. En efecto, la producción ya no se realizaba exclusivamente en el contexto de la fábrica (cuyo actor principal es el obrero-masa de la cadena de montaje), sino que se difunde capilarmente en todo lo social:

La categoría de clase obrera entra en crisis, pero sigue produciendo todos sus efectos en todo el terreno social, como proletariado. [...] Después de que el proletariado se convirtiera en obrero, ahora el proceso se invierte: el obrero se convierte en trabajador terciario, en trabajador social, en trabajador proletario. [...] Habíamos visto a la masa obrera (primera concreción masificada de la abstracción capitalista del trabajo) producir la crisis. Ahora vemos la reestructuración que, lejos de superar la crisis, extiende y alarga su sombra sobre toda la sociedad (Negri, 2006c, 144) [traducción y énfasis míos].

Esta transformación asume como protagonista al (joven) obrero social de los barrios, la escuela y los centros sociales y la explotación de la capacidad productiva del proletariado se realiza ahora no solo en términos materiales sino como explotación de la producción cognitiva, afectiva y relacional del obrero (social) difuso. El obrero social de Negri es ‘un productor, pero no es sólo productor de valor y plusvalía, es también productor de cooperación social de trabajo’(Negri, 1992, 67). Las manifestaciones de calle, las protestas de las feministas y los conciertos multitudinarios que a menudo acaban en conflictos abiertos con las fuerzas del orden muestran la oposición del proletariado frente a las formas de explotación capitalista y, por ende, lo que está en juego en la violencia proletaria difusa es ‘il mondo dell’ avvenire’.

4. De la violencia al amor

O de la Multitud

A pesar de la familiaridad con el trabajo de Toni Negri que se registra en los ambientes de la izquierda radical italiana, no es hasta después de la publicación de la trilogía Imperio que sus posiciones teóricas son discutidas por extenso en los círculos académicos y militantes transnacionales.

En estos textos, escritos con Michael Hardt, Negri explora los elementos más emblemáticos del proceso de descomposición del Estado cuyos efectos económicos, sociales y políticos conllevan el nacimiento de un nuevo sistema de dominación global que denomina ‘Imperio’ a través del cual pretende nombrar simultáneamente el complejo proceso económico a través del cual la expansión desbordó las fronteras nacionales con la consecuente proletarización progresiva de poblaciones en territorios donde persistían modos de producción no capitalistas y una forma de gobernabilidad nueva a escala planetaria, ‘una gobernancia mundial que busca fijar formas de gobierno que puedan extenderse a todo el tejido biopolítico de la ciudadanía planetaria’(Negri, 2003, 60). Este proceso y la especificidad de la lectura negriana de los fenómenos aquí nombrados pueden ser brevemente explicados, siguiendo a un comentador de su obra, de la siguiente forma:

El Imperio sería una formación social mundial nueva producto de la globalización capitalista basado en una sobreestructura de poder híbrida, esto es, al mismo tiempo jerárquica y horizontal. Dicha sobreestructura de poder se asienta en el nuevo modo de producción informatizado y hegemónicamente inmaterial distribuido por una red comunicativa que se convierte tanto en el vehículo de todas las transacciones como en el centro de la producción misma. (Molina Campano, 2017, 516)4.

En la trilogía se ofrece un nuevo anudamiento conceptual entre aquellos problemas que el autor había identificado ya en los trabajos de los años setenta; a saber, la autonomía de lo político y las nuevas formas de organización del obrero social.

En particular, lo que resulta más relevante es no solo el entusiasmo inédito con el que se reciben estos trabajos —posible indicio, tal y como sugiere Slavoj Žižek, de cómo la opinión pública internacional percibe ahora el capitalismo como un problema— sino el éxito con el que es recibida su noción de multitud como expresión de una nueva subjetividad política en la época del desarrollo imperial.

Aunque es en la primera década del siglo veintiuno y en colaboración con Michael Hardt cuando la noción de multitud adquiere centralidad, ya desde los años noventa, en los años del exilio, a través de la experiencia de Futur Antérieur, Negri había discutido ‘la trasformación de la clase, el final del socialismo real y el destino de la democracia hoy’ y había registrado la abertura del ‘gran tema de la clase obrera o, mejor dicho, de la multitud’ como núcleo central de su reflexión teórica (Montefusco, W. e Mimmo Sersante, 2016; Negri, 2017). Negri acuña el concepto de multitud en su más rica formulación espinocista cuando este se refiere a “una multiplicidad de singularidades que se disponen en un orden determinado”, remarcando así simultáneamente su carácter heterogéneo y la dirección5 de sus acciones hacia la conquista de la libertad para la generalidad de los humanos (Negri, 2006b, 44). Para el filósofo italiano, la noción de multitud de Spinoza ayuda a imaginar formas de gobierno que permiten la expresión de aquellas instancias creadoras que reflejan la naturaleza antagónica de la relación entre obreros y capital.

En efecto, si la cuestión nodal es pensar en nuevas formas de acción que no descansen en una visión del sujeto decimonónico unificado ―sea este la clase o el pueblo― que ya no parece ser capaz de aglutinarnos o representarnos en nuestras respectivas posiciones de opresión, entonces será la multitud spinozista la que mejor puede ayudarnos a pensar más allá de los paradigmas conceptuales heredados de la modernidad hegemónica fundados, en gran medida, en la idea de individuo como autonomía. Recurrir a la noción de singularidad para pensar en la multitud como expresión plural de posiciones diferenciadas es hacerse cargo de la singularidad como ‘no individualidad porque esta está inserta en una sustancia común, eterna [...] y, a pesar de ello, irreducible, que vive y se trasforma en una relación ética, o más precisamente, en una relación interindividual’ (Negri, 2012, 59). Las singularidades construyen la multitud como expresión del proyecto de amor que viene a coincidir con la creación de un nuevo orden democrático establecido sobre el ‘consenso activo’ de las singularidades y sus relaciones comunes, que sustituyen de manera irremediable a las individualidades monódicas y aisladas.

En este sentido leemos:

El amor debe definirse por el encuentro de las singularidades en lo común, que a su vez producen un nuevo común y nuevas singularidades […] El amor compone singularidades, como los temas de una partitura musical, no en la unidad, sino como una red de relaciones sociales. Unir estas dos caras del amor —la constitución de lo común y la composición de las singularidades— es un desafío esencial para entender el amor como un acto material y un acto político (Hardt and Negri, 2009, 184). [traducción mía]

Ahora bien, el imperativo de repensar la noción de individuo/autonomía como fundamento de la acción política, así como la de superar conceptualmente el sujeto ‘unitario’ de la acción revolucionaria nacen, por un lado, de la conciencia del alcance global de las formas de dominio que vuelve inoperante la noción de pueblo como expresión de las distintas realidades nacionales y, por otro —debido a una productividad social que se ha vuelto difusa— no puede ya ser comprendida a través de la dialéctica clásica de la tradición marxista. Con respecto a este segundo punto, la clase ha dejado de ser un concepto suficiente para dar cuenta de esta productividad social que ha trascendido los límites de la fábrica para capitalizar una producción dispersa en el territorio, tal y como Negri ya defendía en su agudo análisis sobre el surgimiento del obrero social. Necesitamos acuñar otras nociones distintas para dar cuenta simultáneamente de la especificidad del momento contemporáneo sin olvidar las líneas de continuidad que nos permiten iluminar los antagonismos políticos y sociales en el tiempo.

La multitud viene a constituirse como uno de estos conceptos y probablemente sea eso la razón de su éxito. En Multitud leemos una primera definición necesaria para comprender su utilidad frente a la noción de pueblo:

La multitud es una multiplicidad, un plano de singularidad, un todo abierto, ni homogéneo ni idéntico a sí mismo, que genera una relación indeterminada e inclusiva con los de fuera. El pueblo, en cambio, tiende a la identidad y a la homogeneidad interna y fija su diferencia para excluir lo que queda fuera. […] la multitud es una relación constitutiva no concluida, el pueblo es una síntesis constituida […]. (Hardt and Negri, 2004, 17) [traducción mía]

En Movimenti nell’Impero:

En la transición del fordismo al posfordismo, la reducción de la multitud a la clase obrera se ha derrumbado: la multitud productiva vive en el nivel de la productividad social, donde la sociedad se ha puesto a trabajar por completo [...] las contradicciones de la explotación y la guerra de clases se presentan de nuevo (ya no simplemente en la fábrica, sino) en todo el terreno social. (Negri, 2006d, x) [traducción mía]

Estos dos fragmentos leídos conjuntamente atestiguan el lugar de la multitud en la elaboración negriana: como elemento ‘producido’ por las trasformaciones materiales del modo de producción y la progresiva subsunción de todos los aspectos de la vida social en la producción capitalista y, simultáneamente, como elemento que da cuenta de las fuerzas vivas que desbordan los límites del comando y del dominio del capital, como contrapoder.

Ahora bien, lo que separa las nociones de obrero social ―elaboradas por Negri en el seno de la tradición obrerista en los años setenta y como respuesta herética a la tradición ortodoxa del PCI― de la noción de ‘Multitud’ de la primera década del nuevo milenio es la diversa atención puesta en los elementos genealógicos de los fenómenos políticos de la Modernidad hegemónica y contra-hegemónica y en la dimensión global de los mismos. Si bien Dominio e Sabotaggio respondía a la voluntad de identificar las tendencias profundas de trasformación del trabajo y las identidades de clase en términos generales, es igualmente cierto que esta contribución nace en el contexto muy concreto del obrerismo italiano y, por lo tanto, en diálogo simbiótico con su especificidad. En Imperio, Multitud y Commonwealth los autores transcienden la dimensión de la izquierda radical italiana para vincular su análisis a las necesidades de articulación de una acción política conjunta en el contexto de la globalización y en diálogo con los movimientos insurgentes transnacionales.

¿Cuales son las estrategias que pueden desplegar estos cuerpos en la modernidad tardía para contrarrestar la violencia conservadora del capital a través de la explotación de su capacidad productiva, sea cognitiva, afectiva y relacional del obrero social difuso a nivel planetario? ¿Cómo aglutinar estas fuerzas?

Unos dilemas que encuentran ahora, en los vínculos intersubjetivos de la multitud, los elementos necesarios para la construcción de un devenir común, una rebelión que se trasforma en ‘un proyecto de amor’ y que opone:

La alegría del ser a la miseria del poder. Esta es una revolución que ningún poder controlará, porque el biopoder y el comunismo, la cooperación y la revolución permanecen juntos en el amor, la sencillez y también la inocencia (Hardt and Negri, 2000, 413). [traducción mía]

Aunque la reflexión acerca de la violencia sigue permaneciendo ―de manera marginal― en los textos (DeWiel, 2014) es ahora la noción de amor la que cobra fuerza para dar cuenta de las posibilidades de ensamblajes en un orden que trascienda la acción individual para construir la acción común. Esta idea acerca del amor como pasión política y como afecto constituyente de la multitud desafía la noción de amor popularmente aceptada vinculada al espacio de la domesticidad y a las relaciones entre individuos en la pareja reproductora.

El concepto moderno del amor se limita casi exclusivamente a la pareja burguesa y a los confines claustrofóbicos de la familia nuclear. El amor se ha convertido en un asunto estrictamente privado. Necesitamos una concepción del amor más generosa y desenfrenada. Necesitamos recuperar la concepción pública y política del amor […]. (Hardt and Negri, 2004, 351) [traducción mía]

Dicho de otro modo, la ‘mente hetero’ en la modernidad transforma el amor en una pasión que domina la intimidad, el espacio de la casa, pensada como ‘lugar’ separado y ontológicamente constituido en contraposición con el espacio público, donde reinan la razón y, por momentos, la violencia como expresión del antagonismo inevitable entre sujetos.

Negri, en cambio, nos ofrece una visión del amor como fuerza con un carácter propiamente político que pretende solventar los límites y las distorsiones presentes en los discursos ordinarios y las formas de la cultura popular:

Lo que pasa por amor hoy en día […] son predominantemente sus formas corruptas. El lugar principal de esta corrupción es el desplazamiento del amor de lo común a lo mismo, es decir, de la de la producción de lo común a la repetición de lo mismo o a un proceso de unificación. Lo que distingue a las formas benéficas de amor es la constante interacción entre lo común y las singularidades (Negri, T. and Michael Hardt, 2009, 182) [traducción mía]

En efecto, al hilo de las reflexiones espinosistas, en la reflexión negriana el amor se presenta bajo un doble aspecto. Por un lado, es la fuerza capaz de superar el aislamiento y la fragmentariedad social generada por las trasformaciones económicas de las últimas décadas y, por otra, como expresión necesaria de aquella pulsión hacia lo común que caracteriza nuestra dimensión constitutiva (Hardt, 2007). El amor une las singularidades sin fusionarlas, sin encerrarlas en una ontología —entendida como fundamento inmutable― que legitima la creación del ordenamiento jurídico, constitucional y burgués en la modernidad (Negri, 2012, 64). La multitud en Negri y Hardt es simultáneamente una experiencia existencial de cada una de estas singularidades en un contexto determinado intersubjetivamente por el lenguaje, la cultura, las prácticas y al mismo tiempo, tiene que ser pensada como el anudamiento político ‘dinámico, conflictual y viviente’ realizado gracias a la fuerza-amor de las experiencias encarnadas de cuerpos diversamente expuestos a las lógicas de explotación de los sistemas de dominación social, tanto el sistema racial, el capitalista y el de género, respectivamente, en el proceso histórico de construcción de una nueva subjetividad revolucionaria.

5. Conclusión

O de una visión otra de la subjetividad política

Este breve recorrido entre los textos confirma una cesura entre un ‘momento de la violencia’ y un ‘momento del amor’ en su extensa obra y la sospecha de que habría un ‘Negri de la violencia’ y un ‘Negri del amor’ tal y como sostienen algunos críticos. Lo que he propuesto aquí es que este ‘giro hacia el amor’, que aparece de manera emblemática en una fase más reciente de la producción negriana, puede y debe ser interpretado en continuidad con las nociones de lucha antagónica, confrontación directa y violencia de sus escritos considerados inicialmente.

Por una parte, me parece pertinente referirse al marco histórico-geográfico en el que se gesta y realiza la escritura de estas obras. Parece imposible dar cuenta de la especificidad de las aportaciones negrianas sobre la violencia olvidando el emblemático anudamiento entre la experiencia intelectual y la incansable militancia que caracterizan su producción desde los años cincuenta en adelante. La Italia de los años setenta, los intensos debates dentro del movimiento de la izquierda extraparlamentaria en sus distintas componentes y el clima represivo que caracteriza el final de la década constituyen el suelo material para repensar la herencia marxiana y, en particular, el uso de la fuerza como instrumento de construcción de un nuevo orden social y político. La militancia genera el contexto que ha permitido la plasmación de ciertas ideas claves y los vínculos afectivos con sus compañeros de lucha ofrecen el terreno relacional que nutre al autor en su búsqueda de una nueva gramática política que pueda dar cuenta conjuntamente de estos elementos. El intelecto al servicio de la trasformación social y el vínculo como base para construir nuevos ensamblajes que, desde la praxis, ofrezcan una nueva comprensión del mundo y creen un nuevo lenguaje común para pensarlo (Negri, 2015; 2017; 2020). Todos estos elementos se reflejan en la manera peculiar en la que Negri piensa el problema de la liberación del dominio del capital.

Asimismo, las reflexiones más recientes sobre Imperio, Multitud y Commonwealth se producen como respuesta a las nuevas circunstancias internacionales, el paso a una forma de gobernabilidad política global —el Imperio― y las resistencias globales donde los sujetos operan en redes amplias y a través de formas de organización política que responden a estructuras abiertas, flexibles y no jerárquicas como las que ya dominan el mundo de la producción tardo-capitalista. Ese es el lugar desde el que Negri y Hardt pueden pensar en el amor como elemento constitutivo de la acción política contemporánea, observando los movimientos globales en sus distintas encarnaciones geográficas, de Seattle a Génova, los foros sociales mundiales de Porto Alegre a Mumbai como expresión fenomenológica de una voluntad de acción común de reconocimiento y trasformación democrática.

Ahora bien, el análisis histórico-geográfico va acompañado por una aproximación más ‘sistemática’ en la que, más allá del contexto y el proceso de formación de una teoría propiamente negriana, he delineado la estructura comprensiva de su obra y el rol que en ella desempeñan los dos momentos. He mostrado cómo el momento violencia y el momento amor están íntimamente conectados gracias al reconocimiento de que ambos son expresiones vitales constitutivas de la subjetividad humana y que, por lo tanto, ninguna teoría política que se base en una visión inmanente y materialista puede pensar la acción de los humanos en su especificidad cultural y lingüística al margen de ello. En efecto, aunque violencia y amor constituyen en el lenguaje ordinario una díada antagónica, no es así como se presentan en los trabajos de Negri.

Por un lado, la violencia designa la capacidad del proletariado de autovalorizarse y es expresión de la fuerza incontenible con la que se presenta en el escenario político de la modernidad como sujeto que, en su proceso de auto-realización, encarna la posibilidad de construir un mundo nuevo, liberando el trabajo de las jaulas de la explotación capitalista y los límites impuestos por su propia valorización.

Por otra parte, el amor ―del que los autores pretenden ofrecer una definición más generosa de la comúnmente amparada por la mente hétero― se presenta como una fuerza que tiene una dimensión política en cuanto favorece la aparición de formas de democracia global (de las cuales los movimientos que acabo de nombrar son una de las posibles instancias) que se ven reflejadas en un conjunto de subjetividades híbrido y mestizo como es la multitud.

De hecho, así como la violencia se expresa como auto-poiésis, el amor tiene también una cualidad autopoiética en la medida en que descansa sobre lo común, sobre las relaciones intersubjetivas que nos fundan y, simultáneamente, crea lo común como expresión de una subjetividad política compartida. Violencia y amor garantizan la composición y el vínculo afectivo entre las singularidades en los contextos de lucha en contra del dominio imperial capitalista y se expresan en el rechazo —como violencia― hacia el orden social existente y el deseo —como amor― de un mundo nuevo. En otros términos, el análisis aquí propuesto de la violencia y del amor atestigua de manera emblemática su vínculo íntimo o, como ya prefiguraba Negri en Dominio e Sabotaggio, su ‘sorgente unitaria’.

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1 Alisa del Re atestigua esta convicción difusa en una entrevista contenida en el documental ’L’ Eterna Rivolta’. Visible online: https://www.youtube.com/watch?v=F56VAFsZUp8.

2 La lucha entre las ‘due societá’ desde el punto de vista ideológico y de los ‘valores’ se presenta como un conflicto entre la posición materialista de la primera sociedad y la posición posmaterialista de la segunda. Los posmaterialistas resultaron particularmente propensos a utilizar formas

3 Es interesante la intervención de Alisa del Re contenida en el documental ’L’ Eterna Rivolta’ sobre la percepción de los jóvenes militantes de Autonomia del ‘momento revolucionario’ que Italia estaba viviendo a finales de los años setenta y de cómo esta condicionó el posicionamiento de gran parte de la izquierda radical a favor del uso de la violencia difusa como táctica de movilización del joven proletariado véneto. Visible online: https://www.youtube.com/watch?v=F56VAFsZUp8. Mins 24:04.

4 Este artículo de Eduardo Molina Campano sintetiza algunos de los aspectos esenciales de su análisis de la obra de Toni Negri y de los conceptos clave que determinan su posición original entre los teóricos neo y postmarxistas contenidos en (2018), La filosofía política de Toni Negri. Un debate abierto sobre la teoría marxista. Sevilla: Atrapasueños.

5 ‘No es en ningún caso una ley que recorre, necesaria e ineludible, la realidad: la tendencia es un esquema general que, partiendo del análisis de los elementos que componen una situación histórica, se establece sobre ella como definición de método, de orientación, de dirección para la acción política de masas’ [traducción mía]