Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 85 (2022)

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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ALLEN, Ansgar (2020). Cynicism. Cambridge (Massachusetts): MIT Press, 280 pp.

 

La proliferación de obras dedicadas al cinismo en los últimos años es directamente proporcional al interés que este movimiento filosófico de la antigüedad suscita en la reflexión sobre la actual situación de crisis. Muestra de ello es el hecho de que Cynicism, de Ansgar Allen (en adelante A.), se encuadre dentro de la colección The MIT Essential Knowledge Series, del Instituto de Tecnología de Massachusetts. El cinismo se está revelando como una temática cada más abierta a distintas disciplinas. ¿Pueden convertirse en valores educativos la humillación, la risa y el excremento? A., de la Universidad de Shelffield (Inglaterra), no es un filósofo, sino un profesor de educación, un educador cínico, según sus propios términos. Su nuevo libro viene a ampliar los horizontes trazados en su anterior The Cynical Educator (Mayfly Books, 2017), y es que, en efecto, es en las instituciones educativas donde el cinismo se presenta en una de sus formas más paradigmáticas. A los ojos de A., el concepto pastoral, platónico, de educación salvadora convive con el desencanto constante en todos los ámbitos de la práctica educativa, desde su burocracia, pasando por la práctica diaria, hasta la resignación de los docentes ante el alumno fallido. Así, A. propone una rehabilitación de los conceptos de nihilismo y cinismo desprendiéndolos de la negatividad que los impregna para recuperar su carácter estratégico con el fin de deshacernos de esa concepción elitista-idealizada de la educación. Extendiendo dichos aprendizajes a su nueva obra, debemos arriesgarnos a decir la verdad y afrontar la situación con realismo y comicidad. La educación y la sociedad precisan nuevos enfoques para comprenderlas y nuevas estrategias para afrontarlas; conque A. va a reclamar una nueva generación de cínicos, un término que precisa de una reexploración.

En su preámbulo (pp. 1-17), Cynicism parte del cinismo moderno (cynicism, en minúscula)1con el objetivo de establecer una comparación con el cinismo antiguo (Cynicism, en mayúscula) que permita conocer mejor el primero. Así, en lugar de intentar señalar el abismo que los separa, A. pretende hallar los elementos recuperables de las antiguas enseñanzas diogénicas que perviven en la moderna actitud cínica. Su objetivo es tratar de “comprender cómo uno se convirtió en el otro”, lo que según el autor no ocurrió en un punto específico de la historia, no existe una transición absoluta, sino “momentos cínicos”, cuestión que explica las distintas formas intermedias de cinismo (A. aporta un glosario de ellas al final de la obra).

Los primeros capítulos (II y III, pp. 17-67), dedicados al cinismo histórico (personajes, anécdotas, etc.), están redactados sin perder nunca de vista la cuestión educativa y, además, con la habilidad para indicar al mismo tiempo que cualquier intento de escribir sobre ellos reduce su impacto: el cinismo sigue eludiendo a aquellos que quieren estudiarlo. Para A., una aproximación a los antiguos cínicos debe rechazar toda proposición teórica o de principios, porque la persistencia en enfoques de este tipo le hacen perder su carácter astuto, juguetón, rebelde e improvisado; la construcción de una tradición en torno a él “sería la muerte del cinismo” (p. 24). De modo que A. se propone deshacerla retrospectivamente; en otras palabras, va a realizar un viaje por las distintas recepciones del cinismo para observar cómo a través de las diversas idealizaciones, censuras y apropiaciones interesadas se ha ido produciendo una merma de su potencial disruptivo.

A lo largo de los siguientes capítulos (IV - VII, pp. 67-151), el autor explora más de dos mil años de “cooptaciones” del cinismo. Este concepto, ‘co-option’, en la lengua inglesa comprende una acepción muy reveladora de los mecanismos de recepción operados sobre el cinismo antiguo. La cooptación se puede entender como una aculturación forzada, una apropiación selectiva de algunos elementos en detrimento de otros con la intención de convertirlo en algo más manejable, menos hiriente, domesticado. Así, A. va a trazar un recorrido desde la temprana cooptación estoica del cinismo, pasando por la idealizaciones romanas (Epicteto, Luciano, Juliano), hasta llegar al ascetismo cristiano y la ambivalencia en época medieval. Rabelais, el Timón shakesperiano y la misantropía literaria anglosajona ocupan el espacio dedicado a la modernidad. Para A., el análisis del cinismo histórico temprano mantiene a lo largo de los siguientes siglos una constante actitud de “temor a las masas”, a la turba, cuya actitud quedaría después adherida sin remedio a la figura de Diógenes.

Si bien A. no cree que exista una transición absoluta desde el cinismo antiguo al moderno, parece coincidir, dado su bagaje de lecturas (Sloterdijk, Mazzella, Shea, Stanley), en la Ilustración y la Contrailustración como momento determinante en la diversificación y devaluación del uso de la palabra. A partir de ese período, el descontento social y la desconfianza quedan fijados al término: el cínico es entonces aquel que no considera a nada ni a nadie dignos de respeto. Así, el estatus de ciertos sujetos (lo que A. reconoce como cinismos intermedios) se define a partir de la descalificación de otros a los que llaman cínicos, advirtiendo de su peligrosidad, por cuanto su actitud promueve la desconfianza en el sistema. Sin embargo, A. no comparte el moralista desprecio por el cinismo moderno arguyendo su naturaleza destructiva de la sociedad democrática. Tampoco comulga con el izquierdismo que considera este fenómeno como el causante de un sentimiento de desesperanza en la clase obrera, por hacer sentir al proletariado que no tiene el futuro en sus manos. El autor lo afirma sin tapujos: este libro “se aparta de las posiciones que buscan disminuir o superar el cinismo moderno” (p. 169). Ni siquiera está de acuerdo con los ya de por sí atrevidos planteamientos de autores como David Mazella (The Making of Modern Cynicism, 2007) o Sharon Stanley (The French Enlightenment and the Emergence of Modern Cynicism, 2012), que abogaron por un cinismo moderno mesurado, equilibrado, como una forma de mantener una actitud crítica hacia el presente. Por contra, A. invita a considerar “el escandaloso potencial del cinismo moderno” en sus formas más “bajas” y “empobrecidas” (p. 171).

Así las cosas, A. se adentra en las conclusiones de su obra (Cap. VIII, pp. 187-203) declarando la inevitabilidad del cinismo moderno e intentado reconstruirlo. Quizás el autor podría haber dedicado algo más de espacio al siglo xx, especialmente a la tradición alemana de mitad de siglo, tanto por sus tempranas argumentaciones en torno a la escisión de ambos cinismos como por ser el eslabón que une a Nietzsche con Niehues-Pröbsting (Der Kynismus des Diogenes und der Begriff des Zynismus, 1979) y Sloterdijk (Crítica de la razón cínica, 1983). El cierre de la obra es una incitación al cinismo; la alusión a algunos ejemplos vitales, incluso de personajes no autodeclarados cínicos, sugiere que el cinismo aún podría tener protagonismo en nuestra época, previo reajuste. La perspectiva educativa no se deja nunca de lado y adquiere mayor relevancia, si cabe, en esta última parte. Aquí, su recorrido deconstructivo a través de los siglos desemboca en Nietzsche, Sloterdijk y, sobre todo, Foucault (El coraje de la verdad, 1984), como no podría ser de otro modo. Del primero quiere recuperar la noción constructiva del nihilismo, que no se da por vencida pero que, a su vez, es capaz de enfrentar con realismo las falsas promesas. Del segundo, Sloterdijk, no comparte la oposición binaria Zynismus-Kynismus, pero sí su diagnóstico de la sociedad con importantes matices: con ellos no está todo perdido, no son cínicos completamente, evitan llegar al punto de su crisis en el que no podrían enfrentarla, de modo que su descontento puede ser canalizado. De Foucault toma el método: el cinismo es ante todo estratégico y debe ser adaptativo, contingente, como lo fue Diógenes. Por tanto, el procedimiento debe ser el de una mímesis selectiva, dado que las audiencias y los medios han cambiado. Hoy, la “desviación cínica”, expresión del potencial escandaloso de Diógenes, se ha vuelto legible para el poder; si algo causa revuelo, no tiene por qué ser un marcador de transgresión” (p. 193), sino que a menudo sirve para reforzar la normalidad. Por lo tanto, la estrategia precisa de un reajuste, cuyas huellas se rastrean en el estudio foucaultiano de la inversión cínica —la vida Otra—. El escritor acude al ejemplo del pensamiento queer, bastante descriptivo al respecto: encontrar la forma de enfrentar la normatividad hasta que ésta deje de tener sentido. Ese reajuste debe partir de la audiencia y el contexto, por lo que no existe una única respuesta adecuada. El cinismo debe acometer actos de inconformismo que sean inaprehensibles. Así, la gran enseñanza extraída es la de procurar mantener ese carácter que se resiste a ser cooptado, cuidando de no permitir que pierda su rebeldía.

En suma, Cynicism de Ansgar Allen supone una lectura placentera, muy recomendable para estudiosos del cinismo, pero también para futuros educadores. La variedad de lecturas contemporáneas recolectadas y las reflexiones sobre ellas suponen una aportación destacada al panorama actual. Asimismo, plantea distintas cuestiones (de candente actualidad en el ámbito anglosajón) a las que no podrán permanecer ajenos los estudiosos del cinismo contemporáneo. ¿Es el cinismo moderno una deformación contraproducente, es una fuerza mesurable, o una expresión constructiva de insurrección, como defiende Allen? En este último caso, al pretender aprovechar e intensificar toda su escandalosa rebeldía, el uso de la mayúscula o la minúscula, como marca de distinción de un cinismo antiguo y otro moderno, dejaría de tener sentido.

 

Santiago Vargas Oliva

(Universidad de Almería)

 

 

 

Notas

 

1 A diferencia de otras lenguas, en inglés se usa la mayúscula para diferenciar el cinismo antiguo del moderno (Cynicism-cynicism). En alemán, por ejemplo, se usan diferentes caracteres, Kynismus, manteniendo la “k”, para el cinismo antiguo y Zynismus para el moderno.