Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 86 (2022)

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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RODWELL, G. (2020). Politics and the Mediatization of School Educational Policy. The dog-whistle dynamic, New York: Routledge, 222 pp.

 

 

En la segunda mitad del siglo XX, el fenómeno de la percepción subliminal y su aprovechamiento propagandístico para influir en la voluntad de las personas generó una interesante discusión entre psicólogos, publicistas y juristas respecto a su legitimidad. Más recientemente se ha introducido el concepto de “política subliminal” o de “silbato de perro” (dog-whistle) para hacer referencia a un uso específico de mensajes codificados que pasan desapercibidos para la mayoría de la audiencia pero que movilizan, consciente o inconscientemente, a un sector determinado afianzando sus sentimientos de identidad y pertenencia frente a “los otros” —reforzando estereotipos y alimentado resentimientos—, pero sin generar el rechazo que suele acompañar a los mensajes abiertamente racistas, misóginos u homófobos. Se trataría, pues, de un uso del lenguaje sofisticado, aparentemente neutro, con el objetivo de ampliar el alcance del mensaje político logrando el apoyo de los sectores más reaccionarios pero sin espantar a los más moderados, que considerarían inaceptable un ataque frontal a la igualdad, la libertad o la justicia. El mecanismo básico que lo activa es muy simple: la ansiedad y el miedo subyacente a las minorías, que hábilmente explotados permite ganar elecciones. Además, esta estrategia tiene la ventaja adicional de que lleva implícita la defensa contra cualquier acusación, por ejemplo, de racismo —que es el prejuicio estrella de la política subliminal—, apelando a que no hay referencia directa alguna a un grupo racial. Ian Haney López (en Dog whistle politics. How code racial appeals have reinvented racism and wrecked the middle class, [2014]) explica pormenorizadamente cómo en 1964 el partido republicano adoptó la decisión estratégica de utilizar el racismo para ganar elecciones codificando apelaciones raciales. Así, cuando Barry Goldwater, que no por casualidad inició su campaña electoral en los estados del sur, hablaba de “derechos estatales” (state rights) o de “derecho de admisión” (freedom of association) apelaba sin nombrarlo al derecho de los estados del sur a resistirse a la integración o al derecho de los propietarios blancos a excluir a los negros de sus locales y negocios.

En este contexto, Grant Rodwell, profesor e investigador australiano en las áreas de Política Educativa e Historia de la Educación, reflexiona sobre el impacto que esta dinámica de silbido de perro utilizada por los políticos y amplificada por los medios de comunicación tiene en el sistema educativo americano, británico y australiano. Ya en el prefacio establece con toda claridad su intención: en primer lugar, demostrar cómo el sistema educativo “está cada vez más mediatizado, politizado e irracionalmente empujado en varias direcciones. Y ayudando e incitando esto está el silbato de perro, que se vuelve más potente en una era de noticias falsas”1 (p. 3); en segundo lugar, proponer un remedio, a saber, la formación de una conciencia crítica de los estudiantes que les permita conocer e identificar estos usos perversos del lenguaje. Por lo demás, su análisis busca explicar “lo que es a la vez significativo y generalizable sobre aquellos asuntos sobre los que los políticos y los medios lanzan silbatos de perro que afectan tanto a la política como a la práctica educativa, cuestiones tales como raza, religión, género, etnia, supuesta incompetencia económica, disminución de los estándares educativos, salud y estado físico o extremismo político” (p. 3).

El primer capítulo arranca con la siguiente definición: “El silbato para perros es un dispositivo altamente politizado, deliberadamente encubierto y diseñado para activar los prejuicios ocultos, lo que obliga subrepticiamente a las personas a unirse a la causa política” (p. 9). Rodwell nos ofrece algunos datos sobre el origen de la expresión indicando que el Safire’s political dictionary consigna el primer uso del término en un artículo del Washington Post de 1988, mientras que el Diccionario de Oxford considera que la primera vez que se usa en sentido político es en un periódico canadiense de octubre de 1995 (p.14). Y coincide con los principales analistas en que cuando Richard Nixon utilizó la frase “ley y orden” en el contexto de las protestas contra la guerra de Vietnam, Boris Johnson comparó sin nombrarlas a las mujeres musulmanas con burka con “buzones” o “ladronas de bancos” o Trump tuiteó “Matones” tras los disturbios por el asesinato de George Floyd, estaban usando esta política subliminal supremacista e insidiosa. “Guerra al terrorismo”, “Reina del bienestar” o “Duro con el crimen” serían otros de los silbatos de perro bien conocidos y analizados hasta la fecha.

Lo esencial de este libro es que pone el acento en cómo la escuela se ha convertido en un elemento clave del debate político hasta el punto de que el mensaje subliminal racista por excelencia ya no es en la actualidad “ley y orden”, sino “elección de escuela”. La elección de escuela se ha convertido en una cuestión de Estado tanto en USA como en UK y Australia y las sucesivas “reformas educativas” no pueden entenderse al margen de fenómenos tales como la globalización y el auge del neoliberalismo. Pero, curiosamente, el auge del neoliberalismo tampoco puede entenderse sin la política del silbato de perro. Como magistralmente explica Ian Havey López [٢٠١٤] —a quien Rodwell cita en numerosas ocasiones— la alianza de la clase media con una agenda política basada en la reducción de impuestos, la reducción de servicios sociales y la desregularización de la plutocracia, una agenda que sólo beneficia a los más ricos y es contraria a sus propios intereses, ha sido posible porque el poder político ha sabido cómo manipular y destrozar a la clase media a través de apelaciones raciales. Rodwell insiste en que las angustias nacionales, los pánicos morales2 y la teoría de la sociedad de riesgo3 son el caldo de cultivo perfecto para consolidar la dinámica del silbato de perro que mediatizará además los estándares educativos y la formación del profesorado. Explica cómo se ha instalado en la conciencia colectiva la idea de que el sistema educativo está al borde del abismo y urge retomar el control. Y cómo, en consecuencia, muchas familias están dispuestas a grandes sacrificios, por ejemplo, a cambiar el lugar de trabajo o la vivienda, para poder “elegir escuela” y seguir educando a sus hijos para el futuro.

Siguiendo a Sahun Rawolle y Bob Lingard [2014], Rodwell considera que el proceso de mediatización en la escuela se puede constatar de tres maneras distintas:

 

-Atendiendo al uso y al efecto que las TICs tienen en el proceso educativo.

-Considerando el impacto de las imágenes y las representaciones en la práctica educativa.

-Analizando los efectos que los medios de comunicación tienen en la educación.

 

Y es en este tercer aspecto en el que la dinámica del silbato de perro permea las cuestiones escolares alentada por la desregularización del sector, un fenómeno popularmente conocido como “foxificación” que permitió, por una parte, concentrar la propiedad de los medios de comunicación en unos pocos conglomerados y, por otra, bendecir un periodismo en el que la opinión se sitúa en pie de igualdad con la información. Este proceso, que ocurrió simultáneamente en USA, UK y Australia en los años 80 como resultado de la propia globalización y de la expansión del neoliberalismo, convirtió a los medios de comunicación en potentes actores políticos.

El ejemplo prototípico de mediatización escolar que Rodwell denuncia es “la desaparición mundial de los aprendizajes esenciales curriculares, bajo la bandera alarmista y el pánico moral de la caída de los estándares educativos” (p. 60). Un asunto no exento de controversia entre la comunidad educativa y en permanente debate entre los partidarios de las pruebas estandarizadas y los contrarios a ellas. Y no faltan razones para la disensión porque, como señala hábilmente Rodwell, mientras la formación integral del alumnado que persigue la escuela pública distingue usualmente entre actitudes, habilidades procedimentales y conocimientos, cuya consecución requiere educación “formal” —en materias tradicionales— e “informal” —a través de otras experiencias de aprendizaje: culturales, deportivas o ambientales—, la discusión pública sólo atiende a los resultados obtenidos en las pruebas estandarizadas internacionales. Así es como el informe PISA se ha convertido en un arma arrojadiza que, convenientemente aventada, bendice, en nombre de los estándares educativos, el fin de las políticas educativas orientadas a la consecución de la igualdad: “hacia el final del siglo XX, la marea del liberalismo social de mediados de siglo estaba comenzando a golpear un muro. Ahora, sus programas para ampliar el acceso a los recursos educativos públicos a través de la desegregación y una financiación más equitativa dieron paso a reformas neoliberales centradas en mejorar los resultados a través de la desregulación, los regímenes de rendición de cuentas y la disciplina de mercado” (p. 66). Evidentemente, la dinámica del silbido de perro subyace a este pánico por la supuesta pérdida de nivel académico. Por ejemplo, en la campaña para las elecciones federales australianas de 2016 los principales medios vincularon peores estándares educativos e inmigración, hasta el punto de que “analfabetismo” o “innumeración” se convirtieron en sinónimos de “inmigrantes”. El siguiente paso es conjurar el temor a la pérdida de la calidad educativa con la “elección de escuela” y con el “control local”, otro de los silbidos de perro utilizados por las derechas políticas que en los 3 países analizados por Rodwell apoyan “una deriva constante pero creciente hacia las escuelas no gubernamentales, pero siempre con el apoyo de un aumento de la financiación del gobierno” (p. 184). Por lo demás, escuelas descentralizadas y desreguladas pueden abrazar sin cortapisas la llamada “diversificación” (tracking), esto es, la manera de organizar el proceso de enseñanza-aprendizaje del alumnado en grupos diferentes en función de habilidades o capacidades usualmente medidas con pruebas estandarizadas. Pero detrás de la diversificación, lo que realmente se esconde es “una larga y fea historia de segregar estudiantes en itinerarios de los que ni siquiera pueden escapar” (p.187). El “control local” permite además regular, atendiendo a los valores judeo-cristianos, la educación sexual. Para Rodwell, es una obviedad la abierta hostilidad que la derecha cristiana siente hacia la educación sexual.

También el profesorado y la propia pedagogía ha sido mediatizada y culpabilizada de la caída de los estándares educativos. En USA, UK y Australia está constantemente en entredicho la preparación del profesorado y sigue abierta la polémica sobre si su formación debe pivotar sobre aspectos teóricos o prácticos. Pero, aunque Rodwell reconoce el abismo que sigue existiendo entre las universidades y la práctica docente real y aboga por la conveniencia de que las universidades y las escuelas rediseñen los programas de preparación del profesorado de manera conjunta, considera que son los medios de comunicación los principales responsables de generar un clima de ansiedad que a la postre siempre acaba perjudicando al sector de la educación pública. Paradójicamente, la reducción de la ratio del alumnado —que es la única medida para mejorar la calidad de la enseñanza sobre la que hay unanimidad entre los investigadores— también ha sido mediatizada con otro “silbido de perro”, en este caso el del “excesivo gasto económico”, que es el que utilizan todas las políticas neoliberales para aumentar las ratios en las escuelas.

El libro concluye recordando su propósito esencial: mostrar cómo aunque la mayor parte de la política educativa se concibe, se desarrolla y se implementa racionalmente, hay algunos elementos irracionales —activados por los “silbidos de perro”— que han permeado el sistema educativo y que es importante detectar precisamente porque pierden su poder en cuanto se desenmascaran.

Un último apunte. Politics and the Mediatization of School Educational Policy es, desde luego, un documentado repaso a las principales aportaciones de los teóricos de la dimensión política de las expresiones de odio, en concreto, de los “silbidos de perro”, pero también ofrece una visión global de las políticas educativas de los 30 últimos años en los tres países analizados que nos puede ayudar a entender mejor nuestra propia realidad educativa. Después de leer este libro, lo que queda claro es que el eslogan “elección de escuela” adquiere su verdadero y vergonzante significado.

 

 

Ana Mas de Sanfélix

(Doctora por la Universidad de Valencia)

 

Notas

 

1 La traducción de esta cita y de las siguientes son mías.

2 Rodwell, G. (2018), Moral Panics and school educational policy, New York/London: Routledge.

3 Rodwell, G. (2019), Risk Society and school educational policy, New York/London: Routledge.