AREAS Revista Internacional de Ciencias Sociales, 48/2025 “Migraciones y reproducción social”, pp. 11-26. DOI: https://doi.org/10.6018/areas.628491
Migraciones laborales: un mecanismo de regulación del modelo artesano. El caso de los Colegios de Platería en el sureste peninsular (siglos XVIII-XIX)
Francisco Hidalgo Fernández, Universidad de Cádiz
Resumen
El artículo se centra en el estudio de las migraciones laborales artesanas entre los siglos XVIII y XIX, tomando como muestras los Colegio-Congregación de plateros del sureste peninsular. Así, se aporta una visión diferente, adscrita a mercados laborales más limitados, frente a los trabajos publicados hasta la fecha interesados en otros con mayor capacidad de atracción de mano de obra. Siguiendo planteamientos de la historia social de la población, a tenor de las posibilidades documentales ofrecidas fundamentalmente por recuentos poblacionales y escrituras notariales, se examinan los movimientos migratorios en función de la distancia recorrida: corta-media, donde se agrupa la existente en el entorno geográfico cercano u otras regiones hispánicas peninsulares, y larga distancia, adscrita únicamente al aporte extranjero. El objetivo, además de ponderar el aporte migrante en la reproducción del oficio e identificar los lugares de procedencia, avanza sobre la importancia cualitativa y las trayectorias de los emigrantes artesanos, dibujando una realidad diversa y compleja.
Palabras clave: migraciones; artesanos; gremios; plateros; trayectorias familiares
Labour migration: a regulatory mechanism of the artesan model. The case of the Silversmiths’ Guilds in the South-Eastern Iberian Peninsula (18th-19th centuries)
Abstract
This paper focuses on the study of artisan labour migrations between the 18th and 19th centuries, taking ad simples the silversmiths’ guilds of the southeast of the peninsula. Thus, it provides a different view, ascribed to more limited labour markets, compared to the work published to date interested in others with a greater capacity to attract labour. Following the approaches of the social history of the population, in accordance with the documentary possibilities offered fundamentally by population counts and notarial deeds, we examine migratory movements according to the distance travelled: short-medium, where we group together those existing in the nearby geographical environment or other Hispanic regions of the Iberian Peninsula, and long distance, ascribed solely to the foreign contribution. The objective, in addition to weighing up the migrant contribution to the reproduction of the trade and identifying the places of origin, is to advance on the qualitative importance and the trajectories of emigrant craftsmen, outlining a diverse and complex reality.
Key words: migrations; crafts; guilds; silversmith; family trajectories
Fecha de recepción del original: 8 de septiembre de 2024; version final: 25 de octubre de 2024.
- Francisco Hidalgo Fernández, Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte, Universidad de Cádiz. E-mail: francisco.hidalgo@uca.es; ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-3354-3437.
Migraciones laborales: un mecanismo de regulación del modelo artesano. El caso de los Colegios de Platería en el sureste peninsular (siglos XVIII-XIX)
Francisco Hidalgo Fernández, Universidad de Cádiz
Introducción
Los movimientos geográficos han sido una constante a lo largo de la historia de la humanidad (Livi Bacci, 2012); lo siguen siendo hoy en día en que las migraciones asumen un gran protagonismo en los debates políticos, sociales, económicos, culturales y, por consiguiente, también académicos (Dubert García y Gourdon, 2017; Zapata-Barrero y Vintila, 2024). Las motivaciones que empujaron a ello son diversas, aunque favorables a una sistematización desde diferentes prismas. Así, podemos estructurarlas según el grado de libertad a la hora de emprender estos movimientos, de la distancia recorrida entre el punto de salida y el de llegada, de la duración del asentamiento o de las causas que los motivaron.
Este artículo se centra en las migraciones laborales y, concretamente en las protagonizadas por los artesanos en el ocaso del Antiguo Régimen; cronología caracterizada por un contexto híbrido en el que se encabalgaron los últimos años de vigencia del sistema gremial y el proceso de industrialización, posibilitando la identificación de transformaciones en los comportamientos poblacionales. La cuestión es del todo acorde con la literatura del retorno gremial, pues atraviesa los más importantes debates en torno a las formas de reproducción institucional, el aprendizaje o la innovación tecnológica en el contexto europeo. Y decimos acorde, porque nos resistimos a adjetivarlas como del todo novedosa. Pasan ya unos treinta años de la publicación de los estudios revisionistas más serios sobre la cuestión gremial, que problematizaron sobre longevas tesis que tildaban al sistema de rémora socioeconómica (DuPlessis y Howell, 1982; Berg y Hudson, 1992; Epstein, 1998). Del mismo modo, dos décadas han pasado desde el lúcido e influyente acercamiento a la movilidad laboral llevado a cabo por Stephan R. Epstein (2004), y quince años desde el conocido debate entre este y Sheilagh Ogilvie (2008), quien se opusiese a las nuevas tendencias que iban asentándose en Inglaterra, Países Bajos y Francia (Munck, Kaplan y Soly, 2007; Epstein y Prak, 2010). Desde entonces, la línea investigadora ha seguido activa con gran dinamismo, y en la actualidad contamos con un buen número de trabajos que han posibilitado un cambio en la percepción, no solo de los gremios europeos, sino de su economía, así como de los comportamientos poblacionales que fueron aparejados. En España, su desarrollo, siendo más tardío, no reviste grandes diferencias, asumiendo los nuevos paradigmas y participando con ello en los debates internacionales (González Enciso, 1998; Zofío Llorente, 2005; Nieto Sánchez, 2006; González Arce y Hernández García, 2015).
Con estas bases, plateamos el estudio del aporte migrante en un oficio artesano específico como fue la platería y, además, en un espacio geográfico igualmente particular como el sureste peninsular español. No hablamos, por tanto, de corporaciones de grandes dimensiones, ni de grandes mercados laborales, tampoco, por supuesto, de polos de atracción de población migrante al nivel de Madrid, Barcelona, París, Amberes, Viena o Londres, en los que la historiografía se ha centrado con mayor detalle. El objetivo es cuantificar el número de trabajadores no nacidos en cuatro localidades, a saber, Málaga, Antequera, Murcia y Lorca; conocer su procedencia; reconstruir sus trayectorias; y, por último, identificar las diferencias en las pautas de comportamiento de cada uno de estos centros. Más que un estudio puramente demográfico, aplicamos las metodologías de la historia social de población, primero, porque las fuentes con las que contamos, entre las que no se conservan registros de entrada de las corporaciones, no permiten un estudio serial; y, segundo, por su potencialidad analítica, permitiéndonos profundizar en la cuestión a partir de la interrelación de perspectivas meso y micro.
Para ello, además de un epígrafe dedicado a las particularidades de las migraciones artesanas y, concretamente, a las de la platería, seguimos una estructura basada en la distancia recorrida: corta-media, en la que se engloba la procedente del resto regiones españolas, y larga, referente a la mano de obra extranjera. Estas, sin embargo, no quedarán desprovistas de un análisis de corte cualitativo y longitudinal donde los datos sean acompañados de las propias trayectorias vitales y familiares de los artesanos (Hidalgo Fernández, 2023).
Migraciones laborales, artesanos y trabajadores plateros
Las tesis tradicionales han incidido en una realidad gremial basada en mercados laborales conformados por personas que trabajaron en los mismos municipios en las que nacieron, y ello porque se les arroga a las corporaciones grandes resistencias a la entrada de mano de obra externa. Por consiguiente, atenderíamos a una patrimonialización de los oficios que pasaron por priorizar a los denominados hijos del gremio frente a trabajadores externos. Este discurso ha sido repetido hasta la saciedad, y no negaremos que hay algo de realidad en él (Prak, Crowston, Munck, Kissane, Minns, Schalk y Wallis, 2020). No obstante, se evidencia una visión excesivamente inmóvil, por la cual los comportamientos institucionales no cambiaron a lo largo de los siglos –y, por ende, fueron pasivos a los contextos–, y homogénea, equiparando los mercados del conjunto de oficios que conformaron la amplia manufactura europea del Antiguo Régimen. Frente a ello, varios son los datos que disponemos en torno a la migración de los artesanos en la Europa de la Edad Moderna. Para el siglo XVIII, menos de una quinta parte de los oficiales franceses dedicados a la construcción, la confección o la alimentación trabajaron en la ciudad donde nacieron; para 1742, menos de una cuarta parte de los maestros radicados en Viena eran oriundos de la misma; y en la ciudad de Frankfurt en 1762, más del 80 % de los oficiales eran extranjeros, de los que el 9 % procedía de Francia, Inglaterra, Hungría o Dinamarca (Epstein, 2004: 253). Todo ello confirma la aseveración de Josep Ehmer al considerar la migración como un “mecanismo de regulación del mercado laboral artesano” (1997: 172), especialmente en el contexto centroeuropeo.
Pero esta migración fue muy variada, por lo que tampoco podemos extrapolar de manera directa estos datos ni a todos los países, ni a todas las categorías gremiales, ni a todos los oficios. Los estudios publicados hasta la fecha indican una migración intensa en Centroeuropa, Países Bajos y Francia, especialmente en lo que concierne a aprendices y oficiales. La explicación radica, primero, en la existencia de amplios territorios con una lengua común, que favoreció estos movimientos; en segundo lugar, un importante desarrollo manufacturero que tensionó la relación entre oferta y demanda de los centros productivos; y, en tercer lugar, caso de algunos gremios alemanes, a la obligación impuesta a una formación itinerante o wanderjhar (Epstein, 2004: 252). No podemos olvidar tampoco que, para el siglo XVIII, el sentido familista de las corporaciones de oficios había perdido peso en algunos centros productivos, caso de Amberes (Munck, 2010), todo lo cual nos lleva a hablar de una gran masa de población joven fuera de sus hogares.
Sin embargo, las migraciones laborales son, como decimos, una de las cuestiones centrales, pues la sitúan como un factor clave en el desarrollo y homogeneización tecnológica de Europa occidental. La formación en centros externos ofreció así unos conocimientos muy valiosos que ayudaron a la innovación técnica (Munck, 2019; Groot y Schalk, 2022). De hecho, son muchas las investigaciones que han tenido al aprendizaje gremial como centro de interés, problematizando sobre unos cursos artesanales que, al contrario de su linealidad, se mostraron enormemente diversos. El comienzo de la formación artesana en un lugar determinado no tuvo por qué implicar su finalización. La interrupción del proceso y su posterior regreso, el cambio de maestro o de oficio o la propia muerte del joven también han de ser considerados (Schalk, Wallis, Crowston y Lemercier, 2017; González Pons, 2023). Pongamos algunos ejemplos. En el siglo XVII, solo el 15 % de aprendices de Londres eran autóctonos, mientras que en otras ciudades como Southampton o Glouncester apenas llegaron a ser un tercio (Wallis, 2019: 269). Más al sur, en Venencia, que funcionó como un polo de atracción de población cualificada en el norte de Italia, pese a su pérdida de influencia observada a lo largo del período 1585-1665, los oriundos nunca llegaron a superar el 50 % (Colavizza, Cella y Bellavitis, 2019: 116-121). Algo más comedida fue la presencia de aprendices no madrileños en la corte de la Monarquía Hispánica: si para finales del siglo XVI, los madrileños representaban el 31 %, en la primera y la segunda mitad del XVIII se situaban ya en el 72 y el 61 % respectivamente. Destaca además una presencia testimonial de jóvenes extranjeros (López Barahona y Nieto Sánchez, 2019: 60). Por último, para el gremio de velers de Barcelona entre 1782 y 1824, los procedentes de Barcelona y los del resto de Cataluña tienen un peso muy similar, del 47,8 % y el 46,8 %, con escasas alteraciones a lo largo de todo el período. Por contrapartida, los llegados desde otros puntos son excepcionales (Solà y Yamamichi, 2015: 83). Mayores contrastes encontramos, sin embargo, en otros oficios, pues de acuerdo con el estudio de Arranz y Grau para la década 1761-1770, el 74,7 % de los aprendices de panaderos, albañiles y carpinteros fueron forasteros, datos que los autores no dudaron en extender a otras cronologías (1970: 73-74).
Siguiendo con los oficiales, parece que la tendencia sigue el mismo patrón, esto es, una gran movilidad de larga distancia en Centroeuropa y Países Bajos, y unos valores más moderados en el sur de Europa. Volviendo sobre el estudio de Epstein, la categoría intermedia entre el aprendizaje y la maestría fue producto del desarrollo manufacturero urbano en torno al siglo XIII, así como de la volatilidad de la demanda, compensada mediante la contratación temporal (Epstein, 2004: 254). Su posterior desarrollo desembocó en un alto número de mano de obra de oficiales que practicaron una suerte de vagabundeo laboral o la producción sin el control del marco gremial, caso de los compagnons franceses (Truant, 1994: 48-77; Kaplan, 2002). En la Lleida del siglo XVI, por ejemplo, Vilalta Escobar señaló que, parejo al crecimiento urbano, parte de la población emigrante situó sus talleres en los límites exteriores de la muralla, lejos de los obradores agremiados intramuros y el control corporativo (2001: 306). Aun así, los datos revelan que la migración se caracterizó más bien por su baja cualificación, al contrario de otros centros de primer orden como lo fue Madrid. Aquí, el estudio sobre el acceso a los gremios sobre la base de las cartas de examen revela una aportación migrante muy elevada. Para mediados del XVII, más de la mitad de los oficiales examinados no eran madrileños, casi todos llegados de las dos Castillas (Zofío Llorente, 2005: 324). En lo que concierne al XVIII se observan diferencias en la evolución de carpinteros y sastres. En cuanto a los primeros, los nuevos maestros eran mayormente oriundos de Madrid o de la provincia, mientras que los segundos se ajustaron a un mercado laboral más abierto, con una horquilla de procedencias más altas en las que, incluso, los extranjeros llegaron a valores de cierta relevancia, aunque sin llegar a los niveles consignados en ciudades marítimas y altamente cosmopolitas como Cádiz (Nieto Sánchez, 2013: 103-104; Nieto Sánchez, 2022: 20). De los que hablamos, con este último caso, es de la existencia de un mercado laboral diverso según las características de cada oficio, algo estudiado por Reith para Centroeuropa (2008) y por Nieto Sánchez para Madrid (2014).
En este contexto, cabe preguntarse si los plateros fueron o no proclives al cierre corporativo o si, por el contrario, entre sus filas la población migrante llegó a tener un peso relativo en el contexto de la manufactura agremiada. Los estudios específicos sobre la procedencia geográfica de los artesanos plateros son muy limitados, pues análisis históricos sobre platerías como la valenciana (García Cantús, 1985) o la cordobesa (Valverde Fernández, 2001) no la tomaron en cuenta, tampoco aproximaciones específicas al aprendizaje como la de Heredia Moreno para Sevilla (1974). Aun así, algunas obras sí aportan datos al respecto. Para la Valencia del siglo XVIII, el número de maestros plateros aumentó en un 50 %, poniendo en jaque la perpetuación de los negocios en el seno de las familias, con un nivel de endotecnia que ascendió al 60 %, aunque no contemos con datos de la mano de obra forastera. Ante esta situación, el gremio optó por un cierre programado, mediante la aprobación de nuevas ordenanzas, que tuvieron que repercutir en la reducción del aporte externo pese a la continuidad en el aumento de efectivos (Díez, 1990: 32 y 64-67). En la misma centuria, encontramos dificultades similares para conocer el índice exacto de plateros externos en Toledo. Aquí la endotecnia fue mucho más reducida, del 33,9 %, aunque elevada al compararlo con otros oficios de la ciudad. Sí podemos afirmar que la media total de maestros autóctonos a través del estudio de varios oficios –entre los que no se encuentra la platería– fue del 42,7 % (Nieto Sánchez, 2022: 19).
Otra casuística se identifica en las capitales. En el caso de Madrid, el estudio se hace complejo, pues el archivo del gremio se conserva actualmente bajo titularidad privada. Pese a ello, su consolidación como corte de la Monarquía y la conformación de una manufactura liderada por la tríada capitalina convirtió al gremio de plateros en uno de los más numerosos, con 221 maestros en 1625 y 212 en 1757 (Nieto Sánchez, 2006: 191), algo en lo que tuvo que repercutir la emigración estructural desde otras zonas de la península. De hecho, para el siglo XVIII, son varios los franceses que se contabilizan pese a su reducido número (Nieto Sánchez, 2014: 77). Otro ejemplo lo tenemos en La Haya, donde el estudio de Groot y Schalk ofrece un perfil bien delimitado de los oficiales de joyeros y plateros. Muchos eran foráneos, procedentes de ciudad distantes y con una significativa población, caso de París, Londres, Berlín o Frankfurt, esto es, una presencia de mano de obra cualificada y formada en centros de poder donde la élite reclamó objetos de distinción (2022: 206-208). Por último, entre los artesanos londinenses la movilidad fue inferior a la consignada en la Europa continental. Hemos de pensar que detrás de ello estuvieron motivos geográficos, lingüísticos y también religiosos. Sin embargo, parece que fue entre los oficios más cualificados, adscritos al sector del lujo como los plateros, donde el aporte migratorio se dejó ver con mayor claridad. Signo claro de ello es que, para finales del siglo XV e inicios del XVI, los maestros orfebres procedentes de otros países aglutinaran una quinta parte del total, llegados sobre todo de la otra orilla del Canal de la Mancha (Berry, 2021). Comprobada la gran movilidad de artesanos en el marco continental, la cuestión radica en ver cómo funcionó el mercado laboral platero en centros de producción mucho más reducidos, donde no solo hemos de interesarnos en el mundo urbano, sino también en otros entornos con mayor incidencia de la actividad agrícola.
Artesanos migrantes en las platerías del sureste peninsular
Los mercados laborales artesanales del sureste peninsular, Reino de Murcia y Reino de Granada, tuvieron unas dimensiones mucho más limitadas que las grandes capitales o centros productivos a los que nos hemos venido refiriendo. Estableciendo una comparativa elocuente, mientras las ciudades de Cádiz, Sevilla y Córdoba superaron, y por mucho, el centenar de orfebres en el siglo XVIII, aproximándose a los números referenciados para Madrid, las de Málaga, Granada y Murcia rondaron los 50-70 trabajadores, incluyendo aquí a todas las categorías gremiales. De hecho, su peso porcentual en relación con la población total es prácticamente testimonial, sin llegar al 1 % para fechas del Catastro de Ensenada. No obstante, la falta de relevancia cuantitativa no debe ocultar las relevantes conclusiones que podemos extraer de su estudio, pues nos permitirá confirmar o limitar las principales tesis barajadas en la actualidad por la historiografía europea.
Como hemos apuntado en la introducción, dividimos el epígrafe en función de la distancia recorrida por los emigrantes, bien desde el resto del reino y del territorio peninsular de la Monarquía, o bien, desde otros territorios allende de sus fronteras. Del mismo modo, también aludíamos a la perspectiva aplicada, fundamentada mayormente en la historia social de la población y no tanto en procedimientos puramente demográficos. Y ello porque los datos que pasamos a analizar son resultado del cruce nominativo de diferentes tipologías documentales. La falta de archivos propios de los Colegios Congregación y la parquedad de los diferentes recuentos poblacionales obligan a ello, haciendo uso de escrituras testamentarias y, por consiguiente, limitando las posibilidades de ofrecer un estudio serial. Mismos problemas tenemos si aludimos a las cartas de aprendizaje o de examen, sobre los que se han sustentado buena parte de los estudios citados, pues su presencia es minoritaria en los fondos notariales. No se constata, por tanto, un incremento en la formalización contractual del aprendizaje en relación con la cualificación del oficio como sí ocurrió en Países Bajos (Davids, 2007: 71-72).
Este estudio ha llevado a elaborar unos primeros porcentajes referentes a la endotecnia que sitúa a cada una de las ciudades en niveles muy diversos, aunque identificando dos modelos claros. Por un lado, la platería murciana registra una tasa media de transmisión familiar del 64,7 % para el período 1750-1869, ubicándose su nivel más bajo en la década de 1770 con un 48,6 % y el más elevado en la década 1830, con un 79 %. Igualmente, las agrociudades de Antequera y Lorca, con una media de unos 10 plateros para todo el período, registran tasas de endotecnia del 63,4 % y del 42,4 % respectivamente. Ciertamente, la amplitud entre la una y la otra es de unos veinte puntos, pero dadas las dimensiones arrogamos el desfase a comportamientos familiares específicos. En todo caso, una conducta gremial que nos acerca a la estudiada en Valencia (García Cantús, 1985: 71). El otro modelo lo localizamos en Málaga, donde la tasa media es del 37,2 %, más cercana a la calculada en Toledo, mostrando una tendencia muy regular a lo largo de toda la cronología de estudio (Hidalgo Fernández, 2022). Como puede observarse, hablamos de un mercado laboral limitado a la entrada de mano de obra externa –acentuado en el siglo XIX–, pero no completamente cerrado, sujeto siempre a la evolución demográfica, a los contextos socioeconómicos y a las particularidades, también geográficas, de cada municipio.
Por otro lado, junto a las relaciones de parentesco, el mercado de trabajadores locales se posiciona en un lugar igualmente predominante en la reproducción del oficio. Aunque se hace complejo extraer datos que permitan observar los cambios en todo el período de estudio, podemos afirmar que las platerías del sureste se asentaron en las redes locales y que estas no fueron excesivamente atractivas para los migrantes. En Murcia y Antequera, dos terceras partes de los plateros fueron locales, incluso en momentos de aumento demográfico. En Lorca se constata la misma situación, si bien buena parte de los orfebres fueron hijos de migrantes. Por último, en Málaga, los datos manejados para el siglo XIX son más exactos, con un 53,2 % de plateros locales en 1824 y hasta un 70 % en 1855. Nuevamente, la llegada de población migrante asumida por esta no tuvo su correlato en el oficio (Martínez López, 2015: 32), algo que también se ha señalado para la Valencia del XVIII. En suma, avanzamos que el aporte forastero fue el minoritario aun con algunas etapas de mayor crecimiento, pero ello no quita que hubiese un goteo continuo de trabajadores procedentes de otros territorios y, lo que es más importante, que su papel y el de sus familias llegaron a ser fundamentales en algunas de estas platerías.
Migración corta-media distancia
En 1721, Isabel Pérez Bermejo otorgó su testamento en la ciudad de Murcia. Por entonces, residía en la jurisdicción de la parroquia de San Bartolomé junto a su marido, el maestro platero, Bartolomé Vigueras. Ella era natural de la villa de Molina, al igual que su padre, mientras que su madre lo era de la de Ricote; su marido lo era del lugar de Algezares (Candel Crespo, 1999: 264). Para inicios del XVIII, la pareja se había trasladado a Murcia y fue allí donde tuvieron a los cinco hijos declarados: Francisco, Bartolomé, Vicente, Rita y María1. De los varones, no tenemos constancia de una transmisión del oficio más allá de a Bartolomé, cuya carta de examen fue presentada al cabildo municipal el 5 de febrero de 17322. Años más tardes, en 1748, lo localizamos como maestro platero en el padrón de habitantes de Málaga3, y en la misma fecha aparece como otorgante de un poder en la ciudad de Antequera, afirmando ser vecino de la misma4. Efectivamente, el catastro de Ensenada lo sitúa en Antequera como uno de sus once orfebres, residiendo junto a su mujer, una hija y un sirviente mayor de edad5. Desconocemos el nombre del último, aunque podemos considerar que se trata de Juan Castroverde, su aprendiz en Málaga y al que “habiéndose venido a vivir a esta ciudad se lo trajo por los años de 1750”6.
El caso planteado da muestras de una enorme movilidad por el sureste peninsular. Así, en la primera generación se reconoce un traslado desde zonas rurales y cercanas hacia la ciudad de Murcia, donde la existencia de un mercado manufacturero dinámico ofreció mayores posibilidades. La segunda generación migró hasta Málaga, donde no se localiza rastro alguno de redes sociales que pudieran explicarlo, por lo que suponemos que las mayores oportunidades económicas, en tanto que ciudad marítima y sujeta al crecimiento comercial, lo impulsaron. No obstante, la presencia de Bartolomé Vigueras fue temporal, produciéndose un nuevo movimiento, esta vez hacia el interior hasta la agrociudad de Antequera, un enclave que, aunque poblacional y económicamente importante (Parejo Barranco, 1985), refleja una pauta migratoria inversa a las tradicionalmente estudiadas. En este sentido, el caso expuesto invita a reflexionar sobre la aportación de la mano de obra emigrante a las manufacturas rurales de mayor cualificación (Epstein, 2004: 268).
Pero más allá de la riqueza del ejemplo, cabe preguntarse si podemos extraer de él un modelo general a través del cual entender la migración de los artesanos plateros en este contexto espaciotemporal. En primer lugar, debemos plantear que la riqueza de los casos hace compleja cualquier sistematización. No obstante, se perciben algunas constantes en el caso de Vigueras, a saber, una relación directamente proporcional entre la distancia y el número de migrantes, procedentes en la mayoría de los casos del hinterland rural de las ciudades o regiones cercanas, así como una conjunción de factores endógenos y exógenos que motivaron el traslado.
Siguiendo con la platería murciana, el siglo XVIII ha sido considerado su etapa de mayor esplendor (García Zapata, 2020), y ello gracias al fortalecimiento de su diócesis y también de su oligarquía, esto es, de los potenciales clientes de piezas suntuarias que repercutió directamente en el ensanchamiento de la oferta (Hidalgo Fernández, 2024). Para la primera mitad del siglo, la solicitud de examen de Jacinto Fuente Esbrí se vuelve paradigmática de un movimiento migratorio repetido desde el reino de Valencia a Murcia. Así, Fuentes inició su aprendizaje en Xàtiva –un centro platero moderado, pero de los más numerosos del reino tras Valencia y Alicante (García Cantús, 1985: 75)–, de donde era natural, y desde allí se trasladó a Murcia para incorporarse al taller de Andrés Donate con quien existían lazos de paisanaje7. Del mismo municipio, afectado duramente a consecuencia de la guerra de Sucesión, llegaron otros como fue el caso de su hermano Joaquín, Juan Esbrí, quien fuera padre de los plateros Esbrí García, o Antonio Gonzalbo8. La denominada como San Felipe de Játiva se conformó como la localidad que más orfebres proporcionó a la congregación murciana.
Del reino de Valencia llegaron también Vicente Gálvez –ciudad de Valencia–, Antonio Jiménez –Orihuela– o Rafael Probens –Alicante–9, que junto con los ya citados de Xàtiva permiten hablar de un comportamiento migratorio tipo hacia la platería murciana, extensible también al XIX. Debemos pensar que los fuertes niveles de endotecnia consignados en Valencia, de en torno al 60 %, y el cierre programado al que hemos aludido anteriormente (Díez, 1990: 64-67) provocaron la salida de mano de obra autóctona para la búsqueda de posibilidades en mercados laborales de territorios cercanos. Confirman lo expuesto que ninguno de los apellidos citados se cuenta entre las familias más representadas de la congregación valenciana (García Cantús, 1985: 179-184).
Como podemos observar, la cercanía fue un factor determinante en los movimientos geográficos, máxime en unos mercados laborales peninsulares que no fueron muy proclives a la presencia de extranjeros. Dicho lo cual, parece lógico que los plateros naturales del reino de Murcia, con excepción de su capital, aglutinaran, entre 1734 y 1860, el 45,5 %. Los orígenes son diversos, aunque la propia estructura económica los engloba a todos en una procedencia relacionada con la migración campo-ciudad. Representativo de ello será la llegada de artesanos desde Abanilla, Beniaján, Fuente Álamo, Moratalla o Fortuna (Candel Crespo, 1999: 22). De esta última provino Francisco Cutillas, que mantuvo una fuerte vinculación con la villa10, posibilitada por su gran proximidad. Igualmente, desde Albacete llegó a Murcia Antonio Mariscotti, cuyo apellido da inequívocas señales de una migración de varias generaciones. Su padre era natural de Solsona y su madre, Catalina Martínez Galarreta, de Caravaca11, hermana a su vez de Juan Martínez Galarreta, maestro platero en Murcia. Aquí la migración no solo se fundamentó en la cercanía entre ambos puntos, sino en la existencia de redes de parentesco que posibilitaban mayores seguridades tras el traslado, así como un asentamiento permanente.
Aun con todo lo expuesto, los reducidos niveles de mano de obra migrante revelan, como apuntamos, una gran diversidad. Alonso Vigueras, por ejemplo, fue natural de Astorga, quien tras unos años en Murcia pasó a residir en Cartagena12, mientras que desde Andalucía llegaron Nicolás Tarragona, de Granada13, y Antonio Durante, ya en el XIX, de Cádiz. Hacia el norte e igualmente para el siglo XIX, Mariano Pérez Galindo y Víctor Redondo Layral, fueron oriundos de Aragón, concretamente de Zaragoza y Camarillas (Teruel) respectivamente. Las explicaciones son complejas de encontrar, pues para estas fechas, la platería murciana experimentó una contracción de su mercado en comparación con la centuria anterior. De hecho, la reducción del número de plateros se acompañó de un incremento de los niveles de endogamia dentro del oficio una vez disuelto el sistema gremial, al igual que se comprobó en Barcelona (Romero Marín, 2001).
Por su parte, y aunque la estructura económica difiere, lo analizado en Murcia guarda paralelismo con Málaga, localizando las diferencias en la evolución entre los dos siglos. Así, se reconoce un aumento de plateros foráneos llegando a representar un tercio del grupo entre 1824 y 1868. Entre ellos, los granadinos asumieron un cierto protagonismo, contrastando con la centuria anterior. En este sentido, podemos argüir que Granada tuvo una evolución similar a la de Murcia, pues las posibilidades ofrecidas en el XVIII contrastaron con la reducción del número de efectivos en el XIX, siendo consecuencia de ello el declive de centros políticos, burocráticos o religiosos del Antiguo Régimen. Se confirman, por tanto, las palabras de Vilalta Escobar: “zones pròsperes un día, poden esdevenir centres decadents que obliguen a una inevitable i sempre dolorosa fugida” (1991: 432).
La cierto es que la ciudad de Málaga atrajo durante la Edad Moderna a un buen número de población emigrante, aumentando su incidencia en paralelo al fortalecimiento de su carácter comercial (Rodríguez Alemán, 2003; Villar García, 1982). Nuevamente, el aporte del resto de la provincia, con poblaciones de base eminentemente agrícola, o del resto de Andalucía será el mayoritario frente a otras regiones o los extranjeros. Se confirma así la existencia de unos circuitos concretos de migración, pues la llegada de trabajadores castellanos quedó limitada ante su preferencia por Madrid. De Cártama, una población situada al oeste de Málaga, llegó Bartolomé Márquez entre finales del XVII e inicios del XVIII14, mientras que los Nájera lo hicieron por las mismas fechas desde Córdoba. Ambos casos guardan grandes paralelismos, pues no solo se ajustan a la perfección con el modelo migratorio malagueño, sino que su llegada supuso el inicio de familias fuertemente ligadas con la platería, más incluso que las locales.
Aun así, lo cierto es que la procedencia de artesanos plateros a Málaga fue eminentemente urbana, y en un buen número de casos los emigrantes fueron cordobeses, configurando unas redes de parentesco fundamentadas en el paisanaje común, además de afianzar lazos comerciales entre una y otra ciudad. Los hijos de Cristóbal Nájera casaron con los hermanos De la Rosa, de Baena, mientras que en siguientes generaciones de los Nájera de la Rosa emparentaron con otros plateros cordobeses como Salvador Sánchez y Francisco Vergara (Hidalgo Fernández y Pezzi Cristóbal, 2022). Por su parte, de Sevilla fueron naturales Francisco Olaya y José y Francisco Ayala, padre e hijo15. Ante esta situación, las platerías de la Andalucía occidental dan muestras de la existencia de mercados más tensionados que provocaron la salida de sus artesanos. La migración no siempre fue hija de la miseria, como bien señaló Emilia Salvador (1996: 1143).
Por el contrario, en el siglo XIX reconocemos un comportamiento migratorio campo-ciudad, posiblemente motivada por la precoz industrialización de Málaga. Así, para el período 1824-1868, en torno a un tercio de los plateros no habían nacido en Málaga y, de ellos, el 30 % provino de la misma provincia, siendo las más representadas Churriana y Ronda. Sin embargo, se constata la reducción del peso rural en relación con el aumento de la distancia recorrida, lo que bien podría estar asociado con un registro menos preciso. Como fuese, Andalucía representó en el mismo lapso temporal el 35,4 %, de los que Granada aportó el mayor número de plateros, seguido del resto de España con valores que alcanzaron el 12,3 %.
Por último, la situación que encontramos en las agrociudades de Lorca y Antequera reviste otra casuística, pues el moderado número de efectivos, así como los índices de endotecnia anteriormente presentados, son más que suficiente para confirmar la escasa presencia de trabajadores externos. Para la primera, los datos más fiables los tenemos para finales del XVIII, con la llegada de Antonio Laborda desde Caravaca. Y, de hecho, en las décadas siguientes será de los pocos plateros nacidos fuera de Lorca, junto a Andrés García, Francisco Carrasco, igualmente de Caravaca, o Francisco López, de Mula16.
Sin embargo, Antequera será la que asuma mayor interés, motivado por las necesidades de su congregación. Los factores endógenos nos llevan a circunscribir el análisis en un período concreto, pues no será hasta finales del XVIII cuando se conceda cédula de creación de un Colegio Congregación propio para Antequera. Anteriormente, la presencia de foráneos fue minoritaria, aunque constante a lo largo de la centuria. Francisco Miguel de Gálvez, natural de Osuna, llegó a Antequera a finales del XVII (Hidalgo Fernández, 2019). Para mediados del XVIII ya hemos expuesto el caso del murciano Bartolomé Vigueras y, con él, el del malagueño Juan de Castroverde. En fechas muy similares, Gabriel Ruiz de Navarrete se ocupó en la platería antequerana siendo natural de Morón de la Frontera17, quien tuvo un papel relevante como examinador nombrado desde Málaga, o, décadas más tarde, Francisco González de Castro, de Córdoba18, que llegaría a ser veedor de la recién creada corporación19.
Ya en tiempos de vigencia del Colegio de plateros de Antequera, la existencia de solicitudes de entrada permite un análisis más exacto. Aunque desde sus comienzos, en la década de 1780, se registra la llegada de plateros como Antonio Durán, desde Ardales, o Bernardo y José de Cáceres desde Córdoba20, será en el siglo XIX cuando la llegada de mano de obra externa sea más evidente. Entre 1802 y 1806 desde Córdoba solicitaron la incorporación en el libro de oficiales Lorenzo Crespo, Francisco Ruiz y José Brito, mientras que para su admisión a examen lo hizo Francisco Javier de los Reyes y, ya como maestro, Diego de la Huerta21. Varios factores coinciden en todo ello, entre los que hemos de contar el retroceso de la platería cordobesa (Valverde Fernández, 2001:76), así como las necesidades de mano de obra de la corporación antequerana para su permanencia, potenciado por la reducción de las tasas de examen.
Precisamente, esta reducción plantea una migración, en muchas ocasiones, temporal. Francisco Ruiz de la Muela, por ejemplo, se había formado en Córdoba y solicitaba su admisión a examen para “poner tienda de platería en la ciudad de Loja”, de donde era natural22. Por el contrario, la migración de maestros, caso de Diego de la Huerta o del ya citado Antonio Laborda en Lorca, sí fueron permanentes, confirmando una movilidad diferencial de acuerdo con la categoría gremial (Epstein, 2004: 266). Como fuese, las primeras décadas del XIX representaron para la congregación de Antequera un momento de apertura, con su correlato en los índices de endotecnia más reducidos, de un 42,9 % y un 50 % en 1810-1819 y 1820-1829 respectivamente. Desde entonces y hasta 1869, las familias de plateros, también los migrantes, fundamentaron su reproducción en la transmisión intergeneracional, elevando la endogamia de la platería antequerana hasta un 81,1 %.
Migración larga distancia
La presencia de población extranjera en los territorios peninsulares fue una constante durante toda la Edad Moderna, procedentes, sobre todo, de Portugal, Francia y los territorios italianos. Al mismo tiempo, su importancia no solo ha de ponderarse en función a las dimensiones de las colonias, sino también a su protagonismo en ciertas actividades económicas. Sin embargo, nuevamente hemos de reconocer modificaciones en la migración internacional a lo largo de los siglos, alterándose en función de los factores que motivaron la movilidad y, con ello, el perfil de los emigrados. En el levante mediterráneo, los italianos, especialmente provenientes del norte, se caracterizaron por su cualificación por lo que no fue extraño localizarlos en ocupaciones artesanales, sobre todo relacionadas con el sector textil o el comercio. En cambio, parece que los cambios experimentados por la migración francesa fueron mayores. Si hasta el siglo XVII, se emplearon en ocupaciones de baja cualificación, la tendencia varió en el XVIII, y del mismo modo, la actividad comercial comenzó a ganar posiciones (Franch Benavent, 2003). Para la artesanía, hemos de volver sobre afirmaciones ya expuestas, en tanto que la migración de larga distancia, existiendo, no llegó a los niveles registrados en Centroeuropa. Para la sastrería madrileña del XVIII, la presencia de extranjeros alcanzó su máxima en 1730 representando un 11,2 %, mientras que su mínimo cayó hasta el 4,5 % en 1750. La media de toda la centuria se situó en el 9 %, lo que resulta en aproximadamente 14 trabajadores (Nieto Sánchez, 2013: 104). En cuanto a la platería, pocos datos son los que podemos traer a colación, aunque todo parece indicar que la mano de obra francesa tuvo mayor peso que el resto de las procedencias (Cruz Valdovinos, 1982; Rodríguez Morales, 2002).
Con estos datos resulta lógico avanzar que la existencia de extranjeros en nuestras platerías fue del todo excepcional, y ello pese a su presencia en las poblaciones estudiadas (Villar García, 1982; Lemeunier y Pérez Picazo, 1990; Gris Martínez, Mula Gómez, Hernández Franco, 2002; Bravo Caro, 2003). Efectivamente, en Antequera y Lorca no se registra ningún extranjero ocupado en la orfebrería en todo el período, mientras que en Murcia solo se tiene noticia de uno, el milanés Carlos Zarabatti, entre los siglos XVIII y XIX. Su actuación en el colegio congregación no pasó inadvertida, pues gracias a su segundo matrimonio con María Josefa Probens, hija del platero alicantino radicado en Murcia Rafael Probens, alcanzó el cargo de platero de la catedral (García Zapata, 2016).
Por todo, el estudio de la migración de larga distancia se restringe únicamente a la ciudad de Málaga, fruto de su ubicación litoral y dinamismo comercial, abriendo la puerta a la llegada de un buen número de extranjeros, y al siglo XIX, una vez se sintieran las repercusiones de las medidas aperturistas aprobadas por la Monarquía (Nieto Sánchez, 2014). Tomando como base la matrícula de 1765, la colonia más numerosa será la conformada por los italianos, donde los genoveses asumieron un papel protagónico, seguida por la francesa y, a mucha diferencia, ingleses y centroeuropeos. Con todo, los extranjeros llegaron a representar un 4,6 % de la población malagueña. Profesionalmente, el comercio ocupó al 40,9 % de los franceses, en su mayoría mercaderes de vara procedentes de regiones pirenaicas (Villar García, 2009), al 96 % de los malteses, al 9 % de los genoveses y el 4,1 % de los saboyanos, reflejando una distribución en ocupaciones económicas muy ligada a la naturaleza. Por el contrario, los genoveses asumieron las mayores cotas de representatividad en el servicio doméstico, el 43,3 %, y la agricultura, el 19,7 %, indicativo de que, para estas fechas, la migración italiana era mayormente no cualificada (Villar García, 1982: 33 y 89-90). Décadas después, en 1817, la tendencia se mantuvo, pues mientras el 18,6 % de los franceses y el 9,5 % de los italianos se ocupó en la artesanía, entre los trabajos no cualificados se emplearon el 8,8 % y un sorprendente 76,8 % de franceses e italianos respectivamente (Villar García, 1982: 76).
Gráfica 1. Presencia de plateros extranjeros en Málaga (1800-1868)

Fuente: Padrones de vecinos y habitantes. AHMMa.
Dicho esto, los primeros extranjeros los localizamos en el padrón de 1800, en el que alcanzaron el 7,5 %, siendo apellidos italianos, como Belgrano o Esburlati, los más representados23. Pocos años después, en plena guerra de Independencia y actividad legislativa de las Cortes de Cádiz, el peso de los plateros extranjeros ganó posiciones alcanzando el 12,8 %24, el más alto de todo el período analizado. Entre estos últimos, pocas repeticiones frente a 1800, destacando además el registro de orfebres italianos como Francisco Barca, cuyos descendientes se ocuparon en la platería malagueña durante buena parte del XIX25.
Como se observa en la Gráfica 1, la línea de tendencia dibuja una llanura en el peso relativo hasta la década de 1840, pese a que el incremento absoluto es evidente, especialmente en 1855. Desde entonces, las limitaciones económicas más evidentes en la Málaga del último tercio del siglo XIX (Morales Muñoz, 2020: 199-207), hicieron mella en la capacidad de atracción de población internacional, así como la configuración de nuevas rutas de migración, evidenciado en el abrupto descenso de 1868 y confirmándose en el padrón de 1880 en el que no se registra ningún extranjero26.
No obstante, más allá del análisis cuantitativo, consideramos que la importancia radica en el papel que estas familias extranjeras tuvieron en la platería de la ciudad. Comparando los padrones consultados con la Guía Comercial de 1866, se constata un gran contraste entre el número de negocios orfebres, con tan solo seis tiendas, frente a una amplia mano de obra, mucha de ella alejada de las calles principales de la urbe. De estos seis comercios plateros, cinco estuvieron regentados por familias de origen italiano: Consiglieri, Barca, Barrabino y, con dos establecimientos, los Lombardo (Mercier y Cerda, 1866: 184), todos ellos presentes en los censos de habitantes desde la década de 1820 y 1830.
Ahondando en algunas de las trayectorias familiares, identificamos unas prácticas matrimoniales que se movieron entre la segregación –con otro inmigrante de la misma naturaleza– y la asimilación –con una local– (Amengual Bibiloni y Pujadas Mora, 2020). Ejemplo de ello lo encontramos en el caso de los Consiglieri. Esteban quedó inscrito como platero en 1824 con 56 años, casado con una genovesa27. Su hijo Pedro, que mantendrá el oficio al igual que su hermano Pablo, casó a su vez con María de Flores, hija del platero malagueño Diego Flores, mientras que su hija Jacinta lo hizo con el también orfebre Francisco Lombardo, genovés28. De este último se registra otro enlace, esta vez con Dolores Fagilhot, cuya hija matrimonió a su vez con el genovés José Rafael Caffarena, también platero29. Menos extensión en el tiempo tuvo la familia de Francisco Barca Gandulfo, quien llegó a Málaga a inicios del siglo XIX, casando en 1809 con la hija de platero Pedro de Reina, María de Reina30. Para 1831, viudo y con 59 años, su negocio se ubicó en calle Nueva31, en el que se ocuparon sus hijos, todos ellos solteros, que lo mantuvieron una vez fallecido32.
Conclusiones
El presente estudio ha analizado el aporte migratorio en un oficio concreto como fue el de la platería en el sureste peninsular durante los siglos XVIII y XIX, un periodo fundamental a la hora de identificar las transformaciones socioeconómicas y demográficas, de gran impacto en los mercados laborales. La cuestión viene siendo central en la literatura del retorno gremial, favoreciendo la problematización de tesis tradicionales fundamentadas en el cierre y el inmovilismo corporativo. Frente a ello, la movilidad geográfica, desde las cortas hasta largas distancias, ha sido interpretada como una herramienta reguladora, además de un factor clave en el desarrollo tecnológico europeo. En este sentido, los estudios se vienen sucediendo desde hace algunos años, aunque todavía son varios los interrogantes a responder, entre otros, en relación con espacios geográficos más limitados en sus potencialidades socioeconómicas. De ahí el interés de nuestro estudio.
Ciertamente, con los datos manejados, hemos de confirmar que la platería del sureste peninsular se reprodujo a partir de una endotecnica que alcanzó valores muy relevantes en el contexto artesanal del momento, dadas las características sociales de la misma. Aun así, el parentesco no puede ser considerado como aporte único de mano de obra. Junto a él, la entrada de trabajadores locales asumió igualmente niveles elevados, dejando un escaso margen a la entrada de trabajadores externos. Pese a ello, se confirma la incorporación reducida, pero constante, procedente sobre todo de territorios limítrofes y de base agraria, aunque también de otros centros urbanos donde se identifican desequilibrios en la oferta y la demanda, o bien desde lo que tejer una red comercial más amplia.
No obstante, no podemos llevarnos a equívoco mediante la perpetuación de comportamiento migratorios tradicionales del campo a la ciudad. El estudio de mercados laborales como los de Antequera y Lorca refleja igualmente un aporte externo, gracias a la llegada de trabajadores procedentes de localidades menores, de otros entornos similares o, incluso, con mayores cotas de urbanización y diversificación económica. En este sentido, se hace paradigmático el caso de Antequera, cuyas necesidades corporativas y la reducción de las tasas de examen beneficiaron la llegada de plateros cordobeses entre finales del XVIII e inicios del XIX. Por otro lado, y en relación con lo concluido en otras investigaciones, la migración artesana no siempre persiguió el asentamiento en los lugares de destino. La movilidad geográfica de aprendices y oficiales fueron proclives a nuevas salidas, mientras que la protagonizada por maestros, menores en número, tendieron al asentamiento, si no definitivo, sí más duradero en el tiempo. En este sentido, aunque no podemos hablar de una formación itinerante ejercida de manera sistemática, podemos considerar que la migración también funcionó como una herramienta favorable al perfeccionamiento de las manufacturas y a la innovación, además de a la consolidación de centros productivos en las agrociudades.
Por su parte, la migración extranjera se vuelve en nuestro estudio del todo excepcional, limitándose a ejemplos marcados por una total excepcionalidad, caso de Murcia, o, en cuanto a comportamientos generales, a la Málaga del XIX. A este respecto, la ubicación geográfica, en el litoral mediterráneo, y la relevancia comercial de su puerto, al que llegaron un buen número de naves francesas e italianas, explican la configuración de las colonias extranjeras. Dicho lo cual, los valores calculados para la población malagueñas distan poco de lo observado en su platería, donde la presencia italiana asumió los valores más representados. En definitiva, la migración artesana fue el resultado de la interacción entre la estructura gremial/laboral y el contexto económico local, regional e internacional.
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2 Archivo Municipal de Murcia (en adelante AMM), Actas Capitulares, 350, f. 18.
3 Archivo Municipal de Málaga (en adelante AHMa), Caja 432, carpeta 1, f. 6r.
4 AHMA, escribanía de Juan Felipe de Aguilar, Leg. 105, f. 276r.
5 Archivo Histórico Municipal de Antequera (en adelante AHMA), Fondo Municipal, Leg. 1997, f. 404v.
6 AHMA, Cofradía de San Eloy, Caja 32, Exp. 5, f. 7r.
7 AHMM, Leg. 4056 y AGRM, escribanía de Francisco Espinosa de los Monteros, NOT. 2786, f. 135r.
8 AGRM, escribanía de Juan Mateo Atienza, NOT.2367, f. 142r.; escribanía de Juan Mateo Atienza, NOT. 2363, f. 354r.; escribanía de Cesáreo Basterrechea, NOT. 4252, f. 26r.
9 AGRM, escribanía de José Zomeño Vázquez, NOT. 4103, f. 108r.; escribanía de Antonio Pérez Lázaro, NOT.3700, f. 12r.; escribanía de Ignacio Fernández Rubio, NOT.2865, f. 110r.
10 AGRM, escribanía de Alejandro López Mesa, NOT. 3314
11 AGRM, escribanía de José Leandro de Castilblanque, NOT. 2505, f. 162r.
12 AMM, Leg. 1062, Exp. 9, f. 39v. y AGRM, FR, AGA, R-66/1.
13 AGRM, escribanía de José de Royo, NOT. 3273, f. 3.
14 Archivo Histórico Provincial de Málaga (en adelante AHPA), escribanía de Luis de Torres, Leg. 2342, f. 805r.
15 AHPM, escribanía de Diego García Calderón, Leg. 2263, ff. 386-387; escribanía de Hermenegildo Ruiz, Leg. 2613, ff. 793-794; escribanía de José Bonifaz del Castillo, Leg. 2725, ff. 92-94.
16 Archivo Municipal de Lorca (en adelante AML), Sala I, caja 206, carpeta 5, s.f.
17 AHMA, escribanía de Juan José de Córdoba, Leg. 2491, f. 376r.
18 AHMA, escribanía de Antonio María de Talavera, Leg. 2498, f. 110r.
19 AHMA, Cofradía de San Eloy, Caja 32, carpeta 3.
20 AHMA, Cofradía de San Eloy, Caja 32, carpeta 5, f. 39r.
21 AHMA, Cofradía de San Eloy, Caja 32, carpetas 14, 15, 19, 22 y 25.
22 AHMA, Cofradía de San Eloy, Caja 32, carpeta 5, ff. 51r.-52r.
23 AHMMa, Caja 259-260.
24 AHMMa, Caja 1915, carpetas 1-8.
25 AHPM, escribanía de Antonio del Castillo Fragua, Leg. 3518, ff. 148r.-153v.
26 AHMMa, Vol. 607-614.
27 AHMMa, Caja 804, carpeta 5, f. 15r.
28 Archivo Diocesano de Málaga (en adelante ADM), Parroquia de San Juan, Vol. 466, L. 30, f. 73r.
29 ADM, Parroquia de San Juan, Vol. 468, L. 34, ff. 138v.-139r.
30 ADM, Parroquia de San Juan, Vol. 465, L. 27, f. 313r.
31 AHMMa, Caja 807, carpeta 3, f. 6.
32 AHMMa, Vol. 236, f. 17v.
AREAS Revista Internacional de Ciencias Sociales, 48/2025 “Migraciones y reproducción social”, pp. 11-26. DOI: https://doi.org/10.6018/areas.628491