Recensión: Graciano González R. Arnaiz, Bioética y biopolítica. Aproximaciones desde el trans/posthumanismo
abandonar a la bioética en tanto que una de las últimas grandes especulaciones sobre la vida y
nuestros cuerpos, a una disciplina de reciente cuño pero que prosigue la estela de los valores y
principios éticos compartidos por nuestras sociedades occidentales. Como decía, la filosofía
parece abandonar a la bioética para articularse en plena biopolítica como análisis crítico de
cómo el poder accede, intercede y articula nuestras vidas y nuestros cuerpos. Se conformaría,
pues, una especie de rivalidad por un mismo término, a pesar de su distinta significación y
consideración.
Una tendencia y una disputa epistemológicas que, según Graciano González, siendo
bandera de dos nuevas “filosofías de moda”, el transhumanismo y el posthumanismo, realmente
participan de otro proceso de mayor envergadura que recorre a toda la ética, esto es, su
“naturalización”. La naturalización, eje vertebrador de toda la obra, consiste en la importación
de razonamientos, conceptos y teorías provenientes de las ciencias naturales y empíricas. Por
ello, aunque ambas teorías filosóficas antes señaladas se recubran de cientificidad, innovación y
autonomismo hunden sus raíces y participan en un largo devenir que ya podemos prefigurar el
zoon politikon aristotélico o en el dualismo cartesiano mente-cuerpo. Por esta característica
común, y a pesar de diferir en su objetivo último, ya sea como mejoramiento radical de nuestras
capacidades o como un progreso total hacia un nuevo ser viviente que no se identifique con lo
humano, ambas son aglutinadas por el autor del ensayo bajo el sintagma “continuum
trans/posthumanista”. Tanto una como otra se encuentran imbuidas en la posibilidad y la
defensa de la intervención y modificación de nuestro cuerpo y mente (cerebro) en grado sumo y
dejando de lado sus clásicas preocupaciones y consideraciones morales.
Por todo lo anterior, se comprende que el ensayo de Graciano González nos puede
aportar una visión general de la discusión científica y teórica que gira en torno al bíos o hecho
de la vida. Debate que exige previamente dilucidar qué es aquello a lo que llamamos “humano”,
que se postula como sujeto y objeto de estudio y que se busca superar. Pero hacerlo supone
seguir el viejo camino pautado por la filosofía ante problemáticas nociones como naturaleza y
teleología o physis y techné, entre otras. Porque por muchos esfuerzos que se hayan realizado
desde el transhumanismo y el posthumanismo, y desde las diferentes ciencias implicadas e
imbuidas en ellas, todos sus conceptos y sus planteamientos son herederos de esa larga tradición
de pensamiento ético-filosófico arraigado en el fondo de nuestro pensamiento occidental.
En definitiva, la merma perpetuada intencionalmente sobre la legitimidad de la tradición
filosófica, con sus viejos conceptos, por una ciencia que devuelve una imagen apeteciblemente
mejorable del ser humano, supone que, lo más sensato, sería el abandono del campo ético por
una aproximación distinta como puede ser la biopolítica. Aceptar este designio dentro de la
filosofía sería perpetuar inconsciente y acríticamente el naturalismo que cada vez tiene mayor
peso en la ética y que peligra con su suspensión. Nos encontramos en un contexto donde se
señala que la investigación científica disocia el concepto “vida” de la acción moral y de su
posibilidad y se reduce a hallar el origen y la magnitud de los procesos cognitivos. Algo natural
si todo lo que hay detrás de nuestros actos y pensamientos vendrían a ser inputs neuronales y un
compendio de procesos, elementos y estructuras físicas, químicas y fisiológicas que los
determinan. Lo que sorprendente y ocultamente se carga de un plumazo criterios éticos básicos
y compartidos por todos como el de la libertad.
Para comprender más concretamente cómo se reproduce esta tendencia a la
naturalización de la ética, Graciano González nos expone el caso del biomejoramiento moral.
Nadie dudaría en la búsqueda por alcanzar una nueva y mejorada moralidad, un modo de
comportarse más humanamente, pero ¿lo harían a sabiendas de que una propuesta así esconde
una imposición y monopolio de una determinada moralidad, de una determinada forma de
entender la vida buena y la dignidad del ‘hombre’? En contrapartida, también podemos hallar un