Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 88 (2023)

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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NOVELLA SUÁREZ, J. (2021). La aventura del pensamiento español, Madrid: Sindéresis, 166 pp.

 

En La aventura del pensamiento español, el profesor de filosofía de la Universidad de Murcia Jorge Novella nos ofrece una visión panorámica de la tradición filosófica española. El autor afirma en la presentación que se trata de “divulgar qué es eso que llamamos pensamiento español”, lo que unido a la brevedad del libro puede hacernos creer que estamos ante un trabajo sin grandes pretensiones. Nada más alejado de la realidad: la misma lectura constituirá una aventura en la que se sucederán multitud de tradiciones y puntos de vista en el intento de dar con una definición de la filosofía española. De hecho, la cantidad de referencias exige un gran esfuerzo de atención por parte del lector; el premio será un excepcional marco de referencia que le permitirá responder a la invitación profundizando en aquellas tradiciones que hayan despertado su interés.

Tampoco faltará la reflexión en torno a las metodologías que permiten entrar con rigor en esta historia. Novella discutirá diversas propuestas metodológicas, desde el intencionalismo de Skinner a la más cercada sociología de la filosofía de Francisco Vázquez y José Luis Moreno, pasando por la historia conceptual de Koselleck, actualizada en nuestro contexto por José Luis Villacañas.

Mención especial merece el riguroso análisis del proceso de institucionalización de la filosofía en nuestro país, cuyo origen sitúa en los ilustrados Forner y Feijóo, y que logrará su impulso definitivo con la cátedra de Historia de la Filosofía de la Universidad Central, ocupada por Sanz del Río en 1854. Destaca también otras figuras, como la de Gumersindo Laverde o Menéndez Pelayo, quien en su Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882) rescató del olvido a gran cantidad de autores y corrientes, aun cuando el objetivo del dogmático historiador fuera denunciar su carácter herético desde una tramontana defensa del pensamiento católico, a su juicio, único verdaderamente castizo. Estudia Novella también la continuación de los discípulos, más aperturistas, de Menéndez Pelayo, como Adolfo Bonilla, que iniciaría la publicación del Corpus Sistemático de la Historia de la Filosofía Española.

Pero la erudición de Novella no puede despistarnos respecto al objetivo fundamental de su libro: la defensa del pensamiento español. ¿En qué sentido?

Lo primero que hay que observar es que tal defensa no consiste en una apología nacionalista. Lo que da unidad al pensamiento español es la unidad lingüística y, por lo tanto, su implantación geográfica va mucho más allá de las fronteras de España, incluyendo todo el espacio iberoamericano.

Como la unidad viene dada por la lengua compartida, Novella prefiere no incluir en la historia del pensamiento español a autores como Séneca, Averroes o Maimónides. Estos constituyen sin duda momentos de su prehistoria, pero, a su juicio, la historia sólo comienza en 1492, con el surgimiento del espacio iberoamericano y la publicación de la Gramática en lengua castellana de Antonio de Nebrija, quien era perfectamente consciente de que es la lengua lo que da unidad a una cultura. En todo caso, aquellas tradiciones de la prehistoria del pensamiento español serán recuperadas en formas diversas por las tradiciones estrictamente históricas; como observó, por ejemplo, Karl Alfred Blüher, para el caso concreto del senequismo, en Seneca en España (1983).

Pero, entonces, si no se trata de una apología chovinista, ¿por qué el pensamiento español requiere defensa? ¿Es que es posible poner en duda el valor filosófico de una lengua? Este es precisamente el caso: desde prejuicios inveterados se ha rechazado el valor filosófico del español. Recordemos la payasada del filósofo francés Victor Delbos: “Pour connaître la totalité de la philosophie, il est nécessaire de posséder toutes les langues, sauf toutefois l’espagnol”. Broma soez epocalmente desafortunada si tenemos en cuenta que es coetánea con la inauguración de la Edad de Plata de la filosofía española, que, partiendo de la Generación del 98, continuará en las prolíferas escuelas de Madrid y Barcelona, cuyo momento cumbre lo encontramos en los tiempos de la II República.

Pero la necesidad de defensa del pensamiento español no emana sólo del prejuicio externo, sino que también se explica por el devenir de la institución filosófica en España en los años oscuros de una dictadura que aplastó o condenó al exilio, tanto interior como exterior, a todo aquel pensamiento en ebullición, convirtiendo al tomismo en filosofía oficial y excluyente en nuestro país. Y cuando a partir de los años sesenta los nuevos aires aperturistas permitieron, aún tímidamente, el pluralismo, las nuevas generaciones fueron incapaces de recuperar las tradiciones de pensamiento en español. Intentaron, en cambio, revitalizar la filosofía en nuestro país desde corrientes foráneas y dando la espalda a los que habían sido injustamente silenciados. Con ello, tristemente, crecían los que asentían con Delbos dentro de nuestro propio espacio geográfico. Recuerdo que cuando era alumno en la licenciatura de filosofía, no faltaban los profesores, en su mayor parte anglófilos, que despreciaban entre bromas nuestra tradición, refiriéndose al chovinismo de los historiadores de una filosofía, la española, que debería ser calificada, más correctamente, como literatura. Pero he aquí que, con ello, aquellos profesores, desde su ignorancia prejuiciosa, apuntaban paradójicamente a una de las virtudes más sobresalientes de la filosofía española: su capacidad para expresarse en estilos que tradicionalmente no han sido considerados estrictamente filosóficos, como el ensayo, la novela, la poesía o el aforismo. Estilos apropiados para un pensamiento de marcado carácter humanista y que concibe la filosofía más como una forma de vida que como una disciplina académica.

En este sentido, Astrid Melzer-Titel se refería en Modernität des Südens (2003) a la actualidad del pensamiento en español, derivada de su recurrencia a patrones de pensamiento y estilos premodernos típicos del humanismo renacentista. Pero, entonces, si, como vio Milan Kundera en El arte de la novela (1986), la modernidad filosófica de origen cartesiano constituye una reacción restrictiva frente al aperturismo tendencialmente relativista encarnado por Montaigne o Cervantes, la falta de arraigo de una tal modernidad en España muestra ahora ventajas a la hora de afrontar su quiebra. El carácter filosófico de estas aportaciones no puede comprenderse desde las definiciones estrechas de la disciplina, sino rastreando su arraigo en una tradición mediterránea en la que dominaba el realismo vitalista y donde la razón no estaba divorciada aún del sentimiento; una tradición que se expresaba en estilos que permitían captar el carácter dinámico, circunstancial y fragmentario del pensar.

Novella explicitará a lo largo del libro los rasgos más sobresalientes del pensamiento español: los ya mencionados, como el trasfondo humanista (que naciendo en Vives y Vitoria, llega hasta el socialismo de espíritu liberal de Fernando de los Ríos o Julián Besteiro) o la comprensión de la filosofía como una forma de vida; o su carácter práctico, vitalista y realista (el conocimiento brota del quehacer de la vida). Todo ello permite responder a la crítica de Delbos sin complejos: mejor hablar de pensamiento español que de filosofía española.

Novella se refiere también a un marcado espíritu crítico no exento de problemas, en tanto que ha impulsado cierto adanismo con tendencia a cortocircuitar la continuidad de las tradiciones. El principal problema de la filosofía en España es que cada nueva generación ha vivido de espaldas a la anterior. Por ello, como afirmaba María Zambrano en una entrevista de 1988: “en España ha habido precursores, ha habido sobre todo eso, pero lo que no ha habido es continuidad y vigencia, que son las notas de una tradición filosófica”.

A esta tendencia del pensamiento español se unen las nefastas consecuencias de la dictadura. Rota la continuidad, las nuevas formas foráneas asimiladas (filosofía analítica, existencialismo, estructuralismo, marxismo…), a través de lo que Ferrater llamó “una recepción sucursalista y académica”, no lograron incrustarse en nuestro ethos y la filosofía acabó en las antípodas de lo que tradicionalmente había sido: una forma de vida.

Para Novella, sólo podemos detener esta dinámica suicida (que Pedro Cerezo calificó como la “miseria de la filosofía”) recuperando todo aquel pensamiento injustamente olvidado. Afortunadamente, las sucesivas ediciones de las obras completas de los que habían sido silenciados o expulsados, y el excepcional trabajo de recuperación desde asociaciones como la Asociación de Hispanismo Filosófico y estudiosos como José Luis Abellán o el propio Cerezo, permiten observar un renacer del pensamiento español.

Queda la duda de si esta nueva dinámica logrará irrigar una academia estructuralmente contaminada por los prejuicios de los neopositivistas anglófilos, quienes, aprovechando la corriente del imperialismo anglosajón, han logrado imponer unos estándares de calidad estrechos y de corte cientista, altamente nocivos para nuestra rica tradición.

Pero ya sea en el espacio de la academia, ya sea fuera de ella, el pensamiento español ha venido para quedarse. Dialécticamente, además, parece estar logrando atravesar en muchos casos aquellas tradiciones foráneas asimiladas, dejando atrás las tendencias inmunológicas que han solido caracterizar a nuestra filosofía. Pensar sí, desde la propia circunstancia y de forma abierta, en diálogo con otras tradiciones y corrientes de pensamiento; frenando la tentación tenebrosa, integrista y mesiánica de un casticismo que obstaculizó el proceso de secularización y la recepción de los saberes científico y filosófico.

 

Óscar Barroso Fernández

(Universidad de Granada)