Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83, 2021

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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CASTRO SÁNCHEZ, Álvaro (2018). La utopía reaccionaria de José Pemartín y Sanjuán (1888-1954): una historia genética de la derecha española. Cádiz: Universidad de Cádiz. 217 páginas.

 

 

La utopía reaccionaria de José Pemartín es un gran estudio de un pensador menor, un buen libro sobre una figura secundaria de la filosofía conservadora española, su historia social, entorno vital, obra y situación en el campo filosófico.

El libro de Álvaro Castro supone, primero, una gran aportación a los estudios de la historia del —usando la expresión de Karl Mannheim— pensamiento conservador, en su vertiente española; como se sabe, el título se hace eco del clásico Ideología y utopía, donde el sociólogo húngaro mantuvo que todas las ideologías crean horizontes utópicos o sociedades imaginadas —soñadas— que suplan realidades sociales inadmisibles. La utopía reaccionaria de José Pemartín, en segundo lugar, representa una forma de trabajar muy fértil que ya ha dado y está dando obras importantes dentro de la sociología de la filosofía en España. Finalmente, anudada a la argumentación y al hilo de la misma, de la obra se desprenden reflexiones sobre un tema que, como se describe en algún lugar de su libro, es de candente actualidad, y al que el autor dedica inteligentes cavilaciones. Todas estas virtudes hacen que su lectura sea una actividad doblemente enriquecedora, académica y vitalmente.

Respecto a lo primero: el pensamiento conservador en España se presenta como un conglomerado de diversos subsistemas ideológicos de variado cariz, singladura filosófica y objetivos sociales, de los que la obra de J. Pemartín muestra una de sus teorizaciones más destacadas, dentro del magisterio de Ramiro de Maeztu —con sus acercamientos y distancias. A. Castro realiza la historia social de un filósofo conservador penetrante, dotado de gran talento para producir una especie de irracionalidad reflexiva ultrarreligiosa y patriótica, pero valedora de la modernidad y de la técnica y en diálogo con la filosofía de vanguardia europea, en cuyo marco pugna por situarse. El libro toma el fascismo y el nacional-catolicismo hispánicos en serio, como subsistemas ideológicos propios, y más aún: afirma la existencia de un pensamiento fascista, un sistema que no es únicamente un “anti-algo”, sino un conjunto de creencias articuladas en estructuras de lenguaje filosófico con una tradición propia. En esto sigue la estela de otros autores. A diferencia de algunos, sin embargo, no considera que el campo intelectual dominante de la España de Franco fuera una tierra cultural baldía, sino un espacio de producción discursiva específico, relativamente fértil, con su propia estructura y formas de creatividad: relativamente, porque a pesar de alguna que otra Atenas del Arga, la carestía provocada por la sangría civil no fue solo económica y la recuperación cultural creativa —en el sentido de que sobreviviera a su época— tardó en llegar. Pero la obra de A. Castro enseña que se puede ver inteligencia y capacidad de penetración en aquellos fascistas e integristas cuyas ideas no se comparten, y que hay que conocer mejor aquello que más se teme.

Con relación a lo segundo, metodológica y teóricamente, A. Castro enlaza con los trabajos de Francisco Vázquez García (La filosofía española: herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990), 2009), José Luis Moreno Pestaña (La norma de la filosofía, 2013) o, recientemente, Jorge Costa Delgado (La educación política de las masas. Capital cultural y clases sociales en la Generación del 14, Siglo XXI, 2019). P. Bourdieu y R. Collins, anudados a Q. Skinner, forman los puntales de la metodología, a la cual se ha imbricado un impresionante trabajo en archivo. Podría decirse que la modulación de algunas reflexiones que puntean la argumentación posee ciertos ecos del Lukács de El asalto a la razón, a través del controvertido E. Nolte, aunque podría discutirse, claro está. La metodología y la materia hacen que el libro brille.

Tras una explicación de las estrategias de la familia del filósofo para perpetuar su prestigio y posición social, reconvirtiendo capitales económicos en culturales, el autor expone la trayectoria social que convierte al “señorito satisfecho”, J. Pemartín, en un filósofo de envergadura en el campo español de posguerra, al menos, desde un punto de vista institucional, por su papel en las depuraciones o la ley de bachillerato.

El autor establece controles epistemológicos para evitar la ilusión biográfica (todo en coherencia) y la lectura materialista vulgar (todo se explica en macro). La cuestión de la ideología está siempre presente, pero no hace de su texto un mero relato de ideologemas y mitemas, espeso en etiquetas o largas digresiones desviadas de la narrativa.

El retrato ofrecido del filósofo se argumenta con claridad: en política, fascismo católico; un filósofo creativo, dentro de las posibilidades que daba el aristotelismo-tomismo, norma filosófica hegemónica tras la guerra civil (cf. el libro de J. L. Moreno Pestaña, ya citado), salvo por la originalidad del mestizaje de un menéndezpelayismo obvio con el vitalismo de Bergson, a la manera de Maeztu. Quizás el hecho de no ser universitario garantizara esta libertad creativa.

El libro sitúa bien las disputas internas entre las diferentes familias del régimen franquista, dentro de las cuales se posicionó el mismo José Pemartín, en torno a las ideas de Ramiro de Maeztu y los intelectuales de Acción Española, en dura lucha contra la Falange y el organicismo fascista. Con todo, no fue Pemartín un pensador rancio de utopías medievalistas (no había un rechazo de la técnica y del progreso modernos), sino un filósofo al tanto de las discusiones y debates internacionales más candentes, quizás precisamente —hay que insistir— por permanecer fuera del campo académico.

Un aspecto estudiado por el autor es el lado oscuro de los reconstructores del campo cultural después de la deflagración que supuso la Guerra Civil. J. Pemartín es uno de los arquitectos inquisidores del aparato educativo, purgándolo de elementos republicanos, liberales y subversivos, en comisiones depuradoras de una sistematicidad espeluznante. Asimismo, participa activamente en la purga de la universidad, aunque intelectualmente se aleja del cerrilismo antiorteguiano de posguerra. Posteriormente, participará en la colocación a dedo de fieles, mediante el amañamiento de oposiciones y redes clientelares.

El relato general sobre los conflictos entre los grupos del bloque en el poder es, con variaciones más o menos de detalle, compartido. De las luchas por el dominio entre las familias del régimen surgido de la guerra, la gran derrotada fue Falange. Históricamente, sin embargo, se habla, desde el presente, de una victoria intelectual y moral. La victoria intelectual de los falangistas se debió a la actualización o puesta al día de unos, a través de la democracia cristiana o el liberalismo —o ambos—, o de la transmigración hacia el marxismo, de otros. La llegada de la Transición redimió moralmente a los laínes, ridruejos y tovares. Si se trató para algunos de un simple cambio de chaqueta para figurar o si sucedió una verdadera transformación interna, habría que discutirlo en cada caso, aunque ahí están los textos. Es cierto que fue parte de una operación político-mediática para permitir la supervivencia política de elementos que, de por sí, no parecían asimilables. Pero también es cierto que antes fueron tiempos de dictadura y es fácil desde hoy colgar sambenitos morales. Para quien esto escribe, sin embargo, resulta algo inquietante el filonazismo de muchos que luego han pasado por demócratas o incluso socialdemócratas. Inquietante por muchas razones, para explicar las cuales este no es el lugar idóneo, pero que tienen que ver con la noción de habitus o con la formación de un inconsciente político-ideológico. Tal vez ahora es cuando se pueda reflexionar con la suficiente distancia sobre personas y personajes que pasaron de besar esvásticas a pontificar sobre la libertad de prensa.

Interesante es el planteamiento (véase pp. 189-190) de que la cosmovisión que los aparatos ideológicos del franquismo elaboraron y trataron de imponer no fue fruto de un invento ni de una improvisación durante la Guerra Civil, sino que era más bien un producto del sector que buscó y ganó la guerra, permitiendo su victoria disponer del Estado y del poder necesario para poder extenderlo. Álvaro Castro dedica un espacio considerable a esta cuestión a lo largo del libro, y en el epílogo introduce unas consideraciones y matizaciones sobre la noción de ideología y el determinismo que la preña; para el autor: “Una ideología no la impone directamente el Estado o la clase dominante a través de sus medios, sino las instituciones, contextos y redes sociales en las que las personas se desenvuelven, cuyos integrantes según estén posicionados dentro de la estructura o campo de poder son los que están dispuestos a plasmarlas en sus acciones” (p. 191), avalando un margen de actuación y decisión conscientes en el individuo. Se apoya, además en “la conocida distinción de Ortega entre idea y creencia”. El autor, en esta discusión, se plantea cuestiones muy importantes: “Si la forma de gobierno y el orden social que defendió respondía en última instancia a unas estructuras cognitivas o certezas asimiladas de modo mayormente inconsciente, ¿dónde queda la responsabilidad sobre sus actos?” (p. 192). A quien esto escribe, se le ocurre un pequeño texto de Freud, “La responsabilidad moral del contenido de los sueños” (1925), como contribución al debate: saber, explica Freud, es no ignorar que no hay un yo sin un ello, que las personas que desarrollan más “moral”, son más puntillosas, más sensibles, frente a su propia conciencia. Basta preguntar al dueño de un conglomerado de maquilas, al director de un matadero, o al impecable propietario de una multinacional que invierte en caridad.

Finalizo esta reseña al par que el colofón de esta obra tan interesante, reafirmando la importancia de la tarea de los que trabajan —y tan bien— sobre las representaciones del pasado. Porque no es imposible que la historia se repita, con una máscara diferente, si la amnesia vigente continúa propagándose.

 

José Luis Bellón Aguilera

(Universidad Masaryk,
Brno, República Checa)