AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 46/2024, pp. 25-39. DOI: 10.6018/areas.537651.

La imagen socioeconómica de la España de Franco desde la mirada británica: ¿un país diferente o excepcional?

Luis Perdices de Blas, Universidad Complutense de Madrid

José Luis Ramos Gorostiza, Universidad Complutense de Madrid

Resumen

El eslogan turístico franquista “Spain is different” inducía a confusión: ¿era España una absoluta excepción en el contexto europeo, o simplemente tenía algunos rasgos diferenciales desde el punto de vista socioeconómico? El objeto de este artículo es analizar cuál fue la perspectiva adoptada por los viajeros y residentes británicos, que tan importante papel han desempeñado históricamente a la hora de forjar una determinada imagen exterior de España. En particular, se destacan los relatos de Gerald Brenan, Robert Graves, Marjorie Grice-Hutchinson y Norman Lewis, que vivieron largamente en el país, tanto antes como después de la Guerra Civil. Todos tuvieron la oportunidad de exponer los cambios socioeconómicos que empezaron a producirse ya desde finales de los años cuarenta, al tiempo que alertaron de que España podría perder su “encanto” si se daba una rápida modernización económica. Sin embargo, finalmente sus compatriotas acabarían teniendo una percepción diferente, pues participarían en la eclosión del turismo de masas de “sol y playa”.

Palabras clave: imagen socioeconómica, España, franquismo, Gerald Brenan, Robert Graves, Marjorie Grice-Hutchinson, Norman Lewis.

The socioeconomic image of Franco’s Spain from the British perspective: a different or exceptional country?

Abstract

The Francoist tourist slogan “Spain is different” led to confusion: was Spain an absolute exception in the European context, or did it simply have some differential features from a socio-economic point of view? The purpose of this article is to analyze the perspective adopted by British travelers and residents, who have historically played such an important role in forging a certain external image of Spain. In particular, the stories of Gerald Brenan, Robert Graves, Marjorie Grice-Hutchinson and Norman Lewis stand out, as they lived long in the country, both before and after the Civil War. All of them had the opportunity to expose the socioeconomic changes that began to take place in the late 1940s, while warning that Spain could lose its “charm” if there was a rapid economic modernization. Finally, however, their compatriots had a very different perception, as they ended up co-starring in mass tourism of “sun and beach”.

Key words: socioeconomic image, Spain, Francoism, Gerald Brenan, Robert Graves, Marjorie Grice-Hutchinson, Norman Lewis.

Fecha de recepción del original: 2 de septiembre de 2022; versión definitiva: 26 de enero de 2024.

- Luis Perdices de Blas, Universidad Complutense de Madrid. Departamento de Economía Aplicada, Estructura e Historia. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Campus de Somosaguas, 28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid).

E-mail: perdices@ccee.ucm.es. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0001-6890-1129

- José Luis Ramos Gorostiza, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Economía Aplicada, Estructura e Historia. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales. Campus de Somosaguas, 28223 Pozuelo de Alarcón (Madrid).

E-mail: ramos@ccee.ucm.es. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-1187-1464

La imagen socioeconómica de la España de Franco desde la mirada británica: ¿un país diferente o excepcional?

Luis Perdices de Blas, Universidad Complutense de Madrid

José Luis Ramos Gorostiza, Universidad Complutense de Madrid

1. Introducción

El lema implícito de promoción del turismo español desde los años cuarenta quedó sintetizado en una simple y concluyente frase: “Spain is different”. Dicho eslogan, que se adoptaría oficialmente estando Manuel Fraga al frente del Ministerio de Información y Turismo en la década de 1960, quedaba ya reflejado —sin aparecer explícitamente— en los reportajes fotográficos incluidos en dos libros publicados por Rafael Calleja, director jefe de la Sección de Propaganda de la Dirección General de Turismo, bajo los reivindicativos títulos de Apología turística de España (1943) y Nueva apología turística de España (1957)1. A primera vista, como se ha apuntado en numerosas ocasiones, esta frase sugería tópicos románticos sobre España —“pasión, ruptura del tiempo, calor, fiesta y siesta”2— y propiciaba confusión respecto a la imagen proyectada: ¿se debía interpretar lo diferente como una España con ciertos rasgos diferenciales que todos los países poseen (y que por tanto no son muestra de anomalía), o más bien como una España “casticista-excepcionalista”3, alejada de los países de su entorno? Lo que se percibía entre los propios españoles —como captó en 1968 el reportero polaco Konrad Eberhard— era que ya estaban hartos de que su país se mostrase como una “nación excepcional”; primaba el deseo de equiparación con Europa (Nalewajko, 2013: 166).

Dejando a un lado los aspectos antropológicos y políticos del franquismo (corridas de toros, flamenco, persistencia del régimen dictatorial, etc.), que ya han sido objeto de numerosas monografías, también se ha discutido si la economía en este periodo tuvo rasgos diferenciales o excepcionales. Los hechos apuntan a que se fue configurando paulatinamente una economía industrial con ciertos rasgos diferenciales, gracias a la integración de España en los principales organismos internacionales en la década de 1950, a los pactos con los Estados Unidos de 1953, y a las medidas liberalizadoras asociadas al Plan de Estabilización de 1959, que darían pie al “desarrollismo”. Sería entonces también cuando florecería ya plenamente en España el turismo de masas4.

El objeto de este artículo es analizar cuál fue la perspectiva adoptada por los viajeros y residentes británicos, que —junto a los franceses— venían desempeñando desde mediados del siglo XVIII un papel fundamental a la hora de forjar una determinada imagen exterior de España: ¿era España una absoluta excepción en el contexto europeo, o simplemente tenía algunos rasgos diferenciales desde el punto de vista socioeconómico? A pesar de que, desde la primera mitad del siglo XX, tanto la radio, el cine y —más tarde— la televisión, como las revistas, las fotografías e incluso los sellos, contribuyeron a proyectar una determinada imagen de España, los relatos de estos británicos fueron también particularmente relevantes en este sentido, pues algunos alcanzaron una amplia repercusión a tenor de sus ediciones y su reconocimiento internacional. Entre estos autores se destacará a Gerald Brenan, Robert Graves, Marjorie Grice-Hutchinson y Norman Lewis, que estuvieron muy familiarizados con la realidad española5. Los tres primeros residieron gran parte de su vida en España y el último pasó largas temporadas en ella. Además, todos vivieron en el país antes y después de la Guerra Civil, lo que les permitió apreciar sus transformaciones desde una perspectiva a más largo plazo. De hecho, los cuatro tuvieron la oportunidad de exponer los cambios socioeconómicos que empezaron a producirse desde finales de los años cuarenta, al tiempo que alertaron de que España podría perder su “encanto” si se daba una rápida modernización económica. Finalmente, sin embargo, sus compatriotas tuvieron una percepción diferente, pues acabarían participando en el nuevo turismo de masas de “sol y playa”.

Como se verá en este artículo, la mayoría de los británicos que visitaron España y residieron en ella durante el franquismo mostraban una visión crítica con el industrialismo (la ciudad industrial, la uniformización social, la mercantilización de numerosos aspectos de la vida, etc.), y ensalzaban lo “auténtico” que aún pervivía en España gracias a su atraso relativo. Ello enlazaba —como se mostrará en el siguiente apartado— con la visión de los viajeros románticos del XIX, que, más allá de realizar un diagnóstico de la situación socioeconómica del país e intentar desentrañar sus posibles causas (como habían hecho los viajeros ilustrados de la segunda mitad del siglo XVIII)6, se centraron en destacar los atractivos de un país aún no había sido maleado por los vicios del capitalismo industrial. Esta postura anti-moderna tendría también su reflejo en el pensamiento español, como, por ejemplo, en la corriente anti-industrialista “fin de siglo” (ilustrada por obras como La aldea perdida de Palacio Valdés)7 o en ciertas posturas del debate castísimo/europeísmo, como la de Unamuno8. Además, esa España “diferente” que los viajeros británicos venían reivindicando insistentemente desde el siglo XIX, se empezaría a promocionar turísticamente desde instancias oficiales en los años cuarenta9. No obstante, poco tiempo después comenzaría un profundo proceso de modernización del país que daría lugar al gran éxodo rural, a una drástica transformación socioeconómica, y a la progresiva pérdida de buena parte de esas atractivas singularidades tan apreciadas por los británicos y asociadas al atraso relativo10.

2. Críticas a la industrialización británica y elogios a la dignidad de la pobreza española: 1830-1936

Inglaterra fue pionera de la Revolución Industrial, un cambio progresivo iniciado a mediados del siglo XVIII, completado después de 1830, y difundido por Europa y Norteamérica durante el siglo XIX. Para finales del novecientos ya se había configurado un capitalismo industrial en el mundo occidental que, entre otros rasgos, se caracterizaba por el protagonismo de la gran empresa, la organización científica del trabajo, un mercado internacional unificado, y nuevas tecnologías vinculadas a la producción en masa de productos estandarizados.

Desde el principio, las profundas transformaciones asociadas a la industrialización habían suscitado fuertes críticas no sólo por parte de los representantes de las diferentes corrientes socialistas, sino también por parte muchos representantes de la clase media británica. Estos, en plena fiebre del romanticismo, viajaron a países como España denunciando —por contraste— los “males” de las ciudades industriales de su propio país: aislamiento, impersonalidad, desarraigo, ruptura de tradiciones, pérdida de identidad, materialismo y degeneración moral, a la par que fealdad estética, suciedad, pérdida de sentido comunitario, desconexión del entorno natural y crecimiento más allá de la escala humana.

Es decir, muchos británicos percibieron desde las primeras décadas del siglo XIX los notables cambios económicos que se estaban produciendo en su país y condenaron sus consecuencias sociales, y al mismo tiempo enaltecieron determinados rasgos socioeconómicos ya perdidos que, sin embargo, aún perduraban en lugares como España. Estos fueron, por ejemplo, los casos de George Borrow —que recorrió el país entre 1835 y 1840, publicando La Biblia en España en 1843— y Richard Ford —quien viajó entre 1830 y 1833 y publicó su Manual de viajeros por España y lectores en casa en 1845—. Esta última guía mantenía que el viajero descubriría en España un país no gobernado por los principios de la lúgubre ciencia económica, donde podría mezclarse con gente alegre, libre y viril (Ford, 2008, I: 131). No resultaba “sorprendente que la palabra más repetida […] fuese «oriental», muy seguida de «pintoresco», «curioso», «contradictorio», «imprevisible», «excepcional» y «romántico», y todo ello frente al carácter «monótono» y «sin interés» que distinguía al mundo moderno” (Perdices y Ramos, 2016: 116). Ford aseveraba: “Aquí volamos de la uniformidad aburrida y la civilizada monotonía de Europa a la frescura chispeante de un país original que no ha cambiado, donde la Antigüedad se da la mano con el hoy [...] donde la crueldad más fría se encuentra al lado de las fogosas pasiones africanas” (Ford, 2008, I: 129-30).

Sin embargo, Ford también se quejó de que “el progreso, con implacable crueldad”, estaba desembarcando ya en España (Ford, 2008, I: 216). De hecho, aunque no le interesó describir los cambios que se estaban produciendo, cuando hizo referencia a la situación española, “más que destacar los rasgos de una economía excepcional, incidió en los problemas de un país atrasado, que crecía, pero menos que el resto de Europa” (Perdices y Ramos, 2016: 130). No obstante, él prefirió fijarse en pueblos que conservaban características tradicionales o en ciudades con un pasado árabe como Granada, desagradándole aquellas regiones que se estaban transformando económicamente, como Cataluña (Ford, 2008, IV: 164).

Ya en el siglo XX los viajeros británicos seguirían visitando España y criticando los efectos perniciosos de la industrialización en su país. Es decir, continuarían buscando en la España rural o en sus ciudades de pasado glorioso algo parecido a lo que Ford había plasmado en su guía, y lo harían con un tono condescendiente y romántico similar11. Estos serían, por ejemplo, los casos del poeta y novelista Laurie Lee y del periodista Norman Lewis en 193412.

Lee publicó As I Walked Out One Midsummer Morning en una fecha tardía, 1969, cuando España estaba inmersa en pleno “desarrollismo” y pueblos malagueños como Estepona, Marbella y Fuengirola ya no eran unos simples puertos de pescadores: “At that time [1934] one could have bought the whole coast for a shilling. Not Emperors could buy it now” (Lee, 2014a: 138). Viajó en pleno verano, a pie y con su violín como principal equipaje. Su aventura comenzó en Vigo y terminó en Almuñecar, pasando por pequeñas localidades entre Zamora, Toro, Valladolid, Segovia, Madrid, Toledo, Valdepeñas, Sevilla, Cádiz, Tarifa y Málaga. Es decir, recorrió la mayoría de los lugares apartados de los focos industriales del momento, quedando en muchas ocasiones embrujado por una “romantic melancholy” (Lee, 2014a: 61). Pero le sorprendieron algunos focos inesperados de modernidad económica como Málaga (Lee, 2014a: 138). Terminó trabajando en un modesto hotel de Almuñecar, donde, ocupándose de la limpieza y tocando el violín, pudo descubrir el encanto de los valores comunitarios del pequeño pueblo de pescadores y constatar la pobreza que reinaba en Andalucía (Lee, 2014a: 165-66).

Regresaría a España en 1937 para luchar en el bando republicano, plasmando sus experiencias —muy fantasiosas— en Moment of War, publicado cincuenta y cuatro años después, en 1991. Lo que le movió fue “the chance to make one grand, uncomplicated gesture of personal sacrifice and faith” (Lee, 2014b: 31), pero también la oportunidad de reencontrarse con los pueblos: “I saw again those expressions of gentle pleasure and anticipation that I’d know in poor Spanish villages before the war” (Lee, 2014b: 92)13.

Norman Lewis se propuso encontrar la tumba de los antepasados de su suegro en la catedral de Sevilla, y recopiló sus experiencias en Spanish Adventure (1935), que reeditó con modificaciones en 2003 bajo el título The Tomb in Seville. En pleno estado de alarma de 1934, viajó a España con su cuñado, vástago británico de clase media convertido al comunismo y fascinado con los acontecimientos españoles. Es decir, uno de esos jóvenes románticos que se apuntó a la revolución española y que Lewis contempló con escepticismo por no comulgar con el entusiasmo cuasi-religioso de los comunistas de salón. Su ruta se inició en San Sebastián y terminó en Sevilla, pasando —entre otros lugares— por Pamplona, Zaragoza, Madrid, Salamanca, Ayamonte y algunas ciudades portuguesas. En la frontera franco-española ya apreció las diferencias entre la febril actividad francesa y “the diametric opposite of the Spanish way of life” (Lewis, 2014: 2). A Lewis claramente le atraía un país con pasado árabe, cercano a África y preindustrial. Es decir, asociaba extrañamente el remoto pasado árabe con la España contemporánea, percibiendo su huella incluso en una ciudad cantábrica como San Sebastián, fundada en el siglo XII. Atravesando las montañas camino a Pamplona anotó: “Beauty was again under the protection of poverty” (Lewis, 2014: 13); y dirigiéndose a Zaragoza reseñó las cuevas-vivienda, en donde pernoctó, y las pequeñas aldeas: “in their isolation they have remained part of the Spain of the past, dignified in their poverty and uneasy with progress” (Lewis, 2014: 30). Cuando llegó a Zaragoza, en cambio, se adentró en unos suburbios impregnados de “a sharp industrial scent” (Lewis, 2014: 31). Para Lewis (2014: 31), Zaragoza era una ciudad que olía a electricidad y tenía notables desigualdades económicas, y en cuyas calles —según afirmada con exageración— circulaba una cantidad Rollls-Royces sólo superada por Londres. Tampoco le acabó de convencer el proyecto de “mass tourism” de la Costa de la Luz, que se estaba iniciando en Huelva (Lewis, 2014: 121). Regresaría tras la Guerra Civil a la Costa Brava, como se verá más tarde.

En suma, durante todo un siglo los viajeros británicos buscaron una ficticia España “real” en los pequeños pueblos, lugares dignos en su pobreza y cuyo sistema socioeconómico conservaba unos rasgos comunitarios e igualitarios que ya se habían perdido hacía mucho tiempo en su industrializado país.14

3. La España auténtica de Brenan y su transformación

Gerald Brenan y su mujer, la poetisa estadounidense Gamel Woolsey, fueron seducidos —como Lee y Lewis— por la realidad socioeconómica de los pequeños pueblos españoles. Brenan relató en South from Granada (1957) su vida en el pueblo granadino de Yegen durante los años veinte y hasta 1934; y Woolsey describió en Death’s Other Kingdom (1939) sus experiencias en el pueblo malagueño de Churriana, donde vivió desde 1934 hasta los primeros meses de la Guerra Civil15.

Desde fecha muy temprana, el joven Brenan se reveló contra la “English middle-class life”, petrificada por rígidas convenciones sociales, y decidió explorar “more breathable atmospheres” en España, pues sabía que no era un modelo de país como Suecia, condicionado por el “rhythm of its machines” (Brenan, 2008: 12). Era un lugar en el que se anteponían las profundas necesidades humanas a la “technical organization that is required to provide a higher standard of living”, y que se nutría al mismo tiempo de “the sense for poetry and the sense for reality, and neither of these accords with the utilitarian outlook” (Brenan, 2008: 12). El joven Brenan, rebelde y corto de dinero, encontró además en España un lugar barato para vivir, y —como apuntó en un prólogo Raymond Carr— “a refuge from the anonumity of industrial society, a country of intense communal life marked by the persistence of a social egalitarianism which had been lost in the competitive, capitalist, technocratic civilizations of Western Europe” (Brenan, 2014: viii). En este sentido, actualizó y modernizó los estereotipos románticos heredados, entre otros, de Ford y Borrow16.

Su primer contacto con España se produjo en Galicia, pero no llegó a su destino final hasta descubrir el remoto pueblo granadino de Yegen, “one of the poorest of the eighty or so that stud the Alpujarra” (Brenan, 2008: 11). En el prefacio de su relato aclaró que había elegido Yegen porque, a diferencia de otros pueblos andaluces, contaba con agua y un sistema de irrigación heredado de los árabes; además, la propiedad estaba más equitativamente dividida y sus habitantes tenían lo suficiente para comer, aunque su nivel de confort —exceptuando algunas familias acomodadas— fuera inferior al de los agricultores y obreros industriales pobres británicos (Brenan, 2008: 12). En definitiva, aunque era difícil medir la felicidad de los aldeanos, parecían tener un aceptable nivel de vida y se sentían seguros al pertenecer a una comunidad cerrada: “In other words, an increase in the standard of living is a poor substitute for the loss of primitive community feelling, and Spanish villager were wise enough to know this” (Brenan, 2008: 13). Asimismo, su relación con el dinero era ejemplar: “The wise men of the village —and almost every Spanish peasant becomes wise when he passes fifty— were agreed that money was the source to vicio or vice” (Brenan 2008, 41). Por último, era un pueblo estéticamente exótico — “all its archicture was primitive and Berber” (Brenan, 2008: 30)— y, pese al mal estado de los caminos, cercano a una Granada retratadísima por Ford y a una Almería de pasado oriental (Brenan, 2008: 251).

En lo económico, aquel “remote and primitive village” era “almost self-supporting” (Brenan, 2008: 74). Su economía apenas había evolucionado desde la Edad Media. Los instrumentos de labranza eran antiguos, con el arado romano como protagonista (Brenan. 2008: 75), y su ganadería y avicultura —a diferencia de las inglesas— se caracterizaban por un cuidadoso y no estandarizado trato de los animales (Brenan, 2008: 212-13). En suma, los campesinos, aunque alejados de la ciencia moderna, conocían “everything that was needed for their prosperity and happiness” (Brenan, 2008: 85).

A este pueblo de Yegen fue al que Brenan invitaría a los más representativos miembros del elitista y sofisticado grupo de Bloomsbury, como Lytton Strachey, Ralph Partridge, Dora Carrington o Virginia Woolf. Pero esta población era una excepción en Andalucía si nos atenemos a lo expuesto por el propio Brenan en The Spanish Labyrinth, monografía con aspiraciones académicas editada por la Universidad de Cambridge en 1943. De hecho, cuando en este libro se refirió al campo español, repitió machaconamente que estaba gobernando por corruptos terratenientes y caciques, y definió Andalucía como “the classic land of the latifundia or slave-worked estates” (Brenan, 2014: 183). Es decir, Yegen y su “Arcadian mode of life” no encajaban en este contexto (Brenan, 1974: 18).

The Spanish Labyrinth —escrito para explicar el origen de la Guerra Civil— seguía marcando vivamente las diferencias entre España y los países de Europa Occidental. En el prólogo a la primera edición, Brenan se refería a España como la tierra de la “patria chica” (Brenan, 2014: xix) —el famoso localismo utilizado por Ford—, y subrayaba cómo “Spain, both economically and psycologically, differs so greatly from the other countries of Western Europe”, lo que por otra parte le daba un vigor ya perdido en los países industrializados (Brenan, 2014: xxii). Es más, el capitalismo no había terminado de florecer en España: “capitalism for us in England has been simply a normal development from a previous state of things, but to Spaniards it has always represented something foreign which had therefore to be imitated … but could not be made to work” (Brenan, 2014: 23). Sin embargo, afirmaba que las regiones del norte, sobre todo el País Vasco y Cataluña, siempre habían estado geográfica y culturalmente “closer to Europe than to Africa”: lo reflejaba su forma de tenencia de la tierra y su gobierno local, y su industrialización lo confirmaba (Brenan, 2014: 160). En cambio, refiriéndose a las tierras de secano de Castilla y Andalucía, señalaba: “The famous orientalism of the Spaniards is not due to «Arab blood» but to climate and geography” (Brenan, 2014: 169). En particular, “Castile, which made Spain a united country, infected her with a Byzantine horror of time and change and of every instinct by which modern nations grow” (Brenan, 2014: 425). Y para remarcar aún más su visión, añadía: “The famous individualism of the race does not apply to economics. Liberalism failed in Spain because Spaniards are essentially anti-capitalist and uncompetitive” (Brenan, 2014: 200). Además, tanto el anarquismo como el carlismo, dos ideologías que habían tenido un amplio arraigo en la península, reflejaban la nostalgia por el pasado y “an attitude of resistance to the slavery which the modern capitalist structure of society and the stain of Factory life bring with them” (Brenan, 2014: 305). Finalmente, concluía: “No race in Europe is so profoundly egalitarian or has so little respect for success or for property” (Brenan, 2014: 370).

Pero el encanto de los pueblos —sobre todo los costeños— comenzaría a resquebrajarse en los últimos años cuarenta, precisamente cuando Brenan recorrió junto a su mujer una parte de España. The Face of Spain, publicado en 1950, recoge este cambio y marca además diferencias con el confuso y desordenado The Spanish Labyrinth, publicado siete años antes. Estamos también ante un Brenan más maduro, menos romántico que el joven de los años veinte.

En este libro todavía se encuentran numerosas afirmaciones que subrayaban las notables diferencias entre España e Inglaterra. Por ejemplo: “One of the pleasures of living in Spain is the enlarged sense one gets of the passage of time. In England, the day is broken up by a thousand little fences and obstacles, which produce a felling of frustration and worry” (Brenan, 2010: 96). O también: “I found in Spain a kind of freedom and spontaneity that I missed at home. What in our country one gains in order and social justice, one loses in zest and vitality” (Brenan, 2010: 196). En el prólogo de la primera edición, Brenan afirmaba tajantemente: “what is really important in Spain never changes” (Brenan, 2010: 7). Sin embargo, al mismo tiempo, en el resto del libro describía una España que ya se estaba transformando en lo socioeconómico, en la que “people of energy and determination have risen out of poverty to affluence” (Brenan, 2010: 71). Esta España convivía con otra en situación de extrema pobreza, sequía y estraperlo —introducido por los políticos corruptos—, en la que el dinero era “the only real power” (Brenan, 2010: 94).

Con excepción de Madrid y Málaga, la ruta elegida por el matrimonio no incluyó focos de desarrollo económico: visitaron Córdoba, Churriana, Granada, La Mancha, Badajoz, Mérida y Aranjuez. Brenan identificó en este recorrido tres nuevas realidades económicas: el mercado negro, “the only business in the country that was flourishing” (Brenan, 2010: 20); la inflación, que reducía el nivel de vida de los asalariados a condiciones precarias (Brenan, 2010: 21); y el dinamismo del sector de la construcción gracias a los bajos sueldos, que contrastaba con la parsimonia del mismo sector en el Reino Unido (Brenan, 2010: 24).

Las calles de Madrid estaban repletas de coches americanos y mutilados de guerra; se había convertido en receptora de población rural y sede de un creciente número de funcionarios no familiarizados con la actividad de los centros agrícolas e industriales del país (Brenan, 2010: 21, 25). Por eso, la prensa de la capital no reflejaba sucesos importantes relacionados con los sectores productivos, como por ejemplo el hecho de que la sequía que padecía el país hubiese limitado a sólo dos días la jornada laboral en las fábricas de Barcelona (Brenan, 2010: 26). En definitiva, “Madrid, unlike London, is a real capital […] The shops are full of luxury foods, every few yards there is a café or a tempting bar, the streets and parks are crowded” (Brenan, 2010: 231). Estos cambios habían llegado incluso a otras ciudades como Málaga, que también se había convertido en una urbe con coches americanos circulando por sus calles (Brenan, 2010: 67); además, los sencillos pueblos de pescadores de dicha provincia, como Marbella o Torremolinos, se estaban asimismo transformando en “a fashionable plage” (Brenan, 2010: 89).

Pero en ciudades de provincia situadas en zonas agrícolas de interior la situación era mala. Prueba de ello era la miseria de Córdoba, que hacía que hasta los leprosos de Marrakech y Taroundant pareciesen vivir mejor (Brenan, 2010: 42). El desempleo rural —incluso en los años de buenas cosechas— condenaba a los agricultores a mantenerse todo el año con lo que ganaban en seis u ocho meses (Brenan, 2010: 43). Y esta situación se agravaba con la larga sequía. Por tanto, había necesidad de una “completa” reorganización de sistema de cultivo, pero el gobierno no se atrevía a enfrentarse a los terratenientes (Brenan, 2010: 44). Ante tal estado de cosas, la población emigraba masivamente a los grandes centros urbanos como Madrid y Barcelona, ya que la emigración a Europa todavía no era una opción por el cierre de las fronteras (Brenan, 2010: 141).

En cualquier caso, Brenan identificó muestras de emprendimiento incluso en la pobre Extremadura, lo que le llevó a afirmar que la vida de la clase media española era una continua guerra contra los abusos e ineficiencia del Estado y las amenazas del desempleo y la enfermedad (Brenan, 2010: 186). Así, por ejemplo, la mitad del presupuesto estatal se dirigía a las fuerzas armadas y tan solo una decimoquinta parte a la educación (Brenan, 2010: 196). Había, por tanto, inseguridad económica y escasez de capital humano, como en cualquier otro país atrasado (Brenan, 2010: 187).

Un resumen de las mudanzas que Brenan observó en España se recoge en los prólogos a las ediciones de 1950 y 1965. En el de 1950 aseveró: “the inflation, the lack of foreign exchange and the black market are the causes of three-quarters of the terrible poverty and misery one sees in Spain today”; y a ello había que añadir el aislamiento político y la sequía (Brenan, 2010: 9). Por eso, sin un Plan Marshall17 u otra ayuda económica similar, ningún gobierno “could restore the worn-down Spanish Economy or break the black market” (Brenan, 2010: 9). Lo único positivo era que el país contaba con el activo de sus grandes oportunidades turísticas, gracias a sus rasgos diferenciales que le hacían atractivo para los turistas: “Its way of life […] makes a unique impression. For centuries a mixing-bowl of the cultures of Europe, Asia and North Africa, Spain today give off a note which is unlike any other” (Brenan, 2010: 13).

Para 1965, sin embargo, la transformación económica española había alcanzado ya un ritmo vertiginoso, y el país, en una senda de creciente prosperidad, resultaba casi irreconocible para alguien que lo hubiera visitado sólo quince años atrás18. Como Brenan remarcaba en el nuevo prólogo: “Since then [1949] the face of Spain has changed almost out of recognition. The end of the long drought, an American loan, the influx of millions of tourists, and the carrying though of a huge programme of industrial development and housing have raised the country to a level of prosperity it has never known before” (Brenan, 2010: 13). En cualquier caso, ya no se podía afirmar que la esencia de España fuera inalterable19.

4. La desmembración del modo de vida tradicional y el turismo de masas: Graves, Grice-Hutchinson y Lewis

Tres contemporáneos del matrimonio Brenan-Woolsey confirmaron prácticamente, por las mismas fechas, los cambios económicos que se estaban fraguando en los pequeños pueblos españoles: Graves en Mallorca, Grice-Hutchinson en la Costa del Sol y Lewis en la Costa Brava20.

El poeta y novelista Robert Graves se estableció en Deià en 1929, año en el que publicó sus tempranas memorias, Goodbye to All That, en las que daba su adiós a la sociedad victoriana. Desde esta fecha hasta su fallecimiento —exceptuando los años de la Guerra Civil y la II Guerra Mundial— residió en Mallorca, principalmente en Deià, pero con algunas temporadas en Palma durante el periodo escolar de sus hijos21. En Majorca observed (1964) —traducido por su hija en 1997 bajo el rotundo título Por qué vivo en Mallorca— expuso los atractivos de vivir en un pequeño pueblo español, en donde ejercería de anfitrión de intelectuales y artistas europeos y estadounidenses.

La primera referencia que Graves tuvo de Mallorca fue a través de Gertrude Stein, quien consideraba la isla “un paraíso”. Él decidió instalarse en Deià, pequeño pueblo de pescadores productor de aceitunas, por diversas razones: desde su clima, vida barata y posibilidad de tener servicio a un precio módico, hasta la huida de una “dolorosa crisis doméstica” en su propio país. Este pueblo era el idóneo para su trabajo: “sol, mar, montañas, manantiales, árboles frondosos, ausencia de política y unos cuantos lujos de la civilización, como luz eléctrica y un servicio de autobuses” a Palma (Graves, 1997: 7). Además, los mallorquines eran alegres, limpios, amables, amantes de la libertad y con “un gran sentido moral”; pero realmente quería vivir lejos del Reino Unido porque comprendió “que aquel país estaba exageradamente superpoblado, siendo su población óptima unos ocho millones, como en la época Tudor” (Graves, 1997: 7). No soportaba la proliferación de edificaciones de casas en hileras que cada vez arrebataban más terreno rural, y, sobre todo, la creciente mecanización de la agricultura. Los británicos estaban “demasiado obsesionados con la lucha por subsistir” (Graves, 1997: 36). En definitiva, buscaba un lugar “donde la ciudad fuera todavía ciudad y el campo, campo; y donde el arado tirado por el caballo no fuera todavía un anacronismo” (Graves, 1997: 8). Precisamente, según él, la agricultura mallorquina aún estaba anclada en el siglo XVIII. Además, en Deià nunca había pasado nada —ni se esperaba que pasase— pese a no encontrarse demasiado alejada del meridiano de Greenwich. Y cuando regresó a la isla tras la Guerra Civil, en 1946, todavía no se había visto estropeada por el turismo: la precaria red de carreteras seguía haciendo que estuviera muy restringido a determinadas áreas, como la “zona dorada” de hoteles y chalés construida al oeste de Palma.

No obstante, como Graves expuso en una nota añadida al libro redactada en 1965, la situación cambió radicalmente con la “invasión turística”, un nuevo fenómeno masivo caracterizado por los vuelos chárter y la racionalización de las reservas hoteleras: “Hoy en día, este negocio trae 5.000 aviones mensuales cada verano al aeropuerto de Palma —un aeropuerto nuevo y enormemente ampliado— y ha fomentado la construcción de más de 1.000 nuevos hoteles” (Graves, 1997: 41). Era un turismo protagonizado sobre todo por alemanes y británicos, a quienes definió con ironía como los “animales” más fáciles de domesticar, pues no discutían los precios. Afortunadamente, Deià todavía resultaba inaccesible para los turistas apiñados en grupos, pero Palma había “dejado de existir” (Graves, 1997: 53), con sus problemas para aparcar el coche, la subida espectacular del valor de los bienes raíces, sus nuevas conurbaciones en la costa, y los tenderos transmutados en ricos políglotas. Sin embargo, lo más grave era que muchos pueblos se habían quedado prácticamente sin trabajadores agrícolas, ahora atraídos por el sector turístico; de hecho, en el suyo se había contratado a gitanos a un precio altísimo para recoger la cosecha de la aceituna, que algunos años se había dejado pudrir. Los olivos casi se habían quedado para hacer cajas y ensaladeras para turistas. Con tristeza, Graves concluyó: “No: uno no puede detener el progreso. Uno sólo puede esquivarlo. Sin embargo, el hinterland mallorquín, todavía sin explotar, se va reduciendo cada vez más a medida que se van mejorando las carreteras. ¿Adónde podremos retirarnos?” (Graves, 1997: 54).

La postura antimoderna de Graves, nostálgica de un pasado preindustrial, subrayaba en el fondo lo mismo que el resto de los viajeros-residentes británicos hasta aquí analizados (con sus distintas orientaciones políticas): el encanto de “lo diferente”, aunque se viera crecientemente amenazado por la modernización económica del país y el turismo de masas. En este sentido, el eslogan turístico que el franquismo quería transmitir al exterior, el célebre “Spain is different”, podía verse avalado indistintamente por los testimonios de cualquiera de estos autores.

Marjorie Grice-Hutchinson pasó largas temporadas en España en los años veinte, pues su padre había comprado una finca en Churriana y ella participó activamente en la labor filantrópica de su progenitor, que había creado una clínica-dispensario y una escuela para los hijos de los labradores pobres. Más tarde, en 1951, se instaló en el cortijo de Santa Isabel propiedad de su marido, el barón de Schlippenbach, dejando su puesto en la Universidad de Londres justo cuando estaba a punto de publicar una influyente monografía —The School of Salamanca: Readings in Spanish Monetary Theory, 1544-1605 (1952)— que la convertiría en una gran especialista a nivel internacional en la escolástica española.

Churriana, donde entonces también vivían Brenan y Woolsey, estaba situado en la Costa del Sol, próximo a Málaga y Torremolinos, pero sin playa. Grice-Hutchinson proyectó hacia sus compatriotas una imagen socioeconómica muy realista de este pequeño pueblo malagueño y sus alrededores, que contrasta con las imágenes más noveladas que Graves y Lewis esbozaron respectivamente sobre Deià y Farol. En Malaga Farm —publicado en 1956 y traducido en 2001 bajo su propia supervisión como Un cortijo en Málaga— describió la agricultura tradicional y los problemas de sacar adelante una explotación agrícola. Luego complementó este libro con Children of the Vega (1962), un encargo del Ministerio de Educación de Nueva Zelanda cuya intención era describir la vida infantil en el mundo rural mediterráneo. Ambos textos tienen un contenido similar, aunque el primero narra la experiencia personal de Grice-Hutchinson en su cortijo, mientras que el segundo se refiere a la vida en el campo malagueño desde la mirada de dos niños. Pero en ambos casos la economista inglesa subrayó los atractivos de la vega malagueña y su sistema de regadío: “No existe un espectáculo más fascinante y genuino en España que ver regar los campos. Yo le recomendaría al turista sensible observar este espectáculo en lugar de verse obligado a asistir a la inevitable corrida de toros” (Grice-Hutchinson, 2001: 34).

El problema del campo malagueño era precisamente la escasez de agua, mientras que el inglés se anegaba por las frecuentes lluvias (Grice-Hutchinson, 2001: 33). Por este motivo el cortijo se dividió en tierras de secano y regadío. Aunque estas últimas representaban apenas el ocho por ciento, con los cultivos industriales —como remolacha o algodón— se obtenían altos rendimientos. El ingenioso sistema de riego, que Marjorie tanto admiraba, era una de las causas por las que la tierra todavía se cultivaba a mano, pues utilizar maquinaria podría romper el “delicado” y “complicado” laberinto de surcos y caballones. Y no se podía aumentar el regadío porque buscar aguas subterráneas utilizando un método científico resultaba inasumible para un pequeño propietario.

Las tierras de secano estaban dedicadas principalmente a cereales, vid, olivo y leguminosas. En el caso de los cereales no se utilizaban ni tractores ni caballos para sembrar, sino yuntas de vacas; por eso, la de los labradores era “la clásica figura del Sembrador tal y como recordamos en los pasajes de la Biblia. Surco a surco la semilla se esparce regularmente por todo el campo” (Grice-Hutchinson, 2001: 41). El sistema de trillar —aventando el grano— era igualmente ancestral: tenía su origen “en los comienzos de la agricultura en la Prehistoria” (Grice-Hutchinson, 2001: 43). E incluso se cultivaban dos pequeñas parcelas siguiendo “el antiguo sistema de agricultura colectiva llamado medianería o aparcería” (53). El cortijo también mantenía algunas vacas y criaba caballos y mulas, que aún constituían “el medio de transporte más utilizado en el sur de España” (Grice-Hutchinson, 2001: 51).

Otro de los problemas cruciales del atrasado campo andaluz de los años cincuenta que trató Grice-Hutchinson fue la situación de sus trabajadores. Sus sueldos eran bajos, en buena medida por la política gubernamental de fijar la duración de la jornada laboral y establecer un salario mínimo. Este quedaba en “papel mojado” porque ningún propietario ofrecía contratos fijos en esas condiciones (Grice-Hutchinson, 2001: 57). Además, había bastante desempleo rural y la mayoría de los trabajadores eran temporeros con graves carencias educativas (Grice-Hutchinson, 2001: 66). Pero nada de esto era excepcional: la escasez de capital financiero y humano era propia de una economía atrasada.

Grice-Hutchinson no dejó de apuntar la diferente actitud de ingleses y españoles hacia el trabajo. En Andalucía trabajar mucho no era en sí una virtud, ya que a un hombre se le valoraba más por su personalidad y carácter que por el trabajo que realizaba: “En Inglaterra el mayor de los pecados capitales es la pereza, en España la falta de alegría” (Grice-Hutchinson, 2001: 99). No obstante, lejos estuvo de generalizar la idea del andaluz como ocioso o vago. Los andaluces eran emprendedores cuando tenían agua y buenas comunicaciones, como en el pequeño pueblo de Benaoján, que disponía de “unas catorce fábricas de productos cárnicos, varios molinos, dos almazaras relativamente grandes, y una central eléctrica” (Grice-Hutchinson, 2001: 151).

Con lo descrito hasta aquí, quedaba perfilado el retrato de la agricultura tradicional justo antes de su quiebra, en los años sesenta, por el masivo éxodo rural y la introducción generalizada de maquinaria. Al mismo tiempo, la expansión de la ciudad de Málaga iría diezmando cada vez más la zona de campo entre ella y el cortijo (Grice-Hutchinson, 2001: 221), y Churriana se acabaría convirtiendo en el pueblo del aeropuerto, que se erigiría en tierras que en parte habían pertenecido a Grice-Hutchinson. En realidad, toda la provincia en su conjunto cambiaría profundamente con el desarrollo explosivo del sector turístico.

Este fue el caso, por ejemplo, de Torremolinos, un pintoresco puerto pesquero donde tradicionalmente habían veraneado los propios malagueños o se habían asentado extranjeros bohemios. Pero este turismo de élite estaba evolucionando rápidamente hacia un turismo de masas que acabaría trastocando el panorama por completo: a las afueras del pueblo y a lo largo de la antigua carretera de Málaga a Cádiz, aparecían “cada día hoteles nuevos y villas. Esta carretera, que atravesaba un paisaje salvaje y desierto en la época en que yo la conocí, está adquiriendo hoy en día el aspecto del famoso corniche que comunica las ciudades de la Costa Azul francesa” (Grice-Hutchinson, 2001: 170). Málaga capital también se transformaba por la gran afluencia de turistas —sobre todo británicos— que buscaban “el calor y el sol” y se “tostaban” en la playa “durante los abrasadores días de agosto” (Grice-Hutchinson, 2001: 225). Es decir, la fisonomía y la vida de los pequeños pueblos y las ciudades de la provincia se estaban transfigurando irreversiblemente: el progreso era inevitable, como también señaló Graves.

El periodista Norman Lewis ya había viajado por la península durante el estado de alarma de 1934. Pero a finales de los años cuarenta, intentando rememorar tiempos pasados, visitó de nuevo España, que declaraba conocer mejor que su propio país. Durante tres años se trasladó a vivir a un pequeño pueblo de Gerona, en la Costa Brava, al que decidió llamar Farol, trabajando como pescador a tiempo parcial tanto en grandes empresas atuneras como en la pesca de bajura. Su relato Voices of the Old Sea, que no aparecería hasta 1984, está muy novelado y tiene unos tintes nostálgicos ausentes en el de Grice-Hutchinson. En él expuso con claridad la vida socioeconómica tanto en dicho pueblo de pescadores, como en el vecino pueblo de agricultores, al que llamó Sort. Ambos eran lugares aislados, con apenas relaciones comerciales, y que dirimían sus disputas gracias a un curandero. Pero lo que diferenciaba principalmente a Sort de Farol era que en el primero sus habitantes eran individualistas, mientras en el segundo los pescadores, “accustomed to the communal enterprises of the sea, lost no opportunity to work as a team” (Lewis, 1984: 18). Aunque eran prácticamente analfabetos, apenas sabían contar, y utilizaban aperos, técnicas y barcos tradicionales sin motor, compensaban tales carencias aprovechando sus fuertes vínculos comunitarios para ejercer sus labores, tal como repetía insistentemente Lewis (1984: 21, 28, 30). Pero dichos valores —tan apreciados por Lee o Brenan— serían precisamente los que se resquebrajarían en apenas una década con la llegada del turismo de masas.

En Farol existían tres figuras destacadas: una matriarca, un curandero y un terrateniente. Aunque había un alcalde impuesto por el régimen franquista y un párroco, el pueblo estaba en realidad liderado por una matriarca, minorista en la venta de pescado, que basaba su poder en sus aptitudes espirituales más que en el dinero. En segundo lugar, estaba el curandero, cuya ocupación principal era orientar a los pescadores en la temporada de pesca hacia los mejores caladeros de atunes, gracias a presagios y sesudos cálculos. Pero su labor no sólo se quedaba en eso: dada la pobreza del pueblo, sus habitantes practicaban un estricto control de la natalidad retrasando la edad de matrimonio y empleando los servicios de la prostituta local, pero también usando anticonceptivos tradicionales —suministrados por el curandero— con la finalidad de restringir a uno el número de hijos. El tercer protagonista de la vida económica del pueblo era un aristocrático y reaccionario terrateniente, quijotesco en el más puro estilo y generoso en los contratos de arrendamiento con los agricultores, a quienes además ayudaba en momentos difíciles. Por último, estaban los barones del corcho, en retroceso por la crisis de su industria.

Por tanto, en su primera temporada en Farol, en 1949, Lewis se encontró con un pueblo que se sustentaba en la pesca tradicional anclada en unos valores comunitarios, dentro de una comarca que pasaba por una crisis de su industria del corcho22. Sin embargo, al final de su estancia se establecería en el municipio Jaime Muga, un exitoso estraperlista, conocido como el “príncipe del mercado negro”. Sería él quien desencadenaría en pocos meses la desmembración de la vida económica tradicional del pueblo. Su filosofía se resumía en que todo hombre tenía un precio, y consideraba el aislamiento en el que vivían estas localidades como “the enemy of progress, guardian of stagnant tradition and the promoter of fears and xenophobic suspicions of every kind” (Lewis, 1984:134).

Muga compró su primera masión a uno de los barones del corcho, y siguió adquiriendo casas, granjas, tierras, locales comerciales y el modesto hotel de Farol, hasta acabar controlando casi dos terceras partes del pueblo. De este modo, al final nueve de cada diez de sus habitantes dependían directa o indirectamente de él. Con la finalidad de transformar Farol en un lugar turístico, hizo todo lo que estaba en su mano para establecer horarios fijos, mejorar las carreteras o poner farolas. Y se afanó en proyectar una imagen estereotipada de España: así, por ejemplo, la tienda de souvenirs vendía figurillas de Don Quijote y muñecas vestidas de sevillanas, el café —decorado en el más puro estilo árabe— contrataba a cantaores flamencos, y en los bares se organizaban grandes juergas para turistas. En definitiva, vendió a los extranjeros —franceses, alemanes y escandinavos— una imagen irreal de España, creando “a Spanish dreamland, a gimcrack Carmen setting” (Lewis, 1984: 153).

Los pescadores —que estaban pasando una larga mala racha— reaccionaron negativamente al principio ante estos cambios, considerando las tácticas empresariales de Muga como inmorales. Pero fue inútil, pues el pueblo se estaba transformando rápidamente: a las mujeres se les dio la oportunidad de trabajar como camareras en el hotel, y a los hombres sirviendo en los bares y cafés; los barcos de pesca se empezaron a utilizar para recreo de los turistas; el sector de la construcción inició una actividad febril; etc. Si antes los pescadores alternaban periodos de trabajo y ocio, ahora tenían que trabajar todo el año en empleos monótonos y faltos de interés.

Cuando tiempo después Lewis realizó una tercera visita a Farol, los precios del alojamiento se habían disparado por la temporada alta, era difícil encontrar una habitación libre y la pesca languidecía. Cerca de la iglesia se vendían incluso perritos calientes: “I understood that the hot dog had begun its conquest of Spain” (Lewis, 1984: 176). Su antiguo compañero de fatigas pesqueras, un tal Sebastián que había sido un joven romántico que había representado lo que más le gustaba de España, vivía ahora atrapado y amargado en la nueva economía, habitando una casa perteneciente al estraperlista y trabajando –entre otros– en el sector inmobiliario. Los viejos tiempos, basados en valores comunitarios, habían pasado definitivamente.

5. Conclusiones

Desde los años veinte del siglo XIX, los viajeros británicos —como Ford o Borrow—destacaron las características diferenciales de la atrasada economía española, pero sin considerarla nunca excepcional. En cualquier caso, lo que realmente les interesó fue localizar pequeños pueblos aislados o ciudades de glorioso pasado (sobre todo árabe) que mantuvieran rasgos desaparecidos en su propio país tras la Revolución Industrial, tales como la existencia de fuertes valores comunitarios en la sociedad y la economía.

Curiosamente, este siguió siendo también el interés principal de la mayoría de los viajeros que visitaron España en los años previos a la Guerra Civil y durante el franquismo. A modo de ejemplo, cabe citar a Penolope Chetwode, amiga de los Brenan-Woolsey y lectora de Ford y Borrow. En su libro Two Middle-Ages Ladies en Andalucia (1963), relató su viaje a caballo en 1961 por el interior rural de Granada y Jaén. Lo que resaltó fue que se trataba de un territorio sembrado de pueblos casi no tocados por el “pecado original”, y en los que predominaba la agricultura tradicional y las pequeñas industrias agroalimentarias. Eran pueblos que —según ella— aún estaban prácticamente en el mismo estado que en la época de Ford y Borrow, y esperaba que no fuesen arrasados por el progreso. De hecho, las pocas veces que pudo ver un tractor fue con auténtico desagrado23.

Actualmente, todavía continúan editándose numerosos relatos de viajeros británicos por España, como los de Chris Stewart —con un toque ecologista—, Michael Jacobs —con una cierta nostalgia romántica—, o una larga lista de escritores amateurs que se autopublican en formato electrónico. Hay algo que los une a todos y los vincula a los relatos de sus predecesores: tratan sobre lo que consideran la España “real”, que paradójicamente estaría ubicada en pequeños pueblos cada vez más del interior y muy alejados de los centros más modernos del país desde el punto de vista socioeconómico. Recientemente, incluso alguno de estos relatos ha llegado a encabezar la lista de ventas del New York Times, como el de Victoria Twead, Chickens, Mules and Two Old Fools (2009), en el que plasma su vida en un pueblo montañoso andaluz con nombre ficticio, entre gallinas y mulas que parecen casi animales de compañía.

Sin embargo, lo cierto es que muchos pueblos —sobre todo costeños— ya estaban empezando a cambiar a finales de los años cuarenta, aunque algún viajero, como la periodista Jan Morris en su Spain (1964), fije la fecha del verdadero take off de la economía española en los primeros años sesenta24. El cambio, por tanto, comenzó a producirse bastante pronto, y lo captaron con total claridad aquellos que vivieron gran parte de su vida en España —como Brenan, Graves y Grice-Hutchinson— o que pasaron largas temporadas en el país —como Lewis—. Todos ellos trasmitieron la idea de que los rasgos socioeconómicos diferenciales de aquellos pueblos —como Farol en la Costa Brava, Deià en Mallorca o Churriana en la Costa del Sol—, estaban despareciendo progresiva y definitivamente, entre otras razones por el turismo de masas.

En definitiva, durante el franquismo los viajeros y residentes británicos “leyeron” el lema turístico “Spain is different” de un modo singular en lo socioeconómico. Describieron los problemas típicos (no excepcionales) de una economía atrasada, sintiéndose atraídos precisamente por ciertos rasgos diferenciales que ellos ensalzaban y buscaban activamente en pueblos pequeños y apartados, hasta el punto de caer a menudo en la tentación de identificar lo que allí sucedía con la imagen del conjunto del país. Sin embargo, al mismo tiempo, fueron conscientes de que España se iba transformando y uniformizando según los parámetros de sus vecinos europeos más desarrollados, lo que a la postre acabaría reduciendo a la categoría de mera anécdota los lugares “distintos”. Con todo, el nuevo hechizo del “sol y playa” acabó compensando con creces la pérdida del atractivo de “lo diferente”, que tanto había primado entre los viajeros británicos desde comienzos del siglo XIX.

En cualquier caso, esa vieja y persistente reivindicación de los viajeros británicos de “lo diferente”, que en la práctica se fue convirtiendo en un rasgo cada vez menos representativo de la realidad española, sigue sin embargo siendo hoy, junto al sol, una nota esencial en la marca turística del país, aunque convenientemente redefinida. Es decir, se sigue confiando en su poder de atracción, pero ahora la pretendida “diferencia” se refiere más bien a la idea de un país muy diverso, con una fuerte personalidad y un singular estilo de vida, que a la vez es capaz de ofrecer todas las comodidades y la seguridad propias de un país moderno.

Lo cierto es que ya durante el franquismo las autoridades turísticas vieron en los testimonios de los viajeros británicos un apoyo inestimable para apuntalar el famoso “Spain is different”, al tiempo que centraban sus esfuerzos en la promoción del litoral y el turismo masivo de playa. Publicaciones en español e inglés como Así es España: Pictures of Spain, de Antonio Pérez Camarero, reeditadas frecuentemente durante los años cuarenta y cincuenta por el INE y la Presidencia del Gobierno, son buena muestra de ello. Se trataba de un libro con abundantes ilustraciones (de Carlos Sáenz de Tejada) y fotografías (de José Ortiz Echagüe) que subrayaban precisamente esa noción de lo peculiar, lo exótico y lo distinto.

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  1. 1 Ramón y García (2016) y Correyero (2003). Según Sasha Pack (2009: 114), fue bajo el mandato de Rafael Calleja —ayudante de Luis Bolín— “cuando el concepto de diferenciase convirtió en básico para la publicidad turística”, aunque no se sabe si fue él quien inventó el eslogan “Spain is different”. En 1948 la frase “Spain is beautiful and different” apareció en una serie de anuncios turísticos, y luego reapareció ya en 1957 en su forma más breve y conocida.

  2. 2 Lucena (2006, 228). Véanse también Afinoguénova y Martí-Olivella (2008) y Crumbaugh (2010).

  3. 3 Noya (2002: 36). Véase igualmente Varela Ortega, Lafuente y Donofrio (2016).

  4. 4 El turismo organizado había empezado a configurarse mucho antes, a mediados del siglo XIX, en los países más adelantados de Europa y en paralelo al proceso industrializador. La industrialización permitió una clara mejora de los transportes y el surgimiento de una creciente clase media adinerada, que empezó a demandar servicios turísticos huyendo de la uniformidad y el tedio. Véase, por ejemplo, el caso concreto y muy relevante del turismo vinculado a los balnearios: Alonso-Álvarez (2012: 23).

  5. 5 Una guía de los viajeros anglosajones durante el franquismo en Ruiz (2003) y también en Folley (1994).

  6. 6 Ramos Gorostiza (2006).

  7. 7 Ramos Gorostiza (2014: 225-229).

  8. 8 Unamuno defendía “la primacía de lo espiritual, frente al economicismo, industrialismo y demás vacuidades que erradamente se tienen por europeas” (Ochoa, 2007: 203-204).

  9. 9 Pack (2009: 114-117).

  10. 10 Un economista como Perpiñá (1958: 52), por ejemplo, aludía claramente a dicho proceso y sus consecuencias.

  11. 11 No obstante, frente a la persistencia del ideal romántico que enfatizaba los valores rurales frente a los urbanos, también existían visiones de lo rural asociadas a la modernidad industrial: véase Andresen, Barona y Cherry (2010: 15). Es decir, no había un debate puramente dicotómico del tipo industria/campo o urbano/rural.

  12. 12 Otros viajeros británicos durante la II República y la Guerra Civil en Ruiz (2003), capítulos 4 y 5.

  13. 13 Sobre los jóvenes ingleses “románticos” atraídos por la Guerra Civil, como George Orwell, véase Burns (2014: 285-356).

  14. 14 El estadounidense John Dos Passos también narró su viaje a pie por España, entre 1919 y 1920, en su Rosinante to the Road Again (1922). Dio voz a los que lamentaban que se desaprovecharan los recursos económicos por falta de una organización moderna, a lo estadounidense, aunque otorgó el protagonismo a aquellos que expresaban su crítica a la sociedad industrializada. En Journeys between wars (1938) recogió otros escritos sobre España.

  15. 15 Woolsey (2008).

  16. 16 Carr fue uno de los que contribuyó a romper con la imagen romántica de España (Burns, 2014: 367). Sobre la influencia de Borrow y Ford en Brenan, véase Gathorne-Hardy (1992), capítulo 25.

  17. 17 El Plan Marshall fue un ambicioso programa de ayuda a la reconstrucción europea promovido por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, en 1947, y del que España quedó excluida.

  18. 18 Véase Núñez (2005: 44).

  19. 19 Un amigo de Brenan, el escritor Victor S. Pritchett, también constató estos profundos cambios. Estuvo en España en los años veinte y publicó Marching Spain (1928), el relato de su viaje a pie por la España atrasada, desde Badajoz a Vigo (Pritchett, 2012). En los años cincuenta emprendió otro viaje por el País Vasco, Castilla, Andalucía, Murcia, Valencia y Cataluña, recogiendo sus reflexiones en The Spanish Temper (1954): aseguró que el proceso industrializador ya había arrancado, aunque los españoles todavía conservaran algunas particularidades y estuvieran menos afectados por la “agitación” del hombre moderno. En la nueva presentación de este libro, que escribió en 1983, afirmó que España había conseguido finalmente modernizarse, aunque hubiera sido el último país europeo en entrar en el siglo XX (Pritchett, 2015: 11-14).

  20. 20 Otros dos británicos que también vivieron en esta época en España y publicaron sobre la vida en los pueblos españoles fueron Julian Pitt-Rivers (1954), sobre Grazalema (Cádiz), y Ronald Fraser (1973), sobre Mijas (Málaga).

  21. 21 La vida cotidiana en Mallorca de Robert Graves y su familia la retrató su hijo William (Graves, 2001).

  22. 22 Una Costa Brava en el mismo estado también fue retratada en los años cuarenta por Macauly (1986).

  23. 23 Chetwode (2002). Sobre esta autora véase Mulligan (2016).

  24. 24 Morris (2008). Sólo el norteamericano Richard Wright, amigo del Nobel de Economía Gunnar Myrdal, casi negó la posibilidad de cambio y mejora. Visitó España entre 1954 y 1955, y en su Pagan Spain (1957) describió un país fuertemente anclado en la tradición, dominado por la Iglesia católica y los guardias civiles, y muy diferente a los países seculares occidentales vinculados a la ciencia y la industria (Wright 2008). El historiador Ian Gibson, en sus Aventuras ibéricas (2017), todavía insiste en el peso de la Guerra Civil y la dictadura franquista en la configuración socioeconómica y política de la España actual.