Daimon. Revista Internacional de Filosofía, nº 83, 2021

ISSN: 1130-0507 (papel) y 1989-4651 (electrónico)

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ULACIA ALTOLAGUIRRE, Paloma (2018): Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Presentación de María Zambrano. Sevilla: Editorial Renacimiento. 186 pp.

 

 

La escritora y poeta Concha Méndez (Concepción Méndez Cuesta. Madrid, 1898-México, 1986) destaca como una de las figuras relevantes que contribuyeron a revitalizar el panorama cultural español durante los años veinte y treinta del pasado siglo XX, así como por la perseverancia de divulgar, mediante su labor editorial e impresora junto a su marido Manuel Altolaguirre, las obras de los poetas de la Generación del 27, compañeros de vanguardia estética y literaria en cuyas antologías no habría sido incluida. Al igual que les ocurriera a sus coetáneas, el olvido intelectual, académico y crítico literario acompañaría a esta cofundadora del Lyceum Club, tal como se evidencia en la postergación de la visibilidad de su obra o en el desconocimiento de su aporte al ámbito editorial y de las letras en España y América. Pero al menos, a pesar de haber pasado tanto tiempo, se vislumbra que la sombra de las escritoras y de las artistas es hoy un poco menos alargada, tras editarse las creaciones y las biografías de aquellas doctas que hasta entonces eran reconocidas, en mayor medida, por el simbólico gesto de caminar por la calle “sin sombreros”. Una vez incorporadas al circuito de la crítica editorial podremos ahondar y valorar el alcance de sus proyecciones literarias y artísticas, más allá del mero hecho de su condición de género. Las creaciones de buena parte de estas escritoras en el exilio han sido estudiadas y difundidas por un grupo de academicistas. Asimismo, se aprecia, aunque tímidamente, en el profuso mercado de las letras algunas ediciones que atisban la circulación de sus obras —obviadas en las compilaciones— y de las memorias de esta invisibilizada generación. Este es el caso del libro autobiográfico que reseñaremos en estas líneas: Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Un locuaz relato oral, como ejercicio evocativo, transcrito por su nieta e introducido por la presentación que María Zambrano esboza de la apreciable inventiva y del arte supremo que habitaba en todos los proyectos emprendidos por Concha Méndez (p. 8), junto a Manuel Altolaguirre: “andaluz fino, de producción poética escasa, de quien nada menos que Luis Cernuda ha señalado como el único español en quien aletea san Juan de la Cruz” (p. 7).

La vocacional poeta, influenciada por Juan Ramón, aunque sin saberlo por no haber accedido formalmente a leerlo, contribuyó con el también poeta e impresor profesional que era su marido a la edición de relevantes revistas como Poesía; Héroe; 1616 o Caballo verde para la poesía dirigido por Pablo Neruda tras el ofrecimiento por parte del matrimonio de editores (p.100). De hecho, el domicilio de la pareja situada en la calle Viriato de Madrid se convertiría en el espacio de encuentro de la Generación del 27 así como el lugar donde recibían, impulsaban y difundían los trabajos de sus contemporáneos hasta llegar la fratricida guerra, cuya violencia y represión por ambos bandos sería repudiada por la misma. Por su parte, Manuel Altolaguirre era ya respetado desde su labor en la imprenta Sur de Málaga, por hacer de ese oficio un arte, junto al poeta Emilio Prados, y por su aportación a la revista Litoral; sin embargo, ella misma, en primera línea con un mono de trabajo enfundado también perseveró en las tareas de impresión y difusión de su grupo intelectual dentro y fuera de España. Bajo ese compromiso recorrió las soporíferas calles de La Habana para vender las obras impresas de su aventurera rotativa editorial llamada “La Verónica”, una vez que los proyectos reformistas de la República española pasaron a ser una ensoñación política y cuya contienda sembró una estela de desplazados y exiliados, entre quienes se hallaban Concha Méndez junto a un esposo convaleciente de un estado de locura transitoria, a causa de la desgarradora experiencia de la guerra y su internamiento en el campo de concentración (p. 110): Ven a mí, que vas herido/que en este lecho de sueños podrás descansar conmigo. /Ven, que ya es la medianoche y no hay reloj del olvido que sus campanadas abiertas en mi pecho dolorido (‘Ven a mí que vas herido’). Este episodio precedido por la descripción de los luminosos años veinte, junto con las expectativas de reformas sociales, nos apesadumbra por las “guerras perdidas” a favor de la equidad; por el exilio, exterior e interior, y por el particular ensañamiento hacia las féminas una vez revocados todos sus derechos. Sin embargo, más allá de las adversidades, a la poeta madrileña nunca parecía agotársele las iniciativas literarias ni humanísticas. Por ello se nos muestra una historia de vida desprendida de todo resentimiento, a pesar de los desaires o la prolongada sombra de sus contemporáneos entre los que destacan Luis Buñuel con el que mantuvo un largo noviazgo (p. 38 y ss.); el poeta Manuel Altolaguirre que la cortejó hasta el mismo altar donde la escritora se encaramó vestida de verde con un ramo de perejil en mano (p. 92) y de quien se separó una vez asentados en México, fraguándose para ella un doble olvido; así como tantísimos artistas, intelectuales o creadores con los que Concha Méndez mantuvo una estrecha relación: Rafael Alberti, como primer consejero literario pero cuyas acciones políticas le decepcionarían (p. 102); Federico García Lorca; Ramiro de Maeztu; Gregorio Prieto o Luis Cernuda a quien arropó en su casa de Coyoacán hasta sus últimos días (p. 142).

Plasmado con espontaneidad, sencillez y creatividad, el presente relato transfiere la continua capacidad de asombro que emerge de una experiencia vital inagotable y una continua reinvención que la escritora hace de sí misma, cuyo punto álgido se sitúa entre 1934 y 1944. Una labor poética que había irrumpido en los estertores de la modernidad y la alacridad de los años veinte para llevarla a hilvanar versos más depurados y personales hasta alcanzar una impronta autobiográfica a causa del exilio. Su vitalista experiencia transita al lado de “grandes hombres” y en compañía de algunas “excéntricas mujeres”, tal como se trazan los relatos sobre Maruja Mallo (p. 48) y Alfonsina Storni (p. 78), u otras amigas con las que mantiene una estrecha conexión como fueron Pilar Zubiaurre, María de Maeztu o Consuelo Berges: Toma este sueño que traigo/y engárzalo a tu collar. /Amiga, toma este sueño/que vengo de ver el mar (‘Canciones de mar y tierra’). Amistades que inspiraron el imaginario de su itinerario poético y apoyaron sus iniciativas de osada viajera e impulsiva aventurera. Tanto la trotamunda sociabilidad de la que estaba dotada como la fatalidad del exilio la llevaron a cultivar relaciones con figuras de la altura de María Zambrano; Lidia Cabrera; Alfonso Reyes; Juan de la Encina; Fernando de los Ríos; Irene y Cesar Falcón, etc. Sin embargo, su trayectoria no parece haber dejado rastro de escándalos —público o privado— capaces de atraer a la crítica editorial o inclusive a la historiografía.

El resultado de la presente narración transferida de manera intergeneracional es una crónica detallada del parnaso intelectual y social hispanoamericano de quien, a pesar de haber conocido la exclusión o la inequidad, se mantiene —además de muy respetuosa con sus colegas— fiel a su compromiso de romper con los cánones requeridos a las féminas de la clase media y acomodada. La convicción tenaz en una vocación, aunque muy dispersa y en las posibilidades de su emancipación la hacen pionera en la conquista paciente de un feminismo cuyas teorías no parecía comulgar de modo directo, pero sobre el que se pronunciaba con lucidez y honestidad. Desde su propia cuna, la acérrima confianza en sí misma y su pronta toma de conciencia sobre las desigualdades entre hombres y mujeres, y de clases sociales le permitieron saltar obstáculos como la campeona de natación que logró ser en su mocedad antes de comenzar la guerra civil española. Aun siendo muy joven hizo de la poesía, la cultura y las letras su herramienta de vida y a través de ello logró emanciparse de la familia numerosa que duramente la reprendió sólo por haber asistido a una conferencia en la Universidad. En el momento que decide viajar fuera de España, sola y con más compañía que sí misma —alarmando por ello a Ortega y Gasset que no obstante la apoyaría (p. 64), tras haber sido ninguneada junto a sus compañeras del Lyceum Club Femenino por Jacinto Benavente (p. 50)— descubre que tiene sobrada capacidad para mantenerse por sí misma. El medio intelectual del que se rodeaba le sirvió obviamente para amortiguar el lance de esa aventura: un atrevimiento que la condujo a la descabellada idea de tirarse a nado al mar picado con el fin de evitar enfrentarse al encargo de impartir una conferencia sobre cuyo tema a tratar no se sentía nada segura (p. 81). Aunque dejó bien claro que ella lo que quería ser de mayor era “capitana de barco”, cuando en la infancia le reprendieron que “las niñas no son nada” (p. 24), dejándonos así el recuerdo de unos antecedentes que, por si acaso, debiéramos registrar.

La nueva publicación de estas memorias es una valiosa contribución de intrahistoria y oralidad acerca del exilio español. Una tarea acometida por su nieta, Paloma Ulacia Altolaguirre, que selecciona y da forma a la singular historia de vida cuyo marco referencial es el ambiente artístico-cultural de su época, tanto en España como en el exilio. De hecho, el presente trabajo fue declarado en 1988 finalista del Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias de Tusquets Editores y en 1990 ya fueron publicadas, bajo edición de la nieta, por Mondadori (Madrid) a la cuales teníamos un difícil acceso por su descatalogación. Su reedición dentro de las líneas de la editorial Renacimiento (Sevilla) en 2018 nos permite acceder a la intrahistoria de este heterogéneo y plural conjunto de intelectuales, pero sobre todo estudiar la obra y la trayectoria del grupo más invisibilizado, tal como fueron las “sin sombreros” que igual que sus compañeros conocieron el exilio. Si el texto emana de esta experiencia, así debemos comprender la selectiva prevalencia por los detalles autobiográficos y memorialísticos. Concha Méndez refuerza, mediante esta técnica, su conciencia de identidad y por ello estas memorias “habladas” apenas dejan espacio para la transferencia de su propia obra, que no obstante es ligeramente introducida en conexión a algunos de los hechos narrados. No obstante, echamos en falta una mayor aportación de su obra poética en el marco del relato biográfico. Labor editorial distribuida en diecisiete apartados que rememoran varios capítulos entrelazados de la Historia de España, desde la República hasta el exilio trasatlántico junto al imaginario del retorno que habita en los exiliados. Destacamos cómo el prevalente discurso de feminidad en el relato alienta fuerzas frente al agotamiento y al desgaste provocado por las desgarradoras pérdidas del transtierro. Bajo el dominio de esa perspectiva, la anécdota, la reflexión inducida por el ejercicio de la memoria en el marco de la Historia y la capacidad aún sorpresiva de una mujer octogenaria restituyen una archiconocida inequidad. El libro cuenta con una breve, pero admirada presentación de María Zambrano sobre Concha Méndez y su marido Manuel Altolaguirre. La aportación de la también exiliada filósofa antecede a un prólogo y a una seleccionada transcripción de experiencias narradas en primera persona y completadas por su editora con dos diferenciadas secciones bibliográficas que dan fe de su prolífico y perseverante trabajo: poesía, teatro, textos cinematográficos, conferencias, ensayos, traducciones, etc. Tras comprobar su contribución a la cultura y a las letras se aprecia cómo la libertad pauta todas sus acciones, mientras que la incesante creatividad, en cuanto a forma de vida, la hacen en buena parte inclasificable. Si bien, una bibliografía especializada sobre su obra, junto a un registro fotográfico, es un aporte para contextualizar la historicidad y la singular contribución de Concha Méndez en relación al grupo intelectual al que perteneció. Estos apéndices bibliográficos —a lo que añadiríamos, al menos una tesis doctoral registrada— facilitan el estudio de su obra y su contribución al campo intelectual de su generación.

En estas memorias se pronuncia con rotundidad la personalidad de una mujer muy singular: positiva, aunque algo excéntrica y concebida por los demás de una aparente fantasía que entendemos procede de su carácter sorpresivo y de su incredibilidad ante los restrictivos códigos impuestos. Desde luego no obviamos el estímulo introducido por su conexión al surrealismo de la época o sus prevalencias oníricas que le anuncian la dolorosa pérdida de la madre (p. 115); el desgarrador asesinato de Federico García Lorca (p. 101; p. 103); o el triste accidente de Manuel Altolaguirre (p. 138). Con algunos saltos cronológicos, nos hallamos con el trazo firme de un perfil que refleja a una criatura muy original a la vez que generosa en la cotidianidad del transtierro que le tocaría en suerte hasta llevarla a “amparar a los que tenían aún menos que ellos”, en palabras de María Zambrano (p. 8), para ser “tomada en serio, salvo como portavoz de la vida de los otros” (p. 20). Dicho de otro modo, la literal transcripción del testimonio, hilvanado por su nieta, se sostiene sobre un arsenal de episodios anecdóticos que prevalecen en la historia descrita en primera persona. Al mismo tiempo, habita en la narración un permanente extrañamiento surgido del propio razonamiento de una mujer con aires de rotunda modernidad que trataría de transcender el peso de las circunstancias sociales, junto con los modelos de feminidad impuestos, desde su rebelde juventud como hija mayor de una familia numerosa bien posicionada y encomendada por una progenitora a quien recuerda siempre en estado de crianza. Sin embargo, la centralidad del relato oral no menoscaba la transferencia, que diríamos hoy, de su aporte como poeta y pionera en su rol de impresora, editora, traductora, deslumbrada tertuliana o guionista cinematográfica. Sea como fuere, desconocemos si Concha Méndez habría llegado a alcanzar el pódium como lo logró en su papel de deportista, aunque muy pocos conocían esta faceta o la creían cuando ella lo contaba.

El relato transcrito y armado es amable con el lectorado y por ello es recomendable abordar su lectura. Se distingue por su tono risueño, a pesar de los dramas personales y colectivos sobrevenidos. Las continuas anécdotas que encuadran los datos o los hechos acaecidos de índole pública, no sólo del ámbito de lo privado, nada tiene que ver con el relato “amarillezco”: en eso se ve que ha sido comedida, lo que dice bastante de su propia condición. La composición del testimonio es acompasada por un hilo conductor pautado por la distancia del recuerdo, aminorando las secuencias más dramáticas de las que Concepción Josefa Pantaleona Méndez trasciende en un permanente gesto de superación y reinvención de sí misma: Al nacer por la mañana/me pongo un corazón nuevo/que me entra la por la ventana. / Un arcángel me lo trae/ engarzado en una espada (‘Al nacer por la mañana’). Sin duda, la nueva circulación de estas memorias reeditadas por la Biblioteca del Exilio, se reafirman como una fuente de conocimiento sobre la realidad política y los roles de género asignados a su propia generación y consignados en el entorno artístico al que pertenecía, pero con voz y acción propia a pesar de ser conocida como la compañera, la amiga, la novia o la esposa de señores intelectualmente notorios y relevantes; cuarteando la autoridad patriarcal que ella misma, desde muy joven hasta la plena madurez, trataría de trascender reforzada por su imaginario poético como por la realidad que le tocó en suerte sortear, aunque sólo fuera a favor de una sonora soledad de poetisa vocacional en España y América: Tan sola no me has dejado/que estoy conmigo y me basta/igual que siempre lo he estado (‘Los brazos que te han llevado’).

 

Esmeralda Broullón Acuña

(EEHA-CSIC)