Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 88 (2023)

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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VÁZQUEZ GARCÍA, F. (2021). Cómo hacer cosas con Foucault. Instrucciones de uso, Madrid: Dado Ediciones, 238 pp.

 

El propósito confesado de este reciente libro de Francisco Vázquez, uno de los mejores conocedores de la obra del pensador de Poitiers, es “ofrecer una guía válida para orientar al investigador en ciencias sociales o humanidades en la utilización de la metodología arqueogenealógica sugerida por Michel Foucault”. Un método en el que se unen dos polos: el arqueológico (análisis de las formaciones discursivas) y el genealógico (que explora los discursos y sus transformaciones afrontándolos como tecnologías de poder ejercidas sobre uno mismo y sobre los otros). Y ese propósito lo realiza mostrando la instrumentalización personal que ha ido realizando de esta “caja de herramientas” a lo largo de sus obras en torno a la historia de la sexualidad en España. Porque, como advierte Vázquez, no basta con conocer esta metodología o entrenarse en su manejo, sino que exige conocer la obra de Foucault, la gestación y utilización de sus herramientas en sus coordenadas históricas, y adaptarlas y ponerlas a prueba críticamente en cada nueva problematización histórica. Por ello, Vázquez no se limita a mostrar la utilidad de las herramientas que ha ido modelando en su “taller filosófico”, sino que nos ilustra en su manejo, mediante ejemplos tomados principalmente de su último trabajo (Pater Infamis, 2020, Madrid: Cátedra).

Como el propio Francisco Vázquez señalaba en una entrevista (Con-Ciencia Social, n.º 17, 2013, 117), su puesta a prueba de la “caja de herramientas” foucaultiana ha sido siempre desarrollada en su obra en contraste y colaboración con los historiadores. En los estudios empíricos que ha realizado sobre problemáticas como la prostitución, el homoerotismo o el hermafroditismo en España, Vázquez ha colaborado con historiadores como Andrés Moreno Mengíbar y Richard Cleminson. Además, su recepción de la obra de Foucault se realizó desde sus comienzos a partir de la historia de la ciencia (Canguilhem) y la historia social (la Escuela de los Annales). El descubrimiento de la obra de Pierre Bourdieu amplió esta hibridación de la filosofía y las ciencias sociales en su trabajo, siendo Vázquez uno de los pioneros en nuestro país en la aplicación de la sociología al campo filosófico español (La Filosofía española: herederos y pretendientes. Una lectura sociológica, 1963-1990, 2009, Madrid: Abada).

En la Introducción del libro, ya se nos advierte que su intención no es desentrañar el sentido de la obra de Foucault, sino buscar en ella las huellas, las pistas que podamos utilizar en el análisis de problemáticas actuales, concretas y locales (como “instancias de análisis crítico” sin pretensión de globalidad o universalidad). El análisis de estas problematizaciones, fragmentarias y rigurosamente contextualizadas, puede también ayudar a establecer criterios que permitan distinguir los malos usos de estas herramientas (como cuando son puestas al servicio de una coyuntura o una causa ya predeterminada, en lugar de cuestionar las evidencias establecidas). En este sentido, Vázquez se detiene en identificar algunos usos (y abusos) de Foucault, señalando distintos “ideales tipo” de los mismos (usos circunstanciales, heurísticos, pragmáticos...), que conecta con ejemplos de investigaciones concretas en marcos históricos diversos. Por ello, ante la cuestión acerca de si existe una escuela foucaultiana, Vázquez señala que la presencia y fecundidad de la obra de Foucault en distintos campos de las ciencias sociales muestra el impacto de un cierto estilo de análisis (sobre el saber, el poder o el sujeto), más que una teoría general.

La primera operación de este estilo de análisis arqueogenealógico que nos propone el autor sería el de la problematización, la “historia del presente”. Así, en las páginas de Pater Infamis vemos cómo se delimita y construye su objeto de problematización, la figura del sacerdote pedófilo como problema social de nuestro tiempo. Esta configuración histórica rara y singular se ha convertido en nuestros días en un estereotipo al que se atribuye una identidad específica y sobre el que se establecen polémicas conexiones con el pasado. El pánico moral suscitado por esta figura debe, señala Vázquez, ponerse en contraste con la figura del sacerdote pederasta de la España de la Restauración, o con el cura sodomita y solicitante de la época de la Contrarreforma. En estas distintas figuras aparecen elementos heredados, pero combinados con frecuencia con innovaciones en curso (reflejadas, por ejemplo, en la distinta percepción de la implicación de un menor de edad en tales prácticas o en la constitución de un tipo concreto de subjetividad perversa, patológica). En este análisis, Vázquez señala tres cautelas: evitar banalizar el presente como destino natural del pasado (interrogarnos más bien por “su rareza y emergencia”, su carácter transformable y contingente); evitar la tendencia a “buscar la causa subyacente y transhistórica” de los acontecimientos, e intentar, por el contrario, reconstruirlos históricamente a través de los conflictos y azarosas circunstancias que lo hicieron posible; y evitar los juicios morales y políticos previos sobre lo estudiado, aunque desde un compromiso ético y político de base que posibilite buscar nuevas formas de pensar y actuar. De esta forma, en el análisis de problematizaciones como el sacerdote pedófilo, se trataría de desenredar el “espesor histórico”, la “multiplicidad de procesos y temporalidades” que habitan el presente, lo que permite tomar distancia respecto a “las representaciones vigentes, planteándolas de otro modo”.

La segunda operación sería el análisis de los discursos o arqueología, mostrar cómo los regímenes discursivos establecen lo que puede ser pensado y practicado en cada momento. Así Vázquez muestra, por ejemplo, que en la Contrarreforma, el acto de sodomía no era agravado por involucrar a un menor; o que desde el anticlericalismo de la Restauración no se cuestionaba tanto los ataques contra la infancia vulnerable como el libertinaje del clero. Estos discursos, además, se estructuran según ciertas reglas que “delimitan el mundo presupuesto en el discurso” (desde el degeneracionismo de finales del siglo XIX, al concepto actual de “trauma infligido a la víctima”), configura nuevos objetos (desde el “peligro de afeminamiento” al “ciclo del abuso” como efectos de tales conductas), nuevos tipos de personalidad (del “niño ultrajado” de comienzos del siglo XX a la “víctima resiliente” de la actualidad), nuevos saberes involucrados (como la Psicología Social o las Neurociencias, entre otras, que intentan conceptualizar en nuestros días la figura del cura pedófilo).

El análisis arqueológico incluye también la descripción de las condiciones de existencia de los objetos del discurso (analizando, por ejemplo, la transformación de un estilo de habla anterior que remitía a la “perversión” a otro que nos reenvía en la actualidad al “abuso sexual a menores”). Si antes preocupaba especialmente la violencia física de la agresión pederasta (considerada como atentado al honor y al cuerpo), en la actualidad esa preocupación se centra especialmente en la salud psíquica de los individuos, afectados bajo la forma del trauma de personalidad, del miedo de reproducir en otros lo sufrido, de no saber gestionar los afectos y emociones. Estas prácticas discursivas generan además una división entre posiciones estigmatizadas (los encubridores del clero pedófilo) y otras posiciones no marcadas (las víctimas y sus apoyos), así como las redes que las conectan y que determinan sus identidades subjetivas. Por otro lado, la descripción de las “superficies de emergencia”, permiten encuadrar el desarrollo de esas prácticas discursivas en sus emplazamientos institucionales y marginales. La pregunta por los abusos sexuales a menores aparece así en ciertos sectores sociales y pugnas políticas: desde la cruzada anticlerical (en la configuración del “sacerdote pederasta”) a la crítica del patriarcado (en el caso del “sacerdote pedófilo”).

La descripción de la relación de estos discursos con distintas versiones de los mundos sociales, a veces en tensión y contradicción, determina sus “formas de especificación” (los curas pueden ser retratados, por ejemplo, a la vez como criminales responsables y como víctimas de instituciones como el celibato); pero a la vez reconoce regularidades dentro de la heterogeneidad y contradicciones de esos mundos sociales. Es también importante examinar los “efectos de verdad y prescripción” de los discursos, sus intentos de “naturalizar” su objeto (haciendo, por ejemplo, de la figura del cura pederasta el resultado de una “degeneración” ligada al ambiente eclesiástico y a la práctica del celibato) y de reprender y descalificar unos actos y unos modos de ser sujetos (las autoridades cómplices, la prensa oficial), frente a otros que promueve como sensatos y racionales (los padres responsables y el pueblo indignado).

La tercera operación de esta metodología es el análisis de las relaciones de poder o genealogía, complementaria con la descripción arqueológica (a la que añade la dimensión histórica) y con la que presenta, según Vázquez, sólo “una diferencia de grado y de énfasis”. El estudio de casos concretos, como los que se desarrollan en Pater Infamis sobre “sacerdotes pederastas”, permite recomponer de forma más clara las relaciones de poder (de clase, de género o étnica) que actúan en los mismos. Se trataría de “dilucidar las líneas de descendencia entre unos estratos discursivos y otros, apuntando a comprender nuestra situación actual”. Pero no para reconocernos en el pasado, sino para que pueda estimular nuestra capacidad de extrañamiento respecto al pasado y también a nuestro presente (señalando así también que el futuro puede ser distinto, abierto y contingente). Así, mostrar, a pesar de sus filiaciones, que la figura del “sacerdote pederasta” y el “sacerdote pedófilo” son momentos muy diferentes dentro de la problematización del abuso sexual con menores (y no una evolución de “lo mismo”), permite evitar la esencialización de tales figuras. Además, las denuncias sobre los abusos de sacerdotes sobre menores en la actualidad no permanece ya en los “parámetros anticlericales” de comienzos del siglo XX, no está preocupada por la infancia en tanto futuro de la “raza”, sino de su bienestar individual (las víctimas de abusos son actualmente considerados como “supervivientes” -capaces de “empoderamiento” y “resiliencia”- y no tanto como “víctimas” marcados por el trauma).

Se debe, además, sustituir las explicaciones causales lineales por un análisis “rizomático”, como “el resultado del encuentro de procesos independientes, heterogéneos, de distinta procedencia y duración”. De esta forma, se puede explicar la actual campaña contra los sacerdotes pedófilos como resultado de prácticas y discursos muy diversos: el feminismo, el periodismo de investigación, las asociaciones de víctimas de abusos, la influencia de las profesiones terapéuticas…

Pero la genealogía también es la exploración del modo en que las personas se gobiernan a sí mismas, modelan su propia experiencia. En este sentido, en la campaña periodística decimonónica contra el abuso de sacerdotes con menores se apelaba a la supresión del voto de castidad del clero católico (al que se percibía como causante de la pérdida del autogobierno, del control del instinto sexual de los religiosos), contribuyendo también a formar distintos tipos de identidades (de militancia anticlerical, de clase obrera y de masculinidad) definidas en su enfrentamiento a la feminidad del sacerdote degenerado. Por otro lado, también se pretendía actuar sobre la conducta de los padres (poniendo freno a la intervención del sacerdote en el gobierno de las familias, evitando las escuelas confesionales). En la actualidad también se intenta modelar la experiencia de las víctimas asesorándolas en la gestión emocional de su trauma, mediante el discurso psicoterapéutico.

Pero en toda relación de poder se crean sus resistencias. Las campañas contra los sacerdotes pederastas, que en la Restauración se enmarcaba en las guerras culturales en torno a la escuela, la protección de la infancia y la autonomía de la familia, creó sus resistencias en los ámbitos de la Iglesia y la prensa oficial, que acusaban a esas campañas de difamatorias, intentando resolver los casos de abusos dentro de la disciplina eclesiástica y obstaculizando la acción judicial. El triunfo de esta reacción católica quizás contribuyó a que la Iglesia católica no enfrentara la falta de transparencia y las deficiencias de su respuesta a las agresiones a menores en su seno. El análisis genealógico debe actuar así como una”contramemoria”, que conserve la memoria de esas luchas en los ámbitos marginales de lo social, en algunas páginas secundarias de la historia, porque laten todavía en el presente.

Si nos centramos en el campo filosófico, este método arqueogenealógico muestra una forma determinada de comprender la tarea actual y la enseñanza de la filosofía, nos ofrece sugerencias para “hacer cosas con Foucault” en las aulas de filosofía. Nos muestra una alternativa a la corriente hermenéutica basada en el comentario de textos canónicos de la tradición, centrados en las nociones de autor y obra, en la exégesis que pretende descifrar el sentido de la obra. Propone la alternativa, como señalaba Foucault, de desarrollar “unos fragmentos filosóficos en unos talleres históricos”, modestos estudios de detalle, problematizaciones delimitadas históricamente, para una “ontología del presente” (antes que la búsqueda de sistemas totalizadores que pretendan continuar una línea ascendente en el progreso de la verdad). Cuestiona así la idea de una filosofía perenne, en busca de verdades o cuestiones intemporales. Nos muestra más bien una pluralidad de formas de racionalidad, una historización radical de la filosofía y, con ella, del concepto formal de verdad; a la vez que su politización, al señalar las conexiones que se anudan entre los discursos considerados verdaderos y determinados efectos de poder.

También critica la idea de la Filosofía como una tradición separada de otros saberes, autónoma y trascendente. Propone, en fin, hacer de la Filosofía un pensar impuro, híbrido, elaborado a partir de materiales y temáticas (historia de la sexualidad, de la locura, del encierro carcelario...) extraños a los objetos habituales de su tradición. Se pretende así romper la jerarquía de objetos y problemas estipulados en el campo filosófico, ampliándolos desde la experiencia cotidiana a los márgenes del saber y las instituciones, acercándonos a las grandes preguntas desde objetos o cuestiones bien delimitados y abordables mediante las técnicas de la investigación empírica. Y, por último, en un necesario ejercicio de reflexividad, nos invita a tomar al propio campo filosófico como un objeto de investigación, analizando sus categorías, instituciones, usos y prácticas de enseñanza (tal como desarrolla la sociología de la filosofía).

El “taller filosófico” que se nos muestra en este libro puede ayudar a proporcionar herramientas para estimular y continuar esta otra forma de trabajar en el campo filosófico, de colaborar modestamente a transformar nuestra capacidad de pensar, de actuar de otro modo.

 

José Benito Seoane Cegarra

(Universidad de Cádiz)