Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 84, 2021 pp. 163-181

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

http://dx.doi.org/10.6018/daimon.420991

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Enactivismo y valoración. Cómo superar la querella entre teorías somáticas y cognitivas de las emociones*

 

Enactivism and appraisal. Overcoming the dispute between somatic and cognitive theories of emotions

 

ANDREA F. MELAMED**

 

Resumen: En este trabajo me propongo mostrar que es posible abordar el fenómeno emocional atendiendo especialmente a los focos de conflicto entre cognitivistas y no cognitivistas pero poniendo en duda el marco a partir del cuál se han erigido. El recorrido que propongo apunta a establecer una nueva manera de abordar el antagonismo entre enfoques somáticos y cognitivos de las emociones, que tanta influencia ha tenido sobre la investigación de las emociones, a la luz de uno de los mayores problemas que enfrenta el enfoque somático: el problema de la variabilidad. Buscaré mostrar cómo ciertos conceptos adquieren nuevo significado en el marco postcognitivista y permiten dar nuevas (y mejores) respuestas a viejos problemas en lo que respecta a los fenómenos emocionales.

Palabras clave: cognición, emoción, enactivismo, valoración.

 

Abstract: In this work my aim to show that it is possible to address emotions by paying special attention to the sources of conflict between cognitivists and non-cognitivists but by questioning the framework within which they have been erected. The path I propose aims to establish a new way of approaching the antagonism between somatic and cognitive approaches to emotions, which has had so much influence on the investigation of emotions, in light of one of the greatest problems that the somatic approach faces: the problem of variability. I will show how certain concepts acquire new meaning in the post-cognitivist framework and allow new (and better) answers to old problems regarding emotional phenomena.

Keywords: appraisal, cognition, emotion, enactivism.

 


Recibido: 31/03/2020. Aceptado: 16/01/2021.

* Este trabajo fue realizado en el marco del proyecto UBACyT 20020170100215BA. Agradezco la rigurosa revisión recibida por los/las evaluadores/as anónimos/as, cuyos comentarios han contribuido a mejorar este trabajo.

** Universidad de Buenos Aires; Becaria Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Filosóficas (SADAF/CONICET). Contacto: afmelamed@filo.uba.ar

 

 

Introducción

 

En las últimas décadas mucho se ha escrito acerca de las emociones —qué son, cómo funcionan, cómo entenderlas, cómo describirlas, etc.— subsanando en parte el desinterés que padeciera el tema durante tanto tiempo. Motivado por una larga tradición que nos condujo a concebir a las emociones como enemigas de la razón, parte del renovado interés por ellas gira precisamente en torno a la revisión de la dicotomía entre razón y emoción.1 Con tal objetivo, se han propuesto algunas teorías, tanto en el marco de la filosofía como de la psicología, que buscando acomodar a las emociones dentro del ámbito de lo racional sugirieron la identificación de las emociones a partir de un componente “cognitivo”. Este componente sería un elemento constitutivo de los estados emocionales, en tanto que además de ser un elemento necesario en todo estado emocional, sería aquel responsable de especificar el tipo de emoción que se experimenta. Las teorías que defienden la existencia de un componente de carácter cognitivo en las emociones se han agrupado bajo lo que se llama un “enfoque cognitivo” (Arnold, 1960; Gordon, 1987; Lazarus, 1991; Lyons, 1980; Solomon, 1976), enfrentándose al así llamado “enfoque perceptual” (Charland, 1997; Goldie, 2000; James, 1884; Prinz, 2004; Zajonc, 1980) y que he preferido llamar “enfoque somático” en virtud de lo que considero su tesis más fundamental —como quedará claro en el siguiente apartado—. Así, la perspectiva cognitiva, por un lado, y la perspectiva somática, por otro, se han presentado como dos modos incompatibles e irreconciliables de concebir a las emociones, disputa que en gran medida ha obstruido la posibilidad de ofrecer una exploración adecuada del fenómeno emocional. Asumiendo el marco conceptual de la ciencia cognitiva ­—y sus nociones clave de representación mental (interna de objetos externos) conjuntamente con algunas dicotomías (percepción/cognición; percepción/acción; emoción/razón etc.)— la investigación emocional se estructuró en torno a la disputa acerca de su presunto carácter cognitivo o no cognitivo. Durante buena parte de la investigación científica reciente sobre las emociones, combatir los presupuestos de la teoría cognitiva de las emociones significó hacerlo dentro de los límites de la ciencia cognitiva clásica u ortodoxa, de modo que negar el conjunto de implicaciones cognitivistas para las emociones, implicó tomar posiciones del tipo somático/perceptual, que valiéndose de las mismas nociones cognitivas, instrumentaba ciertas deflaciones para acomodar las intuiciones o ideales biologicistas (Ekman, 1984; Zajonc, 1980) proponiéndose para este fin valoraciones afectivas (Robinson, 2005), valoraciones corporizadas (Prinz, 2004), etc.

En este trabajo me propongo mostrar que es posible abordar el fenómeno emocional atendiendo especialmente a los focos de conflicto entre cognitivistas y no cognitivistas pero de un modo ligeramente distinto, sin buscar acomodar o subsumir el fenómeno emocional bajo los estándares previos, sino poniéndolos en duda. Con esto me refiero al cuestionamiento que la ortodoxia cognitivista ha recibido en los últimos años —por diversas razones, independientes del estudio de las emociones— y que poco a poco se ha erigido como un nuevo campo de confluencia intelectual —no por ello homogéneo— que busca poner en tela de juicio a los presupuestos cognitivistas y que podríamos resumir con bajo el término paraguas de “postcognitivismo”, incluyendo bajo esta denominación teorías tan diversas como las presentadas en Calvo & Gomila, 2008; Gallagher, 2005; Noë, 2004; Rowlands, 2010; Varela, Thompson, & Rosch, 1991. Específicamente, buscaré mostrar cómo ciertos conceptos adquieren nuevo significado en el marco postcognitivista y permiten dar nuevas (y mejores) respuestas a viejos problemas en lo que respecta a los fenómenos emocionales.

El recorrido que propongo no busca brindar nuevas teorías acerca de la naturaleza de las emociones, ni de sugerir nuevas taxonomías para organizarlas­, sino apunta a establecer una nueva manera de abordar uno de los conflictos que mayor influencia ha tenido sobre la investigación de las emociones: el antagonismo entre enfoques somáticos y cognitivos de las emociones. En ese sentido, este trabajo, de carácter elucidatorio, se propone en primer lugar precisar el desacuerdo entre las posiciones somáticas y cognitivas sobre las emociones. Para ello comenzaré ofreciendo una reconstrucción sucinta de las dos posiciones generales, centrándome en lo que considero es la mayor dificultad que enfrenta la perspectiva somática (el problema de la variabilidad) y que el cognitivismo consigue superar (aunque lo hace con el altísimo costo de la hiperintelectualización de las emociones). En segundo lugar, a partir de la presentación de este problema, que supondrá una relectura del debate entre perspectivas somáticas y cognitivas, defenderé que el giro postcognitivista es capaz de hacer lugar a aquellas intuiciones cognitivas de modo más minimalista: permite dar cuenta de la variabilidad sin arrastrar los problemas del cognitivismo, es decir, sin asumir sus compromisos. De este modo, la indagación en horizontes no-clásicos, o post-cognitivos y principalmente el enfoque enactivo (Colombetti, 2010, 2014; Colombetti & Thompson, 2007; Varela et al., 1991), me permitirán mostrar que el abandono del marco teórico cognitivista y consiguientemente la superación de ciertas limitaciones conceptuales que conllevaba la adopción de ese marco teórico, harían posible la caracterización del fenómeno emocional de manera integral, haciendo lugar al espíritu de las motivaciones que tuvieran los enfoques somáticos y cognitivos, y que sin embargo, no podían resolverse en su propia arena. Específicamente, mostraré cómo la propuesta de Colombetti y Thompson (2007), al redefinir la noción de valoración permite resolver el problema de la variabilidad de modo más adecuado.

 

1. De qué hablamos cuando hablamos de las emociones: la disputa entre teorías somáticas y cognitivas

 

Uno de los problemas que enfrentamos al intentar ofrecer una caracterización de las emociones deriva de cómo acomodar todos los aspectos que comúnmente se asocian a ella:

 

1. Cierta evaluación de la situación (del entorno y de mí mismo en contexto).

2. Cambios corporales.

a. Fisiología: sistema endócrino, sistema autonómico, etc.

b. Movimientos músculo esqueléticos y faciales.

c. Conducta abierta observable.

3. Fenomenología: experiencia, sensación, sentires.

4. Tendencias de acción.

 

¿Son todos estos elementos necesarios o constitutivos de toda emoción? Si la respuesta es negativa, ¿cuáles son los componentes esenciales que dan lugar y caracterizan a una emoción? Ya sean estos concebidos como componentes esenciales o como meros acompañamientos ¿cómo se coordinan o acomodan todos ellos para dar lugar a una emoción? Las diversas respuestas que las preguntas anteriores recibieran a lo largo de la historia de la filosofía y luego de la psicología, constituyeron distintos enfoques, vinculados a diversos modos de pensar acerca de las emociones. Por un lado, el enfoque que hace hincapié en el aspecto somático, que concibe a las emociones como un proceso esencialmente fisiológico o corporal, enfoque que agrupa diversas teorías bajo la denominación de ‘teorías somáticas’. Siguiendo a William James (1884, 1890), los cambios fisiológicos (también a nivel facial y corporal (2), conllevan siempre un sentir [feeling] (3), y eso es la emoción. Es decir, luego de la percepción de un evento relevante, los cambios corporales se siguen de manera directa (i.e. sin intervención de la cognición) y sentir aquellos cambios mientras ocurren es la emoción: en virtud de lo cual James afirma que “nos sentimos asustados porque temblamos; no es que temblemos porque tenemos miedo” (James, 1884, p. 190). 2

En cambio, siguiendo a Schachter y Singer (1962), habría que decir que el miedo tiene una base fisiológica (2), pero ésta es sólo un estado de excitación general, que alcanza la especificación necesaria para resultar en una emoción de miedo recién cuando identifico que las alteraciones en mi cuerpo obedecen a la cercanía del peligro que altera mis expectativas de bienestar (1). Es decir, encontramos una segunda perspectiva que subraya el carácter cognitivo o mental de las emociones, esto es, sostiene que las emociones se encuentran atravesadas o constituidas por elementos cognitivos.3 Hay, sin embargo, un conjunto de teorías muy diversas asociadas por esta tesis cognitiva. Algunos pensadores se vieron seducidos por la idea de definir a las emociones a partir del elemento racional por excelencia: el pensamiento o la actividad cognitiva, buscando corregir en cierto modo la suerte que corriera el tratamiento de las emociones a lo largo de la historia de la filosofía, esto es, como aquello que se oponía a la razón o la distorsionaba. De esta manera, las teorías cognitivas parecían revertir la presunta irracionalidad de las emociones. Pero de la mano de esta propuesta nacía un nuevo conjunto de dificultades. La principal consecuencia de este movimiento fue que estudiar las emociones deviniera casi exclusivamente en estudiar la cognición que las dispara o constituye (ya sea que se tenga una posición cognitiva causal o cognitiva constitutiva). Y ésta fue la tarea que llevaron adelante los defensores de la consabida “corriente cognitiva”: el estudio y tipificación de las creencias/juicios que constituyen una emoción, enfrentándose a las actividades que venía llevándose adelante desde la psicología experimental de base biologicista, que buscaba identificar los mecanismos somáticos que subyacen a los procesos emocionales. De modo que dentro de la ciencia cognitiva clásica se fueron afianzando estos dos modos muy diversos de concebir la tarea de investigación acerca de las emociones, propiciada por la heterogeneidad característica del fenómeno y sus múltiples aristas: el enfoque cognitivo, por un lado; el enfoque, somático por el otro. Se configuró así una dinámica peculiar en la investigación sobre emociones y con ella se profundizó el pretendido antagonismo entre estas perspectivas. 4

Con el fin de precisar cuál es el espíritu del cambio teórico en el pasaje de la perspectiva somática hacia la cognitiva, en el próximo apartado presentaré sucintamente a la perspectiva somática, concentrándome en el que considero es el problema más importante: el problema de la variabilidad de las respuestas emocionales. En la siguiente sección (2.) defenderé que la transición hacia un marco postcognitivista permitiría superar la disputa entre las perspectivas somáticas y cognitivas de las emociones, y resolver el problema de la variabilidad sin pagar los costos que las teorías cognitivas asumieron. Así, este trabajo puede verse como proveyendo razones adicionales a favor de la adopción de un marco enactivo, en virtud de su capacidad para lidiar más adecuadamente con ciertos problemas intrínsecos al marco cognitivo clásico.

 

1.1. Las limitaciones del enfoque somático de las emociones

 

La perspectiva o enfoque somático de las emociones podría sintetizarse a partir de la siguiente tesis fundamental: es falso que las emociones causen cambios corporales, más bien, son los cambios corporales quienes desempeñan un rol constitutivo en la generación de emociones. Es decir, luego de la percepción de un evento relevante, los cambios corporales se siguen de manera directa (i.e. sin intervención de la cognición) y sentir aquellos cambios mientras ocurren es la emoción (James, 1884). Uno de los ejemplos paradigmáticos de emociones es el miedo, aquello que siente el excursionista que se encuentra sorpresivamente con una serpiente en el bosque.5 Según el sentido común, el sujeto sentiría miedo frente al reptil, que causaría o se manifestaría en temblores y conductas del tipo congelarse, huir o luchar. La perspectiva jamesiana revoca esa cadena causal: el miedo es el temblor y/o la conducta de huida/congelamiento/lucha. Es decir, no existe un estado mental previo que luego se manifiesta o expresa corporalmente. La emoción es ese sentir corporal. En virtud de que siento que tiemblo, tengo miedo.

Antes de pasar a las objeciones que recibió este abordaje, nótese que el análisis de James se realiza en el seno de la distinción que él mismo traza entre emociones básicas (coarser) y emociones sofisticadas (subtler) (James, 1890, p. 743).6 En este sentido, mantiene su análisis circunscripto al ámbito de lo que canónicamente se conoce como el de las “emociones básicas”. Cabe aclarar que, aunque no sea un objetivo de este trabajo, no descarto que puedan brindarse nuevas taxonomías que reemplacen a la dicotomía clásica entre emociones básicas y emociones sofisticadas/derivadas/complejas/culturales/intelectuales/no-estándar. Por el momento baste notar cuáles son límites del análisis que inaugura William James y se extiende hasta el presente, según el cual lo que habitualmente conocemos como las ‘emociones básicas’, y que Griffiths llama ‘programas afectivos’ (siguiendo a Ekman), está vinculado con nuestra condición biológica, que conecta nuestra vida emocional con la de otras especies animales, con las que estamos ligadas por obra de la evolución. Es decir, se relaciona con la tesis de la universalidad de las expresiones emocionales (circunscriptas a estas básicas), idea propuesta por Darwin (1872) y profundizada por Izard (1971), Tomkins (1962) y Ekman (1984). Estas emociones denominadas ‘básicas’ son seis: el miedo, la alegría, el asco, la sorpresa, la ira y la tristeza.7 El enfoque ha recibido múltiples objeciones, sin embargo, por cuestiones de espacio, mencionaré las 3 más importantes tanto en el contexto del debate en general, como en particular, a los efectos de este trabajo.

 

1.1.1. Objeción a partir la pretendida la univocidad fisiológica

 

Esta es una de las críticas más usuales contra la teoría somática. Aborda un corolario de la tesis somática, que establece que puesto que las emociones son sentires de cambios corporales, es preciso que exista un subconjunto de cambios corporales distintivo para cada emoción. Esta fisiología distintiva tiene el doble propósito de demarcar, por un lado, estados emocionales de estados no emocionales, y, por otro lado, distintos tipos de estados emocionales entre sí. No obstante, Cannon (1927) encuentra que los mismos cambios viscerales ocurren en emociones muy diferentes, así como también en estados no emocionales, concluyendo la inadecuación de la tesis somática, a partir de la refutación de su corolario. Debe señalarse que, con posterioridad a la crítica de Cannon, se han desarrollado numerosas investigaciones, cuyos resultados al menos ponen en duda esta imposibilidad de diferenciación. En ese sentido, distintos trabajos de Paul Ekman exhiben evidencia a favor de que existen patrones de activación distintiva del sistema nervioso autonómico, para ira, miedo y asco (Ekman, 1977; Ekman, Levenson, & Scherer, 1983), aunque por supuesto esta cuestión dista de haber quedado zanjada ni conceptual ni empíricamente.

 

1.1.2. Sobre la imposibilidad de la inducción artificial de una emoción

 

Es un hecho que la adrenalina actúa en el cuerpo imitando la acción de los impulsos nerviosos simpáticos, de manera tal que, si se inyecta directamente en el torrente sanguíneo, induce la dilatación de los bronquiolos, la constricción de los vasos sanguíneos, la liberación del azúcar del hígado, la suspensión de las funciones gastrointestinales, entre otros. Si las emociones son (consecuencia de) cambios viscerales, y han de identificarse a partir ellos, la inducción artificial de esos cambios viscerales debería necesariamente dar lugar a una emoción. Pero experimentos como el de Marañon (1924) —y su continuación, por Schachter y Singer (1962), parecen indicar lo contrario.8

 

1.1.3. El problema de la variabilidad emocional

 

Tomando en cuenta estas objeciones de modo global, es fácil notar que esta perspectiva luce demasiado rígida. Me refiero a que, puesto que para diferenciar emociones es preciso que éstas sean suficientemente distintas (1.1.1.) y tan estables que siempre que estos cambios acontezcan, las emociones también estarán (1.1.2.) las emociones parecen ser reacciones inflexibles. El problema es que, así concebidas, no parece haber sitio para la variabilidad interpersonal, no podemos explicar cómo es posible que un mismo evento sea responsable de reacciones emocionales diferentes en distintas personas. Podemos ilustrar este punto nuevamente con el ejemplo de la serpiente. Si me encuentro en el bosque con una serpiente, la percepción del animal desencadenará una serie de alertas que (con suerte) me permitirán huir, y el sentir aquéllas será el miedo. Este mecanismo adaptativo funciona en exceso, es decir, a veces me encuentro huyendo de ramas, pero aun con estos “falsos positivos” esta conducta de huida reporta grandes ventajas para la supervivencia9. Ahora bien, resulta que mi amigo Antón, amante de las mascotas exóticas, adoptó una boa constrictor. Y contra las predicciones que la teoría somática haría, cuando se encuentra frente a ella, no se desencadenan en él aquellos mecanismos que señalan peligro: Antón no tiene miedo, por el contrario, él ama a su mascota. ¿Cómo es posible entonces que frente al mismo estímulo Antón sienta alegría y ejecute tareas de cuidado, mientras que yo siento miedo agobiante?

 

1.2. La perspectiva cognitiva de las emociones

 

La “teoría cognitiva de las emociones” en rigor no es una teoría, sino una multiplicidad de teorías, filosóficas y psicológicas, con un espíritu en común, que a su vez recoge distintas posiciones emparentadas.10 En líneas generales, la perspectiva cognitiva de las emociones es aquella que le otorga a la cognición un lugar central11 en el proceso emocional. En ese sentido, para las teorías cognitivas “los mecanismos neurales y fisiológicos que subyacen a la experiencia emocional sólo proveen un estado de excitación inespecífico, donde la dirección de la excitación es determinada por la aprehensión cognitiva de la situación externa que da lugar a la excitación” (Gazzaniga & LeDoux, 1978, p. 152). Esta presentación preliminar ya deja entrever uno de los puntos sustanciales sobre los cuales se ha articulado el debate sobre la naturaleza del fenómeno emocional. A continuación, me concentraré en una de las propuestas cognitivas que más impacto ha tenido en la literatura: la teoría valorativa de las emociones.

 

Valoración y emoción

Como mencioné en el apartado anterior, las teorías somáticas de las emociones encontraron una limitación fundamental: ¿cómo explicar la variación emocional entre distintos sujetos? Se puede ver cómo las diversas propuestas que caen bajo el ámbito de las teorías cognitivas comparten este punto de partida (aunque luego se distancien entre sí al brindar precisiones): las emociones involucran un elemento valorativo (del entorno o la situación específica del sujeto en el entorno) que permite dar cuenta de tales diferencias: no todos los sujetos necesariamente valoran los estímulos de modo idéntico.12

Magda Arnold en su texto Emotion and Personality (1960) introduce el término “valoración” para referirse a un componente de las emociones, que también incluyen otros elementos (cambios en el sistema nervioso autónomo, tendencias motoras, y sentir). Una de las cuestiones más importantes sobre las que se debe llamar la atención es que Arnold realiza una distinción dentro del ámbito de las valoraciones. Ella distingue entre:

 

(1) Juicios sensoriales [Sense judgments]: caracterizados por ser directos, inmediatos, no reflexivos, no intelectuales, automáticos, instintivos e intuitivos.

(2) Juicios reflexivos [Reflective judgments] o evaluaciones secundarias: deliberadas, valoraciones conscientes: a su vez son raros y dependientes de las valoraciones intuitivas.

 

Que las valoraciones sean parte intrínseca de las emociones tiene una consecuencia doble. En primer lugar, resulta que no es posible que ocurra una emoción sin una correspondiente evaluación (de la relación del sujeto-entorno, concerniente al bienestar del sujeto). Pero, en segundo lugar, la dependencia valorativa es más profunda, pues el resultado de la valoración es el que hace que un estado no solo sea emocional, sino que sea de un tipo particular de emoción. Lazarus (1991) da cuenta de la diferenciación de tipos emocionales a partir de la diferenciación de dimensiones valorativas. Una primera valoración nace de cómo es vista la relación sujeto-ambiente, i.e. como beneficiosa o dañina. De ésta surge una especialización preliminar de las emociones, que las divide en emociones positivas y negativas, en virtud de si valoran la relación con el ambiente como una relación beneficiosa o dañina para el bienestar del sujeto, respectivamente. El enriquecimiento teórico que realiza Lazarus implica que luego de aquella dimensión inicial (positivo/negativo), se lleve a cabo una especialización ulterior, a partir de las distintas configuraciones que tales situaciones beneficiosas o dañinas pueden representar, dando lugar a distintas categorías concretas de emoción (cólera, ansiedad, culpa, vergüenza, tristeza, disgusto, felicidad, esperanza, orgullo, amor, alivio son algunas de las mencionadas por el autor). De modo que estos patrones de valoración de la relación sujeto-ambiente se fusionan en lo que Lazarus (1991) denomina “temas relacionales centrales” [core relational themes] donde cada género de emoción se caracteriza por tener un tema relacional central distintivo. El punto entonces es que ‘valorar’ implica considerar la significación del ambiente para el sujeto, esto es, el impacto que la situación que lo rodea, el entorno, tendría sobre él, no sólo sobre su cuerpo sino, en especial, sobre sus intereses [concerns], la satisfacción u obstrucción de sus metas (Frijda, 1986), la adecuación a sus creencias, etc.

Si bien no existe acuerdo con respecto a cuáles son los procesos específicos a través de los cuales tienen lugar estas valoraciones, en la literatura existe cierto consenso en cuanto a la existencia de una multiplicidad de mecanismos, de diverso nivel13. Lazarus distingue dos modos de valorar: uno automático,14 no-reflexivo e inconsciente o preconsciente; el otro, consciente y deliberado (Lazarus, 1991, p. 128). Y destaca que “no es posible decir con seguridad qué proporción de valoraciones y emociones están basadas en cada modo de actividad cognitiva, y quizás la mayoría de las valoraciones de los adultos involucra una mezcla de ambas” (Lazarus, 1991, p. 155). Esta distinción entre mecanismos valorativos de diverso nivel, también es asumida por otros importantes teóricos de las emociones, como Paul Ekman, quien admite que “habitualmente la valoración no solamente es rápida sino que sucede sin percatación, de modo que debo postular que el mecanismo de valoración es capaz de operar automáticamente” (Ekman, 1977, p. 58). En un trabajo más reciente Moors et al (2013) reportan cierto consenso entre quienes adoptan una perspectiva valorativa tanto respecto de la multiplicidad de mecanismos que subyacen a las valoraciones, como de la amplitud en la gama (el formato) de representaciones con las que opera: conceptuales y/o proposicionales, perceptuales y/o corporizadas; localizadas o distribuidas. Las valoraciones frecuentemente tienen lugar de modo automático (inconsciente, rápido, no sujeto al control voluntario), pero a veces también puede proceder de modo no-automático (Moors, 2010).

Las teorías valorativas mantienen su vigencia en la actualidad, con algunas novedades: las teorías valorativas contemporáneas (dentro de la ciencia cognitiva clásica) conciben a las valoraciones como procesos, distinción que parece haber sido omitida en las discusiones previas. Moors et al (2013) reconstruyen las teorías valorativas contemporáneas como teorías componenciales, puesto que conciben al episodio emocional como un complejo, formado por distintos subsistemas:

 

1. Un componente valorativo con evaluaciones del ambiente y de la interacción organismo-ambiente;

2. Un componente motivacional con tendencias de acción u otras formas de disposición para la acción;

3. Un componente somático con respuestas fisiológicas periféricas;

4. Un componente motor con conducta expresiva e instrumental;

5. Un componente afectivo, con experiencias subjetivas o sentires.

 

La primera cuestión sobresaliente es que, así entendidas las teorías valorativas, resulta patente que no son pura o estrictamente cognitivas, sino más bien, resultan ser teorías híbridas o mixtas: incluyen aspectos cognitivos —en la medida que se siga concibiendo a la valoración como algo diferente a la percepción— así como también elementos somáticos. Entonces, ¿qué es lo que hace que una teoría sea propiamente una ‘teoría valorativa’? Como ya dije, ‘valorar’ implica tomar en consideración la significación del ambiente para el sujeto, (sus intereses [concerns], la adecuación a metas, creencias, etc). Y para Arnold, estimar cómo el mundo nos afecta personalmente parece requerir “un paso más allá de la percepción, que no puede ser la función de ninguna modalidad sensorial sola, ni de todas ellas juntas” (Arnold, 1960, p. 188). En ese sentido, se dice que las valoraciones son intrínsecamente transaccionales (Moors et al., 2013). Pero lo que las define como teorías valorativas, en particular, radica en la función que se le asigna a la valoración: defender una posición valorativo-cognitiva implica reconocer la existencia de componentes valorativos, pero más específicamente, consiste en atribuirle una función específica a la valoración:

 

las emociones son producidas [elicited] y diferenciadas sobre la base de la evaluación o valoración [appraisal] subjetiva del individuo de la significación que un evento, situación u objeto, tiene para su persona, de acuerdo con un número de dimensiones o criterios (Scherer, 1999, p. 637).

 

Es decir, no alcanza con conceder que hay valoraciones, es necesario atribuirle un rol especial: las teorías valorativas asumen que la valoración dispara y especifica los episodios emocionales, a través de la operación de numerosos cambios sincrónicos en diversos componentes. Aunque existan otros componentes relevantes, es la valoración la que prescribe, y la que coordina a los demás. En tal sentido, las teorías valorativas especifican los criterios o variables relevantes para diferenciar emociones, algunas de los cuales ya hemos mencionado: relevancia de metas, congruencia de metas, certeza, agencialidad (o responsabilidad sobre el hecho), posibilidad de control, etc. De esta manera, un cambio en alguna de estas variables sería suficiente para explicar el comportamiento diverso de distintos sujetos frente al mismo objeto del mundo.

 

Objeciones a la perspectiva cognitiva

 

Las teorías cognitivas también han recibido numerosas objeciones, algunas de ellas son transversales a todo el enfoque, otras son atinentes a algunas posiciones específicas. Debe notarse que son precisamente las críticas que el enfoque cognitivo recibió, las que han motivado ulteriores elaboraciones teóricas, o el perfeccionamiento de algunas ideas, como sucede con tantos otros casos de progreso científico-conceptual. Mencionaré brevemente algunas de estas objeciones.

1.2.1. Sofisticación del componente cognitivo

Los distintos autores que han contribuido con la corriente cognitiva han sostenido diversos compromisos. Algunas de estas versiones asumen un alto grado de complejidad del componente cognitivo, por ejemplo, equiparándolo a creencias. Este punto es blanco de críticas debido a su alta exigencia para el sujeto, y en este sentido es una objeción que hace mella en especial en versiones de la teoría que no he revisado aquí, como la de Robert Solomon (1976): si tener miedo es juzgar que algo es peligroso, tener una emoción o estar en un estado emocional estaría requiriendo un nivel de consciencia por parte del sujeto emocionado, un tanto elevado. Adicionalmente, en caso de mantener una versión sofisticada del componente cognitivo, muchos sujetos que supondríamos alcanzados por la teoría resultarían excluidos de su ámbito de aplicación. Sostener que para tener miedo necesito tener la creencia (en sentido ocurrente) de que hay peligro (actitud proposicional con contenido semánticamente evaluable), excluye directamente la posibilidad de que animales no lingüísticos, así como también niños pre-lingüísticos, tengan emociones. Como ha quedado claro en el apartado anterior, algunas versiones del enfoque cognitivo han podido eludir esta crítica a partir de la deflación del componente cognitivo, admitiendo así valoraciones automáticas.

 

1.2.2. La impenetrabilidad cognitiva de las emociones

 

En términos de Goldie (2000) un sistema es cognitivamente penetrable si puede ser afectado por las creencias del sujeto. Ya sea que se tome al elemento cognitivo como condición necesaria o suficiente, lo que está claro es que, en caso de modificarse el elemento cognitivo (sea ésta una creencia, un juicio, o una valoración automática) consecuentemente sufrirá alteraciones la emoción también. Análogamente, se espera que, en caso de operar una modificación en la emoción, exista un cambio sobre el cual repose el cambio emocional (por ejemplo, una revaloración de la situación, un cambio en las creencias del sujeto, etc.). Sin embargo, es un hecho indiscutido que muchas veces, muy a pesar de nuestras creencias, algunas emociones son persistentes. O, dicho de otro modo, es muy frecuente tener emociones que son contrarias a nuestras creencias. Por ejemplo, teniendo plena conciencia del carácter inofensivo de las abejas, tan pronto una aparece, el terror me sobrecoge. Ni siquiera las múltiples experiencias que he tenido con abejas que no me hacen daño han podido quebrar el vínculo entre ‘abeja’ y ‘terror’ para mí. En el mismo sentido Jenefer Robinson se refiere a la ‘inercia emocional’ (Robinson, 1995, p. 68) para señalar cómo los juicios desapasionados que pueda tener acerca de las arañas no consiguen evitar su respuesta temerosa (su miedo) a las mismas.

 

2. Superando el antagonismo clásico

 

En la sección anterior defendí que el antagonismo entre las posiciones somáticas y cognitivas puede reducirse al problema de la variabilidad: una objeción que el enfoque somático no parece superar y que el cognitivo resuelve. Sin embargo, aquella solución conlleva un altísimo costo. Ya sea como consecuencia de la existencia de componentes cognitivamente tan sofisticados que como resultado excluyen a animales no lingüísticos y niños pre-lingüísticos de la experimentación de emociones. O bien, alternativamente, puestos a eludir las consecuencias nefastas señaladas por aquellas críticas, proponen mecanismos valorativos automáticos e inconscientes que implican que el límite entre la cognición y la percepción se desdibuje. En otras palabras, el enfoque cognitivo de las emociones resuelve el problema de la variabilidad, dejando fuera del ámbito emocional a animales pre-lingüísticos, o aceptando valoraciones inconscientes, no alterables por otros procesos cognitivos, que parecen no encajar adecuadamente con la noción clásica de cognición.

Ahora bien, esta deflación de la valoración nos anima, o más bien, nos demanda realizar una reconceptualización de la percepción, la cognición, la relación entre ellas (y consecuentemente de las emociones) y el rol de cada uno de ellos. Esta es, ni más ni menos, una motivación suficientemente sólida como para poner en tela de juicio la confianza depositada en el paradigma cognitivo clásico, y buscar modos alternativos de concebir aquello que veníamos llamando ‘cognición’, ‘percepción’ y ‘emoción’.

La propuesta entonces apunta a mostrar que la adopción de un marco teórico alternativo nos brindará un modo novedoso de abordar la problemática, a la vez que nos proveerá soluciones a algunos problemas existentes en las descripciones del paradigma cognitivo. Esta reconceptualización de la mente nos permitirá proveer una mejor pintura del funcionamiento de las emociones, sustituyendo la perspectiva inadecuada (por las razones recién expuestas) de la ciencia cognitiva clásica u ortodoxa. El modo en que la ‘nueva ciencia de la mente’ se opone a la ortodoxia cognitivista, no es unívoco, y aunque la reconstrucción de los diversos modos constituye un espacio conceptual plural, sumamente rico e interesante, excede los límites de este trabajo.15 En lo que sigue, consideraré un modo de ofrecer una alternativa, cuyo espíritu es el de superar las limitaciones impuestas por la metáfora del ordenador, y sus implicancias conceptuales ligadas a la tesis funcionalista de la realizabilidad múltiple: el cuerpo no es simplemente una implementación del ‘programa’ emocional (entre otras posibles).

Susan Hurley ofrece un interesante diagnóstico de la ciencia cognitiva clásica y sus problemáticas. Así, caracteriza a la ciencia cognitiva a partir de lo que denomina el ‘modelo sandwich’ de la mente (Hurley, 1998), puesto que asume la doble disociación de la percepción y la acción, dónde la primera es completamente pasiva y la segunda puramente activa. La visión input/output a la que se opondrá, queda exquisitamente resumida en las siguientes líneas:

 

Una visión de la mente sostenida con mucha frecuencia tiene dos componentes principales (...) La cognición es virtualmente central, aun si la mera implementación de los procesos cognitivos fuese distribuida. La mente se descompone verticalmente en módulos: la cognición hace de interfaz entre la percepción y la acción. Percepción y acción no sólo están separadas la una de la otra, sino también de los procesos superiores de la cognición. La mente es un tipo de sándwich, y la cognición es el relleno (Hurley, 1998, p. 401).

 

Esta imagen capta el espíritu de la ortodoxia cognitiva, así como también explica por qué la incorporación del estudio de las emociones dentro del paradigma de la ciencia cognitiva se tradujo en una fuerte cognitivización del fenómeno. En esta concepción clásica la cognición es un sistema central que sirve de mediador y transforma la información recibida por los sistemas periféricos de entrada (input), y arroja resultados a través de sus sistemas de salida (output), es decir, la acción. Nótese que el rol mediador de la cognición gravita, a su vez, sobre una concepción —también cristalizada— de la percepción, como sistema receptivo, pasivo, que incorpora de modo transparente (objetivo) cierta información que el mundo le provee, valiéndose de representaciones. De modo que además de la consideración del modelo sándwich de la cognición, nótese que se está asumiendo una tesis del “ideal transparente de la percepción”, cuyo cuestionamiento también será fundamental a fin de proveer una presentación adecuada de qué son y cómo tienen lugar las emociones.

Esta visión segmentada de la mente es la que combatirán los enfoques heterodoxos de la mente, tal como expresan Varela, Thompson y Rosch, en el emblemático libro The Embodied Mind, buscando “sortear esta geografía lógica de “interno/externo” estudiando la cognición ni como recuperación ni como proyección, sino acción corporizada” (Varela, Thompson, & Rosch, 1991, p. 202). La redefinición de la cognición, de su rol y sus relaciones con otros ‘subsistemas’ de la mente, invita asimismo a una reconceptualización de su relación con el mundo, del modo en el que se constituye el significado. En este contexto, el significado ya no resulta provisto por el mundo de manera acabada o completa. Varela, Thompson, & Rosch, (1991) sostienen que el organismo y el medio ambiente están mutuamente plegados de múltiples modos, y que “lo que constituye el mundo de un organismo es enactuado por la historia de acoplamiento estructural de ese organismo” (Varela, Thompson, & Rosch, 1991, p. 235). Compatible con su enfoque de la acción guiada perceptivamente o acción corporizada, recuperan así el espíritu del enfoque de Gibson (1986) según la cual el entorno exhibe ciertas affordances —i.e. oportunidades o facilitaciones para ciertas interacciones, vinculadas a las posibilidades sensoriomotoras del organismo—. De manera que el concepto clave para dar cuenta de esta constitución de significado perceptivo es la noción de ‘oportunidad para la acción’ [affordance], que implica la postulación de propiedades no-físicas, es decir, propiedades que no están en el mundo físico, sino que emergen de la interacción del organismo (que posee una historia específica de interacciones anteriores y determinadas capacidades sensoriomotoras) con el ambiente.16

La percepción directa de oportunidades para la acción implica la percepción directa de significados, y es precisamente aquello lo que posibilita que un mismo objeto físico pueda ser percibido de modo diverso por diferentes animales, o por dos seres humanos con distintos intereses. Todas estas ventajas y lesiones, seguridades y peligros, estas oportunidades para la acción (negativas y positivas) “son propiedades de las cosas tomadas con referencia a un observador, pero no propiedades de las experiencias del observador. No son valores subjetivos; no son sentires de placer o dolor añadidos a las percepciones neutrales” (Gibson, 1986, p. 129). Aquí Gibson nos está brindando la llave para entrar en el universo de los valores y al mismo tiempo, la clave para sortear el problema de su estatus ontológico: las oportunidades para la acción no pertenecen ni al mundo físico ni al fenoménico, no son exclusivamente materiales, ni tampoco mentales. Y esa es la clave de la perspectiva corporizada moderna de la mente, que asume una relación transaccional y recursiva entre el cuerpo y la mente, y que al hacerlo no se apoya sobre el dualismo cartesiano que trata a la mente y al cuerpo como elementos separados e independientes de las emociones (Barrett & Lindquist, 2008, p. 246).

Dentro del paradigma postcognitivista se ha utilizado al enactivismo para repensar las emociones. En términos generales, el enactivismo (Stewart, Gapenne, & Di Paolo, 2010; Thompson, 2007; Varela, Thompson, & Rosch, 1991; Di Paolo, 2005) se caracteriza por defender una concepción de la mente en la que:

 

1. Los seres vivos son agentes autónomos que activamente generan y mantienen sus identidades, y así enactúan o crean sus propios dominios cognitivos.

 

Esta noción de ‘agente autónomo’ se propone fundamentalmente poner en duda la imagen habitual de un sistema cognitivo (el sujeto) que tiene una relación epistémica con un objeto: el mundo, que exhibe información que se encuentra ya disponible, de modo completo, para quien quiera percibirla. Esa información preexistente sería meramente capturada por el individuo (es información que ingresa a través de los órganos receptivos), es decir, es aprehendida por todos los individuos del mismo modo. En su lugar, el enactivismo defiende una posición más bien constructivista, donde el individuo es agente, esto es, tiene un rol activo en la conformación del objeto que ‘percibe’. La información, el mundo, surge de las continuas interacciones del sujeto con el ambiente: es transaccional. De ello se sigue que:

 

2. El mundo de los seres cognitivos no es un terreno externo, que ha sido especificado previa e independientemente al individuo y que éste se representa internamente. Por el contrario, se trata de un dominio relacional, llevado a cabo por la agencia del ser autónomo, y su peculiar modo de vincularse con el ambiente.

3. La cognición es una forma de acción corporizada: El acoplamiento sensorio motor entre el organismo y el medio ambiente modula, pero no determina, la formación de patrones endógenos y dinámicos de actividad neural. Esta actividad, a su vez, informa el acoplamiento sensorio motor, de modo que todo el organismo corporizado puede ser visto como un sistema autónomo auto-organizado que crea significado.

 

En la revolución conceptual que sugiere el enactivismo que ellos abrazan se reúnen tanto la tesis de la mente corporizada (la idea de que la características del cuerpo son constitutivas de los procesos mentales, rechazando la visión funcionalista de la mente como una entidad autónoma e independiente de las determinaciones corporales del organismo), como la de la mente extendida (i.e. la idea de que los recursos ambientales desempeñan un rol necesario (constitutivo) en la cognición Clark, 1997; Clark & Chalmers, 1998). En resumidas cuentas, el punto es que el significado y la experiencia son creados por o llevados a cabo [enacted through] a través de la continua interacción recíproca del cerebro, el cuerpo y el mundo (Colombetti & Thompson, 2007, p. 56).

Inevitablemente, este cambio conceptual tendrá consecuencias directas sobre la concepción de las emociones, que se manifiestan en particular, a partir de la redefinición de la noción de valoración. Desde esta perspectiva, la valoración no es ya un proceso cognitivo de evaluación subjetiva ‘en la cabeza’, y la excitación y la conducta no son concomitantes corporales objetivos. Más bien, los eventos corporales son constitutivos de la valoración, tanto estructural como fenomenológicamente (Colombetti & Thompson, 2007, p. 58). La novedad que opera Colombetti radica en su concepción de la naturaleza de las valoraciones, en tanto que “evaluar [evaluating] el mundo y responder emocionalmente a él no son procesos distintos” (Colombetti, 2014, pp. 111). Desde su perspectiva enactiva, ella concibe el proceso de valorar [appraising] “como una actividad del organismo, no separada sino superpuesta con lo que usualmente son vistos como componentes corporales, no cognitivos de las emociones” (Colombetti, 2014, p. 112).

Lo interesante de esta propuesta, y la razón por la que la encuentro más adecuada que las versiones híbridas o mixtas dentro de la ortodoxia cognitiva, es precisamente que la valoración no se postula para dar solución a un problema. En efecto, en las teorías cognitivas, desde Arnold hasta Lazarus, así como también en la teoría mixta de Robinson (2005), la valoración se introduce en la economía conceptual para atender a una necesidad específica, responder el enigma al que hice referencia más arriba: cómo dar cuenta de la variabilidad de reacciones emocionales, frente a estímulos idénticos; cómo dar cuenta de las reacciones emocionales opuestas que tenemos Antón y yo frente a su mascota, la boa. Manteniendo incuestionable la neutralidad de la percepción, la variabilidad debe explicarse por la participación de otro mecanismo. Recordemos las palabras de Arnold:

 

El estimar cómo nos afecta personalmente parece requerir un paso más allá de la percepción que no puede ser la función de ninguna modalidad sensorial sola ni de todas ellas juntas (Arnold, 1960, p. 188).

 

En el contexto del postcognitivismo es el organismo, en/a través de su corporalidad, el que aprecia, valora o juzga, cuando responde afectivamente. No hay dos instancias ni cosas distintas, sólo está mi cuerpo reaccionando ante determinadas señales y valiéndose de determinados recursos (por ejemplo, de los marcadores somáticos de Damasio, 1994). Más aún, descomponer esa valoración, evaluación o juicio en 4, 6 u 8 dimensiones, da como resultado una versión superintelectualizante, hiper cognitiva de la emoción y de lo que sucede de hecho cada vez que una emoción tiene lugar en el organismo. Lo que busco remarcar es que el rol protagónico aquí lo tiene el organismo, como un todo, ya que es el organismo como un todo quien valora: quien ve al entorno y sus potencialidades, en relación con sus intereses, metas, necesidades, etc. dando lugar a ‘peligrosidades’, ‘alegrías’ y demás.

Colombetti (2010) brinda algunas precisiones adicionales respecto del modo en que el organismo asigna valores, valiéndose de la noción enactiva de construcción de sentido [sense-making]17 de Di Paolo (2005).18 Esto implica adoptar una posición distintiva respecto al surgimiento del significado: el mundo no está ahí afuera, completo, esperando que el organismo lo conozca —se lo represente internamente—. No hay un mundo pre-dado, el entorno es siempre aprehendido como significativo, y ese significado es relativo a la perspectiva o punto de vista de cada sistema vivo. En ese sentido, recuperan la noción de Umwelt19, o mundo egocéntrico [self-centerd world] que rescata la posibilidad de que dos organismos vivos que comparten el mismo ambiente físico-natural tengan, no obstante, distintos mundos significativos. De esta manera, la respuesta al problema de la variabilidad está implícita en el marco teórico alternativo adoptado, no depende de un agregado ad hoc para resolver un problema teórico.

 

Conclusión: hacia un abordaje enactivo de las emociones

 

Siendo el objetivo principal de este trabajo contribuir a la comprensión de las emociones, me propuse revisar la querella entre teorías somáticas y cognitivas de las emociones. Presenté el problema de la variabilidad de las emociones y defendí que se trata una dificultad que el enfoque somático no supera en sus propios términos, al mismo tiempo que la corriente cognitiva parece nacer para resolverlos, no sin dar lugar a un nuevo conjunto de problemas. Todos estos problemas nos exhortan a repensar las distinciones que vienen estructurando la investigación, desde que Platón ubicara las emociones en las antípodas de la razón. En ese sentido, esbocé cómo se podría realizar la transición hacia un marco postcognitivista y cómo ésto permitiría superar la disputa entre las perspectivas somáticas y cognitivas de las emociones. He dicho que el modo en que la ‘nueva ciencia de la mente’ se opone a la ortodoxia cognitivista, no es unívoco, cuestión que se ve agravada por tratarse de un espacio en pleno desarrollo. No obstante, en este trabajo me encargué de examinar uno de los modos en que se da esta rebelión contra la ortodoxia cognitiva clásica, a partir de la reivindicación de nociones como la de corporización, que siendo tan antigua como William James, ahora revisitada desde el postcognitivismo, configura el espacio enactivista.

La postulación original de Arnold y los desarrollos subsiguientes de la noción de valoración cognitiva, implicaban que la reacción emocional estaba constituida por ciertas apreciaciones que el sujeto realizaba del entorno, y su situación peculiar en él (sus intereses, metas, etc.). Esta formulación inicial implicaba mantener separados los dominios de la percepción y la cognición, puesto que esta valoración cognitiva (constitutiva de la emoción) sobrevendría ulteriormente a la percepción del objeto —percepción que así mantenía su ideal objetivo—. Es decir, la valoración cognitiva nacía para atender el problema de la variabilidad de las respuestas emocionales, frente a los hechos objetivos del mundo (así como también, las teorías cognitivas en su vertiente etiquetadora, brindaba una solución al problema de la unicidad fisiológica en tanto que productora de emociones). La propuesta de Colombetti apunta a proveer una visión enactiva de los aspectos valorativos de las emociones. Esto es, a mostrar que el elemento cognitivo pretendidamente ‘irreducible’ de la visión cognitiva ortodoxa —la valoración—, queda naturalizada en el marco de la ciencia enactiva, a la luz de la noción de la ‘construcción de sentido’.

Finalmente, quisiera destacar dos cuestiones que considero sumamente interesantes. La primera es que la ‘construcción de sentido’ rige para los organismos vivos en sentido amplio, desde los organismos unicelulares, hasta los seres humanos racionales. Concebir la vida y la cognición así, resuelve (de un modo excesivo quizás) el problema en torno a la atribución de emociones a animales no humanos, y a niños prelingüísticos. La segunda cuestión que vale la pena subrayar es que aquello que surgía como una consecuencia indeseable o problemática en la discusión original entre enfoques cognitivos y somáticos (dentro del marco cognitivista clásico) a saber, el desvanecimiento de los límites precisos entre los dominios cognitivos, emotivos y perceptivos, en este contexto se convierte en una fortaleza, en tanto se conforma como la tesis central desde el punto de partida de la concepción enactiva, la reivindicación explícita de la continuidad entre cognición y emoción, en las dos direcciones: las emociones son cognitivas, pero además, la cognición es emocional.

 

Referencias

 

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Notas

 

1 Antonio Damasio estuvo a la vanguardia del cuestionamiento de la dicotomía cristalizada con su libro El error de Descartes (1994). Véase Pérez & Melamed (2020) trabajo que continúa la línea de investigación inaugurada por Damasio.

2 El miedo se convirtió en una de las emociones paradigmáticas dentro de las emociones básicas, tanto por su ubicuidad en la literatura sobre emociones, como por haber sido estudiada en mayor profundidad por la neurobiología. Por ejemplo, Joseph LeDoux defiende la existencia de un mecanismo dual de procesamiento emocional a partir del desarrollo de investigaciones empíricas específicas del miedo (LeDoux, 1996).

3 La caracterización adecuada de ‘lo cognitivo’ es tan espinosa como la de ‘lo emocional’. Basta con notar que aquí ‘cognitivo’ se opone a los procesos corporales meramente fisiológicos, tales como los que ocurren en el sistema endócrino, el aparato digestivo o el sistema respiratorio.

4 En los últimos años se han ofrecido algunos intentos de reconciliación entre estos enfoques (Charland, 1997; Prinz, 2004; Robinson, 2005) lo que refuerza la idea de que el antagonismo entre estos enfoques no es tan profundo como parecía.

5 Quizás el ejemplo suene extraño, puesto que en nuestro contexto ecológico (el de los grandes centros urbanos) rara vez nos topamos con una serpiente en las calles; sin embargo, me parece interesante mantener este ejemplo por razones que se verán a más adelante.

6 Recuérdese que James en “What is an emotion?” ya había excluido explícitamente a las últimas: “antes que nada debería decir que las únicas emociones que me propongo expresamente considerar aquí son aquellas que tienen una expresión corporal distintiva” (James, 1884, p. 189)

7 Téngase en cuenta que aquí el sentido de ‘básico’ no implica una naturaleza simple, sino que apunta a enfatizar el rol que tuvo la evolución en el moldeado tanto de las características peculiares como de los rasgos comunes que exhiben estas emociones, así como también de su función (Ekman, 1994, p. 15).

8 Una objeción adicional que el enfoque recibió apunta a que una caracterización de las emociones a partir del sentir de los cambios corporales no puede acomodar la intuición de que las emociones son acerca de algo; es decir, no puede dar cuenta de la intencionalidad de las emociones. Esta objeción hace mella particularmente en las versiones tempranas de las teorías somáticas (la de William James en todas sus versiones —débil, fuerte— y la de Robert Zajonc (1980, 1984). Sin embargo, existen versiones somáticas más recientes, de inspiración jamesiana, que han hecho lugar a la objeción y se han ocupado de dar cuenta de la intencionalidad de las emociones, tal es el caso de Goldie (2000). Naturalmente, no es la única —y probablemente tampoco la mejor— manera de sortear esta dificultad. Pero basta aquí mencionarla para mostrar cuál es el alcance de la objeción al enfoque somático, pretendidamente ubicua. Los detractores externos a la perspectiva somática, esto es, los teóricos cognitivos, han hecho especial énfasis en esta objeción, juntamente con la objeción por la imposibilidad de inducir artificialmente emociones, para hacer énfasis en la necesidad de un aspecto o dimensión (según sea el caso) adicional a los cambios viscerales.

9 Debido a la rapidez de procesamiento de la vía subcortical, las representaciones que arroja resultan difusas, inacabadas, generando a veces reacciones emocionales inadecuadas para determinados estímulos. El costo de un falso positivo (i.e. por una rama que genera una señal de alerta) es ínfimo en comparación con el beneficio que implica para su huida y supervivencia. Este error luego será subsanado cuando, por su parte, la vía cortical, al precio de tomarse un tiempo más prolongado, le proporcione al sujeto las representaciones más definidas o precisas, para que el sujeto sea capaz de descartar la información irrelevante y estar listo para atender a lo que sí concierne a su bienestar.

10 Esta perspectiva reúne lo que en la literatura encontramos bajo los nombres de “teorías cognitivas” (Charland, 1997; Lyons, 1980; Prinz, 2004), “teorías valorativas” [appraisal theories] (Lazarus, 1991; Moors et al, 2013) y “la escuela de las actitudes proposicionales” (Griffiths, 1997).

11 Para algunas versiones del cognitivismo, la “cognición” es constitutiva de la emoción (teorías cognitivas impuras), para otros es la emoción (teorías cognitivas puras).

12 El concepto de ‘valoración’ [appraisal] es una noción tan amplia como ambivalente. La principal fuente de confusión proviene del hecho de que ‘valoración’ se utilice tanto para referirse al estado final (lo valorado) como al acto o proceso a través del cual tiene se obtiene la valoración–estado (Lazarus, 2001, p. 42). Asimismo, señala Nico Frijda (1993), el concepto de “valoración” se ha utilizado en la literatura de una manera dual: por un lado, para referirse al contenido de la experiencia emocional, y por otro lado, también para hablar de los antecedentes cognitivos de la emoción.

13 Moors (2013) advierte que su perspectiva encuentra fundamento en el marco de los niveles de análisis de Marr (1982), que opera con nociones como las de mecanismo y representación (i.e. en el nivel algorítmico). En este sentido, se imprimen algunos constreñimientos: los mecanismos capaces de sustentar a las valoraciones deben estar mediados o resultar en una representación, donde ‘representación’ se entiende de modo estrictamente funcional, como aquello que es invocado para explicar relaciones variables de input-output. En un sentido análogo, Reisenzein presenta su teoría valorativa, remarcando que por su carácter puramente estructural, carece de presupuestos respecto de la forma de los procesos de las valoraciones en cuestión: “cualquier modo de determinar el valor de una función valorativa V para un objeto O cuenta como un modo de valorar O en la dimensión valorativa correspondiente” (Reisenzein, 2001, p. 189), acentuando asimismo que esta perspectiva estructural/funcional es completamente compatible con diversas teorías de procesamiento (algorítmico).

14 Advierte Lazarus que tal carácter automático no debe ser equiparado con una condición primitiva, puesto que el procesamiento automático admite “significados [significances] complejos, abstractos y simbólicos, que a través de la experiencia pueden ser condensados en significado instantáneo” (Lazarus, 1991, p. 155).

15 Para un análisis detallado de las tesis en juego y la discusión de su interacción o incompatibilidad pueden consultarse los trabajos de Rowlands (2010) y Burdman (2015).

16 Existen algunas diferencias entre los seguidores de Gibson respecto de los compromisos ontológicos que asumen las ‘oportunidades para la acción’. Independientemente de cuál fuere el modo adecuado de interpretar a Gibson, mi interés aquí responde exclusivamente a la recuperación que hicieran Varela, Thompson y Rosch, aun cuando pudiera objetarse por no ser fiel al espíritu de Gibson.

17 Son aquellas ‘actividades de construcción de sentido’ las que permiten distinguir entre encuentros netamente físicos y encuentros en tanto sistemas propiamente cognitivos: sólo en los últimos el organismo establece una interacción con el entorno y regula su acoplamiento a él: “Los intercambios con el mundo son inherentemente significativos para el que conoce y esto es una propiedad definicional para el sistema cognitivo: la creación y apreciación de sentido o ‘construcción de sentido’ en breve” (De Jaegher & Di Paolo, 2007, p. 488).

18 Aunque Di Paolo no se ocupe explícitamente de las emociones, Colombetti defiende que las actividades de construcción de sentido pueden ser naturalmente entendidas como el ‘reconocimiento del carácter emocional constitutivo de la enacción’ (Colombetti, 2010, p. 147). En este sentido, la elaboración adecuada de estas nociones no sólo arroja luz sobre la naturaleza de las emociones, sino que adicionalmente, contribuiría a una mejor comprensión del carácter emotivo de la cognición y la relación organismo/ambiente.

19 El término Umwelt fue introducido por von Uexküll (1921) para señalar al entorno en tanto experimentado por el organismo vivo.