Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 86 (2022)
ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)
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MÉNDEZ BAIGES, Víctor (2021): La tradición de la intradición. Historias de la filosofía española 1843-1973. Madrid: Tecnos, 568 pp.
¿Por qué no nos contaron nuestra historia?
Cuando uno termina de leer La tradición de la intradición lo primero que le viene a la cabeza es la idea, o la percepción, de que nunca nos contaron la verdadera historia de la Ilustración española. Hay quien pensará y defenderá que ésta tuvo lugar de la mano del reformismo borbónico y en relación a las peripecias políticas y sociales de lo que entre, aproximadamente, 1700 y 1808 se denomina, para el caso español, movimiento ilustrado.
De acuerdo, no discutiremos que se cuente esa historia en las escuelas y en las facultades de historia. Ahora bien, si por ilustración entendemos aquel movimiento que pretende inspirar un cambio profundo en lo cultural y en lo social, donde sea la razón misma la que guíe las decisiones que inevitablemente moldearán en aquellos ámbitos y saberes, la historia que nos trae el profesor de filosofía del derecho de la Universidad de Barcelona es la historia en diferentes etapas de cómo nació un proyecto renovador del pensamiento español, de cómo se intentó elevar a los podios más altos del pensamiento humano sin escatimar en esfuerzos intelectuales y de cómo esa misión colapsó debido a ese hacer tan nuestro, de edificar sobre lo edificado y sobre el terreno que no debe edificarse.
En esta reseña me limitaré a señalar dos aspectos que explican la excepcionalidad de este libro. El primero de ellos, el valor narrativo junto con la erudición de tan magna investigación. El segundo, por qué a día de hoy quienquiera que se dedique o tenga la intención de dedicarse, directa o indirectamente, a la universidad tiene la obligación de conocer su historia y la historia de unas ideas que la dotan de anacronismo. No se me ocurre ninguna época en la que la profundidad del pensamiento ilustrado español, el que presenta esta obra, sea irrelevante.
Esta historia es una auténtica mina de datos, resúmenes de ideas, aclaración de conceptos y de malentendidos históricos, exposición y contraste de las principales escuelas de pensamiento durante el periodo que señala el título… pero sobre todo, y aquí la principal aportación a nuestra historia de la filosofía, es la presentación de una tradición filosófica que aconteció en España, desde el nacimiento hasta su desvanecimiento, puesta en su contexto, frente a otras escuelas y tradiciones que entonces reclamaron ser el paladín de la razón. Desde Sanz del Río hasta el sobrecogedor adiós con Sacristán hay un hilo, un nexo, un sendero que explica el origen de la fuente, los principales arroyos y manantiales de nuestra filosofía, cuya piedra angular es en efecto Ortega (¿o acaso no es ese lago inmenso en el que cruzan de aquí para allá auténticos navíos transatlánticos?), pero sin que queden fuera García Morente, Zubiri, Marías, Gaos, Recaséns, por citar unos pocos, y la desembocadura ya no en el mar, sino en un río más caudaloso y enmarañado, el que trajo la democracia y que extendió el caudal pantanoso de la dictadura hasta la universidad. Un río que arrastró tres auges y caídas, tres borrones y cuenta nueva, lo que explica por qué nos llegó tiznada una tan ilustre tradición.
Ciertamente, la totalidad de esta tradición se encuentra destripada hasta el exhausto a lo largo del libro. El lector rápidamente intuirá la fiebre enfermiza que impulsa al autor a escribir las páginas que considero más destacadas de su trayectoria, ese espíritu que aparece en las obras señaladas que introducen una voz narradora en nuestra cabeza, ésa que secuestra nuestra atención y rezumba constantemente aquel “¿pero ves lo que sucedía?”. Esa voz dormida que despierta en ocasiones señaladas para romper nuestra indiferencia.
Si se pregunta cómo ha presentado semejante tren de sucesos, para nuestra sorpresa, nada tiene que ver con un trabajo académico o con lo que cabría esperar de semejante mastodonte de investigación. Lo que tenemos entre manos es una novela. Los personajes entran y salen, vienen y van, se aclaran sus principales aportaciones y sobre todo se consigue seguir fácilmente a quienes continúan con el empeño, con la misión de convertir el pensamiento y la razón en la guía de nuestra sociedad, en la pauta para definir los cambios relevantes, en insertar nuestra filosofía en el acervo de la humanidad con la autoridad suficiente y merecida para marcar el ritmo y para servir de ese instrumento social.
Ni enciclopedia, ni manual, ni dogmática, ni tesis en pro de una tradición, sino una novela que recoge todo lo anterior a través de sus protagonistas, sus antagonistas y una trama. Aunque sabedor del destino trágico, uno no puede evitar el buceo entre capítulos y querer llegar al desenlace sin oxígeno, del tirón. Es menester advertir que, a pesar de la tradición que se ofrece y que se defiende en el libro, una entre tantas, cada uno de los personajes que tienen cosa que aportar, a su favor o en su contra, lo hacen siempre traídos a su mejor luz. Mencionaré de pasada un par. Cuánto juego brinda Don Marcelino en los primeros compases. Imposible no sentir simpatía hacia un padre Ramírez que se dedica en cuerpo y alma, con su manera y con total sinceridad, a fusilar las oraciones de Ortega. Estremece la veracidad de los hechos, de las desilusiones, de las pérdidas y de la nostalgia, ¿pero de qué otra manera sino podría mantenerse un tono aceptable con todos los personajes de este periodo?
Entre el vaivén de fervores y obstáculos, vamos atisbando el ocaso de esta tradición mediante la figura de un Manuel Sacristán maltratado por la universidad, a quien se le debía el reconocimiento de su pensamiento a la altura que aquí se le brinda, como alguien más que aquel que solamente escribe prólogos, alguien que supo leer su tiempo para empujar e involucrarse en la lucha pese a recibir coces, una y otra vez, de una universidad que debía haber sido su vehículo blindado. Aun así, su pensamiento plasmó la primavera en una estación helada, el rocío que saluda incluso después de la peor noche. Si al lector esto le parece una obviedad, una deuda impagada hasta que nuestro autor ha alzado la voz, ¿la actitud que cabía adoptar en 1973 no era precisamente el nihilismo suspirado por Savater? Si se es más optimista puede leerse que esta historia, la de la verdadera ilustración española, fue enterrándose hasta esa fecha; que nuestra democracia acabó dando paso a otra tradición, diferente en lo material y en lo formal, pero que a fin de cuentas no ha enterrado a este libro antes de que saliera publicado. Esta obra gustará más o menos, increpará, molestará y habrá quien rebuznará, pero será por habernos contado la historia desde la mirada atrás de quien ha dedicado su vida a desbrozar la hiedra que cubría la memoria y la obra de nuestros maestros. Ciertamente, mejor eso que la censura.
Haré referencia a la segunda de las cuestiones anunciadas. El autor nos trae un derroche de tinta que nos sumerge en una tradición que siempre será relevante porque, a fin de cuentas, es una de nuestras tradiciones. Dependerá de nosotros atribuirle el valor actual y el histórico que merece. Por eso esta obra, no creo errar al afirmarlo, es la obra magna, la que constituye el proyecto vital y académico de un maestro, la que trasciende primero a sus alumnos y al fin a nuestra historia, rindiendo tributo y dándole forma en el presente.
En efecto, este texto algo nos dice más allá de la historia que ofrece el autor y sus lectores tenemos la obligación de intentar comprenderlo. Para explicarlo, recurriré a la autoridad del propio Ortega (Origen y epílogo de la filosofía, cap. VI, Madrid: Espasa Calpe, 1980):
Atenerse estrictamente a un texto, a lo que el pensador dice puede significar dos cosas muy distintas: una, atenerse a lo expreso en ese decir; otra, atenerse al pensamiento del pensador, pero tomándolo íntegro, sin ir a buscar fuera de ése, en el pensamiento de otros anteriores o en un pensar colectivo, su preparación. (…) El pensamiento de un pensador tiene siempre un subsuelo, un suelo y un adversario. Ninguna de estas tres cosas son lo que, literalmente entendido, está expreso en el pensamiento de un pensador. Queda fuera y casi nunca el pensador alude a ello. Sin embargo, actúa en su pensar y forma parte de él. Todo texto es fragmento de un contexto inexpreso.
Por un lado, La tradición de la intradición en sí misma nos ofrece aquel subsuelo, la idea del proyecto renovador, de la filosofía como la guía política y social de su tiempo; el suelo, el contexto de constantes cambios, desde las repúblicas hasta las dictaduras, la entrada en la democracia, pasando por el agujero negro de la Guerra Civil en la que todo fue absorbido por su gravedad centrípeta; y los adversarios, aquellas otras tradiciones que trataron de imponerse buscando la hegemonía en el lugar de la sociedad donde debía situarse esta misión. Esta novela muestra la exploración sin descanso de aquello que no estaba expreso en el pensamiento de sus principales protagonistas, lo que definía la universidad española y a lo que sus participantes no aludían siempre con claridad. En esta historia se sitúa el pensamiento de esa tradición, y no solamente en contraste con las otras tradiciones, lo incardina entre las coordenadas definidas por el contexto histórico, político, cultural y filosófico. Ahora se da muestra de la intensidad de luz con la que irrumpió esta tradición y comprendemos por qué fue cegadora para quien necesariamente debía perecer para asimilarla.
Por otro lado, La tradición de la intradición tiene su propio subsuelo, suelo y adversario. El subsuelo está vinculado a esa tradición, a explicar nuestra historia, tan nuestra, de impedir el paso a misiones de profunda enjundia, a no dejarla arribar al lugar que merece por derecho propio, a impedir reinar a quien ha nacido para sostener el foco en el trono de la razón. La tradición a que no haya tradición, que ahora ha adquirido una nueva forma y unos nuevos contenidos modificando su identidad en el presente democrático. Cómo la universidad presente ha heredado lo edificado en el pretérito, ha introducido nuevos requisitos, obstáculos, y ha puesto otros actores. Y este libro afrenta lo avanzado en su prefacio, el que unas formas y unos criterios para nada garantizan que la razón irrumpa en cualquier rincón de nuestras facultades.
¿No es cierto, amigo lector, que alguna vez se percató de la incoherencia que late en el mundo académico actual? Si piensa que algo de razón esconde una respuesta afirmativa será capaz de valorar un rasgo de este trabajo al que ya hemos hecho mención. Insisto, se trata de una novela y no de un ensayo académico o de un ejercicio de hermetismo filosófico frente a otras tradiciones. La novela rompe una lanza definitivamente a favor de la mayor crítica hacia la filosofía académica actual. Su vocación literaria es la de explicar los silencios que la filosofía reclama para la interpretación. La de exponer los compases instrumentales que unen las estrofas de una pieza para expandir la melodía sin la que los versos carecerían de ritmo propio, de tonalidad, de entonación. Se sitúa en un carril distinto al de la cortesía del filósofo, tan en boca en la actualidad y tan lejos del proceder de quien la dictó, para transitar por la historia de esta tradición.
Entonces, en respuesta a por qué no nos explicaron antes esta historia, hemos aprendido con este libro que debían colmarse los compases de un silencio, el más escondido por nuestro pensamiento.