Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 84, 2021

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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GONZÁLEZ BLANCO, Azucena (ed.) (2019). Política y literatura. Nuevas perspectivas teóricas. Berlín: De Gruyter.

 

Esta obra colectiva editada por Azucena González Blanco analiza las relaciones entre literatura y política desde nuevas perspectivas contemporáneas. El volumen se abre con el texto “Política de la ficción” de Rancière, autor de referencia del giro político de la literatura, y a cuyo pensamiento se dedica la primera parte del libro. En segundo lugar se analizan distintas estéticas del desacuerdo y finalmente se problematiza la política del teatro.

En “Política de la ficción” Rancière propone una definición del concepto de ficción no opuesto al de realidad, sino como una “estructura de racionalidad”, es decir, como un “modo de relación que construye formas de coexistencia, sucesión y encadenamiento” que “confiere a estas formas la modalidad de lo posible, de lo real o de lo necesario”. En consecuencia, cuando se produce un cierto sentido de realidad se pone en obra la operación ficcional: toda experiencia de realidad comporta previamente un trabajo de la ficción. Por tanto, así como los novelistas hacen uso de la ficción para crear mundos, también “la acción política que identifica situaciones y señala sus actores […] hace uso de ficciones”. Rancière llama a las distintas formas en las que las ficciones articulan lo perceptible “regímenes ficcionales” y su estudio comparado compete a la política ficcional. Los presupuestos que subyacen bajo este planteamiento son los mismos que le permitieron el alumbramiento de sus tesis sobre la política de la literatura: el rechazo de la concepción aristotélica de mímesis y la sustitución de la veritas clásica por una aletheia que, al adoptar el principio de igualdad como a priori, toma un carácter político (González Blanco, 2019, 742-743).

Desde este planteamiento aborda dos modelos de interpretación política de la ficción, los propuestos por Lukács y por Auerbach. En el primer caso, Rancière observa la convergencia entre la crítica marxista de Lukács al naturalismo de Zola y la de los críticos reaccionarios de su tiempo. Para el filósofo húngaro, Zola simplemente describe cuadros, mientras que en el naturalismo correctamente interpretado por Tolstoi y Balzac se asiste a la narración de un drama en el que un héroe se enfrenta a las relaciones sociales existentes. Por su parte, los críticos reaccionarios acusaban a Zola de propiciar la invasión de la democracia que otorgaba igual valor a cualquier individuo. Rancière sostiene que esto se debe a que ambas críticas comparten la idea de ficción de raigambre aristotélica: la poesía es drama y es cuestión de hombres activos. Esta implica un régimen de legitimidad ficcional fundado sobre una jerarquía de tiempos —los que viven en el mundo de la acción y pueden proyectarse fines, y los que despliegan su vida en el espacio de la reproducción de la vida cotidiana— que entraña a su vez una jerarquía de formas de vida —hombres activos frente a hombres pasivos—. En cambio, Rancière cree que Auerbach sí entrevé la potencia de la cotidianeidad en su lectura de Al faro de Woolf. En esta novela, el crítico ve que la fragmentación subjetiva provoca la revalorización del instante cualquiera, de la riqueza de la vida ordinaria.

No obstante, ninguno atiende a la que para el autor es la gran enseñanza de las novelas realistas: la falta de cohesión entre el saber y la acción, que a su juicio implica la conquista política de la experiencia igualitaria del tiempo y, con ella, de las jerarquías de formas de vida. Rancière cree que en esta lección de la literatura se encuentra su núcleo emancipador: los intentos de seres anónimos de romper su inserción en un tiempo ilegítimo para vivir otra vida. En este sentido, dice Rancière, la literatura es “una ficción de igualdad” (Rancière, 2011, 123)

Judith Revel, en su capítulo “La invención y el déjà-là del mundo”, realiza un estudio de dos casos en los que la literatura tuvo una función reveladora para la filosofía, no un instrumento a su servicio. La autora rastrea este “trabajo de la literatura” en las obras de Foucault y Merleau-Ponty. Desde este punto de vista, Revel sostiene que en la investigación sobre Raimond Russel de los años 60, Foucault descubre la posibilidad de un lenguaje subversivo con respecto al orden del discurso pero que se produce desde su interior, lo que constituye uno de los principales motores de su obra. Aquí encuentra la posibilidad de una práctica intransitiva de la libertad desde el interior de la configuración histórica —o de las relaciones de poder—. Por su parte, Merleau-Ponty se plantea la cuestión de cómo es posible la creación en el interior de la historia acumulada de las cosas dichas en “Le langage indirect et les voix du silence”. Aquí afirma que la novedad del lenguaje literario —o de la práctica artística— no se encuentra en los aspectos radicalmente nuevos, sino en la experimentación de nuevas formas de relación; se trata de confrontar la obra de Mallarmé con otras para hacerla brillar de nuevo. El arte en general y la literatura en particular —concluye Revel— enseñan que la creación se produce desde el interior de las palabras y estructuras disponibles, lo que a su juicio tiene grandes consecuencias políticas: una nueva comprensión de la revolución como “desequilibrio creador”.

En “Parresía y disidencia: veridicción como política de la literatura”, Blanco González aborda la herencia que la literatura moderna recibe de la parresía, especialmente sus consecuencias políticas en tanto que discurso disidente, a través de las obras de Foucault y Rancière. Frente a la poética ficcional y representativa, se trata de un arte específico de escritura que entra en conflicto con la estabilidad del cuerpo social gracias a su carácter contradictorio: una palabra sin fundamento que, por ello mismo, pone bajo sospecha toda fundamentación pretendida. Esto le permite a la autora señalar también las diferencias entre ambos autores: mientras que para Foucault la verdad del lenguaje tiene que ver con un poder-decir con consecuencias performativas, para Rancière, la verdad de la literatura es un puro “dar a ver” al servicio del principio de igualdad de una democracia radical.

Miguel Corella dedica su capítulo “Metáforas de la política” a un análisis de las imágenes y las metáforas utilizadas para iluminar los nuevos movimientos políticos y, en especial, el concepto de multitud, en aras de dilucidar sus implicaciones filosóficas y políticas. El autor subraya la necesidad de no otorgarles un papel ontológico, ya que se corre el peligro de introducir elementos teleológicos o evolucionistas que encubrirían el vector voluntarista que no puede soslayarse: la decisión de actuar.

A partir de una lectura crítica de las ideas nucleares de la filosofía de Rancière, Barroso Fernández propone en “El humanismo como condición de la igualdad. A propósito de La distinción entre política y policía en Rancière” la necesidad de recuperar los ideales de humanidad para hacer posible una política emancipadora. A su juicio, el hecho de que la emancipación consista en la realización del principio de igualdad, que para Rancière implica la eliminación de la diferencia entre los que saben y los que no, expulsa a la verdad de la política. ¿Cómo es posible entonces
—piensa el autor— encontrar un criterio desde el cual modificar las representaciones de la naturaleza humana o los hábitos a ella aparejados? Frente a una propuesta que conduce al nihilismo y a la incapacidad de tornarse hegemónica, Barroso defiende la necesidad de recurrir a ideales de humanidad para que el principio de igualdad no se esfume; ideas que no nieguen el carácter acontecimiental de la realidad, sino que lo acompañen, y que requieran el trabajo activo de la multitud. De aquí, finalmente, su apuesta por un populismo virtuoso que exprese el encuentro entre el pueblo y los intelectuales en sentido gramsciano.

De la Higuera estudia en “Negatividad y experiencia del pensamiento” el anclaje del pensamiento de Rancière en el marco de la constatación metafísica contemporánea según la cual el mundo no es más que su propia interpretación. La filosofía se convierte en la práctica de la negatividad que denuncia la arbitrariedad última de todo orden, lo que opera una transformación en la cuestión política-literatura. En la literatura se asiste al conflicto con lo presente visible que suspende las formas individuales y que inventa formas pre-individuales, poniendo bajo sospecha cualquier relación del sí-mismo con una identidad determinada, lo que implica un alcance ontológico. En cambio, la experiencia política es la de la creación de un sujeto colectivo nuevo pero en el orden de lo visible. Por tanto, a la vez que la ausencia de lo incondicionado posibilita la transformación del mundo mediante su interpretación infinita, la política adquiere un carácter literario: solo la ficción puede unir lo dado y lo no-dado.

El texto de Juan Carlos Rodríguez “Tres estallidos en el horizonte literario de la modernidad y la posmodernidad” está dedicado a la denuncia de tres contradicciones de la ideología capitalista que el autor resume en la idea “yo-soy-libre porque he nacido libre por naturaleza”. En primer lugar, en relación con el “misterio de la poesía”, el intento de Jakobson de proporcionar una definición de la poesía cifrada en el “en sí” del lenguaje se encuentra inserta en el mismo paradigma, en la medida en que esta funciona como la plasmación de la pureza de un alma de ese yo-soy-libre más puro. La segunda contradicción toma cuerpo en Tristram Shandy de Laurence Sterne que ataca el corazón de ese “yo libre” lockeano, puesto que demuestra que nacemos en un mundo que nos precede y que se nos impone. Finalmente, la tercera contradicción literaria y artística es la invisibilidad de la mujer, mostrada magistralmente por Hamilton o Godard, visible como cuerpo desnudo disponible pero invisible como persona.

Miguel Ángel García devuelve la crítica de Rancière a Althusser a la luz de las últimas publicaciones del autor en “¿Política y literatura? La lección de Althusser”. En opinión del autor, la política de la literatura que propone Rancière sí es un “discurso del orden en el léxico de la subversión”, en la medida en que la política es definida más allá de la lucha de clases. Además, bajo la supuesta transformación del reparto de lo sensible se encuentra la ideología burguesa del sujeto que reclama el conocimiento de sus derechos individuales.

En “Renuncia y proliferación: sobre los cuerpos inéditos de un libro de aforismos” Erika Martínez propone un estudio del aforismo contemporáneo como “pensamiento de lo impensado”. Frente a la creciente “institucionalización de lo políticamente correcto”, el aforismo muestra la posibilidad incesante del desacuerdo a través de una relación de discordancia con la verdad. Fraccionamiento que se redobla en la incapacidad de obtener un conocimiento completo de un libro de aforismos y que se multiplica si tenemos en cuenta que habitualmente han sido compuestos y ordenados por editores. En esta medida, es un lugar privilegiado para el estudio de la relación de heterogéneos, o la “fraternidad de la metáfora” que diría Rancière, y de la función de autor.

Fischer-Lichte plantea el “entretejimiento cultural” como matriz de comprensión que permita comprender las nuevas relaciones entre culturas escénicas en la actualidad en el capítulo titulado “Entretejimiento de culturas escénicas: re-pensando el «teatro intercultural»”. En opinión de la autora, ni “intercultural” ni “poscolonial” son operativos para describir la situación inédita de la actualidad, debido a los presupuestos occidentalistas en el primer caso y binarios o raciales en el segundo. En el entretejimiento, las hebras se unen formando un hilo y muchos hilos se juntan para formar un tejido, sin que sea reconocible el origen ni necesaria la formación final de un todo. Este proceso dinámico y siempre abierto permite atisbar la dimensión utópica del arte: puede dar a conocer nuevas formas de vida hasta el momento desconocidas y potencialmente posibles en una sociedad globalizada.

Rábade Villar recupera en “Un análisis del giro afectivo en el teatro contemporáneo” la crítica del giro afectivo (y su convergencia con el político) del teatro en el “El espectador emancipado” de Rancière. Como es sabido, el autor francés rechaza la comprensión platónica de la visión como pura pasividad y critica la mímesis como operación que fundamenta el quehacer artístico teorizada por Aristóteles. Y desde aquí, a diferencia de la mayor parte de los estudios teatrales actuales sobre la performance, subraya la necesidad de la mediación para no caer en la fantasía de la presencia inmediata. La “inmediatez ética” impide la subjetivación política, que solo es posible gracias a un trabajo de “traducción poética”; exclusivamente desde la divergencia entre el sentimiento y la expresión es posible la igualdad. Esto se debe a que, en el fondo, el paradigma mimético descansa sobre “la ley de las causas y los efectos” según la cual los afectos se identifican con efectos que la obra busca producir. La emancipación no es posible ni en la mediación representativa ni en la inmediatez ética, solo en creaciones que nos impongan la necesidad de ser traducidas. El sentir, defiende la autora con Rancière, no es un punto de llegada sino de partida. De esta forma, la razón de que la estética del autor se fundamente en el percibir es que la observación siempre es volitiva, el contemplar hace.

En cambio, en “La estética teatral contemporánea como fórmula posmoderna de revolución: política y posdramaticidad”, López Silva discute las tesis de Rancière sobre la performance recurriendo a los presupuestos del teatro posdramático. En este, la mirada o la escucha no están vinculadas con la pasividad, ni el espectador es considerado desigual. El espectador y el artista tienen roles distintos en la comunicación, pero el primero es activo en tanto que su presencia en la creación siempre es activa. El problema, a juicio de la autora, es que Rancière interpreta la relación con el espectador en la perfomance en términos del paradigma dramático, creyendo que la transformación solo ha afectado al código. No obstante, la ruptura con la mímesis ha roto la distancia entre el teatro y el público en la medida en que este es libre de interpretar y debe organizar su propio proceso de comprensión. Además, la participación del espectador condiciona la propia obra artística, por lo que no está relegado al mero aprendizaje de lo que la performance enseña. En definitiva, para la autora, el posdrama debería ser considerado como una fórmula democratizadora capaz de subjetivación política.

El público encontrará en este libro plural un estudio profundo de las relaciones entre la política y la literatura a través de una discusión intensa y exhaustiva con las últimas perspectivas del pensamiento contemporáneo.

 

Bibliografía

 

González Blanco, A. (2019). «Política de La Ficción / Ficción de La Política En Jacques Rancière», Signa, 28, pp. 733–46, doi:https://doi.org/10.5944/signa.vol28.2019.25079.

Rancière, J. (2011). Política de la literatura. Buenos Aires: Zorzal.

 

Beltrán Jiménez Villar

(Universidad de Granada)