AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 46/2024, pp. 5-23. DOI: 10.6018/areas.499071
¡La periferia arde! Violencia y hostigamiento urbano contra los gitanos de Madrid en los años 80
Rafael Buhigas Jiménez, Uiversidad Complutense de Madrid
Resumen
La crisis urbana que experimentó la ciudad de Madrid durante la posguerra no tuvo una rápida solución y sus efectos perduraron todavía en los años ochenta, momento en que el chabolismo que había afectado a una heterogénea masa de población terminó por estar protagonizado por las comunidades gitanas. Aunque esto último no constituyó el único factor, desempeñó un papel crucial en su discriminación, ya que la creación de barrios y poblados específicos para esta etnia contribuyó a su estigmatización desde una perspectiva racial que dio paso a discursos de odio, violencia y hostigamiento a las personas romaníes que los habitaban. Este artículo pretende revisar lo anterior a partir de la contextualización del encaje social y urbano de los romaníes en el Madrid de los años ochenta, y al mismo tiempo relacionarlo con algunos de los episodios que la prensa reportó en dicha década dentro de la capital.
Palabras clave: Madrid, urbanismo, gitanos, violencia, hostigamiento.
The suburbs burn! Violence and urban harassment against Romani people in Madrid in the 80s
Abstract
The urban crisis that the city of Madrid experienced during the postwar period did not have a quick solution and its effects continued into the 1980s, when the shantytowns that had affected a heterogeneous mass of the population ended up being dominated by the Roma communities. Although the latter was not the only factor, it did play a crucial role in their discrimination, since the creation of specific neighbourhoods and settlements for this ethnic group contributed to their stigmatization from a racial perspective that gave way to discourses of hatred, violence and harassment of the Roma people who inhabited them. This article aims to review the above from the contextualization of the social and urban setting of the Roma in Madrid in the 1980s, and at the same time relate it to some of the episodes that the press reported in that decade in the capital.
Keywords: Madrid, urbanism, Romani people, violence, harassment.
Fecha de recepción del original: 5 de noviembre de 2021: versión definitiva: 1 de octubre de 2024.
Rafael Buhigas Jiménez, Uiversidad Complutense de Madrid. E-mail: rbuhigas@ucm.es; ORCID ID: https://orcid.org/0000-0003-4460-6672
¡La periferia arde! Violencia y hostigamiento urbano contra los gitanos de Madrid en los años 80
Rafael Buhigas Jiménez, Uiversidad Complutense de Madrid
1. Introducción
El estudio de la represión franquista presenta aún muchos vacíos, entre los cuáles se encuentra el impacto que tuvo no sólo la creación y difusión de estereotipos sobre los romaníes, sino también su vigilancia, control y marginación, en muchos casos planificada. Esto último repercutió en que el simple hecho de ser gitano fuera un estigma racial operativo en los juzgados pero también ante otras autoridades, como la Guardia Civil, a la que se encargó en mayo de 1943 que persiguiera explícitamente a esta población (García Sanz, 2019). Pero si algo constituye un verdadero vacío son los efectos que todo lo anterior tuvo en la España post-dictatorial, los cuales dan cuenta de que no se produjo una desconexión con el racismo antigitano practicado por el régimen por el simple hecho de que mediara una Transición. De esta manera, ya fallecido el dictador Francisco Franco y tan sólo un año antes de entrar en vigor la Constitución española de 1978, un oficio de la Hermandad Sindical del Campo de Vicálvaro en Madrid convocó en febrero de 1977 una reunión con las autoridades municipales para presentar su deseo de conocer y actualizar “el plan de medidas para la erradicación de los gitanos”1. Lo cierto es que el ejemplo anterior no fue algo anecdótico y la nueva coyuntura que se abrió con la Transición en términos sociales, culturales y políticos no supuso la inclusión democrática de la población romaní en la sociedad española, tal y como demuestran las investigaciones más recientes (Buhigas, 2024). Y no ha sido hasta nuestros días cuando por primera vez se ha creado una “Comisión sobre la Memoria y la Reconciliación con el Pueblo Gitano en España”, que prevista en la Ley de Memoria Democrática pretende afrontar el reto de analizar qué sucedió durante la segunda mitad del siglo XX para que hoy las comunidades romaníes sigan representando los niveles de pobreza y discriminación más elevados2.
Al hilo del ejemplo mencionado, ante el oficio de la Hermandad Sindical el Campo de Vicálvaro, el periodista José Riaza dijo que “no hay Camachos, Carrillos, ni González que rompan lanzas por ellos”3 y estaba en lo cierto porque, como mencionábamos, aquello no fue sino el detonante de una ola violencia y hostigamiento hacia la población romaní que en el caso de Madrid tenía una gran presencia. Sin embargo, la tendencia fue a desoír las alarmas de odio creciente hacia esta mal llamada “raza”. Así, el suceso de Vicálvaro quedó fue interpretado como una mancha en el historial de quienes todavía no habían digerido los nuevos tiempos a los que empuja la construcción de la democracia en España. De facto, ese mismo 1977 fue elegido un gitano como diputado por las listas de UCD, Juan de Dios Ramírez Heredia y justo un año después, en vísperas de que se firmase la tan ansiada Constitución, se ordenó la supresión de la mencionada legislación que imponía el control de los gitanos a la Guardia Civil desde 19434. No obstante, con la llegada de los años ochenta, se empezaron a notar los efectos de una Transición que parecía haberse realizado sólo por arriba. La discriminación de los romaníes, fundamentada sobre una base étnica, seguía operando bajo la democracia y además estaba alimentada por patrones de exclusión respecto a otros grupos diferenciados como prostitutas, disidentes sexuales o enfermos (Torres, 1978).
El encaje social de los romaníes en la sociedad mayoritaria que ya lastraba problemas desde el pasado se continuó agrietando con la fuerte industrialización del franquismo (GIEMS, 1976). La relación establecida por las autoridades y académicos de la época entre “raza” y división del trabajo contribuyeron aún más a la segregación étnica de muchos gitanos fuertemente empobrecidos por haber quedado fuera del nuevo mercado laboral (Buhigas, 2024). Por este motivo, aunque en muchas ocasiones tuvieran causas por las que luchar en común, entre los segmentos más humildes de la sociedad parecieron surgir los embates más duros contra la población romaní. Así, la nueva década de los ochenta arrancó con la expulsión de esta etnia de Hernani en el País Vasco auspiciada por las protestas de sus vecinos5. La polémica que se desató con relación a si se trataba o no de una campaña de descrédito del PSOE contra Herri Batasuna acabó soterrando la miseria en que vivían las familias gitanas expulsadas de una nave industrial y de una villa cercanas al municipio. Y lo que quizás es más importante, la exposición pública de aquel asunto abrió la puerta para nuevos sucesos relacionados con gitanos que no tardaron en llegar a Madrid. Sin ir más lejos, a los pocos días, en la capital “el Ayuntamiento había enviado unos niños a veranear a una colonia y han sido devueltos”6. Poco después sucedió lo mismo en algunos colegios, la tensión entre vecinos de diferente etnia se disparó en otros barrios y la Democracia se enfrentó a unos episodios de su historia que han pasado desapercibidos.
Estos casos que se han traído a colación representan un pequeño porcentaje de la suma total de fenómenos de persecución, control y discriminación contra los gitanos que tuvieron lugar en Madrid en estos años pero también en el resto de España. Durante los años ochenta y concretamente en la periferia de Madrid se dieron algunos de los episodios más ilustrativos de lo que pueden considerarse prácticas de violencia y hostigamiento hacia la población romaní en el marco de la Democracia. A pesar de ello, estos fenómenos no aparecen en la investigaciones históricas sobre el período y dejan entrever que los relatos principales se han centrado generalmente en la superación de la dictadura en términos de transición política.
La historiografía sobre la Transición se ha volcado en una historia política de la misma que a grandes rasgos ha prestado atención a las élites o figuras que fueron partícipes y a los procesos de transformación institucionales (Ysàs, 2010). También ha ocupado un papel cada vez más importante el de la crítica cultural que se ha expresado en términos historiográficos con el análisis de la televisión o el cine (Vilarós, 2018). Sin embargo, todavía falta una historiografía que se preocupe por los actores sociales que vayan más allá del escenario común de la gran política o que directamente su relación con la misma solo sea relevante desde un punto de vista coyuntural. En este sentido, hay sociólogos y antropólogos que se han aproximado al estudio de los gitanos en los primeros años de la construcción democrática. La escuela como elemento clave de segregación ha sido la que ha despertado mayor interés entre los anteriores situando la educación como uno de los factores esenciales para la promoción social de los romaníes en contextos de marginación (Poveda, 2003 y Río, 2002). El análisis detallado de los colegios de tránsito para gitanos que acabaron convirtiéndose en guetos escolares, reveló que la génesis de dicho fracaso no se podía entender sin prestar atención al contexto urbano (Montoya, 1988). De esta forma, algunas publicaciones iniciales desde la sociología comenzaron a examinar a través de las notas de prensa la manera en que la cuestión residencial parecía condicionar negativamente las iniciativas individuales para dirigir la promoción social de los gitanos pobres (Río, 2014). ¿Tan importante era la vivienda y el contexto urbano como para que sea inevitable su análisis? ¿hasta qué punto la tensión vecinal tenía en el espacio público uno de sus detonantes? ¿si la persecución histórica hacia el pueblo romaní se atribuye a las autoridades, cómo es posible que fueran los propios vecinos no gitanos sus grandes detractores? Los años ochenta en la ciudad de Madrid fueron el resultado de tratar a los gitanos diferencialmente tanto en la dictadura como en los siglos precedentes. La extranjerización de estas comunidades las convertía en sujetos ajenos a la cultura nacional que se promocionó primero por la dictadura y después por la administración democrática bajo otros parámetros (Rothea, 2014). Algunos antropólogos de final de siglo como Teresa San Román y Tomás Calvo Buezas condujeron su trayectoria académica hacia un compromiso activista denunciando entonces los peligros de la exclusión con estigma étnico. Sin embargo estas críticas llegaron tarde, justo cuando se incrementaron los roces entre vecinos payos y gitanos precipitándose sobre la capital una tormenta de violencia y hostigamiento con seña étnica.
Por otra parte, la historia urbana se presenta como un punto de apoyo interesante para dar respuestas a los interrogantes que se han planteado (Ewen, 2016). El entendimiento de la ciudad y las infraestructuras que la configuran a partir de las personas que se hallan detrás de su diseño y de los propios sujetos que lo habitan resulta relevante para trascender el espacio como un mero escenario donde suceden fenómenos. En este caso, los miedos, aspiraciones y anhelos de los vecinos, payos y gitanos, no pueden extirparse del barro, la falta de servicios básicos y la chabola como único refugio posible (Jerram, 2013a y 2013b). Por tanto, se trata de ubicar espacialmente la violencia y el hostigamiento contra los gitanos con relación al contexto urbano que las amparaba. El aterrizaje de la historia urbana sobre estos hechos puede contribuir a difuminar el carácter azaroso de las protestas contra un grupo étnico concreto como el que representan los romaníes y a entender el sentido común tras las mismas. Algo a lo que también ayudará decisivamente la crítica colonial aplicada en el análisis urbano. El debate sobre la descolonización posibilita el entendimiento del lugar ocupado por los grupos no blancos con relación al uso del espacio residencial que habitualmente se traduce en el desplazamiento de aquellos desde el centro de la ciudad hacia los márgenes urbanos (Arbaci, 2008; Bolt, Özüekren y Phillips, 2017; King, 2016). La manera en que las protestas acaloradas contra los gitanos devinieron en prácticas cotidianas de exclusión que perviven hoy por medio del estereotipo y el rechazo social exige prestar atención al Madrid de los ochenta. La ciudad constituyó en cierto modo una fábrica particular de lo que sucedió en otros lugares de la península, desde el pogromo en Martos (Jaén) a la oposición a viviendas sociales para gitanos en Barcelona7.
El presente artículo se trata principalmente de un trabajo de revisión que tiene por objetivo general situar cómo la pauperizada situación social de los romaníes en los años ochenta estuvo marcada además por el desarrollo de discursos de odio y por el padecimiento de episodios de violencia y hostigamiento inscritos dentro del antigitanismo estructural sufrido por esta población y auspiciados a lo largo de la segunda mitad del siglo XX como producto, entre otras cosas, del desarrollo urbano y de la transformación social de las ciudades contemporáneas. A este objetivo se le suma la intención de vislumbrar que el denominado como “problema gitano” puede traducirse como un problema de racismo antigitano que afectó a la realidad de diversas comunidades. Todo ello bajo la premisa de que el hecho de ser romaníes pero también pobres agudizaron esta discriminación en el contexto de un modelo de desarrollo de la ciudad industrial en el siglo XX que dio lugar a espacios diferenciales basados en criterios étnicos y económicos fomentando así la segregación residencial. Algo que afectó especialmente a Madrid en su condición de capital y de gran urbe metropolitana que en los años ochenta todavía seguía expandiéndose y modernizándose pero cuyas pautas sociales respecto al tratamiento discriminatorio de la población romaní se pueden identificar también en otras ciudades españolas y europeas, tal y como señala Giovanni Picker (2017).
Si bien es cierto que este artículo no se centrará en desarrollar un análisis denso del objeto de estudio a partir de un complejo elenco de fuentes, sí que situará bajo el marco interpretativo propuesto una descripción de algunas de ellas para pensar en la problemática referenciada. Para lograr lo anterior se utilizarán, por un lado, documentos relacionados con la cuestión urbana en Madrid y el encaje de los romaníes en esta ciudad a finales de la década de los setenta y ya en los años ochenta, como por ejemplo informes del momento elaborados por asociaciones o entidades religiosas, cuyas apreciaciones se espera que sirvan como punto de reflexión y también para ilustrar mapas y tablas con los que introducirse al objeto de estudio desde la recopilación de algunos datos relevantes. Por otro lado, fundamentalmente fuentes provenientes de la prensa de este período que se han seleccionado atendiendo a los grandes medios de comunicación del país como ABC o El País, que condensaron la mayor parte de noticias sobre población romaní en estos años, según Joan M. Oleaque (2014). Pero también algunas otras como informes y correspondencia de asociaciones centradas en la promoción social de la población romaní que advirtieron sobre la violencia sufrida en algunos de los barrios donde trabajaban. Todo lo anterior se organizará en dos apartados, de esta manera el primero explicará la coyuntura de Madrid y la crisis urbana que lastraba desde mediados de siglo aún con la dictadura franquista, revisando la bibliografía disponible y describiendo algunas fuentes útiles hoy que en su momento constituyeron informes o apreciaciones de organismos implicados en los asuntos sobre gitanos. El segundo apartado resumirá los episodios de odio, violencia y hostigamiento más relevantes acontecidos en la capital para señalar que independientemente del bajo estatus económico y además de los habituales factores negativos asociados a una crisis urbana, como la falta de vivienda y empleo, la pertenencia étnica tuvo un papel protagonista en esas experiencias de discriminación.
En resumen, a lo largo de las siguientes páginas nos serviremos esencialmente de esta historia urbana para entender el conflicto de la población romaní en el Madrid de los ochenta a partir del espacio como problema. Así mismo, resultarán pertinentes aquellas fuentes hemerográficas con que rastrear los episodios de violencia y hostigamiento más sonados en aquella década. También serán de especial interés los mencionados informes, expedientes y otra documentación presentada por las asociaciones que prestaron su ayuda sobre el terreno. El objeto del artículo es exponer cómo la violencia y hostigamiento de tipo específico hacia los gitanos no terminaron con el carácter represivo de la dictadura. A su vez, se pretende analizar cómo el espacio público durante la Democracia también estuvo en disputa más allá de las tradicionales batallas políticas. La vida cotidiana en el espacio público se regía por la sanción de un pueblo que seguía entendiendo a los romaníes fuera del mismo, sin derecho a la escuela, al trabajo o a la vivienda. La frontera entre quienes tenían legitimidad o no para ejercer su derecho a la ciudad era la continuación de la añeja “frontera entre los que pueden leer y escribir y los que no pueden hacerlo” (Chartier, 2003: 50).
3. Los contornos de la miseria en Madrid: del chabolismo al “chabolismo gitano”
La posguerra española fue el escenario de una masiva inmigración del campo a la ciudad. Madrid comenzó a dibujarse como un horizonte de posibilidades para quienes procedían de una España interior devastada y azotada por el hambre (Silvestre, 2010). El problema de crear vivienda al margen de la ciudad se enraizaba en el siglo XIX y ya era muy abundante antes de la guerra civil (Vorms, 2012; Vicente, 2014). Ante ello el problema de la vivienda no hizo sino aumentar debido al exponencial crecimiento demográfico. De esta forma, el déficit de vivienda y el carácter anárquico de los asentamientos impulsados por la gran masa de inmigrantes empujó el desborde urbano de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX. La autoconstrucción en los bordes de la capital significó el levantamiento de infravivienda, cuando no directamente aprovechando el refugio natural de cuevas y puentes (Burbano, 2020). Este fenómeno que pasó a conocerse ampliamente como chabolismo, sin embargo precisa matizarse. En muchas ocasiones, las “chabolas” o casas bajas, pese a su precariedad, estaban hechas de cemento y ladrillo pudiendo contar con electricidad en un suelo que la propia administración había concedido en terreno urbanizable ante la imposibilidad de solucionar la escasez de vivienda (Montes, Paredes y Vilanueva, 1976). En definitiva, como indica Charlotte Vorms (2017), bajo la denominación de “chabolismo” se encubría el problema de la vivienda informal, no muy diferente a la autoconstrucción en zonas rurales, usando discursos estigmatizadores sobre la insalubridad o la delincuencia que no en todos los casos estaba presente.
En cualquier caso, para solucionar los problemas derivados de la falta de vivienda y la pauperización de la vida cotidiana en los márgenes urbanos, desde los años cincuenta se emprendieron distintas fórmulas de realojo y absorción, que independientemente de sus éxitos y fracasos no acabaron con el problema (Sambricio, 2003; López, 2018). Así, la democracia que cogía fuerza ante la firma de la Constitución de 1978 todavía contaba con 300.000 chabolistas en Madrid repartidos en los seis sectores que configuraban el plano urbano de la capital. Al margen de otras muchas, las zonas más destacadas por el chabolismo se ubicaban en el sector 6, Pan Bendito, el Tercio y el Terol, Opañel, Caraque, Lucero; en el sector 5, Paseo de Extremadura; Bilbao en el sector 3; en el sector 2, el área de Chamartín y las Cárcavas y, por último, Monte Carmelo y Cruz del Cura en el sector 18. Por ejemplo, en el siguiente mapa elaborado por la Asociación Desarrollo Gitano, se destacan en verde los focos chabolistas que albergaban población gitana en 1977.
La población de Madrid superaba los tres millones de habitantes en el municipio y de cuatro en la provincia. Sobre estos datos generales, la Dirección Nacional de Apostolado Gitano puso en marcha un estudio sobre los romaníes españoles. El resultado fue un trabajo sobre los gitanos españoles en diferentes ámbitos donde, entre otras cosas, se preocuparon por abordar la cuestión de la vivienda. El estudio estimaba que, en 1978, existían en Madrid 15.094 gitanos, unas 2.821 familias, principalmente asentados en la capital siendo junto a Granada y Barcelona la población con mayor número de miembros9. Las zonas infradotadas provocaban el estancamiento de la evolución social de los individuos ante el deterioro de sus barrios, pues en España el 76% de las viviendas de gitanos estaban en aquella situación10. El abandono paulatino de los modos de vida itinerantes por las comunidades romaníes albergaba, además, la contradicción de aumentar paralelamente el chabolismo. Así, los miembros de esta población que tenían un estatus laboral más bajo respecto a los payos se ubicaban consiguientemente en los peores lugares y aquellos que poseían una vivienda digna seguían sufriendo los efectos de la marginación social fruto de un entorno hostil con su presencia (Calvo, 1980). Esto muestra que el desarrollo de la ciudad industrial tuvo un claro impacto en el binomio clase-etnia que afectaba al encaje social de los romaníes. De hecho, el estudio sociológico mencionado y otros realizados por distintas entidades concluyeron que los gitanos vivían por lo general en situación de infravivienda, especialmente en Madrid y Barcelona. Dentro de la capital habitaban en vertederos, chabolas, viviendas prefabricadas o de absorción, viviendas de derribo en el casco histórico y pisos de nueva construcción pendientes de adjudicación11. Pero más allá de las apreciaciones técnicas y de los datos en bruto, lo interesante es que estos estudios hablaban generalmente de “viviendas gitanas” y no de viviendas habitadas por romaníes, lo que establecía una diferenciación colonial en los criterios espaciales, como si la vivienda pudiera significarse étnicamente en un contexto donde la pauperización de esta era compartida también por no gitanos12.
Así estaban las cosas en el momento que se firmó la Constitución, hasta que un año después en 1979 se impulsó el «Plan de Remodelación de Barrios», decretado por el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (MOPU). En este contexto la alcaldía socialista se dio de bruces en la capital con una realidad compleja que no cambió por el simple hecho de que hubiera terminado la dictadura. Los efectos de esta se siguieron prolongando y llevaron al ayuntamiento a comprometerse con las asociaciones de vecinos por encima de sus posibilidades. El cronómetro empezó a correr para dar una solución a los asentamientos de infravivienda que según la Conserjería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes de la Comunidad de Madrid se organizaban en cuatro tipos. En primer lugar, los barrios-pueblo con una gran densidad de chabolas. En segundo lugar, los enclaves chabolistas de menor tamaño. En tercer lugar, los espacios donde el Instituto Nacional de Vivienda (INV) y la Obra Sindical del Hogar (OSH) proyectaron antaño sus proyectos de vivienda social por medio de poblados y unidades vecinales de absorción (UVAS). Por último, los asentamientos de minorías étnicas donde primaba la población gitana (Nogués, 2010 y Río, 2020). Por tanto, puede verse que en la disección de las tipologías urbanas de chabolismo ya se dio una atención particular a los gitanos y esto era en cierto modo indicativo de la intencionalidad de segregar residencialmente atendiendo a criterios basados en la etnia.
Mapa 2. Barrios de chabolas, prefabricadas y populares con población gitana en madrid (1977)
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos contenidos en ARCM. Caja 93454, Carpeta 2. Informe sobre la problemática de alojamiento de la población gitana española (1977), sobre “Fotografía aérea histórica (1975) – Total Comunidad, escala 1:15.000 de la COPLACO”.
Si se tiene en cuenta todo lo anterior, el «Plan de Remodelación de Barrios» se enfrentaba a problemas que iban más allá de la simple adecuación de los espacios urbanos. En cualquier caso, las actuaciones de aquel se dirigieron en términos generales hacia diferentes frentes, siendo dos las más destacadas. Primero se enfocó en la absorción del chabolismo que aún reinaba en la ciudad y que se expresaba en las diferentes tipologías ordenadas por la conserjería. Además, ahora la población chabolista evitaba grandes desplazamientos, ya que muchas de las nuevas casas se construían en suelos vacantes o semivacantes cercanos al emplazamiento original. Algunas áreas de Vallecas y Orcasitas eran una buena muestra de ello, donde la remodelación se hacían in situ por medio de distintas fases. En segundo lugar, se acometió también una remodelación en el propio lugar donde estaban establecidos los poblados de promoción pública construidos en los años cincuenta y sesenta. La ínfima calidad de su construcción obligaba al derribo total y a la reconstrucción, suerte que corrieron varios poblados mínimos, de absorción y UVAS. Las zonas de Vallecas, Villaverde, Carabanchel, San Blas y Tetuán fueron las grandes beneficiaras de este proyecto. Esto consumaba la lucha de los propios chabolistas por su derecho a permanecer en el lugar que vivían. La remodelación se ponía en marcha entonces con el objetivo de reorganizar casi treinta barrios madrileños y construir aproximadamente 36.000 viviendas.
Ahora bien, hay que evaluar en qué medida la población romaní se benefició o no de lo anterior. Las razones de esta última duda residen en que a la altura de 1986 todavía quedaban densas bolsas de chabolas habitadas mayormente por gitanos. Algo que continuó existiendo hasta pasado el cambio de siglo. Para entender esto hemos de prestar atención al simposio que tuvo lugar en noviembre de 1980 en Madrid sobre la situación de los gitanos españoles organizado por Cáritas. La propia nota de prensa que anunciaba este coloquio aseguraba que en España los romaníes ocupaban gran parte de las 150.000 chabolas existentes en el país13. El resultado de las jornadas se tradujo en un monográfico publicado por Cáritas a través de su revista “Documentación Social”14. La vivienda y el medio urbano fueron uno de los temas centrales destacándose la participación de la Asociación Desarrollo Gitano, que se creó en 1971 con la intención de abordar la negativa situación social de los gitanos desde la perspectiva de que la cuestión urbana tenía un gran peso en ello. La organización que estaba presidida por el arquitecto Juan Montes Mieza incidió en la importancia del desarrollo residencial para fomentar la incorporación social de los grupos desfavorecidos. Esta última sólo podía asegurarse con la distribución heterogénea de los romaníes en un entorno urbano que no censurara los medios de subsistencia de estas comunidades como el chalaneo o la venta ambulante. Pero esa convivencia y beneficio cultural recíproco entre grupos exigía un medio urbano adecuado y la asunción colectiva de que los gitanos tenían derecho a ser unos vecinos más. Esto es, el derecho a la ciudad no debía restringirse a unos pocos, como parecía haber sucedido.
La Asociación Desarrollo Gitano señalaba sin miramientos a la administración pública como culpable de las trabas al desarrollo de esta etnia. En primer lugar, la adjudicación de viviendas a familias gitanas era siempre una minoría respecto al volumen del problema. Además, se tendía al arrinconamiento de esta etnia en barrios de nueva construcción sin atender a una planificación urbana que tuviera en cuenta la propia planificación social. En segundo lugar, la programación de aparentes “guetos gitanos” como consecuencia de lo anterior. Es decir, el tránsito de la población gitana hacia el medio urbano supuso el abandono reticente de formas de vida tradicionales que complicaban la incorporación social a un entorno compuesto por una población paya que históricamente había rechazado a los gitanos15. El caso de Madrid resultaba especialmente ejemplificador a este respecto, ya que la población gitana que habitaba en la periferia era a su vez la de más bajo nivel económico y cultural. Según los datos de la propia asociación ofrecidos en esta ponencia, la población gitana de la periferia madrileña se organizaba en tres niveles. Las familias que experimentaban mayores problemas residían en chabolas, seguidas de las que vivían en casas bajas prefabricadas en el contexto de las UVAS y, por último, aquellas que vivían en colonias urbanas con un nivel normal de habitabilidad.
Cuadro 1. Población romaní según tipología de vivienda (1980)
Chabolas |
Casas bajas (uvas) |
Colonias urbanas |
||||||
Porcentaje |
Familias |
Personas |
Porcentaje |
Familias |
Personas |
Porcentaje |
Familias |
Personas |
65-70% |
2500 |
13.000 |
20% |
700 |
4.200 |
10-15% |
500 |
2.400 |
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de la Asociación Desarrollo Gitano: “La vivienda y el medio urbano”, en Cáritas Diocesana, “Los gitanos en la sociedad española”, Documentación Social, 41 (1980): 92 y 93.
De este modo, frente a los 15.094 gitanos organizados en 2.821 familias que señalaba el Instituto de Sociología Aplicada en 1978 para la capital, la asociación de Juan Montes calculaba 3.700 familias compuestas por 19.600 individuos. Desde la Asociación Desarrollo Gitano señalaban que el problema habitacional provocaba un retraso en la incorporación social que se alimentaba del convencimiento institucional de que era mejor así. La reivindicación asociativa en este caso pasaba por visibilizar un grito recurrente pero silenciado entre los romaníes: “queremos que nos saquen del barrio”16. Lógicamente no todos los miembros de esta población pedían lo mismo pero sí una atención singular fundamentalmente a partir de sus condiciones laborales concretas, pisos para los más integrados en el sector terciario y casas bajas para quienes seguían trabajando en la recolección. Eso sí, con la manifestación de un arraigo que se traducía en el deseo de seguir viviendo en el emplazamiento que estaban, tal y como sucedió con los vecinos payos. Lo que exponía críticamente la Asociación Desarrollo Gitano no era para menos. El propio «Plan de Remodelación de Barrios» ejecutado esencialmente en los ochenta dio cuenta de que detrás del baño de elogios por su éxito se escondía un hecho preocupante. Esto es, la subalternización de cientos de personas gitanas que quedaron excluidas del proceso o que no vivieron sus efectos en igualdad de condiciones afectando negativamente a su encaje en la sociedad de finales del siglo XX17.
Así lo expresaba nuevamente Juan Montes en 1984 durante las primeras jornadas socialistas sobre problemática del pueblo gitano18. En su intervención el arquitecto madrileño volvía sobre la vivienda y el medio urbano como factor determinante en el desarrollo social de los gitanos que no cambiaría mientras no lo hiciese la mentalidad colectiva sobre los mismos. La mayor concentración de los romaníes estimados en chabolas se daba en Vicálvaro, Moratalaz, San Blas, La Celsa, Pozo del Huevo y el barrio del Cajón (Carabanchel). Los que se situaban en UVAS lo hacían en Villaverde y Pan Bendito, mientras que los asentados en colonias urbanas estaban en La Paz-Entrevías (Vallecas), El Pozo del Tío Raimundo (Vallecas), Orcasur, Meseta y Cornisa (Villaverde). Por último, a estas zonas organizadas en las tres tipologías que ya se mencionaban en 1980, se le sumaba un número no determinado de gitanos en el centro de Madrid, concretamente en Arganzuela. Las zonas más alejadas de la ciudad y con mayor concentración de gitanos eran las más perjudicadas por el abandono y la consiguiente falta de incorporación a la sociedad mayoritaria. Con todo esto, parecía que el perfil socioeconómico condicionaba la elección del piso, la casa baja o el regreso a la chabola. Los romaníes sí querían tener una vivienda digna pero sin que ello supusiera un tránsito traumático para unas formas de subsistencia conocidas que ya de por sí eran difíciles de sostener (San Román, 1976).
Además, los datos de muchas encuestas revelaban que más de la mitad de los gitanos no tenían reparo en vivir en “barrios payos”, en especial quienes deseaban entrar a pisos. A estos últimos se sumaban otros tantos que pese a querer permanecer en sus emplazamientos originales tampoco tenían problemas en ser dispersados entre vecinos no gitanos (San Román, 1984). La brecha principal, por tanto, se producía al entender a los romaníes bajo un mismo estereotipo, el de la automarginación. Así, no se atendían a los diferentes perfiles de gitanos y tampoco a la divergencia de opiniones en el seno de la población romaní. La máxima de que no existía un “problema de vivienda”, sino “problemas de viviendas” también se podía extender a esto. No existía un solo “problema gitano” sino varios dilemas que atravesaban las particulares y complejas vidas de miles de romaníes con nombres y apellidos. Pero la realidad era otra y durante la aplicación del «Plan de Remodelación de Barrios» se observó el ejemplo más significativo sobre el deficiente impacto de las políticas de realojo en los gitanos. Si las familias realojadas en Madrid fueron casi 40.000 en el contexto del programa anterior y había unas 3.700 familias gitanas, sólo 694 fueron beneficiarias, como se puede constatar con los propios datos recolectados por la Asociación Desarrollo Gitano19.
Cuadro 2. Familias romaníes beneficiarias del proyecto de remodelación de barrios en la década de los ochenta.
Barrio por remodelar |
Número total de familias |
Número de familias gitanas beneficiarias |
El Pozo del Tío Raimundo (Vallecas) |
2.000 |
100 |
Palomeras (Vallecas) |
10.000 |
70 |
UVA Villaverde (Villaverde) |
1.100 |
75 |
Pan Bendito (Carabanchel) |
2.000 |
200 |
UVA Vallecas (Mediodía) |
1.000 |
50 |
Orcasur (Villaverde) |
1.300 |
80 |
Cornisa de Orcasitas (Villaverde) |
1.200 |
50 |
Orcasitas 1ª Fase (Villaverde) |
1.500 |
69 |
Fuente: Los datos se han extraído de Juan Montes Mieza: Características de la situación actual. Influencia en el cambio social y el desarrollo de los gitanos, Secretaría Federal de Acción Social y Grupo Federal de Servicios Sociales, julio de 1984, documento inédito20.
La dimensión del problema de vivienda, por tanto, alcanzó una forma de expresión sustancialmente diferente respecto al pasado. Las bolsas de deterioro urbano ahora tenían como principales protagonistas a los romaníes. Aunque algunos se beneficiaron de forma puntual, pues ocuparon tradicionalmente los nichos de pobreza sujetos a realojo, habían ido siendo relegados al final de la cola. Por todo lo expuesto hasta ahora, puede deducirse que el problema de vivienda derivado de la gran crisis urbana en Madrid lastrada desde hacía décadas ya fundía en una sola las categorías de gitanos y chabolas dando lugar al “chabolismo gitano”. Los socialistas se habían hecho con el gobierno en las elecciones generales de 1982 y renovaron la alcaldía un año después en Madrid. Pero en este año de 1984, cuando se concretaba lo que parecía ser aquel nuevo fenómeno del “chabolismo gitano”, se produjo un receso en materia de vivienda por el endeble diálogo mantenido entre la administración central y el gobierno de la recién instaurada autonomía de Madrid. Aun así, la superación de expectativas se tradujo en un relato triunfalista en que el movimiento vecinal resultaba un gran protagonista (Molinero y Ysàs, 2010).
Ahora bien, al margen de esto último pervivía la existencia de núcleos que pese a ser ya plenamente urbanos seguían desprovistos de equipamiento. En cualquier caso, el plan de remodelación supuso un salto cualitativo teniendo en cuenta el historial y la herencia de las actuaciones anteriores. Además, sentó las bases para acometer una transición en materia urbana que siguió abriéndose paso, primero con la creación en 1984 del Instituto de Vivienda de Madrid (IVIMA) y luego el «Plan General de Ordenación Urbana de 1985» (López, 2013). Aunque el verdadero vicio oculto de todas estas políticas de vivienda en el desarrollo urbano de la capital fue esa significación que adoptaron los romaníes en un espacio compartido donde se generaron reticencias hacia los mismos, cuando no directamente fueron apartados.
4. La caza del gitano: aversión y protesta en el Madrid democrático
La aparición en 1977 de un grupo autodenominado Partido Racista Demócrata que, entre otras cosas, proponía la lucha contra los gitanos significaba “la floración del racismo llevado hasta sus últimas consecuencias y que está latente en gran parte de la población no gitana española”21. Estas declaraciones de la Asociación Desarrollo Gitano en 1976 no querían poner de relieve únicamente la existencia de grupúsculos extremistas sino denunciar que los discursos raciales de exclusión seguían operando hasta el punto de estar integrados en la vida cotidiana. Así, el principal obstáculo para la inclusión de las comunidades romaníes no sólo eran los proyectos de realojo fracasados, sino los propios vecinos payos que se oponían a la convivencia con miembros de dicha población en aquellos lugares donde hacían acto de presencia. En ocasiones, como veremos, los gitanos que habían quedado excluidos por diferentes motivos de los procesos de realojo o que se habían quedado los últimos en la fila de la asignación, habitaban las chabolas que habían dejado libres sus anteriores ocupantes. En otras, cuando sí habían recibido un piso, compartían el mismo espacio que se les había adjudicado a los vecinos payos. Ambos motivos eran suficientes para que se iniciara una protesta que empezaba por el señalamiento, continuaba con el requerimiento a las autoridades y finalmente podía acabar en un conflicto directo entre vecinos.
Así lo manifestaba el oficio de la Hermandad Sindical de Vicálvaro de un año después con el que iniciamos la narración de este artículo22. Pero estos dos ejemplos que se han traído a colación y a los que se pudo restar importancia por ser en apariencia sólo unos rescoldos ideológicos de la dictadura acabaron por arder de nuevo. Ahora bien, ¿las remoras del franquismo eran el único material inflamable en la escalada de violencia contra los gitanos que fue incrementando según se acercaban los años ochenta? La respuesta es que no. De facto, pese a que la dictadura no perdiera el ojo a los gitanos, como muestra el análisis de la legislación, la trayectoria histórica de rechazo y persecución a esta etnia era mucho más antigua (García Sanz, 2018). Ahora bien, la influencia de la prensa en la creación de imaginarios colectivos, especialmente entre las capas populares, no ha sido nunca una mera casualidad (Conboy, 2001). Detrás de los titulares sensacionalistas, las crónicas morbosas y los reportajes sobre los bajos fondos de las ciudades estaba la creación de ciertos pánicos sociales y morales que eran aprehendidos por los lectores o que directamente apelaban a una imagen que éstos ya poseían sobre diferentes asuntos. Así, desde un punto de vista urbano, la ciudad también podía ser leída por medio de un mapa del miedo en que sujetos como los gitanos, las prostitutas o los toxicómanos eran la causa del temor23.
En este contexto, mientras que los periódicos más conservadores difundían la idea de que no existía racismo hacia los romaníes cuando se desataba alguna polémica, los diarios de carácter progresista adoptaban una posición más condescendiente (Oleaque, 2014). Así, frente a periódicos como ABC, otros como El País recogieron tímidamente las denuncias de asociaciones y activistas que articulaban su crítica hacia autores del mismo diario. “No hay temor de los payos a los gitanos y quinquis” señalaba de nuevo la Asociación Desarrollo Gitano en respuesta a un reportaje del periódico sobre el barrio de Pan Bendito24. La editorial alegó que se habían limitado a transcribir las impresiones de la Asociación de Vecinos de Pan Bendito. No obstante, esto no era óbice para detectar que los medios de comunicación alimentaban la histeria racial situando a los romaníes como responsables de su propia marginación y justificando el descontento popular a razón de su aparente peligrosidad25.
Seis familias gitanas, establecidas en un solar de la calle Bueso Pineda, de Hortaleza, mantienen en permanente alarma a un barrio que, hace unos doce años, acogió con los brazos abiertos a estos inmigrantes. Los gitanos cuentan con cinco perros especialmente entrenados para dar caza a los gatos de los vecinos y atacar a las personas, llegado el caso.26
El antropólogo Tomás Calvo Buezas, entonces secretario de la Comisión Interministerial para el Estudio de la Problemática Gitana, mediante una carta al director denunció en el diario que siempre había espacio para noticias de dudosa procedencia pero nunca para exponer “las causas profundas que por igual atemorizan y muerden a payos pobres y a gitanos”27. Los casos de Pan Bendito y Hortaleza no eran los únicos siendo las noticias que recogían los sucesos mucho más importantes por el trasfondo que por el titular. Esto es, ambas notas de prensa ya dejaban ver que los vecinos payos tenían agencia propia y una opinión formada sobre los gitanos. La prensa no fue entonces un elemento determinante pero sí un influjo para que los pánicos se acentuaran. Así, lo que desde arriba, es decir, desde la administración y diversas organizaciones, se denominaba “problema gitano”, fue traducido por la prensa y por la sociedad general en una forma específica de racismo que ya fuera por miedo o aversión no querían lidiar o comprender dicho problema siendo la única solución su confrontación directa. Y la situación que se expuso anteriormente relativa a la significación étnica del pueblo romaní en el espacio público urbano como consecuencia de su anquilosamiento en las chabolas tenía mucho que ver. Este último hecho que se fue configurando a finales de los setenta y terminó de materializarse en la década siguiente significó que la confluencia en el espacio que ya existía entre payos y gitanos ahora estuviera marcada por un factor diferencial como el que representaba el tipo de vivienda. Más allá de la composición estética y su traducción en un imaginario negativo por parte de las chabolas frente a los pisos en altura, se acentuaba la brecha socioeconómica entre payos y gitanos independientemente de que por lo general se encontraran imbricados en la misma clase obrera. La promoción social de los vecinos payos que habitaban antaño las chabolas pudo significar también un aburguesamiento de sus costumbres que traía consigo el rechazo al tipo de infravivienda del que ellos mismos habían disfrutado durante décadas. Al menos esto parece desprenderse de las reclamaciones que por ejemplo hicieron los vecinos de Orcasitas señalando que los romaníes tenían la culpa de que la remodelación del barrio fuese lenta. Las familias gitanas habían ocupado las chabolas que previamente abandonaron como producto del realojo muchas de las personas organizadas en la Asociación de Vecinos de la Meseta de Orcasitas.
Esas personas necesitan una casa, sin embargo, la no continuidad de las obras es injusta para las personas que llevan tanto tiempo esperando. Además, si se ha producido esta situación es porque la autoridad competente ha permitido algo que nunca debiera haber sucedido: el asentamiento de esta gente”.28
Los romaníes son “otra gente” cuando realmente habían compartido unas trayectorias parecidas en su encuentro con la ciudad. Además compartían también las mismas aspiraciones al querer dejar atrás el barro, los obstáculos a la escolarización, la demora del transporte y la falta de suministros. Pero esa manera de extranjerizarlos o hacerles extraños al barrio a través de justificaciones que les situaban fuera de la lucha vecinal común servía para sentar unas primeras bases en los discursos de odio. En este sentido, sobre lo anterior cabe pensar toda una serie de apreciaciones, fenómenos y trayectorias socioculturales se escondían tras la simple materialización de la violencia y el hostigamiento a la población gitana. No obstante, a continuación vamos a presentar esos episodios de rechazo y hostilidad teniendo únicamente en cuenta la ocupación urbana diferencial como detonante para los conflictos más allá de las complejas causas que pudieron provocarlos tomando en consideración una perspectiva histórica más amplia. La aglomeración de chatarra en la calle ante la inexistencia de almacenes, la presencia de animales por la pervivencia de oficios semirrurales y la vida en la calle ante el espacio reducido de la chabola eran elementos que quedaban por debajo del techo de cristal que habían roto los vecinos payos. Pero la diferencia se traducía respecto a esos “fenómenos de chabola” como suciedad, incivilización y barbarie, sin atender a la complejidad antropológica que se desprendía de los mismos. Todo ello símbolo, nuevamente, de los estrechos lazos existentes entre la clase y la etnia dentro de la contradicción representada por la comunidad romaní en Madrid y en otras ciudades industriales de aquel tiempo. Así la tensión se fue tejiendo con unas primeras llamadas de atención a las autoridades solicitando el control y dispersión de los romaníes que colmataba la frontera entre el “ellos” y el “nosotros”, pues ya no sólo aquellos no habían accedido al nuevo mercado laboral y promocionado socialmente, sino que cargaban sobre sí con el peso de ser categorizados como bárbaros y criminales por la simple asociación de su pertenencia étnica a dichos estereotipos.
¿Por qué no sería posible un barrio donde vivieran gitanos dedicados a estas actividades que tuviera su propio teniente de alcalde y que ellos mismos fueran responsables de cómo es su casa, de la cultura, su biblioteca, etcétera? 29
La reacción institucional ocasionalmente se tradujo en el derribo de chabolas sin un realojo previo de los romaníes que las ocupaban, por ejemplo en el paseo de Juan XXIII30. Sin embargo, la magnitud del asunto y que tampoco era el único problema en la ciudad fomentó la desatención. Esta última no sentó bien a los vecinos de muchos barrios y la tensión fue adquiriendo otro nivel. Mientras que en Orcasitas se protestaba por la presencia de romaníes en chabolas, desde 1977 se recogían incidencias de niños gitanos marginados en colegios, como por ejemplo en Caño Roto y Lucero31. Parecía que si no se podía echar a los romaníes de las chabolas se podía obstaculizar su incorporación social con la esperanza de que se fueran a otro sitio. Al otro lado de la ciudad, el presidente de la junta municipal “no admitía las peticiones de los vecinos de Vicálvaro de que se expulse al poblado de gitanos”32. De esta forma se fue dibujando la autogestión del problema como un horizonte de posibilidades. Si en cierto momento decíamos que Madrid fue una fábrica particular para la violencia perpetrada hacia las comunidades gitanas, hay que señalar a Vicálvaro como el paciente cero de aquella. El pistoletazo de salida se dio tres años después de la negativa a la expulsión, cuando en mayo de 1983 los vecinos del barrio cortaron las carreteras ante el supuesto aumento del robo33. En ese momento la población gitana de la zona había crecido ante la llegada de familias portuguesas que eran tachadas de peligrosas. La delincuencia juvenil y los robos no eran ajenos a los romaníes, como tampoco lo era para el resto de una capa popular que se veía abocada a los efectos de una pobreza expresada en su máxima crudeza (López, 2018). Los primeros enfrentamientos graves tuvieron lugar ese mismo año en San Cristóbal (Villaverde). La noche del 19 de noviembre la muchedumbre comenzó a arrojar piedras a los bloques donde vivían personas romaníes y seguidamente empezaron los disparos por ambas partes. Sin embargo, la policía sólo procedió a la detención de seis romaníes que apelaron sin éxito a la legítima defensa.
Ya han venido en otras ocasiones a molestarnos sólo porque en el bloque viven cinco familias gitanas a las que quieren echar de aquí. Por la tarde estuvo un dirigente de la asociación de vecinos paseando por el barrio y gritando con un megáfono: ‘Hay que matarlos a todos’34
El derecho a la ciudad pasaba ahora por esculpir el barrio y librarlo de impurezas porque estas ya no se podían seguir apartando hacia los márgenes sin que obstaculizasen la imposición de una estructura social sujeta a nuevas normas (Morris, 1994). Tras los planes de remodelación se escondía también una agenda política que desposeía a los romaníes como sujetos legítimos en la ocupación de los espacios que ellos mismos eligieran libremente. Algo que se había permitido y posibilitado para los vecinos payos. El derecho a la ciudad no era pues un derecho para el Otro (Dadusc, 2014). El tradicional entendimiento de la vivienda no normalizada como espacios de inmoralidad y criminalización ahora tenía a sus máximos representantes entre los vecinos payos. Pero tanto en San Cristóbal como en Vicálvaro las autoridades rehusaban la expulsión y prometían un hipotético realojo que la gerencia municipal de urbanismo no podía llevar a cabo35. Los gitanos seguían viviendo en sus chabolas cuando no directamente en pisos de realojo con vecinos payos. Este último hecho denota que aunque el trasvase de la chabola al piso era lento se estaba haciendo y, por ende, se mostraba que la chabola quizás no era el problema sino la clase de persona que la habitaba.
La evidencia de una delincuencia generalizada en los entornos más pobres más allá de la etnia, la paulatina adjudicación de pisos en altura a gitanos, entre otras cosas, sin embargo no bastaban. La violencia y el hostigamiento que en un inicio se podían interpretar con relación a la brecha socioeconómica que marcaba la ocupación diferencial de la vivienda, ahora se expresaba con mayor énfasis a través del componente racial. La identidad étnica y la clase social se fundían más claramente que en los años precedentes estructurando así una segmentación de clase impulsada por atributos étnicos (Virdee, 2021). Esta retórica se materializó especialmente a partir de 1984 con la creación de comandos incendiarios y de defensa que emulasen al Ku Kux Clan, según se decía en un panfleto. La solución de matarlos a todos no se quedó en un megáfono y se propuso que ante los oídos sordos de la institución se tomara justicia de una vez por todas y que para ello:
La distribución y misión de estos comandos sería: los primeros compuestos de cinco hombres, provistos de latas de gasolina o cualquier otro líquido inflamable y durante la noche mientras duermen prenderles fuego a las chabolas con los gitanos dentro. Los segundos, compuestos por diez hombres, armados con escopetas, pistolas, revólveres o armas blancas de cualquier clase y la misión de éstos debe ser la de defender a los primeros de cualquier ataque gitano que ocurra, abriendo fuego sobre ellos y matándolos a todos”.36
La crispación estaba servida y el discurso se tornaba cada vez más violento. Las instituciones promovieron el reforzamiento del control policial en poblados gitanos de Vicálvaro y sus alrededores. Además, los proyectos de vivienda social que afectaban a esta zona se detuvieron y entonces los vecinos comenzaron a dar tregua. En torno a las chabolas se excavó una zanja “de tres metros de ancho por uno de profundidad y con una sola salida permanentemente custodiada por efectivos de la Policía Municipal”37. En este momento los resultados de la investigación policial ponían en entredicho las acusaciones de robo que se llevaban divulgando desde hacía años y no satisfechos aún “los payos decidieron pasar a la acción por cuenta propia después de que sus peticiones de incremento de la vigilancia no fueran atendidas”38, al mismo tiempo que pedían la expulsión total de los romaníes39.
Pese a la reacción de las instituciones para enfriar el clima de hostilidad, la cuerda ya se había tensado mucho y el año 1985 trajo consigo nuevos sucesos. A la marginación escolar de los romaníes por factores ambientales como la pobreza se le sumó la oposición radical de padres y alumnos que contaron también con el apoyo de profesores. La peor parte se la llevó el colegio público Severo Ochoa de Vicálvaro donde la propia policía tuvo que proteger a la treintena de niños romaníes que se habían matriculado en la escuela40. El alcalde de Madrid apoyó la decisión de Concepción Aparicio, autoridad municipal del distrito que se había posicionado con los vecinos payos41. No obstante, pese a contar con el respaldo institucional, el colegio cerró por un aviso de bomba que dejaba clara la postura respecto a los gitanos42. Así las cosas, las amenazas no se quedaron en el papel y si “ya a mediados de los setenta se practicó la quema de chabolas gitanas en Madrid, causando la muerte a varios niños”43, las llamas volvieron a brotar en la periferia de la capital en 1986. Por su magnitud y número los incendios más llamativos se dieron en el norte, lo que evidenciaba que la problemática no se restringía únicamente al sur de la ciudad. La Asociación Romapalí registró ocho incendios provocados en la Cruz del Cura (Fuencarral) a lo largo de las dos primeras semanas de marzo y que pese a la supuesta presencia policial no acabaron en los primeros días dejando varías víctimas mortales44. Los informes de la organización no sólo son valiosos por glosar la catástrofe sino porque ponen de relieve que la institución era conocedora de la violencia que se estaba ejerciendo y por eso se denunciaba su mala praxis. Esto muestra que la población gitana era extranjerizada por los vecinos payos y cosificada como un problema más de la ciudad por la administración. Además, curiosamente estos sucesos de gran envergadura no abrieron los periódicos y tampoco se dedicaron reportajes como los que sí se emitían cuando algún romaní era detenido. Lo que si mereció algunas páginas en los diarios fue la condena del Ayuntamiento de Madrid a manos del Tribunal Supremo por haber arrojado contra los gitanos de Vicálvaro una vigilancia policial permanente y ceder a las presiones vecinales dinamitando los proyectos de asistencia social que iban a permitir la sedentarización legal, cívica y humana de dichas familias. A lo que se añadía el agravante de “la ilegal construcción de una zanja perimetral, así como un parapeto complementario para cercar y aislar”45.
Sin embargo, esa pequeña victoria política fallada a favor de los romaníes en los tribunales no supuso el fin de la violencia contra los mismos. A la par que se conocía la condena del ayuntamiento, en barrios como Hortaleza se intentaron expulsar a familias gitanas cuando el problema atañía a unos pocos individuos en particular46. A medida que muchos romaníes abandonaban sitios como este último y otros como Vicálvaro, Orcasitas, San Blas, Lucero o Fuencarral, el rechazo se trasladaba a otros como Leganés, Getafe y Alcorcón47. El “miedo a los gitanos” se recrudeció además por el incremento de la compraventa y consumo de droga que volvían a poner a ciertos barrios en el centro del imaginario colectivo. El problema de la vivienda seguía existiendo pero ya no había un movimiento ciudadano articulado que hiciera presión. El rechazo hacia los romaníes no cesó y su expulsión hacia los márgenes de la ciudad fue cada vez más evidente dejando amplias bolsas de pobreza que se prolongan hasta nuestros días.
5. Conclusiones
Este artículo ha presentado cómo la violencia y el hostigamiento a los romaníes es un fenómeno inseparable de las trayectorias históricas y del análisis concreto de diversos elementos que atraviesan su desarrollo. Detrás del denominado como “problema gitano” en los medios de la época y en los expedientes de la administración había una serie de detonantes que tradujeron la existencia de esta etnia en un conflicto en las ciudades industriales del siglo XX. En este sentido, el entorno urbano representa uno de los mayores detonantes pues las transformaciones que acogió en su seno provocó un cambio de ritmo en la interacción social entre grupos diferentes. En respuesta a las preguntas que se formulaban al inicio del texto cabe decir que la vivienda sí resulta un elemento de gran importancia. El análisis del contexto urbano es por tanto inevitable sí se pretende ahondar en una historia compleja que entienda las diferencias antropológicas como parte de la enunciación del problema. El rechazo a la población gitana se expresó por medio de engranajes sociales como el uso del espacio público, las relaciones vecinales y la articulación de movimientos ciudadanos que pese a estar arraigados en el mundo de las representaciones han de estudiarse más allá de las mismas en exclusiva.
Los hechos muestran que pese a que la persecución histórica a los romaníes se haya contado a partir de las acciones institucionales, aquella también se expresaba en la vida cotidiana de las clases populares. El protagonismo de la clase trabajadora como principal detractora de las comunidades romaníes en estos años podía deberse a que las familias obreras eran las que ocupaban las viviendas sociales y los espacios de realojo. Aunque el propio franquismo sociológico y el rechazo históricos a las personas gitanas contribuyeran a aupar la protesta, la ligazón a una tradición cultural política de izquierda de los perpetradores pone de manifiesto la necesidad de revisitar el pasado prestando atención a la relación con sujetos tradicionalmente excluidos del relato. La incorporación social de los gitanos se dificultaba porque aunque a finales de siglo se habían puesto en marcha mecanismos para fomentar su promoción no había un apoyo social que legitimase los períodos de transición. La violencia y el hostigamiento a los romaníes en este período evidencia que el relato histórico de la construcción democrática aún no está completo. Su estudio puede significar el ensanchamiento del conocimiento historiográfico y contribuir a resolver el enigma de por qué muchos gitanos cuarenta años después de la Constitución de 1978 siguen en una situación de vulnerabilidad.
Por todo ello, a través de la definición de la crisis urbana que tuvo lugar en Madrid y cuyos efectos se prolongaron hasta los años ochenta, cuando el “Programa de Remodelación de Barrios” trató de poner freno al conflicto del chabolismo, se ha podido observar que las comunidades gitanas experimentaron en paralelo una diferenciación propia dentro del fenómeno que condujo a su discriminación. Este objetivo general que se ha tratado de enmarcar en este artículo, además se ha visto reforzado por los ejemplos recogidos en la prensa de aquella época que muestran que una de las consecuencias de lo anterior fue el desarrollo y propagación del estigma racial sobre los gitanos fomentando el odio y la aversión hacia estas personas que en muchos casos se vieron no sólo marginadas por la actuación de las administraciones y autoridades policiales sino también por sus propios vecinos, los cuales llegaron a ejercer una violencia directa sobre aquellos. El “problema gitano” al que se pretendía poner solución conllevó, sin embargo, a una evolución del conflicto en forma de racismo y hostigamiento con seña étnica que dibujó la ciudad no sólo como un espacio urbano dividido desigualmente entre ricos y pobres, sino también entre gitanos y no gitanos estando los primeros sujetos a una segregación que era común en otras ciudades europeas donde los patrones de antigitanismo operaron igual o de manera similar. Este artículo que se encuentra limitado por la propia revisión propuesta a partir del examen de datos secundarios y algunas fuentes inéditas, sin embargo pretende abrir el objeto de estudio representado por los romaníes en el entorno urbano no sólo al análisis historiográfico sino a enfoques innovadores como la historia urbana, desde la que todavía no se han dado respuesta a los interrogantes del racismo, la pertenencia étnica o el encaje social de los gitanos en la ciudad.
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1 ABC, 27-02-1977.
2 Ley 20/2022, de 19 de octubre, de Memoria Democrática. «BOE» núm. ٢٥٢, de ٢٠ de octubre de ٢٠٢٢, páginas ١٤٢٣٦٧ a ١٤٢٤٢١. Disponible en https://www.boe.es/eli/es/l/2022/10/19/20.
3 ABC, 27-02-1977.
4 El País, 23-07-1977 y El País, 21-07-1978.
5 El País, 17-07-1980.
6 El País, 24-07-1980.
7 El País, 14-07-1986 y El País, 26-10-1990.
8 El País¸١٩-١٢-١٩٧٨.
9 Una nota de prensa en El País, 23-03-1979 hablaba de que en España había entre 300.000 y 600.000 gitanos de los cuáles el 75% vivían en chabolas siendo interés del Instituto de Bienestar Social hacer una estimación que lo comprobase.
10 Archivo de Fundación Secretariado Gitano. Estudio sociológico: los gitanos españoles en 1978, Madrid, Asociación Secretariado General Gitano, 1990.
11 Archivo de Cáritas Española. Documentación Social, nº 41 (1980).
12 Esta apreciación puede incardinarse en los estudios que analizan cómo la interacción entre las políticas de desarrollo de suburbios y la ocupación del terreno marginal urbano por grupos no blancos producía la resignificación del espacio en términos étnicos, véase por ejemplo Keeler (2016).
13 El País, 8-11-1980.
14 Archivo de Cáritas Española. Documentación Social, nº 41 (1980).
15 Ibidem, p. 91.
16 En Blanco y Negro, 6-8-1980 se exponía que el sacerdote Carlos Prieto y los gitanos del Puente de los Tres Ojos se lanzaron a la calle con pancartas dando lugar a manifestaciones no violentas para reivindicar el derecho a viviendas dignas.
17 Aquí se hace referencia a las teorías expuestas por autoras decoloniales como Spivak (2011). Por otra parte, Ananya Roy (2011) propone la viabilidad del concepto de “subalternidad” al trabajar desde los estudios urbanos, ya que la marginación de ciertos grupos en el espacio ocasiona núcleos de diferencia donde los marginados adquieren un habitus propio que dibuja límites en la ciudad. La tendencia de este último suceso se refleja en el sur y las periferias de las ciudades donde los sujetos desposeídos y marginados contribuyen directa o indirectamente a la formación de un auténtico “urbanismo subalterno”.
18 Características de la situación actual. Influencia en el cambio social y el desarrollo de los gitanos, Secretaría Federal de Acción Social y Grupo Federal de Servicios Sociales, julio de 1984. Este documento inédito ha sido cedido por el Dr. Luis Nogués al autor del artículo, quien la obtuvo del propio Juan Montes Mieza, arquitecto y presidente de la Asociación Desarrollo Gitano.
19 Sin embargo, en una carta de 1981 el coordinador general del MOPU indicaba al subdelegado de la Delegación Provincial de Vivienda en Madrid que el número aproximado de familias gitanas que iban a ser absorbidas por los barrios en remodelación era de 1.842, según el seguimiento de seis equipos: Archivo Regional de La Comunidad de Madrid (ARCM). “Carta de José Luis Rodríguez Serrano, coordinador general del MOPU a Armando Fernández Renau, subdelegado provincial de la vivienda”, 2 de octubre 1981. Caja 452338, carpeta 24.
20 Estos datos fueron recogidos también por primera vez en la tesis doctoral de Luis Nogués (2010), quien cedió el documento inédito de la mano del propio Juan Montes. No obstante, Nogués señala como conclusión que el realojo se dirigió a la población obrera y no a los gitanos. A nuestro juicio, los gitanos también constituían parte de una clase popular trabajadora que, aunque no coincidiera en muchos aspectos con la clase obrera homogénea de la historiografía de última hora, si podían entenderse muchas veces como tal. Especialmente aquellos gitanos que trabajaban en la construcción y el peonaje.
21 El País, 13-11-1976.
22 ABC, 27-02-1977.
23 La manera en que expresan los conceptos Peter Rogers y Jon Coaffee (2005) es la que se asume aquí. La renovación urbana en las ciudades llevaba pareja una limpieza de imagen que pasaba por desterrar a los márgenes a quienes se entendía que enturbiaban la calidad de vida. Para Jock Young (2011) esta situación se acentuó desde 1968 cuando los problemas individuales se convirtieron en asuntos públicos y la tensión creció entre los “atemorizados moralmente” y los “desviados” que provocaban el conflicto. En nuestro caso los gitanos transgredirían la normalidad por su conducta desviada y el pánico que despertaban obstaculizaría su inclusión social en un marco político de transformación donde se les señalaba como culpables.
24 El País, 11-03-1977.
25 El miedo público hacia algunos grupos étnicos en las ciudades como producto de su sobrerrepresentación en los sitios más alejados del centro de la ciudad era un fenómeno común a las ciudades de los siglos XIX y XX, como expresan Dominique Kalifa (2013) o Elizabeth Brown (2016).
26 El País, 10-02-1982.
27 El País, 19-02-1982.
28 El País, 24-01-1978.
29 Palabras del alcalde socialista de Leganés, Fernando Abad, recogidas en El País, 3-10-1988.
30 El País, 3-11-1977.
31 El País, 26-01-1977.
32 El País, 28-12-1980.
33 ABC, 12-05-1983 y El País, 10-05-1983. A estos vecinos se les sumaron otros, no sólo con su aprobación desde sus respectivos barrios sino acudiendo a los cortes, como por ejemplo los de San Blas: ABC, 19-05-1983.
34 Testimonio de una mujer paya, vecina del bloque, en El País, 19-11-1983.
35 ABC, 28-06-1983 y ABC, 22-11-1983.
36 Una reproducción del panfleto que circuló en Vicálvaro y San Blas se encuentra en Revista Zutik (LKI), 28-6-1984.
37 Archivo Asociación Nacional Presencia Gitana. Audiencia Territorial de Madrid. “Sentencia nº 387 - R°- 1.822 (1984)”.
38 El País, 29-01-1984.
39 ABC, 3-08-1984 y ABC, 12-08-1984.
40 El País, 9-01-1985. El telediario de Televisión Española también dedicó una sección al problema donde se recogían testimonios como los siguientes de una niña paya: “a mí me parece que son bien pero si los padres han dicho que no vengan, ¿por qué los tienen que meter?” Y el de profesor: “tenemos aquí un aula vacía preparada para estos niños y esperamos que no nos causen ningún problema puesto que no van a estar mezclados con los demás alumnos”. Archivo de Televisión Española, “Telediario, 1985”.
41 ABC, 3-01-1985.
42 ABC, 12-01-1985.
43 El País, 25-02-1985.
44 ARCM. “Integración gitana, 1985-1987”. Caja 181, carpeta 2.
45 Archivo Asociación Nacional Presencia Gitana. Informe “Tal como han sentenciado la Audiencia Territorial y el Tribunal Supremo, el de Madrid, un ayuntamiento racista (que pierde reiteradamente el juicio)”, 1987.
46 El País, 23-04-1987 y 28-04-1987.
47 El País, 23-04-1988.
AREAS. Revista Internacional de Ciencias Sociales, 46/2024, pp. 5-23. DOI: 10.6018/areas.499071.
Mapa 1. Localización de los focos chabolistas en los sectores de Madrid según la Asociación Desarrollo Gitano (1977)
Fuente: Centro de Documentación Fundación Secretariado Gitano. “Informe previo del chabolismo en Madrid” (1977).