Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 95 (2025), pp. 129-143
ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico) http://dx.doi.org/10.6018/daimon.494161
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La base corpórea de nuestros estados mentales:
corporeidad basal y relacional
The bodily basis of our mental states:
basal and relational embodiment
RAFA CASTRO*
Recibido: 01/10/2021. Aceptado: 27/07/2022.
* Doctorando en Filosofía por la Universidad de Granada (UGR) y continuando mi investigación sobre la naturaleza prelingüística de las metáforas primarias. Formo parte del LICLE (Laboratorio de Investigación en Complejidad y de Lingüística Experimental), formándome acerca del desarrollo del lenguaje en sujetos con un desarrollo atípico, en especial, en individuos con Síndrome de Williams. Mis intereses principales son las ciencias cognitivas y el contenido no conceptual en epistemología. He aportado recientemente una reseña sobre el libro No-Cosas en la revista SCIO (2022). Mi correo es racastro@correo.ugr.es.
Resumen: En el presente estudio proponemos distinguir dos teorías corpóreas dentro de la enfoque cognitivo de la metáfora: la corporeidad basal y relacional. La corporeidad basal es una teoría que trabaja con lo que la teoría cognitiva de la metáfora ha denominado “base corpórea”. La base corpórea, compuesta por las imágenes esquema y las metáforas primarias, es el conjunto de estados mentales prácticamente universales cuyo origen se debe a una relación directa con la experiencia corpórea. Al contrario, la corporeidad relacional pretende elucidar los mecanismos de composición y proyección que aseguran una cadena causal desde la base corpórea hasta el resto de estados mentales. Asimismo, examinaremos con mayor detalle ambas teorías mediante el análisis de la base corpórea, noción crucial para el desarrollo de la corporeidad basal y relacional.
Palabras clave: corporeidad; metáforas primarias; imágenes esquema; metáfora cognitiva.
Abstract: In the present work, we propose distinguishing between two embodied theories within the cognitive approach to metaphor: basal and relational embodiment. Basal embodiment is a theory that works with what the cognitive theory of metaphor called “bodily basis”. Our bodily basis, made up of image schemas and primary metaphors, is the set of near-universal mental states whose origin is due to a direct relation with embodied experience. On the contrary, relational embodiment aims to elucidate the mechanisms of composition and projection that secure a causal chain from our bodily basis to the rest of our mental states. Moreover, we examine in detail both theories through the analysis of the bodily basis, a key component for the development of basal and relational embodiment.
Keywords: embodiment; primary metaphors; image schemas; cognitive metaphor.
1. Introducción
La visión corpórea de la mente ha surgido en contraposición al cognitivismo (Di Paolo, Buhrmann y Barandiaran, 2017, 13-14), también denominado “visión estándar de la cognición” (Shapiro, 2019), intelectualismo o directamente, “teoría computacional/ representacional” de la mente (Varela y Thompson, 2001, 418). Llamaremos “corporeidad general” a la simple reivindicación de la importancia del cuerpo en el funcionamiento y constitución de nuestro aparato cognitivo, en oposición al cognitivismo. De este modo, podremos hablar de tres tipos de corporeidad en función de en qué ámbito se realice esta reivindicación: relación percepción/acción, mente/cuerpo y cuerpo/estados mentales. En adelante, nos centraremos exclusivamente en esta última. Una teoría corpórea de la mente —en este sentido de ‘corpóreo’— defiende que una descripción completa de nuestros estados mentales no puede llevarse a cabo con independencia del estudio de nuestro cuerpo (Shapiro, 2019, Ch. 4). Shapiro ha mencionado explícitamente esta forma de corporeidad (2007, 340), además de utilizar a Lakoff y Johnson para ejemplificarla (2007, 341). Lakoff y Johnson concurren en este sentido de corporeidad al defender el origen corpóreo de todos nuestros estados mentales, mediante lo que tradicionalmente se ha denominado “base corpórea” (Johnson, 1987; Lakoff y Johnson, 1999; Lakoff, 1987).
Las primeras articulaciones de la teoría cognitiva de la metáfora prescindieron de una mención explícita a la corporeidad. En Lakoff y Johnson (1980) encontramos el recurso a la “base física” de algunas metáforas orientacionales (orientational metaphors) (e.g., 1980, 14-17) además de a su “base experiencial”, rasgos que, en ese momento, “no se conocían con demasiado detalle” (1980, 19). La corporeidad cobra un mayor protagonismo en obras posteriores (Lakoff, 1987; Johnson, 1987) a través de las imágenes esquema, entendidas como patrones recurrentes en nuestra experiencia sensorial y motora (Johnson, 2005, 18-19). Lakoff adopta también esta terminología (1987, 292), asumiendo que gran parte de nuestras expresiones metafóricas toman su significado a partir de formas más básicas y no proposicionales donde encontramos las imágenes esquema (1987, 292-294). De este modo, todos nuestros estados mentales —entre los que encontramos las metáforas cognitivas o mentales1—surgirían a partir de una base corpórea de estados mentales más básicos (Shapiro, 2007, 341). Esta base corpórea que, en un primer momento, estaba conformada por las imágenes esquema, fue refinada posteriormente mediante la introducción de las metáforas primarias (Grady, 1997a, 1997b; Grady y C. Johnson, 2002; Grady, Taub y Morgan, 1996)2. El esquema propuesto por Grady nos permite diferenciar entre dos tipos de metáforas mentales: un primer tipo con una relación directa con la experiencia corpórea y un segundo que surge a partir de la asociación de metáforas del tipo anterior. El primer tipo corresponde a las metáforas primarias —esto es, las primeras metáforas mentales en desarrollarse— mientras que el segundo está conformado por las metáforas complejas, constituidas a su vez por metáforas del primer tipo.
Las imágenes esquema y las metáforas primarias son ‘corpóreas’ en tanto que surgen a partir de fenómenos y experiencias básicas ampliamente determinadas por factores corpóreos. Este es uno de los varios sentidos que suele atribuirse a la noción de ‘corpóreo’ dentro de la teoría cognitiva de la metáfora, tal y como atestigua Kövecses (2005, 293, trad. propia):
la corporeidad puede ser de dos tipos: en uno, la conceptualización metafórica está basada puramente en una experiencia física (como un incremento en la presión sanguínea); en el otro, está basado en una experiencia que es tanto cultural como física (como las experiencias en una familia durante la infancia temprana).
Creemos que esta distinción ha pasado desapercibida y, cuando ha sido mencionada, se ha reducido a la presunta polisemia de la palabra ‘corpóreo’. Por ejemplo, las metáforas primarias parecen estar “corporalmente basadas” (2017: 111, cursivas mías), lo que explica su presunta universalidad (Grady y Ascoli, 2017, 31). Asimismo, todos nuestros estados mentales parecen guardan algún tipo de relación con los fenómenos corpóreos (Johnson, 2017, 126-127), lo que nos permite denominar ‘corpóreo’ a cualquier estado mental con independencia de sus características. Estas dos formas de entender que un estado pueda ser corpóreo pueden resultar contradictorias entre sí, a no ser que consideremos que ambas son dos acepciones dispares de la palabra ‘corpóreo’. Este punto de vista, al que nos referiremos como enfoque polisémico, considera que un rasgo puede ser corpóreo de dos formas diferentes, lo que nos permite catalogar como ‘corpóreos’ estados mentales muy distintos entre sí. Sin embargo, aun siendo este enfoque reconocido explícitamente por autores como Kövecses (2005), consideramos conveniente ahondar y refinar esta distinción, abandonando el recurso a la presunta polisemia de la palabra ‘corpóreo’ con el fin de perfilar dos teorías distintas. De este modo, proponemos reconvertir esta polisemia en las siguientes teorías: la corporeidad basal y la corporeidad relacional. De forma introductoria, decimos que la corporeidad basal es una teoría acerca de nuestra base corpórea, su funcionamiento, composición y origen. Asimismo, la corporeidad relacional utiliza los datos recabados por la corporeidad basal y establece los distintos mecanismos de composición y proyección que unen la base corpórea con el resto de nuestras metáforas mentales. Ambas teorías abordarían la relación cuerpo/estados mentales, ya que explicarían de qué forma nuestros estados mentales están conectados con los fenómenos corpóreos. Por un lado, la corporeidad basal se centraría en aquellos primeros estados mentales en constituirse a partir de fenómenos corpóreos, mientras que la corporeidad relacional detallaría las diversas relaciones que encontramos entre esos primeros estados y el resto de ellos.
El objetivo de este artículo es doble. Por un lado, defendemos la distinción entre las dos teorías que aquí hemos denominado corporeidad basal y corporeidad relacional para, finalmente, centrarnos en introducir qué entendemos por base corpórea. La base corpórea no sólo es la noción principal para la corporeidad basal, sino que también forma parte del vocabulario de la corporeidad relacional, ya que su objetivo es mostrar la cadena causal que parte desde la base corpórea hasta el resto de nuestras metáforas. Por ello, introduciremos la distinción entre corporeidad basal y relacional en la sección 2. Una vez descrita, ahondaremos sobre la base corpórea en las secciones 3 y 4. En la sección 3, recogeremos algunos de los rasgos que ya habían sido anunciados anteriormente acerca de la base corpórea. Finalmente, en la sección 4, discutiremos algunos rasgos propios de la corporeidad basal que no han sido propiamente abordados por Lakoff y Johnson, principalmente, su relación con el innatismo y el lingualismo.
2. Distinción entre corporeidad basal y relacional
Cuando hablamos de ‘corpóreo’ en el sentido empleado, por ejemplo, por Johnson (2017, 126-127), hablamos de una determinada historia causal. Johnson respalda este uso al afirmar que “(...) todo nuestro significado, pensamiento, valores, acciones y expresiones simbólicas están ancladas en patrones perceptivos, de movimiento corporal y procesos biológicos orgánicos” (cursivas mías, 2017, 126-127). Johnson admite que, junto a Lakoff, acuñaron el término “imagen esquema” precisamente para investigar estas “estructuras [corpóreas] de conceptualización y razonamiento” (2017, 127). Lo que nos permite diferenciar una perspectiva corpórea de otras propuestas descorporeizadas es el intento de fundamentar todos nuestros estados mentales sobre una base corpórea, cuyos primeros pasos comienzan con la formación de las imágenes esquema. Posteriormente, la teoría cognitiva de la metáfora introdujo las metáforas primarias (1997a, 1997b; Grady y Johnson, 2002/2000; Grady, Taub y Morgan, 1996) para hacer referencia a aquellas metáforas que guardan mayor cercanía con los fenómenos corpóreos. De este modo, la base corpórea incluiría tanto a imágenes esquema como a metáforas primarias. La asunción que subyace a estos dos tipos de estados mentales es que ambos provienen de fenómenos corpóreos y que, a su vez, participan en el origen de nuestros estados mentales más complejos.
La noción de ‘corpóreo’ no se ha aplicado únicamente a aquellos estados mentales que constituyen la base corpórea. Por contra, ha sido frecuente entender el término ‘corpóreo’ como una palabra polisémica, aplicable tanto a los estados de la base corpórea como al resto de metáforas. Por ejemplo, Johnson defiende que una teoría corpórea del significado ha de incluir en su terminología las imágenes esquema (1987) y que, al depender de “cómo funciona nuestro cerebro, cómo es nuestra fisiología y los medios en los que habitamos (...) son buenos candidatos para [ser] estructuras universales del significado” (2017, 141). Asimismo, las metáforas primarias parecen estar “corporalmente basadas” (2017: 111, cursivas mías), lo que también explica su presunta universalidad (Grady y Ascoli, 2017, 31). Al margen de estos dos ejemplos, todos nuestros estados mentales parecen guardan algún tipo de relación con los fenómenos corpóreos (Johnson, 2017, 126-127), lo que nos permite denominar ‘corpóreo’ a cualquier estado mental con independencia de sus características. Kövecses reconoce explícitamente estos dos “tipos” o “aspectos” de corporeidad aplicando esta noción tanto a metáforas que dependen “únicamente de experiencia física” como a metáforas que dependen de experiencias “tan culturales como físicas” (2005, 293).
En base a esta caracterización, proponemos distinguir entre dos teorías diferentes: la corporeidad basal y la corporeidad relacional. Entendemos por corporeidad basal aquella teoría que investiga los mecanismos causales que dan lugar a lo que anteriormente hemos denominado “base corpórea”. Esta teoría delimita qué estados podemos incluir dentro de la base corpórea, además de explicitar el tipo de fenómenos que los originan. En segundo lugar, encontramos la corporeidad relacional. Esta asume parte de la terminología propia de la corporeidad basal, explicitando las diversas relaciones (i.e, composición o proyección) que encontramos entre las metáforas mentales. El objetivo principal de la corporeidad relacional es explicar cómo podemos llegar a estados mentales complejos a partir de los estados que conforman la base corpórea. A esta segunda teoría le corresponde hablar de la historia causal de nuestros estados mentales, mientras que la corporeidad basal se limita a explicar el origen de estados mentales basales, es decir, en qué circunstancias aparecen las imágenes esquema y las metáforas primarias.
La distinción entre corporeidad basal y corporeidad relacional parte de la investigación de Kövecses acerca de la formación metafórica (2010, 305-311), pese a no ser equivalentes. Kövecses distingue entre tres niveles de formación metafórica: el supraindividual, el individual y el subindividual. El nivel subindividual guarda relación con los “aspectos universales de la metáfora”, al estar determinados (en la mayoría de casos) por experiencias sensorimotoras (2010, 309). La noción clave dentro del nivel subindividual es la de correlación, puesto que la relación metafórica entre dos dominios conceptuales distintos suele estar precedida por una correlación entre dos experiencias distintas. Como ejemplo, podemos nombrar aquellas ocasiones en las que el sujeto percibe un incremento en la cantidad de algo, junto a su respectivo aumento de altura, favoreciendo la consolidación de la metáfora mental más es arriba. La importancia de la correlación en el nivel subindividual lleva a Kövecses a sugerir que la metonimia es el puente entre percibir dos dominios simultáneamente y una relación metafórica (2010, 309). Kövecses habla de metonimia en lugar de metáfora puesto que las correlaciones que hallamos en nuestro entorno (por ejemplo, los incrementos de cantidad y altura) son categorizadas como un único dominio conceptual, algo más cercano a la metonimia que a la metáfora3. Lo que aquí sugiere Kövecses es que todas aquellas metáforas que dependan de alguna correlación en nuestro entorno tienen una base metonímica (Kövecses, 2013). Además del nivel subindividual, Kövecses habla del nivel individual y del supraindividual. El primero corresponde a aquellas investigaciones que tratan de defender que las metáforas mentales “existen en la cabeza de los hablantes” (2010, 308), mientras que el segundo, a investigaciones lingüísticas acerca de metáforas convencionales en un determinado idioma. Estos tres niveles no tienen por qué seguirse uno de otro: una persona puede relacionar metafóricamente dos dominios conceptuales (nivel individual) mientras que la metáfora resultante no sea convencional (nivel supraindividual). Asimismo, una metáfora convencional en un determinado idioma (nivel supraindiviual) no tiene por qué requerir de una base metonímica (nivel subindividual).
La distinción entre niveles supraindividual, individual y subindividual trata de aclarar en qué ámbitos podemos situar a las metáforas, esto es, dónde residen las metáforas (2010, 311). En un nivel supraindividual, las metáforas poseen una realidad lingüística, mientras que en los niveles individual y subindividual estas parecen pertenecer al ámbito de la psicología y de la “neuroanatomía”, respectivamente (2010, 311). El análisis en tres niveles de Kövecses revela en qué tres áreas de conocimiento podemos hablar de metáforas, mientras que la corporeidad basal y relacional se centran en su naturaleza corpórea. No pretendemos dilucidar en qué ámbitos podemos hablar coherentemente acerca de metáforas mentales, sino ahondar en cómo una serie de experiencias corpóreas pueden dar lugar a un tipo de estados mentales que, posteriormente, servirán de base para formar el resto de nuestras metáforas. En la descripción del nivel subindividual, Kövecses hace mención a uno de los estados mentales que pertenece a la base corpórea: las metáforas primarias (2010, 311). Las metáforas primarias son corpóreas en tanto que “surgen a partir de experiencias sensorimotoras en el cuerpo humano (...)” (2010, 311). Esta afirmación es central para la corporeidad basal, pese a ser meramente mencionada en la exposición de Kövecses. El objetivo de la corporeidad basal es explicar cómo una serie de experiencias pueden dar lugar a un tipo de estado mental. Si decimos que los incrementos simultáneos de cantidad y de altura son el origen de la metáfora más es arriba, la corporeidad basal tratará de (1) caracterizar estas experiencias, además de exponer el motivo por el que las denominamos ‘corpóreas’, (2) señalar en qué momento del desarrollo humano aparecen esta “base corpórea” y (3) describir las distintas etapas (si las hubiera) que atraviesa su formación. Asimismo, la corporeidad relacional tratará de demostrar que el resto de nuestras metáforas también están corporeizadas, en tanto que mantienen cierta relación causal con la base corpórea, tesis que Johnson sostenía al mencionar el “anclaje” que guarda nuestro pensamiento con “patrones perceptivos” y corporales (2017, 126-127).
Nótese que la dependencia entre la corporeidad basal y el nivel subindividual hacen que este tipo de corporeidad sea relacional en cierto grado. El nivel subindividual se caracteriza por conformar correlaciones sustentadas por experiencias sensorimotoras. Por lo tanto, siempre y cuando la corporeidad basal dependa de estas correlaciones, será pertinente afirmar que la corporeidad basal es relacional. Frente a esta idea, respondemos delimitando el sentido de ‘relacional’ utilizado cuando hablamos de corporeidad. Mediante este uso, la corporeidad es relacional en tanto que estudia las diversas relaciones establecidas con la base corpórea y describe los distintos tipos de estados mentales que pueden surgir a partir de esta. Por ello, no consideramos que la corporeidad basal sea relacional, ya que esta se limita a estudiar los procesos que conforman la base corpórea. Tan solo el segundo tipo de corporeidad propuesto —esto es, la corporeidad relacional— se encargaría de analizar las diversas relaciones que podemos retrotraer al origen de la base corpórea.
Definida de esta forma, la corporeidad relacional es una teoría que precisa de las investigaciones propias de la corporeidad basal. La corporeidad relacional es una teoría que depende directamente de la caracterización de la base corpórea que reciba de la corporeidad basal. De este modo, la base corpórea ocupa un papel central en estas dos teorías pese a que su rol en ambas sea distinto. Por un lado, la corporeidad basal ha de analizar la formación de la base corpórea, mientras que la corporeidad relacional ha de explicar la presunta relación entre la base corpórea y el resto de nuestras metáforas mentales. Por ello, consideramos que la mejor manera de seguir ahondando sobre la distinción entre corporeidad basal y relacional es centrándonos en la noción de base corpórea.
3. Estados basales y experiencia corpórea
Una vez introducida la distinción entre corporeidad basal y relacional, nuestro objetivo durante la sección 3 y 4 será profundizar acerca de la corporeidad basal. Nos decantamos por ella puesto que la corporeidad relacional depende de los recursos (vocabulario y resultados) que le proporciona la corporeidad basal, tal y como expusimos en la sección anterior. Esta sección consistirá en una introducción a una de las nociones clave dentro de la corporeidad basal: la base corpórea. Anteriormente, hemos definido la base corpórea como el conjunto de estados mentales que surgen a partir de fenómenos corpóreos y que sirven como base para construir el resto de nuestras metáforas mentales. Asimismo, estos dos requisitos aparecen en las imágenes esquema y en las metáforas primarias, estados que hemos denominado estados basales. A continuación, perfilaremos las características de los estados basales mediante dos exigencias: la exigencia de parcialidad y automaticidad. La exigencia de parcialidad postula que no todos nuestros estados mentales pueden estar determinados por fenómenos corpóreos, mientras que la exigencia de automaticidad dicta que la formación de la base corpórea es ajena a nuestros estados conscientes. Ambas son exigencias en tanto que su incumplimiento nos alejaría de textos clásicos como los de Lakoff y Johnson (1999) o Grady (1997a, 1997). Puesto que nuestra intención es profundizar sobre una noción que ya estaba presente en alguno de estos textos pese a no haber sido descrita en detalle, trataremos de respetar estas dos exigencias en nuestra caracterización de la corporeidad basal.
3.1. Exigencia de parcialidad
El problema que conlleva hablar del “sujeto corporeizado” (Meleau-Ponty, 2002/1945) es que toda experiencia será corpórea, ya que si sujeto y cuerpo son inseparables (y toda experiencia es percibida por el sujeto) entonces toda experiencia depende del cuerpo. Esta acepción de “experiencia corpórea” sería la más próxima a las teorías de la percepción guiada por la acción (e.g., Heras-Escribano, 2019, 31) al vincular todo caso de percepción a fenómenos corpóreos.
Según nuestra lectura de textos como Lakoff y Johnson (1999) o Kövecses (2005), esta acepción de “experiencia corpórea” no puede aplicarse al estudio de la metáfora. En Grady, Taub y Morgan (1996, 179), los autores consideran que hay metáforas, como más es arriba, que corresponden con ciertas correlaciones en la experiencia; mientras que encontramos otras, como las teorías son edificios, con una relación menos visible con este tipo de fenómenos. Este fue uno de los motivos por el que los autores distinguieron entre metáforas primarias y complejas, siendo estas últimas composiciones de metáforas primarias (Grady, 1997a, 1997b). Con esta distinción, la “base experiencial” de las metáforas complejas podía retrotraerse a la propia de sus metáforas primarias constituyentes. Mientras que autores como Grady han distinguido entre dos tipos de metáforas en función de su relación con la “base experiencial”, Kövecses propuso dos sentidos de corporeidad distintos, para cubrir tanto a metáforas primarias como complejas, una corporeidad física y una corporeidad física y cultural, respectivamente (2005, 293). Ciñéndonos a la corporeidad física, tal y como es empleada por Grady, Taub y Morgan (1996), Grady (1997a, 1997b) y Lakoff y Johnson (1999), asumimos que la experiencia corpórea determina una única clase de estados mentales, en lugar de todos ellos. Una de las características principales de la base corpórea es su universalidad y esta, a su vez, se deriva de las correlaciones que cualquier ser humano encuentra en su entorno. Si todas nuestras metáforas dependieran de las experiencias corpóreas en la misma medida, entonces, todas ellas gozarían del mismo grado de universalidad. Como no es el caso, concluimos que la experiencia corpórea ha de tener un alcance determinado: no puede causar todos nuestros estados mentales. En consecuencia, llamaremos a este rasgo exigencia de parcialidad. Los fenómenos corpóreos de los que habla la corporeidad basal favorecen la formación de determinados estados mentales, lo que abre las puertas a otras posibles vías de formación conceptual.
3.2. Exigencia de automaticidad
A los rasgos anteriormente nombrados, hemos de añadir que la adquisición de esta información es automática o inconsciente. En primer lugar, podemos observar esta exigencia en las relaciones conceptuales que motivan el origen de las metáforas primarias (Grady y Ascoli, 2017, 33). Grady y Ascoli discuten el análisis de Casasanto y Bottini (2014) sobre la relación entre ‘bueno’ e ‘izquierda’ en individuos zurdos. Para Casasanto, esta relación conformaría una metáfora mental mientras que para Grady y Ascoli no es así, al reservar el término “metáfora” para formas de conceptualización y comunicación (2017, 33). En cualquier caso, Grady y Ascoli no niegan que este tipo de relaciones o “pre-metáforas” puedan dar lugar a metáforas primarias. Esta ha sido, a grandes rasgos, la propuesta de Kövecses (2010, 126, 2013) al señalar estas correlaciones adquiridas inconscientemente como cruciales para la adquisición metafórica. Johnson (1987, 82) también ha caracterizado las proyecciones metafóricas entre imágenes esquema como “automáticas” e “inconscientes”. Asimismo, Grady y Ascoli (2017, 114) atribuyen adjetivos similares a lo que denominaron “pre-metáforas”. En resumen, podemos concluir que la exigencia de automaticidad no resulta novedosa dentro de la teoría cognitiva de la metáfora y ha de ser preservada en cualquier investigación acerca de la base corpórea de nuestros estados mentales.
Aunando los rasgos señalados por las exigencias de parcialidad y automaticidad, decimos que los fenómenos corpóreos que estudia la basística:
i. Causan el origen de determinados estados mentales, manteniendo una relación tenue o inexistente con el resto de ellos.
ii. Originan de forma inconsciente los estados mentales que conforman la base corpórea, es decir, articulan nuestro pensamiento incluso cuando no somos conscientes de ello.
iii. Estos fenómenos corpóreos han de estar determinados por rasgos corporales ampliamente extendidos en toda la especie humana, lo que explicaría la universalidad de los estados basales.
4. Enfoques alternativos a la base corpórea
La corporeidad basal pretende estudiar el poder causal de la experiencia corpórea en la génesis de nuestras metáforas mentales. Definida de esta forma, la corporeidad basal se distingue de otros dos enfoques distintos: el innatismo y el lingualismo. En primer lugar, el innatismo defiende la existencia de una “base innata” de estados mentales presentes en la mente del individuo con anterioridad a su desarrollo. En segundo lugar, el lingualismo propone que el único método plausible para formar nuestros estados mentales es mediante el aprendizaje lingüístico. Por ello, solamente el lingualismo se presenta como una teoría opuesta a la corporeidad basal, al aceptar como premisa que sólo podemos analizar de forma científica aquellas metáforas que surgen a partir de medios lingüísticos (Casasanto, 2014). Respecto al innatismo, nos demarcaremos de lo que denominaremos innatismo preformista (Lorenzo y Longa, 2018: 150) para enfatizar la importancia del desarrollo y de la interacción con el medio en la consolidación de la base corpórea.
4.1. Base innata o preformada con anterioridad al desarrollo
Podemos definir el innatismo como el conjunto de teorías que defienden la existencia de estados mentales innatos frente a otros que podemos denominar adquiridos. El peso de este tipo de teorías recae en la definición de ‘innato’ que se ofrezca, a menudo relacionado con la heredabilidad o nuestra información genética. Así, por ejemplo, Fodor (1981, 280) adopta una posición innatista al afirmar que la experiencia “bruta” activa (triggers) conceptos que ya existían con anterioridad. Al margen de la definición de innato que se utilice, entendemos que el innatismo es una tesis empírica que se compromete a que, al menos, algunos de nuestros estados mentales son innatos. El principal problema que adolece esta posición es la gran variabilidad de definiciones que encontramos de ‘innato’, a menudo contradictorias entre sí (Lorenzo y Longa, 2018, Cap. 1; Mameli, 2008; Mameli y Bateson, 2006). Esta gran variabilidad ha sido asociada con el carácter folk de este término, lo que ha llevado a algunos a autores a rechazarlo (Mameli, 2008, Mameli y Bateson, 2006). En adelante, nos limitaremos a señalar algunos puntos acerca de esta posición, en concreto, la relación entre información genética y corporeidad.
La noción de información genética nos permite hablar de ciertos estados mentales que, al estar preformados4 o codificados en el genotipo de un organismo, actúan como base para el aprendizaje del resto de estados mentales. De ser así, en lugar de hablar de una base corpórea, deberíamos hablar de la base genética que provee al organismo de la información necesaria para poder adquirir los datos presentes en su medio (Lorenzo y Longa, 2018, 25-27; Mameli, 2008, 724; Mameli y Bateson, 2006, 159). Llamaremos a esta posición innatismo preformista, puesto que defiende que algunos rasgos están preformados en el genotipo del individuo. Tal y como podemos observar, esta perspectiva asume que el genotipo de un individuo posee una relevancia mayor en el desarrollo del fenotipo que cualquier otro proceso. De lo contrario, no podríamos afirmar que un rasgo está codificado en una parte de nuestro material genético sino que, al contrario, esta codificación o bien no existe o bien es llevada a cabo por otros elementos aparte de la información genética. Griffiths (2001; Griffiths y Stotz, 2013) y Stotz y Griffiths (2017) han sintetizado estas dos opciones bajo la denominada “tesis de la paridad” (T) (Griffiths, 2001, 396), que podemos enunciar de la siguiente forma:
(T) Todo d aplicable al material genético es aplicable a causas no genéticas del desarrollo y viceversa, siendo ‘d’ una definición correcta de información.
Griffiths y Stotz (2013) han indagado sobre las distintas clases de información fuera de la biología (semánticas y causales; 2013, 158-160; Griffiths, 2001, 396-398) y sus respectivas aplicaciones en el ámbito de la genética (2013, 160-178). Como ejemplo, podemos recurrir a la “información de Crick”, entendida como la “especificación del orden de aminoácidos en una cadena polipeptídica” (2013, 153). Definida de esta forma, resultaría fácil atribuir esta función a la cadena polipeptídica misma, esto es, al fragmento de ADN que será finalmente transcrito. No obstante, la especificación de este orden (y su respectiva expresión en la síntesis proteica) es también fruto de fenómenos intracelulares —como la activación y transporte de la transcripción (Stotz y Griffiths, 2017, 111-112)— así como extracelulares (Oyama, 2000, 73-74). Como ejemplo de este último, podemos nombrar la regulación hormonal o la alimentación de la madre durante el período de gestación. Por ello, la estrategia de Griffith y Stotz consiste en afirmar que, aun aceptando que la información de Crick sea una definición adecuada de ‘información’, podemos aplicarla a distintos fenómenos distintos del material genético.
Aceptar (T) conlleva negar que los estados mentales puedan estar codificados o preformados en el material genético, ya que, por sí solos, no pueden determinar el desarrollo y maduración del fenotipo de un individuo (Stotz y Griffiths, 2017, 114). Frente a esta idea, la basística respalda la denominada Teoría de los Sistemas de Desarrollo (Developmental System Theory) (Griffiths y Hochman, 2015; Johnston, 2010). Según esta teoría, la conducta de un organismo está determinada por múltiples factores, entre los que encontramos la información genética como una causa más. La consolidación de los rasgos conductuales de un organismo responde tanto a sus diversos mecanismos fisiológicos como al conjunto de las interacciones con su medio (Johnston, 2010, 12-13). Como podemos observar, esta teoría comparte mayor afinidad con la corporeidad en general, al enfatizar la importancia del individuo en su totalidad y del medio en el que interactúa. Por ello, concluimos que carece de sentido afirmar que algunos de nuestros estados mentales están preformados en nuestro genotipo, decantándonos por la Teoría de los Sistemas de Desarrollo a la hora de caracterizar la base corpórea de nuestros estados mentales.
4.2. Escepticismo frente a la corporeidad basal
Supongamos la hipótesis de que el concepto tiempo es innato, con independencia de la definición de ‘innato’ que se use (Lorenzo y Longa, 2018, Cap. 1; Mameli, 2008; Mameli y Bateson, 2006). Esta hipótesis defenderá que el concepto tiempo está presente, al menos de forma parcial, en la mente del individuo desde el momento de su nacimiento. En la sección 3.1.1 se han señalado algunas estrategias para refutar esta hipótesis. No obstante, algunos autores han optado por rebatirla arguyendo que conceptos como tiempo son articulados lingüísticamente (e.g., Boroditski, 2018), es decir, su contenido depende del significado de su palabra correspondiente en cada idioma. Llamaremos relativismo ligüístico a esta posición, entendida como la defensa de que todos (o gran parte) de nuestros estados mentales se construyen de acuerdo con la adquisición de nuestra lengua materna.
El relativismo lingüístico y la teoría cognitiva de la metáfora no son posiciones antitéticas, algo que puede observarse ya en textos clásicos como Lakoff y Johnson (1980) o Lakoff (1987). Durante sus inicios, la teoría cognitiva de la metáfora dependía fuertemente del análisis de expresiones metáforicas, esto es, de las metáforas tal y como son empleadas en los lenguajes naturales. Por ejemplo, podemos analizar cómo entendemos tiempo a través de la metáfora el tiempo es dinero (Lakoff y Johnson, 1980, 7-9). A su vez, la relación entre estos dos dominios conceptuales sería explicitada a partir de expresiones metafóricas tales como “he invertido mucho tiempo en ella” o “te estás quedando sin tiempo”. Si las expresiones metafóricas nos permiten inferir la existencia de una determinada metáfora mental, entonces aquellas expresiones metafóricas exclusivas de un determinado idioma señalarán la existencia de una metáfora mental propia de los hablantes de una terminada lengua, como sucede con la felicidad son flores en el corazón, propia del chino (Kövecses, 2005, 70). Si la tesis principal de Lakoff y Johnson (1980) es que las metáforas articulan nuestra forma de pensar, entonces aquellas metáforas exclusivas de ciertos idiomas también realizan esta función, lo que nos permite llegar a la tesis defendida por el relativismo lingüístico.
Expuesto de esta forma, el relativismo lingüístico no resulta conflictivo ni con la teoría cognitiva de la metáfora ni con los propósitos de la corporeidad basal. Sin embargo, es preciso mencionar una variante de esta posición que sí resulta incompatible con nuestros propósitos. Llamaremos lingualismo a cualquier posición que acepte la disyunción (L)
(L) O bien el origen de todas las metáforas es causado por l, o bien el origen de todas las metáforas analizables desde un punto de vista científico es causado por l, siendo ‘l’ la adquisición de nuestra lengua materna.
La versión más llamativa de (L) es la defendida por Casasanto (2014). En este texto, Casasanto se mantiene escéptico respecto al origen corpóreo de las metáforas primarias, presentando otras dos alternativas: el innatismo y el aprendizaje lingüístico (2014, 252-253). Casasanto muestra ciertas reticencias frente al innatismo5, pese a admitir que las metáforas primarias no pueden haber sido adquiridas lingüísticamente, al encontrar este tipo de asociaciones metafóricas en niños prelingüísticos (e.g., Walker et al., 2010). Aun así, permanece escéptico respecto al origen corpóreo de estas metáforas, decantándose por estudiar únicamente aquellas metáforas que, con toda seguridad, hayan sido adquiridas lingüísticamente (2014, 265). En concreto, Casasanto afirma que, por ejemplo, la teoría corpórea de la simulación podría ser “100% falsa” sin que esto afecte a los datos procedentes de investigaciones no corpóreas (Casasanto y Gijssels, 2015, 331). En este sentido, podemos observar que el escepticismo de Casasanto concuerda claramente con (L), respaldando la segunda parte de la disyunción. La única forma de combatir el escepticismo de Casasanto es respondiendo con un proyecto teórico sólido, con mayor grado de detalle en sus descripciones. Por último, un relativismo lingüístico que defienda la primera parte de la disyunción afirmará que toda forma de pensamiento metafórico aparece a causa del desarrollo y maduración del lenguaje. Esta última opción es la menos plausible, puesto que resultaría incompatible con experimentos en los que se observa este tipo de razonamiento en niños prelingüísticos (Walker et al., 2010; Dolscheid et al., 2014). En suma, la mejor forma de rechazar (L) es dotando de mayor detalle a la corporeidad basal, tanto a su terminología como a sus modelos y explicaciones.
5. Conclusión
La principal virtud de la terminología aquí descrita radica en la posibilidad de caracterizar con mayor detalle los mecanismos que originan la base corpórea, desafortunadamente descuidados por la teoría cognitiva de la metáfora. La tarea encomendada a la corporeidad basal es fundamental para cualquier aproximación corpórea a los estados mentales, al defender un modelo de adquisición pasivo (exigencia de automaticidad) de algunos de nuestros estados mentales (exigencia de parcialidad). Asimismo, los mecanismos de composición (y relación, proyección, etc.) descritos por la corporeidad relacional han de partir de los datos empíricos recabados por la corporeidad basal. De esta forma, podríamos reconvertir el enfoque polisémico en dos ámbitos de trabajo distintos que dotarían de mayor rigurosidad nuestros estudios acerca de las metáforas cognitivas.
Al margen de la terminología propuesta, la descripción de la base corpórea es una tarea que estaba parcialmente presente en la teoría cognitiva de la metáfora. Las dos exigencias señaladas en las secciones 3.1 y 3.2 —exigencia de parcialidad y exigencia de automaticidad— resumen los datos comúnmente asociados a la base corpórea. Por ello, es conveniente reconocer que estos dos puntos no resultan controvertidos para la teoría cognitiva de la metáfora. La automaticidad propia de las imágenes esquema y de las metáforas primarias no parece asemejarse al tipo de adquisición que encontramos en metáforas exclusivas de ciertos idiomas (como la felicidad son flores en el corazón). Esto se debe a que la base corpórea comienza a adquirirse durante fases tempranas del desarrollo en las que el lenguaje aún no se ha desarrollado por completo, tal y como se observa en estudios con niños prelingüísticos (Walker et al., 2010; Dolscheid et al., 2014) o estudios que prescinden del lenguaje como variable de estudio (Casasanto y Bottini, 2014, 143-146). Por último, hemos dotado de mayor profundidad a nuestra caracterización de la corporeidad basal en la sección 4, recurriendo a discusiones que no han sido propiamente tratadas dentro de la teoría cognitiva de la metáfora. Así, nuestra adscripción a la Teoría de los Sistemas de Desarrollo frente al lingualismo y al innatismo pretende servir de base para futuras caracterizaciones de la corporeidad basal y relacional.
En suma, la distinción entre corporeidad basal y relacional es visible dentro de numerosos textos clásicos pertenecientes a la teoría cognitiva de la metáfora. Desde sus primeros estudios (Lakoff y Johnson, 1980) ha estado presente una visión corpórea de la mente, centrada en el origen de nuestros estados mentales. Sin embargo, ha sido frecuente recurrir a la presunta polisemia de la palabra ‘corpóreo’ para aunar en un mismo grupo numerosos estados mentales distintos entre sí (Kövecses, 2005). Nuestra intención no es solamente librar a la teoría cognitiva de la metáfora de esta polisemia, sino también abrir las puertas a una profundización acerca de la base corpórea de nuestros estados mentales, algo de vital importancia si hemos de preservar la corporeidad como un rasgo idiosincrático de nuestros estados mentales. En este artículo, hemos enfatizado y defendido esta distinción, además de una breve descripción de la misma. Sin embargo, sostenemos que ha de estar sujeta a futuras investigaciones que ahonden sobre los términos aquí descritos.
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1 Siguiendo la terminología de Casasanto (2013; Casasanto y Gijssels, 2015, 327-328), las metáforas mentales son relaciones conceptuales que pueden ser reflejadas en nuestras expresiones lingüísticas. Casasanto y Gijssels se decantan por emplear este término en lugar de hablar de “metáforas cognitivas”, expresión que consideran equívoca. En adelante, seguiremos a Casasanto y Gijssels y utilizaremos la expresión “metáfora mental” en lugar de “metáfora cognitiva”.
2 Asumidas por Lakoff y Johnson poco después (1999, Ch. 4; Lakoff, 2008)
3 Kövecses y Radden (1998, 39) definen la metonimia como una relación dentro de un mismo dominio conceptual, mientras que las metáforas involucran dos dominios conceptuales distintos.
4 Entendemos por ‘preformado’ la cualidad de algunos rasgos de poseer una serie de “instrucciones” para ser constituidos durante el desarrollo. Autores como Lorenzo y Longa (2018: 150) atribuyen a la lingüística chomskiana y a la etología de Lorenz este vocabulario en sus respectivas descripciones acerca de la gramática universal y de los instintos. Por ejemplo, desde la perspectiva de Lorenz, aquellos rasgos conductuales como las respuestas de huida o lucha (fight-or-flight) no están presentes per se desde el nacimiento, sino que el genotipo del individuo posee la información necesaria para generar estas respuestas en el futuro. Para una crítica a esta postura, véase Lorenzo y Longa (2018) o Godfrey-Smith (2000), autores que consideran incierta la metáfora de la “codificación” genética.
5 Debido a que las tesis innatistas “son difíciles de defender experiencialmente” (2015, 253).